Desde hace un tiempo que me enganché a esta pareja, de modo que quería escribir sobre ellas, en un principio solo quería crear la presentación de la historia, contando lo sucedido, aunque me quedó más largo de lo que me esperaba... pienso que fue bastante completo, incluso podría dejarlo así como One-Shot, pero quisiera crear más historia entre ellas, aunque no estaría ambientado en esta zona, pero bueno, eso ya lo vereis más adelante ^^

League of Legends no me pertenece, al igual que ninguno de sus lugares o sus personajes


Runaterra, hogar de grandes naciones, ciudades de progresos y descontrol, además de grandes cordilleras, como las que se sitúan en el Monte Targon, hogar de sueños, aldeas, creencias y dioses, allí habitan grandes tribus, como los Solari, amantes del Sol, su dios y creador de toda vida en el mundo, o los Rakkor, grandes guerreros que creen que la vida se basa en la lucha y se dejan mandar por la ley del más fuerte.

Pero estas montañas no fueron conquistadas solo por dos creencias, habían muchas otras tribus con creencias distintas, entre ellas, la más destacada, los Lunari, quienes pensaban que la luna era el sinónimo de belleza y sinceridad, siempre pura a su luz plateada, pero no por eso descartaban al sol, ya que ambos de compaginaban, el sol ayudaba a la luna a ser tan majestuosa como ellos la consideraban, mientras que el ser plateado ayudaba al resplandeciente sol a no estar solo y a acompañar a la tierra cuando él no podía estar, eran compañeros en el mundo, y por eso no se debían separar a la hora de creer en ellos.

A causa de estas ideas, los Solari, creyentes solo del sol, quienes repudiaban a la luna, le declararon la guerra a los Lunari, prometiendo no dejar ni uno vivo por el poder del sol. Después de casi 15 años, los Solari extinguieron toda vida de los Lunaris, quienes consideraban herejes, pero lo que no sabían, es que uno de sus guerreros, no se vio capaz de llevar a cabo esa atrocidad.

Era de noche, un hombre herido vagaba por el bosque, huyendo de la guerra que tenía lugar en una de las aldeas de los Lunari, había sufrido grandes heridas de una espada, y le costaba caminar, llevaban ya 13 años de guerra insaciable, estaba harto de esas absurdas batallas, al principio él estuvo a favor de defender los ideales de su pueblo, pero no pensó en lo que se encontraría en esa aventura, no lo aguantaba, el olor a sangre, los gritos de agonía, pero no podía rendirse, convertirse en un renegado no era una opción, tenía una familia a la que no podía deshonrar.

Después de casi una hora caminando a duras penas, se desplomó en el frio suelo de las llanuras, olor a hierba... era algo que anhelaba, tan gratificante descansar su olfato del olor a putrefacción...

Pero no le duró mucho tiempo, ya que cayó inconsciente, se vio muerto, toda su vida pasando por sus ojos, su mujer, la hija que estaban esperando juntos, todo había acabado.

Entreabrió los ojos, había una luz que le cegaba, debía haber muerto ya, su dios, el sol, le estaría recibiendo en su olimpo para descansar en paz por fin, pero no pensó que ese majestuoso lugar oliera a estofado de cordero, sorprendido, abrió más los ojos, estaba en una pequeña cabaña, asustado, miro a su alrededor, habían pieles de animales, una chimenea improvisada con un caldero, supuso que habría cordero dentro, volvió a cerrar los ojos, aliviado, no había muerto.

-¿Te has despertado ya?- Escucho el malherido guerrero, su instinto le alertó, no estaba solo, se incorporó como pudo, pero un penetrante dolor en su costado le hizo arrodillarse.

-Aahn...- masculló entre dientes, presionando su herida.

-No te presiones, el ungüento tiene que hacer efecto aún- una delicada mano le ayudo a levantarse, guiándolo a la silla que anteriormente estaba usando. -En poco estará listo- señaló el caldero -Eso hará que te mejores y recuperes antes-

El guerrero, con los sentidos de vuelta, visualizó a la persona que tenía delante, era una mujer de piel pálida y pelo plateado, con unos ojos azules verdosos, era realmente hermosa, tenía una marca en la frente, una especie de luna llena apoyada en una media luna, él sabía que significaba eso, era el símbolo de los Lunaris.

-¡No te acerques!- Exclamó el hombre, buscando alterado alguna herramienta con la que defenderse, agarró una flecha de una aljaba que colgaba no muy lejos de él, apuntando a la mujer con ella. -Eres una Lunari, ¿¡qué quieres de mí!?-

-Cálmate, no pretendía hacerte daño- la mujer se mantenía calmada, estaban en su vivienda, sabía con lo que defenderse en caso de que la situación se saliera de control, y el hombre estaba muy herido.

-¿¡No hacerme daño!? ¡Tu gente a matado a mis compañeros!- gritando, el guerrero empuñó la flecha yendo a por su presa, pero esta cogió un tenedor que había en una mesa a unos centímetros de ella, con el que cambio la trayectoria de la flecha con total calma, con estos acontecimientos, el hombre retrocedió asustado por tal maestría con una herramienta tan simple, pero no pudo moverse mucho, y volvió a caer de rodillas.

