I

No sabían cuánto tiempo llevaban con aquello, pero todavía no lograban entender cómo había llegado tan lejos. Era completamente irracional para ella, insensato y descabellado para él. Pero ni ella quería que la respiración entrecortada del chico dejara de acariciar la piel de sus mejillas, ni él dejar de deslizar sus manos por sus muslos y caderas… porque contra todo pronóstico aquella locura se sentía bien, de una forma estúpida e imprudente. La sublime sensación del vello erizándose con cada roce a veces provocaba que entrelazaran las manos sobre la almohada de manera inconsciente, aunque las separaban tan pronto como se daban cuenta de haberlo hecho.

—Esto es solo sexo —había dicho él la primera vez.

—Solo sexo —había respondido ella.

Ambos sabían bien que no debían perder la cordura en aquellos momentos de debilidad. Entre ellos no había cabida para el amor, el simple hecho de pensarlo se sentía equivocado, erróneo. Él era demasiado orgulloso y ella no quería perder la dignidad. Sin embargo, ninguno pudo evitar que terminaran saltando chispas con tanto roce. Fue por eso que ninguno trató de buscar al otro cuando la guerra finalmente estalló… a pesar de que ella se moría por agarrar su mano, a pesar de que él sólo quería comprobar que estuviera bien.

Ambos empuñaron fuertemente sus varitas y lucharon como nunca para tratar de olvidar que se sentían conectados al otro de una manera muy poco sensata. Se concentraron en el olor de la sangre que había sido derramada por doquier, en los gritos desesperados de los que sufrían una herida mortal y en los llantos de los que habían mirado el vacío en los ojos de algún amigo caído en batalla. Se mezclaron en el caos, se unieron al revuelo con la misma imprudencia con la que accedieron a verse aquella primera noche. Ambos temblaban como aquella vez sobre las sábanas mojadas, confundidos y avergonzados por lo absurdo de sus actos.

Porque se suponía que él debía respetar el estatus de sangre, porque ella nunca había imaginado intimar con el enemigo.

Pero a pesar de sus constantes intentos de evitarse, tal y como había pasado tiempo atrás, terminaron encontrándose de nuevo. Draco bajaba de dos en dos los peldaños de la escalera, Hermione las subía por el otro lado. Los dos se sintieron al instante, ambos voltearon al mismo tiempo. Sus ojos se cruzaron en medio de aquel caótico y confuso ambiente y los dos sintieron como si el tiempo se hubiera ralentizado para el gentío que huía en todas direcciones a su alrededor.

Él apreció las ondas que había hecho su melena al girarse para mirarlo, ella se quedó clavada en su grisácea y perdida mirada.

Ambos creyeron que aquella sería la última vez que se verían, por lo que se apresuraron a aprovechar ese ínfimo instante en el que, a pesar de estar tan lejos, se sentían envueltos en los brazos del otro. Esta vez sin gemidos, esta vez con dolor. Pero un chispazo violeta pasó lentamente entre ellos, que se negaban a aceptar que aquel segundo eterno tenía que acabar. Aquel segundo de gracia que les había concedido un último momento para recordar lo que habían vivido juntos y en secreto.

Un chispazo violeta que les devolvió a la realidad, haciéndoles entender que, aunque habían logrado dominar las batallas libradas en la cama, aquella guerra era otra muy diferente. Y había que ganarla.

Por eso ella volvió a girarse para seguir con su camino, por eso él hizo lo mismo en dirección contraria.

Porque estaban en bandos contrarios, porque luchaban en ejércitos opuestos… tan opuestos e incompatibles como ellos mismos.

Ambos creyeron que aquel día sería la última vez que se vieran. Ambos lo dieron por sentado.

Los dos se equivocaban.