En las mañanas madrileñas, Antonio seguía paso a paso su rutina, las mañanas madrileñas que nunca olvidaría, las mañanas de un Marzo de 1931. Se levantaba diario a las 7:30, una ducha breve, un sorbo de café ya preparado por el ama de llaves, un par de pesetas se metía en el bolsillo y una bendición ante el retrato del 'Divino Niño' que tenía en la sala, y salía a iniciar la jornada.
Pasaba por "La Aragoneza" a pedir un pan caliente y unos turrones para la tarde, y se dirigía a la oficina. Recorría calles llenas del bullicio matutino, de los primeros buenos días de los habitantes y de las primeras risas infantiles, aún con el ligero sabor a café en sus papilas gustativas y en sus fosas nasales el aroma del rocío. Si en algún momento le hubieran dicho a Antonio lo que el destino le deparaba, no abría dudado en hacer más ameno el recorrido, disfrutarle más y no ir con prisas como usualmente hacía, como por ejemplo esa mañana, donde con la sonrisa de diario corría casi para quedar sin aliento pues en menos de 5 minutos empezaba su trabajo.
El edificio era enorme, blanco e imponente. En él, trabajaban más de 10 periodicos, el de Antonio, nada pretencioso, semanal, con temas liberales y patrióticos, fundado por algunos de la generación del 98 y dirigidos por otros de la del 27, "El matador" se llamaba, un periodiquillo que con suerte alcanzaba a 100 personas por publicación, pero que se esperaba si apenas llevaba tres años. Trabajaba como editor, catalogaba los reportes, los poemas y toda clase de escritos que habían sido aprobados por el editor en jefe. Reporteros, escritores, poetas, novelitas, Antonio conocía de todo, llevaba una vida amena, una vida sin preocupaciones, amaba su trabajo, amaba su rutina...
Despuntaba el alba, hacía frío joder, en Salerno empezaba el Otoño, el aire frío olía a dolor, la guerra empezaba a alcanzar el nivel que tanto se temía. Dirigió su vista hacía la ventana, entre las montañas se vislumbraba el sol alzarse. Antonio extrañó el café diario de Carmén, el olor de rocío de mañana madrileña, la sonrisa del dueño de la Aragoneza y la vista del enorme edificio blanco donde tarabajaba.
— Despierta holgazán —Sentado al borde de su cama, Lovino miraba hacía la misma dirección que él, ¿En qué piensas Lovino? se preguntó por dentro, se le hizo un nudo en la garganta—. No es tiempo de dormir. —Soltó chasqueando la lengua y golpeo levemente la colcha de la cama.
— Tuve un sueño nostálgico. —Empezó a decir al desperesarse—. Más bien, un recuerdo, de hace mucho tiempo.
— ¿Y tan bueno fue? —Susurró— No despertabas. —Tragó saliva con dificultad al decir aquello
— Soñar nunca me ha caído mal. —Contestó con una sonrisa—. Buenos días Lovino.
— Ya tendrás tiempo para dormir cuando todo esto acabe. —Se dio media vuelta y se dispuso a salir de la habitación—. Buongiorno Antonio. —Y desapareció del lugar perdiendose por el pasillo.
—Entonces puedo irme preparando para una larga noche en vela. —Dijo en voz baja.
Una vez más, van 38 sacos de granos de arroz, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos.
— Cuarenta y dos. —Susurró.
La mañana de 1931 volvió a su mente, ¿Qué había hecho exactamente? A las 8:50 llegó a paso lento a la Aragoneza, el dueño había dicho algo sobre la abdicación del rey, el inicio la de nueva Republica, Antonio sacó una retazo de papel arrugado del bolsillo trasero del pantalón, garabateó sobre él y ya dejando pagado su futuro almuerazo salió del establecimiento.
— Cuarenta y tres —. Continuó contando. Esa mañana estaba más añorante que usualmente, no pintaba nada bien su desempeño laboral en ese día. Se masajeo las cienes, se abotonó los primeros tres botones del sueter tejido que llevaba y se sentó en el suelo del almacén.
— Caray. —Replicó—. Tremendo dolor de cabeza. —Cerró los ojos recargandose en los costales de arroz que hace rato estaban inventariando apilados a lado suyo, su mente volvió a vagar en el pasado, los interiores del edificio blanco volvieron a él.
Antonio entró en la oficina, como diario, juraba que las maquinas de escribir en conjunto de todos los empleados tocaban meticulosas melodias de vals. Se encontró con uno de sus colegas, Francis, un periodista francés, llevaba ya año y medio en Madrid.