-Tus hombres también han matado a mis compañeros, entre ellos mi marido- Explicó mordiéndose el labio, aguantando las ganas de llorar que le recorrían desde ese acontecimiento, pero no era momento de mostrar debilidad.

-¿Y porqué no me matas? me mantienes aquí con vida, curándome las heridas y dándome de comer, ¿qué clase de Lunari eres?- Se sentó en el suelo, dándose por vencido, esa mujer tenía unas grandes dotes en la lucha, lo acababa de demostrar, y él estaba muy herido.

-Tengo asuntos más importantes que pelear por mis dioses, existe algo más fuerte que eso en la vida- la mujer caminó hasta un cuarto paralelo, el único que se veía en la estancia, y sacó una especie de bulto envuelto en una manta artesanal de algodón. -El amor por la familia- y así, desenvolvió el bulto, mostrando a un bebe con una piel pálida, unos ojos marrones y un pelo castaño, no se parecía mucho a la mujer adulta, quién tenía unos atributos más característicos de los Lunaris.

-Creo que... se a lo que te refieres...- dijo el hombre, con su mano derecha hecha un puño, la dirigió a su corazón, pensando en la hija que iba a tener dentro de poco, ya estaba cansado de todas esas matanzas, bajó su guardia, si la mujer quería matarlo no podría hacer nada, no pasaba nada por ponerse un poco sentimental. -Yo estoy esperando a una niña, aunque aún me queda por esperar 6 meses hasta poder cogerla en mis brazos.- apretó más su puño.

-Estoy segura de que tendrás muchas ganas de verla nacer ya.- Se acercó a él con el bebe. -Se llama Diana, no tiene apenas un año, no ha podido conocer a su padre, y posiblemente no recuerde a su madre dentro de unos años.- Hizo una pausa

-Pero tú eres su madre, ¿no?- Indagó el hombre

-Pero acabaré muriendo, vuestra tribu, los Solari, uniendo fuerzas con los Rakkor, vais a acabar ganando esta batalla, y en cuanto me encuentren, me acabarán asesinando.- acomodó mejor a su hija entre sus brazos, dándole el dedo índice para que juegue con él. -Pero Diana no tiene culpa de nada de lo que está pasando, no tiene porque correr el mismo destino que yo.-

-¿Qué quieres decir?-

-Quiero que la lleves contigo y la cuides, edúcala como una Solari más, mantenla con vida, muestrale el mundo que yo no podré enseñarle.- Imploró la mujer mientras su hija sonreía cogiéndole el dedo y metiéndoselo en la boca, intentando morderlo con los pocos dientes que tenía.

-¡Eso es una barbarie! Ella es una Lunari.- el guerrero no pudo remediar enternecerse por la escena de madre e hija, pero tenía que ser realista, si llevaba a una Lunari a su casa sería la ruina de su familia, y posiblemente, la muerte.

-¡Ella es un ser humano, alguien totalmente ajeno a esta guerra!- gritó la mujer de pelo plateado, asustando a su hija, parando de jugar. -Ella no tiene culpa de nada, no debería morir por nuestros errores.- le sonrió a su hija, haciéndole entender que todo estaba bien para que siguiera con su juguete.

-Pero... yo también tengo familia y... podrían llegar a matarlos si hago eso.- desplomado, no pudo remediar entender la razón que tenía esa mujer, él hubiera hecho lo mismo, buscar cualquier posibilidad con tal de salvar la vida de su hija.

-No parece una Lunari- acarició el pelo castaño de la joven, pasando por sus ojos marrones. -No se darán cuenta, y ella nunca deberá saber sus orígenes.-

-Pero tiene la marca de los Lunari.- señaló la frente de Diana, donde se veía una cicatriz, era una luna llena montada en una media luna.

-Si ese es el único problema, lo podré solucionar, pero por favor, sálvala.-

-Yo...- resopló, esa mujer le había salvado la vida, y entendía su posición. -Si puedes arreglar la cicatriz, me la llevaré, la mantendré con vida y la educaré como una Solari.- estaba asustado, iba a correr un gran riesgo, pero la Lunari tenía razón, no tenía las características de los adoradores de la luna.

-Promételo por el dios del sol, haz el juramento de tu clan.- abrazó cariñosamente a su hija, iba a ser la despedida dentro de poco, algunas lágrimas salían de sus ojos, había tomado la decisión correcta.

El hombre se puso de rodillas como pudo, levantó una mano al aire y la otra la mantuvo en su corazón, cogió aire y empezó a hablar.

-Yo, por el poder del sol, guerrero y protector de su camino, juro por mi vida y mi alma proteger la vida, enseñarle el mundo y el sendero a la sabiduría de mi señor a esta niña, llamada Diana.- no estaba seguro de lo que hacía, este juramento era cosa seria, tendría que cumplir sus palabras, pero ya no había vuelta atrás, podría negarse aún, pero sabía que no saldría con vida de allí.

