El arribo. (Prologo)
Cuando Loan tenía 8 años, y acababa de enterarse de que tendría un hermano menor (uno completo, no una de sus herma-primas) las cosas cambiaron. La familia Loud aún no era tan grande (bueno, lo era, pero no TAANTO) y ella no daba muestras evidentes de los problemas que la distinguirían más adelante, salvo ocasionales llantos después de que su madre la dejara interactuar con el mundo exterior. Por entonces, Lori decidió que su futuro como CEO de una gran sociedad partía por trasladarse a Inglaterra, y trató de llevar a Lincoln con ella. Por supuesto, el resto de sus hermanas se negaron rotundamente, y unas semanas de pelea después Lori y Loan se instalaban en un pequeño departamento en el centro de Londres, con la promesa de que su padre las visitaría, y ella podría ir a su casa, regularmente. Conforme crecía, lo primero pasó cada vez menos, y lo segundo mas.
Han pasado 13 años, y su familia se encuentra en espacioso taxi, casi una limusina, que los llevará a la casa Loud. Loan está muy nerviosa, a pesar de que ha venido antes por largos periodos, pues su ansiedad social, mitigada por la compañía de su madre y Leo, sigue ahí, un grito ahogado dentro de ella. Lori se muestra completamente satisfecha, pero cuando Loan desvía sus pensamientos desbocados como el primer trueno de tormenta (¿los aceptarán allí?, ¿trataran de obligarla a salir de nuevo?, ¿habrán vuelto a colocar los espejos?, ¿cuánto habrán cambiado las cosas desde la última vez?), se fija en su hermano. Mantiene los ojos y el semblante inexpresivos, casi muertos, pero ella sabe que bajo esa capa de apatía hay hostilidad hacia el mundo que le rodea, del mismo modo que ella no oculta su terror.
Cuando Loan entró en la pubertad y comenzaron a surgir sus ataques de pánico, la naturaleza excepcional de sus hijos dejó a Lori confundida a la par que muy triste, a tal punto que para Loan era frecuente verla algo pasada de copas, con el maquillaje corrido, o llorando en los hombros de Lincoln cuando iba al nuevo departamento. Aceptémoslo, ninguno de los dos era socialmente normal, y desde que Loan fue a terapia, Lori se culpaba por ello. La psicóloga le había dicho que su hija padecía de paranoia, ansiedad social severa y accesos de psicosis producidos por su talante naturalmente nervioso, todo ello causado, contra el primer pensamiento de Lori, no por genética sino por la sobreprotección a la que la había sometido durante toda su infancia.
-¡Tenías razón, soy una pésima madre!- Le dijo a su padre llorando cuando pensaba que ella estaba jugando en su habitación. Loan volvió desesperada al cuarto donde pasaba la mayoría del tiempo, hizo a un lado su consola RCV-2, y mientras Lincoln consolaba a su devastada hermana al borde de la histeria, ella simplemente se acostó, temblando hasta que el dolor y el odio a sí misma la dejaron agotada.
Unos meses después, las cosas volvieron a dar un giro; cuando Lori había probado todos los métodos sensatos que el dinero de su nuevo puesto como importante ejecutiva puede obtener con sus hijos. Mientras Loan revisaba unas cuantas fotos de su padre junto al resto de sus tías y herma-primos (Lemy había nacido hace 3 años, mientras que Bobby y Lyle el año pasado), su madre, al borde de la depresión, dijo con tono monocorde:
-¡Leo, ve afuera, socializa un poco, por Dios!
Para asombro total de ambas, el niño de 5 años dejó el puzle que estaba armando, abrió la puerta y se dirigió, no sin antes acomodarla cuidadosamente, a la zona común del edificio. Paralizadas al principio, madre e hija se demoraron medio minuto en procesar lo sucedido, y hasta Loan olvidó por el momento sus miedos para salir a ver apresuradamente lo que estaba pasando;
-Buen día señor.- Decía Leo con su voz infantil a un anciano que recortaba fotografías. Para cualquiera hubiera parecido respetuoso y levemente interesado, pero para Loan fue evidente, y estaba segura de que para su madre también, por el sudor, los pequeños puños apretados a los lados del cuerpo y el temblor de sus parpados, lo mucho que le estaba costando a su hermanito.
El hombre le respondió con un amable -¡Buenos días!, probablemente desconcertado por la fijeza con la que lo miraba el niño.
Después de un breve instante, Leo se dirigió hacia su familia. Durante lo que duró un parpadeo pero pareció una hora, Loan inexplicablemente sintió temor de que pasara de largo, pero simplemente se paró detrás de ella, mirando a la madre que compartían… como si, dentro de su imperturbabilidad normal, esperara y temiera por igual la siguiente orden. Loan se retorció los dedos, percatándose al fin de que estaba expuesta a los escasos habitantes de la sala común, sintiendo sudor frío en la nuca y el inicio de los temblores. Volvieron al departamento pronto; aunque ella no sabía que pensar de la experiencia y recordaba la mirada fija y apagada del pequeño Leo, este se mostraba igual de parco que siempre, y Lori estaba tan exultante que pidió comida tailandesa en el mejor restaurante del sector para celebrar.
