La bella
Ahora voy a besarte y haré que vuelvas a ser la Bella.
Jeanne no creía en los cuentos de hadas, pero escuchó a Clare contar uno, en parte porque cuando se abstraía en sí misma, su voz sonaba deliciosamente ajena al momento que vivían (las dos solas en el medio del Bosque, demasiado cerca para ser desconocidas, demasiado lejos para ser amantes, demasiado a gusto para no ser amigas, demasiado tensas y sonrojadas para limitarse a eso), para viajar por la estela hasta un lugar lejano, probablemente instalado en lo más profundo del corazón humano que dormía bajo el signo del guerrero. Jeanne prestó atención y no le pareció ni tonto ni inútil, porque su vida le pertenecía a Clare y podía gastarla como mejor le pareciera y si creía que narrar una historia para niños en su oído era importante, entonces ella no le ignoraría como solía hacerlo con Kathia, cuando esta le hablaba acerca de sus hazañas en bares donde provocaba peleas con sujetos armados que supuestamente le molestaban. No, Jeanne incluso disfrutó y pensó que archivaría algunos hechos descriptos en la narración para aplicarlos a su propia vivencia. Porque la Bella besaba a la Bestia y entonces, el pelo desaparecía, las garras se esfumaban, los dientes dejaban de ser afilados y los amantes podían permanecer unidos y ser felices por siempre jamás.
Yo era un monstruo. Me había decepcionado a mí misma. Entonces llegaste tú y…si aún tengo honor, si no se ha manchado y corrompido por mi debilidad, si mi corazón aún es humano y no se ha envenenado con la sangre de mis presas, entonces es todo tuyo para que dispongas de la mejor manera que creas.
Clare y el aroma de su sudor, apretándose contra su cuerpo la primera vez y conciliándole con susurros suaves, maternales. Clare acariciándole la nuca, haciendo correr una brisa fresca por su corazón, aplacando su instinto asesino, esa fuerza oscura que clamaba por destrucción y que sería aplacada solo comiendo a aquellos que debería proteger. Clare, salvándole de la peor parte de sí misma.
Le quedó debiendo el beso. No pudo atreverse, del mismo modo en que le costaba hacerlo cuando estaban tan cerca y solas. ¿Cómo podría, debajo de tantas miradas aterradas? Pero le debía ese último gesto de lealtad. Iba a morir de todos modos. Mejor hacerlo en brazos de la Bella. Mejor que fuese de un modo útil a sus propósitos.
Volverás a ser la Bella y yo me quedaré dentro de ti.
El dolor era tan fuerte que en algún punto, confundió su agudeza con la de un crudo orgasmo.