La mujer suspiró aliviada, sabía que suponían esas palabras, el hombre había cumplido

-Ahora es mi turno, como te prometí, camuflaré esta cicatriz.- rozó con la yema de sus dedos el rostro de su hija, le daba lástima tener que esconder el signo de los Lunaris, era su esencia, la muestra de donde provenía, pero no era hora de echarse atrás, había tomado una decisión muy importante, estaba a unos pasos de salvar la vida de su hija.

Diana sonreía a su madre, quién le haba quitado el dedo con el que jugaba, pero se dejaba llevar contenta por su caricias, entonces empezó a notar un sabor salado, eran lágrimas de su madre, quién la abrazaba y lloraba, cayéndole las gotas saladas a Diana, la pequeña se entristeció, no sabía que pasaba, pero no notaba esa sensación de alegría por parte de su madre, aún así mantuvo silencio.

-Lo siento Diana... espero que algún día me perdones por esto, solo espero que vivas una buena vida, te quiero y siempre te querré.- Y de este modo, se acercó a lo que sería la cubertería de la estancia, extrajo un cuchillo y con las manos temblorosas, empezó a hacerle cicatrices en la frente de su hija, camuflando todo rasgo proveniente de los Lunari.

Diana lloraba, estaba sufriendo, notaba como su sangre se derramaba por su rostro, cada vez tenía más heridas profundas en su frente, próximas cicatrices, la bella mujer del pelo plateado lloraba también, esto le estaba doliendo más a ella que a su hija, pero era por su bien.

El hombre no miraba, cuando vio a la mujer empuñar el cuchillo sabía lo que iba a hacer, y aún cuando ha estado en grandes batallas, no estaba preparado para ver a una pequeña niña sufrir, seguía siendo humano al fin y al cabo.

La mujer, soltó el cuchillo por fin, le temblaba todo el cuerpo, su hija tenía todo el rostro lleno de sangre y su frente tan malherida que no se notaba la cicatriz de los Lunari, había hecho tal carnicería que no se podía distinguir. Fue a por una toalla mojada y limpió el rostro de su bella niña, quién no dejaba de llorar, pero no curó sus heridas, la idea era que cicatrizaran, no podía arriesgarse.

-Con esto bastará, nunca sabrán de donde procede.- volvió a abrazar a su hija, era la hora de despedirse, la acurruco un poco entre sus brazos de modo que se durmiera, había llorado mucho, pero después de unos minutos se consiguió calmar.

-¿Estás segura de hacer esto?- cuestionó el hombre, sorprendido aún por las agallas de la mujer al hacerle eso a su propia hija.

-Un poco tarde para arrepentirse- limpió un poco más la herida que aún sangraba. -Llévatela ya, esto está siendo más difícil de lo que pensaba.- cogió aire, envolvió a Diana de nuevo en su manta de algodón, cerró los ojos, frunció el ceño y mordiéndose el labio inferior se la entregó a quién sería su padre a partir de ahora.

-La cuidaré.- dijo en modo de despedida el hombre mientras se incorporaba, el ungüento había hecho efecto, no había comido nada, pero sabía que la mujer estaba sufriendo al ver a su hija partir, por lo que no la quiso torturar más, cogió a Diana y se fue.

La bella mujer lloraba, ya se había ido el hombre, podía desplomarse si quería, se arrodilló en el suelo, abatida, empezó a golpear el suelo con los puños por la impotencia de hacerse cargo de su propia hija, pero había hecho lo correcto. Poco a poco, se acercó a la ventana, contemplando la luna llena.

-Por favor, luna, cuida de Diana, es lo único que te pido...- Y así, volvió a caer en el llanto.


Habían pasado 16 años desde ese sucedido, Diana tenía 17 años, vivía en el clan de los Solari, pero se sentía bastante fuera de lugar, sus compañeros la molestaban por su piel blanca, su familia no la tenía mucho en consideración excepto su hermana pequeña, Cloe, la cual idolatraba a su hermana mayor, ya que aún si la gente la molestaba, seguía siendo una de las mejores guerreras de su academia, su única oponente era su mejor amiga, Leona.

Leona era una bella chica, de la misma edad que Diana, con un cabello aún más castaño que el de Diana, como sus ojos, además de una bella piel morena, la cual brillaba como los mismísimos rayos del sol, Leona, a diferencia de sus compañeros, no se dejaba llevar por las apariencias, se había interesado en Diana desde que la vio cuando eran pequeñas, parecía una muñeca de porcelana, sobresalía de todas las demás personas, más adelante, la vio como una digna rival en combate, ya que los demás alumnos no se le podían igualar.

Pero los padres de Leona no estaban de acuerdo con que compartiera amistad con esa Solari marginada, pero a ella no le importaba, no se iba a dejar llevar por las normas de su casa, no quería abandonar una amistad tan fuerte, ni tampoco iba a dejar sola a Diana, una chica indefensa, Leona tenía mucho sentido de la justicia, de defender a los más débiles.

Una tarde, ya terminadas las clases de combate con armas de filo, se fueron a andar por el bosque solas, donde consiguieran un poco de paz.

-¿Estás preparada para mañana? es el gran día.- Leona estiraba los dedos, haciéndolos crujir, deseando que llegara el evento tan esperado.

