¿Cómo podría, un lapso tan corto, durar una inhumana eternidad? Quizá su alma estaba como el cielo; un manto oscuro con puntitos luminosos. O tal vez como una tarde de lluvia endemoniada. Kanon no sabía, la verdad.
Iban trece años, y aquella sensación aún metía las uñas en su carne. Egoísta, desgarrada, así la sentía. Saga dijo algo, pero Kanon no escuchó. Él era consciente.
De pie allí, vacilante, sabiendo que nunca podría seguirlo, sus piernas temblaron y él cayó de rodillas. Aunque el dolor nunca se registró más allá de un latido sordo. No vio a nada durante un tiempo, y Kanon dejó sus manos ensangrentadas en el suelo.
Tan triste la torcedura de sus destinos. Cuán cruel aquel atisbo en sus ojos. Un adiós a todo lo que fueron y podrían haber sido. Entendió que, finalmente, y a pesar del dolor, eran una misma moneda; nunca verían la cara del otro.