— Luces horrible. —Se burló Antonio—. ¿Cuánto en vela ya?
— Mon ami. —Respondió el otro encarandole—. Cuatro noches —Soltó un suspiro—. No sabes cuanto enividio tu frescura. —Esbozó una media sonrisa.
Antonio estaba a punto de decirle algo, pero de reojo alcanzó a mirar el reloj de pendulo colgado en la pared frente suya, haciendo señas de seguirle empezó a subir por las escaleras.
— ¿Cómo pinta "El matador" ? —Preguntó Francis mientras subían.
— Igual, sin los lectores que quisieramos tener. —Contestó Antonio sonríendole. Joder, ya iba 5 minutos tarde—. Si tu envidias mi frescura, yo tengo mis razones para envidiarte también tu cansancio. No tener demanda es lamentable.
— Y yo te repito —¿Ya cuantas veces le había dicho aquello Francis?—. Tu lugar no es ese.
Terminaron de subir la empinada escalera, se preguntaba Antonio todos los días, el dueño si que les tenía rencor o si no ¿Por qué mandar a su periodico hasta el primer piso del edificio? Apenas puso un pie en la planta como tal y una voz enseguida le gritó.
— Llegas tarde Antonio. —Volteó hacia todos los lados y se encontró con la dueña del "regaño". Una joven, rubia, ojiverde, con una sonrisa pícara.
— Emma. —Le llamó sonriente—. ¿No tenemos alguna regla que diga que es permitido llegar máximo 5 minutos tarde? —Guiñó un ojo y se abrió paso entre la chica.
— No. —Le contestó juguetona— Si siempre llegaras temprano posiblemente podríamos implementarla, pero caray Antonio, vives cerca, deberías incluso estar aquí primero que todos.
— Emma, dulzura, esta vez fue mi culpa. —Emma volteó hacía atrás, no había notado para nada la prescencia del francés. Se sintió avergonzada un momento, Antonio había logrado acapar toda su atención, de nuevo.
— Bonjour Francis —Saludó, el chico sólo atino a sonreír discretamente—. ¿Qué ganas defendiéndolo? Así nunca entenderá. —Bromeó la chica, Antonio les sonrió con todos los dientes y negó ligeramente.
Una vez más el reloj de la oficina le indicó que era tarde, tarde y el trabajo no se hacía por si solo, Antonio siguió caminando entre los escritorios de la oficina hasta llegar al suyo, dejó sobre él su maletín y en el respaldo de la silla lanzó su abrigo.
— ¿Qué de nuevo Emma? —Preguntó Antonio volviéndose hacia sus amigos.
— Nada, el mismo que la semana pasada, y la antepasada. —Antonio se acomodó en la silla, Emma se sentó sobre el escritorio, Francis haló una silla del escritorio vecino y se sentó junto al chico. —El tema de hoy son las elecciones de Abril. —Antonio soltó un suspiro.
Los negocios vecinos empezaban a funcionar, se olía la comida del restaurante de enfrente, el olor del pan de la Aragoneza llegaba con mayor fuerza.
— ¿Dormías? —Le preguntó una voz tremendamente familiar.
— No. —Contestó—. Soñaba despierto.
Romano pateó ligeramente la pierna del español, en señal de que se levantara.
— ¿Qué soñabas? —Preguntó malhumorado.
— Nada que importe ya.
Antonio se levantó, se sacudió el pantalón y se dispuso a salir del alamacén. Lovino miraba con pesar la figura del español.
— ¿No vienes? —El español espero a que el otro le siguiera, pero Lovino no avanzaba ni daba señales de querer hacerlo.
— ¿Qué mierda soñabas Antonio? —Si, claramente estaba irritado—. Por mi puedes dormir todo el día si quieres, pero si mi empleado se va a holgazanear empieza a afectarme.
— He dicho que nada. —Aunque era inusual la reacción del italiano Antonio se esmeró por no lucir confundido o incluso asombrado.
— Estás más raro de lo usual, si tus sueños no son la causa ¿A quién debo culpar? —Antonio se talló los ojos y rascó su barbilla.
— No se necesita culpar a nadie. —Respondió un poco más animado, el italiano seguía sin moverse de su sitio—. No hay nada de que preocuparse.
— Que no se te suba a la cabeza, no amerita mi preocupación. —Y por fin empezó a avanzar—. Si te enfermas o algo parecido y no cumples con el trabajo, va a afectar a todos.
Antonio sonrió levemente, un pensamiento positivo a cruzó por su mente: "La vida aquí no es tan mala".