Después de todo, tenían 17 años, iban a hacer la prueba final de sus clases, para convertirse en verdaderas guerreras. Este evento consistía en pelear contra otro alumno que eligieran los profesores, el vencedor pasaría como apto para formar filas con los guerreros, mientras que el perdedor, debería pasar otro año en la academia, con la carga de haber fracasado y la humillación de deshonrar a su familia.

-Sólo espero que no me pongan contra ti, me gustaría que pasáramos las dos la prueba.- con calma, la chica con la piel más pálida sonrió, estaba un poco nerviosa por lo que se aproximaba, pero a la vez era su oportunidad de ganarse la confianza de los suyos.

-Dudo mucho que lo hagan, somos de las mejores de la clase, querrán que pasemos las dos.- Leona agudizó el oído escuchando una gran corriente de agua, estaban cerca de su escondite secreto, el cual estaba detrás de una gran cascada, cogió la mano de Diana y salió corriendo a su destino.

Diana, sonrojada, no le quedó otra más que seguirla sin protestar.

-Sólo espero que no pase nada mañana.- Se preocupo la Lunari mientras se sentaba en la paja que había en el suelo para no ensuciarse, ya habían llegado a su escondite.

-Es cierto que luchamos con armas de verdad, pero rara vez ha pasado algo, los entrenadores no buscan que matemos a nuestro adversario, solo medir nuestras cualidades.- Diciendo eso, la Solari movió una roca, donde escondía unos lápices de colores, de ese modo empezó a dibujar tonterías en las paredes de la cueva para entretenerse.

-Pero el año pasado salió un chico muy malherido por unas dagas, solo no quiero que te pase nada, Leona.- indecisa, Diana empezó a jugar con sus dedos, tenía confianza en si misma como guerrera, pero aún así tenía ese lado de duda por la seguridad de su mejor amiga y la suya propia.

-No nos pasará nada, somo de las mejores de la clase.- Sonrió la Solari, iluminando la cueva como si fuera el mismísimo sol, quitándole todas las dudas a la Lunari, era increíble como con tan poco se sentía segura. -Igualmente, Diana, yo siempre te protegeré.- volvió a sonreír.

-Siempre dices lo mismo.- suspiró

-¡Pero es verdad! Es la razón por la que quiero ser aún más fuerte, quiero mantenerte siempre a mi lado, no te pasará nada mientras estemos juntas.- Exaltada, Leona movía los brazos de un lado para otro intentando dar credibilidad a sus palabras.

-Eso siempre es bonito de escuchar...- Sonrojada, Diana miró a otro lado.

-No es que sea bonito de escuchar, ¡es que es verdad!- Leona infló uno de sus mofletes, haciendo un puchero, pero tuvo una idea, y empezó a escribir en la pared. -"Yo, Leona de los Solaris, prometo proteger siempre a Diana, la persona más importante para mí, de todos los problemas que puedan suceder de aquí adelante, y estar siempre a su lado."- Decía mientras iba escribiendo, dejando perpleja a Diana, quién se volvió a sonrojar.

-No es necesario...- Mientras hablaba, su amiga firmaba con su nombre al final del párrafo.

-Vamos Diana, ahora tienes que firmas tú.- explicaba mientras le cedía el lápiz. La Lunari firmó mientras volvía a leer el mensaje, era algo grandioso sentirse tan querida por alguien. -Ahora queda hacer el pacto.-

-¿El pacto?- preguntó dudosa Diana.

-Sí, cuando mis padres se hacen promesas entre ellos, luego lo pactan con un beso, de ese modo no se olvidará.- Leona no era tonta, había pasado mucho tiempo sintiendo algo por Diana que no era solo amistad, y aunque a veces lo demostrara sin querer, no se atrevía a decírselo, pero de este modo, podría probar sus labios sin que ella sospechara, eran un plan perfecto. -¿Pasa algo?.- Interrogó a su amiga, quién parecía confundida.

-¿Cómo un beso?- La Lunari no estaba segura a que se refería, un beso en la mejilla, la frente...

-Así.- y de este modo, la Solari aprovechó para rozar los labios de su amiga con los de ella, fue muy fugaz, demasiado corto para lo que deseaba Leona, pero no podía arriesgarse, aún así, el escaso roce ya causo una gran alegría en su corazón, haciendo que este saltara eufórico mientras su piel se erizaba por la electricidad sufrida.

En cambio, Diana estaba confundida, en sus ideales de "darse un beso con su mejor amiga" no estaba el hecho de hacerlo en los labios, aún así no protesto, eran una niñas aún, sería solo un juego, aunque ese entretenimiento le había causado una gran corriente por su cuerpo, pero no le dio importancia.

-No seas infantil.- La Lunari le dio un codazo a su amiga, quedando el roce de sus labios en el olvido, el cual, portaba una promesa muy importante para ambas.


El público aplaudía, Leona había hecho una gran demostración de sus habilidades ganando a su rival, la gente silbaba mientras gritaban su nombre, era querida por todos, la Solari se acercó a su rival, brindándole la mano para levantarse, elogiándolo por la gran batalla que habían tenido, después de eso se fueron a las gradas para que empezara el próximo combate.

