Si, Miku lo sabía.
Estaba ahí, por su culpa.
No era su culpa precisamente.
Pero lo era de cierta manera.
Es que ella era la prima, la cantante principal.
Él había quedado prendado de su voz.
Y celoso por su relación con Kaito, el vizconde.
Desde que Luka, la prima, se había retirado por daños físicos, causados por él, por supuesto, ella tuvo que reemplazarle.
Su ya difunto padre, el violinista Kiyoteru, le había hablado de él, su ángel de la música.
Pero ella ahí estaba.
Por culpa de su ángel.
Él ocasionó los daños para que Luka se retirara.
Tenía miedo. Su ángel se cubría la cara con una máscara blanca.
Pero...
En cierta manera...
Le tenía medio afecto.
Pero no mucho, a decir verdad.
Lo miró, cara a cara, con ganas de irse de su lado.
Pero él no le permitió irse.
Miku miró llena de asombro el desfigurado rostro bajo la máscara.
Déjame ir.
Eso pensaba.
Déjame ir, y huir de tu pesadilla.
Eso pensaba.
Entonces el fantasma miró a Miku y le susurró al oído...
"Canta, canta, mi ángel de la música..."
Eso hizo ella.
El agudo proveniente de sus cuerdas vocales tomó fuerza.
Más y más agudo.
Cada vez más.
"Canta para mi!"
Se hizo más potente y agudo.
Mucho más.
"Canta para mi, mi ángel de la música!"
Tomó un cambio de rango. Más agudo.
Más agudo. Más.
El último cambio de rango fue el más agudo.
No podía más. Sus cuerdas vocales estaban exigidas al máximo.
"Canta, mi ángel de la música!"
El agudo final fue largo, duradero y potente. Era como un grito. Inundó el teatro entero.
Entonces, Miku cayó muerta a los pies...
Del fantasma de la ópera...