Era el turno de Diana, cogió una espada corta y se dirigió al campo de batalla, su rival era uno de los mejores de la academia, su nombre era Bazki, el cual cogió una lanza para situarse enfrente de Diana, ambos se prepararon para la batalla, el entrenador, quién hacia de árbitro, dio la señal para que empezaran.

Al principio estaban igualados, pero Diana sólo se defendía, evadiendo sus estocadas hasta que Bazki se debilitó, la estrategia de la Lunari había funcionado, poco después empezó a ser más agresiva, Leona la miraba desde las gradas orgullosa, con una gran sonrisa en su rostro, mientras que nuestra guerrera empezaba a herir levemente a su rival, haciéndole pequeños cortes en las piernas y los brazos, el rival estaba casi en las últimas.

Pero Bazki pegó un grito, estaba intentado darse ánimos él solo, sacando las pocas fuerzas que le quedaban, el público lo aclamaba, querían que él saliera vencedor, eso le estaba confundiendo a Diana, sabía que Leona la estaba animando a ella, pero no se le oía a causa de la multitud, lo cual le entristecía, se empezó a desmoronar mientras se defendía de los golpes del Bazki, cada vez más agresivos.

La Lunari buscó con la mirada rápidamente a su amiga, necesitaba algo que la motivara a seguir peleando, pero con eso solo consiguió abrir una apertura en su defensa, de modo que su rival la aprovechó, rozándole con la lanza en un costado del abdomen, en el último momento, Diana consiguió esquivarlo para que no se lo perforase, pero aún así le hizo una herida muy profunda. Leona gritaba desde su asiento, asustada, veía como Diana no podía seguir el ritmo, no dejaba de sangrar, con una mano defendía con su espada mientras con la otra paraba la hemorragia, pero los entrenadores no hacían nada.

Diana, nublándosele la vista, perdió su espada tras una estocada con la lanza de su rival, estaba perdida, no podría hacer más, había perdido, y Bazki lo sabía, le pegó una patada hasta tirarla al suelo y levanto la lanza, apuntando hacia ella.

-Ahora, voy a darle al público lo que lleva queriendo desde hace mucho tiempo.- con eso dicho, Bazki intentó asesinar a la Lunari, pero un gran estruendo acompañado de una luz cegadora paró el combate, el público estaba inquieto, no se veía nada, hasta que la luz brillante fue disminuyéndose.

Y ahí estaba, Leona, una de las mejores Solaris en combate, de las mejores personas en ese triste clan, portando un escudo dorado con tonos rojos, con el emblema del sol en la cima, la castaña había defendido a su mejor amiga, ya que con el escudo había parado la lanza, pegó un golpe con él alejando la lanza y acto seguido, arrastró su brazo, de donde salió una espada dorada con el mismo emblema que el escudo, golpeando el arma que aún sostenía Bazki, haciendo que la tirase al suelo.

-Dije que te protegería siempre, Diana.- dijo sería Leona, apoyando el enorme escudo y clavando la espada en el suelo de tierra.

La gente empezó a gritar de emoción, sabían que significaba esto, después de casi 100 años, había nacido de nuevo la profeta del sol, esas armas que le fueron otorgadas eran del mismísimo dios que idolatraban, algunos salieron corriendo a buscar a los sabios para darles la noticia, había empezado una nueva era.


-Aah...- suspiraba una aburrida Lunari tumbada en su cama, desde el día de las batallas para subir de rango, Leona estaba muy ocupada, se había convertido en la nueva profeta del sol, alguien a quién esperaba el pueblo desde hace mucho tiempo.

Ahora su mejor amiga entrenaba en lo alto de la cima del monte con los sabios de la tribu, enseñándole unas habilidades y unas creencias que debía aprender como la nueva protectora del pueblo, ya que nuestro dios la había mandado a la tierra para protegernos, o al menos eso decían los sabios.

Ahora Diana gastaba su tiempo leyendo y mirando la luna, tenía más tiempo para pensar en las cosas, y eso le causo dudas sobre sus creencias, las cuales nunca le habían convencido, ya que en su clan, el sol lo era todo, el creador de la tierra y los seres vivos, de la luz y la oscuridad, era un todo. Pero esos ideales también dirigían un gran odio a la luna, un sustituto del gran dios que era el sol, pero nuestra Lunari no se sentía así, habían momentos en los que no se sentía una Solari.

Diana fue a la biblioteca a buscar más libros para leer, le gustaban los que hablaban de fantasías o grandes guerras, pero se había leído casi todo lo que había en ese recinto, y llevaba sin ver a Leona desde hacía casi 3 meses, pero la seguía recordando, al igual que esa promesa acompañada de un beso, solo esperaba que Leona también lo recordara.

Buscando, encontró un manuscrito antiguo, habían partes quemadas, pero se podía leer lo que ponía, hablaba de una antigua tribu, los Lunaris, Diana al principio pensó que se trataba de un libro de fantasía de esos que tanto leía, por lo que se sentó en una esquina de la biblioteca y empezó a leerlo.

Era más interesante de lo que se creía, hablaba de una antigua civilización, la cual idolatraba a la luna, pero no infravaloraba al sol, cada uno tenía su papel en el mundo, siguió leyendo, estas personas se caracterizaban por una piel pálida, un cabello plateado y unos ojos del mismo color, pero lo más importante para ellos, era una cicatriz en la frente con forma de luna llena montando una media luna, Diana se tocó la frente, ella no tenía eso, pero si un montón de rayas en la frente, su padre le dijo que eran de nacimiento, pero realmente le estropean su hermoso rostro.

La Lunari siguió leyendo, se sentía identificada con los ideales de esa tribu, por lo que su curiosidad aumentó, y decidió preguntarle a su padre sobre ellos, pero cuando lo hizo, su padre se puso nervioso, y le resumió un poco lo que él sabía, había habido una guerra hace muchos años contra ellos y ganaron los Solaris, extinguiendo completamente a los Lunaris, quienes fueron grandes rivales.

Diana intento sacarle más información, pero su padre, nervioso, le ordenó guardar silencio, en esa guerra se perdieron muchas vidas de nuestro clan, por lo que era un tema tabú, pero con eso solo consiguió causarle más intriga a la pequeña, la cual buscaba y buscaba más información sobre los Lunaris, le hubiera gustado compartir toda esa información con su amiga Leona, pero el tiempo pasaba y seguía sin poder verla, hasta que pasó un año desde su ida.

La Lunari se estaba volviendo loca, no dejaba de pensar en su amiga Leona, le habían dicho que volvería en unos días, pero eso solo causaba que los minutos y las horas fueran más largas, además, su búsqueda sobre los Lunari no había triunfado, llegó un momento en el que se estancó quedando muchas preguntas sin responder por la escasa información en los libros.

-Diana, baja un momento.- la llamaba su padre, ella sin responder, simplemente le hizo caso.

-Hola...- escuchó la Lunari desde la puerta, era una voz indistinguible, se trataba de su mejor amiga, la ahora leyenda del clan, ambas no pudieron aguantar sonrieron ampliamente, llevaban muchísimo tiempo queriendo verse.

-Bueno, yo os dejo solas, me alegra volver a verte, Leona.- se despidió el hombre dejando a las dos amigas en la sala de estar.

Diana no lo pudo aguantar más, empezó a llorar de alegría, su sol había vuelto, la que iluminaba sus días, la volvía a tener delante de sus ojos, con un pequeño sollozo, fue corriendo a por Leona, la abrazó tan fuerte que no pudo aguantar las otras lágrimas que buscaban salir de sus hermosos orbes.

-Tranquila, he vuelto por fin, te he echado mucho de menos, Diana.- decía la Solari mientras acariciaba su espalda, llorando en silencio de felicidad para no preocupar a su amiga.

-No te vuelvas a ir, por favor.- Imploraba la Lunari, abrazándola más fuerte.

-Hicimos una promesa, no te voy a dejar así como así.- correspondió al abrazo del mismo modo.

Diana, al recordar la promesa, se alegro, era algo que no había pensado mucho en todo este tiempo, pero Leona tenía razón, le prometió que no la dejaría sola, que estaría siempre a su lado, hicieron el juramento con un beso, ¿que puede haber más fuerte que eso?

Cierto, lo sellaron con un beso

-¿Prometes no irte de nuevo?- preguntó la Lunari, sacando su rostro del cuello de su amiga y mirándola a los ojos.

-Lo prometo, mi entrenamiento ha acabado.- Leona sonrió, era un momento muy íntimo, pero Diana no quería dejarlo solo ahí.

De modo que se acercó a los labios de su amiga, esta vez no fue un fugaz roce de labios, se quedaron juntos, sintiendo todo contacto de la otra, la Solari no lo podía creer, no se esperaba una bienvenida tan buena, pero lo estaba disfrutando, lo que no pudo hacer ella bien una vez lo había conseguido su amiga, "su amiga", que poco le gustaba llamarla así, pero tenía que hacerlo, era necesario.

Se separaron un poco, mirándose a los ojos, estaban con un leve sonrojo y la piel de gallina, la Lunari sentía el corazón a mil por hora, se extasiaba, como si acabara de probar un afrodisíaco, pero ya habían pactado, aunque ambas quisieran más, no estaban seguras si era algo unilateral, no se atrevían a robarle otro beso a la otra, pero a la vez no se querían mover, seguían mirándose a los ojos, con los brazos de cada una en la espalda de la otra, tan juntas...

-Leona, ¿quieres quedarte a cenar?- cortó el ambiente la madre de Diana desde la cocina, a causa de eso, ambas volvieron en si, se separaron y miraron a otro lado, estaban muy avergonzadas por lo que acababa de pasar, los impulsos de Diana le ganaron y se sentía mal por ello, aunque, después de tanto tiempo, había descubierto que era lo que sentía realmente por Leona, sin saber, que la susodicha, llevaba sabiendo mucho tiempo lo que era estar enamorada de su amiga.


-¿Y esto es lo que estuviste haciendo mientras no estaba?- Preguntaba Leona a su amiga, mirando unos manuscritos que escondía la Lunari en su habitación.

Después de tanto tiempo sin verse, se fueron a la habitación de Diana y se pusieron al día sobre la vida de cada una, el entrenamiento de Leona había sido realmente intenso, posiblemente no la ganaría ahora, y aún menos con su armadura divina, pero la Lunari no se había quedado atrás, había conseguido ganar el evento de este año y postular para las filas de guerra, pero lo que más ganas tenía de contarle era sobre su descubrimiento.

Para su sorpresa, Leona ya los conocía, en la cima de la montaña, los sabios le contaron todos los secretos de su historia, incluida la gran guerra contra los Lunaris, de ese modo, ella sabía que toda esa información estaba guardada en archivos que escondían los sabios en el gran templo del sol. Pero lo que no sabía la Solari, es que con ese descubrimiento, le había quitado el sueño a Diana, por las noches no hacía más que pensar en como deberían de ser esos archivos, las grandes historias que narrarían, a causa de eso, un día intentó colarse dentro del templo y echar un pequeño vistazo a esos manuscritos, pero no lo consiguió, y fue encerrada.

Leona, al enterarse, se sintió culpable por revelarle esa información, ella ya conocía la curiosidad de su amiga, y no la tomó en cuenta, pero lo que ella no sabía, era que la razón por la que fue encarcelada no era solo por ser una ladrona, si no porque su argumento hacia sus acciones eran saber más sobre los Lunari, lo cual se lo dijo a los sabios, estos, asustados por los conocimientos de la joven, la mandaron a prisión, buscando su silencio, pero Diana no estaba por la labor de seguir sus reglas, lo que la llevo a la ejecución.

-Esto tiene que ser una broma...- Musitaba Leona, temblando, incrédula por la noticia que recorría aquellas calles, su mejor amiga, Diana, la persona más importante para ella, estaba sentenciada a muerte. -No lo permitiré.- y así, apretando ambos puños, fue a por sus prendas divinas para dirigirse a donde se llevaría la decapitación de su amiga.


-¡Soltarme!- forcejeaba una indefensa Diana con lágrimas en sus ojos. -¡No podéis ocultar la verdad!-

Pero los guerreros que la cargaban no estaban por la labor de escuchar sus lamentos, por lo que le pusieron una venda en la boca, haciéndola callar, al rato, llegaron a su destino, una zona desierta con unas viejas vigas sujetando unas tablas de madera con unos hierros, y entre ellas tres agujeros, dos para las manos y uno para la cabeza, donde la pusieron para exponerla al público.

Su ejecución ya era noticia, pero como todas, se hacían por la noche, cuando el sol no hacia acto de presencia. Diana miraba a todos lados, la gente empezaba a hacer un circulo, como si fuera un espectáculo, su familia estaba allí, su madre y su hermana pequeña lloraban en los brazos de su padre, quien aparentando ser fuerte, aguantaba las lágrimas. Se sentía humillada, musitó unas disculpas hacia su familia que solo ella pudo escuchar, atragantándose por el fuerte nudo en la garganta que la presionaba, era su final.

Cerrando los ojos, la Lunari se dejó llevar, pero un fuerte estruendo la obligó a volver a abrirlos, era Leona, equipada con su armadura dorada y sus espectaculares armas, al ver tal escena, sintió una pequeña esperanza, la Solari andaba decidida hacia donde su amiga estaba siendo expuesta, pero rápidamente unos guerreros fueron a pararla, pero fue en vano, hasta que llegaron los sabios, quienes se pusieron de barrera entre Leona y Diana, crujiéndose los dedos, se pusieron en posición de ataque.

-Elegida, no hagas esto más difícil, en esta tribu hay normas muy estrictas para los herejes.- decía uno de los sabios, pero la Solari no le escuchó, poniéndose en pose de combate.

-Le hice una promesa, no la voy a romper ahora.- Y así, lanzó una embestida hacia el escuadrón, pero ellos habían sido quienes le enseñaron a luchar así, por lo que no se podían comparar.

Después de una dura pelea, Leona estaba cansada, no conseguía bajar la guardia de sus maestros, de modo que uno de ellos aprovecho para encajarle un golpe en la nuca, dejándola en el suelo inconsciente.

-Descansa, pequeña profeta, no tenemos tiempo para esta clase de sentimentalismo, cuando despiertes hablaremos.- Dicho eso, los sabios encararon a Diana, cediéndole el arma con el que mataría a la hereje a uno de los guerreros, pero la Lunari sabía a quién se la estaban dando, era Bazki, contra quién combatió un año atrás y casi la mataba.

El arma, sujeta por Bazki, se elevaba señalando a Diana, buscando acabar todo de un golpe, esa escena le sonaba, la había vivido con la misma persona, solo que esta vez no era una lanza, si no una gran espada, asustada, buscó con la mirada a su amiga, quién yacía en el suelo inmóvil, esta vez no sería como la última vez, no vendría Leona a salvarla, cerró los ojos, lloraba como nunca antes había llorado, el arma iba bajando, la Lunari miró hacia arriba, la luna les estaba mirando.

-¡QUERIDA LUNA, AYÚDAME!- imploraba como podía, ya que tenía un nudo en la garganta tan grande, que no le salían las palabras , lagunas recorrían su rostro mientras sentía que se le acababa el aire.

Una luz plateada rodeó el lugar, haciendo que Bazki tirara el arma de la impresión, no se veía nada, la gente empezó a gritar asustada, pidiendo al sol que les ayudara, pero era demasiado tarde, el sol estaba durmiendo, era la hora de la luna.

De ese modo, Diana se rodeó por esa luz, empezó a sentir como sus prendas se desintegraban, cambiándolas por una armadura plateada, vio sus manos, tenían un símbolo, lo reconocía, se trataba de la insignia de los Lunaris, esa tribu por la que tanto se había informado, asustada, empezó a gritar, sentía como todo su interior cambiaba, un poder inmenso la inundaba, levantó los ojos al cielo, mirando de nuevo a la luna, sintió como esta le hablaba, pero no la entendía, hasta que un gran dolor de cabeza la hundió en la desesperación, las cicatrices falsas de su frente estaban desapareciendo, creando tejido en esa zona, viéndose así la verdadera cicatriz de nacimiento, el símbolo de los Lunaris.

Pero eso no acababa ahí, miles de imágenes le recorrieron por la mente, la guerra de los Lunaris contra los Solaris, el como su verdadera tribu perdió, el trato de su madre y el hombre que pensaba que era su padre, el como camufló con un cuchillo las cicatrices de su frente, para finalizar, con la muerte de su madre a manos de una emboscada de los Solaris. Empezó a gritar, estaba confusa, ¿que significaba todo eso?, ¿Qué más cosas se le habían ocultado?

Engañada y confusa, levantó los brazos con fuerza, destrozando las maderas que la mantenían inmóvil, empezó a gritar de agonía mientras miraba el cielo, la sangre le hervía, su poder se estaba saliendo de control, bajó la vista, contemplando a las personas que minutos antes pensaba que eran sus compañeros, pero ahora solo le parecían escoria, ya sabía por fin quién era, y que le habían hecho a su verdadera gente.

Con furia, lanzó un fuerte puñetazo al aire, de donde salió una espada curvada plateada, con una luna en el mango, Diana la sujetó con fuerza, sintiendo la fiereza de esa nueva arma, de una estocada al suelo, la luz lunar del lugar se dispersó, quedando ella en el centro del círculo que habían formado los Solaris, el público la miraba horrorizado, el pelo se le había cambiado de color a una especie de plateado, como el de la luna, ya no poseía ese tono castaño, al igual que en sus ojos, que cambiaron al color de su cabello, pero eso no era lo que asustaba a la muchedumbre, si no, el símbolo que tenía en la frente, representaba a los Lunari, las personas más mayores lo reconocieron rápidamente, ya que pelearon contra ellos, entre ellos su padre, quién cogiendo aire, agarró a su esposa y a su hija para salir corriendo del lugar, algo que nadie más hizo, ya que la situación los había congelado.

Los sabios se pusieron en guardia, tenían delante de ellos a la profeta de la luna, un ser tan poderoso como era la protectora del sol, ordenaron a las personas dispersarse, pero pocos les hicieron caso. Diana sabía que los sabios iban a ir a atacarla hasta matarla, furiosa, pegó un corte en el aire, creando una onda tan grande que partió en dos a los guerreros que tenía más cerca, entre ellos Bazki, pero no se paró ahí, siguió atacando a todas las personas que ahí estaban, matando a cada Solari con el que se encontraba, creando una carnicería de agonía y olor a sangre, pero no le importaba, ella solo gritaba de furia, buscando venganza por su gente.

El lugar se quedó desértico, había muerte y sangre por el suelo, excepto un cuerpo, el de su amiga Leona, quién aún inconsciente, se mantenía tumbada en la tierra bocabajo, la Lunari se acercó a ella, empuñando el arma hacia su cuello, solo faltaba ella, la guardiana de la gente que más odiaba, su ahora, peor enemiga, relajó los brazos, ya no se sentía con tanto odio como para matarla, le dio la vuelta para encontrar su rostro, ella no era como esa gente a la que acababa de matar, era la chica de la que estaba enamorada, era la única persona que la supo comprender, tiró el arma, sentándose en el suelo para apoyar el cuerpo de su amiga en sus brazos, le acarició el cabello, el rostro, la mecía entre su cuerpo.

No podía matarla, prefería morir ella misma antes que hacerla sufrir, mirándola, se acercó a sus labios, depositando un tierno beso, era la despedida, Diana sabía que no podía quedarse más tiempo en ese clan, pero Leona debía seguir con su legado, la dejó delicadamente en el suelo, cogió su arma y se dispuso a irse, escondiéndose en el frondoso bosque, no tenía nada de lo que arrepentirse, había tomado una pequeña venganza, su familia estaba a salvo y su amiga seguía con vida, aunque el odio le seguía carcomiendo el alma, una pizca de felicidad la ayudaba a aguantarlo, había besado a la persona de la que estaba enamorada, la había sentido por última vez antes de alejarse de ella, de ese modo, se perdió por el Monte Targon, buscando su propia forma de vivir con una mezcla de sentimientos.

Adiós Leona, espero que algún día volvamos a vernos.