Unos días después su madre llevo a Leon a la misma psicóloga, la señorita Ahdelny, que Loan, con ella presente. Después de todo, Lori la amenazo con quitarle todo aparato electrónico si no iba aunque fuera a una sola sesión en físico, y prefería ir a la de otra persona, sin que estuvieran mirándola todo el tiempo.
-Me temo, señora Loud, que en este caso no puedo ayudarla.- Dijo, algo sorprendida, cuando termino de hacerle unas cuantas pruebas al niño.
-¡¿Cómo?! ¡Yo lo vi hablando perfectamente! ¡Es imposible que no haya nada por hacer!- Respondió esta, tan enojada como cuando la describían sus tías, amenazando de convertirlas en pretzel humano.
-Yo no he dicho eso. Verá –dice calmadamente– no dudo de que lo que dice pasara, solo estoy diciendo que no lo hizo por propia iniciativa. Probablemente jamás lo haría, es parte de su… condición. Lo que pasa es que Leo, al igual que unos pocos como el, a modo de protección contra el mundo que lo rodea responde exclusivamente a las órdenes de una autoridad lo suficientemente poderosa para decidir por él.-
Mientras la doctora hablaba, Loan miraba a su hermano pequeño, sintiéndose cada vez más preocupada. No podía ser, no era posible… ella solo quería que su hermanito no fuera… bueno, como ella. Quizás sus problemas eran diferentes, pero ahora entendía mucho más del chico. Aunque casi nunca hablaran, había una conexión. Eran familia, y ahora compartían esto, en algún sentido retorcido. Eso la aterrorizaba, pero saberlo también la tranquilizaba un poco.
-En este caso es algo extraño, no debería haber empezado hasta dentro de un par de años, pero supongo que su estilo de razonar, combinado con la personalidad dominante de la madre –Lanza una mirada intencionada a Lori mientras escribe– Han precipitado los acontecimientos.
-¿Y eso por qué es malo?- Pregunta ella, confundida.
-Su naturaleza no ha variado señora Loud, de hecho aunque pueda interactuar seguirá siendo muy adverso a hacerlo, y requerirá directrices constantes. Es muy poco probable que funcionen otros modos más indirectos para llegar a él o incluso que puedan usarlos otras personas.
Acto seguido, le pregunta a Leo con tono amable:
-¿Podrías moverte por favor?
El niño continúa mirando el mecanismo de madera que tiene en las manos, sin darse por aludido.
-Ahora lo siguiente –dice la doctora Ahdelny, cambiando de tono-; Leo, muévete diez centímetros a la derecha.
Por fin el infante la mira directamente a los ojos, sin emoción alguna. Al rato, vuelve la vista hacia su juego.
-Ahora inténtelo usted- Le indica a Lori.
-Leo, nos vamos. Levántate.-
Inmediatamente este se para, haciendo sonreír a su madre.
-E… ¡Espere! ¡Eso no es todo señora Loud! ¡Es una gran responsabilidad que requiere preparación y…!
-Soy su madre, y con eso es suficiente. Señorita Ahdelny, hemos terminado. Tendrá el depósito en su cuenta, y hablará con Loan por videochat la semana siguiente. Vamos Loan, te has ganado estar en casa.
-¡S-si mad-dre!- Dice sorprendida, aun tratando de digerir lo que paso, pero aliviada de que termine.
-¡Que tenga un buen día!
-¡Alto! Yo…- Pero Lori ya se había ido.
*De nuevo en el presente:
Loan sigue bastante preocupada. Hace un par de meses que no ve al resto de su familia. Lizy probablemente ya sepa leer y Liena ya estará terminando la secundaria, con un año de retraso por el curso de comunicación oral intensiva que tuvo que tomar a los 12 años.
De nuevo, las viejas preguntas vuelven a su mente, acosándola: ¿Habrá mucha gente cuando bajen del auto? ¿Cómo los recibirán? ¿Las mascotas (o Leia) le harán de nuevo la vida imposible?, pero sobre todo se preocupa por Leo, su extraño hermanito y protector aún más perturbado, por el que ella no puede evitar sentir una mezcla confusa de amor, afinidad, compasión, y por qué no admitirlo, envidia cuando el terror la devoraba. Es la primera vez que viene, que conoce a alguien que no sea su padre, y Loan duda sobre como soportará la convivencia con el variadísimo grupo que son los Louds.
Su madre mira contenta el gris, lluvioso, atípico día de primavera y las calles que pasan.
-¡Llegaremos pronto!- Dice feliz cual niña ante el árbol de navidad, una de las CEOs más importantes y poderosas del riesgoso rubro de la especulación financiera global, a sus dos adorados hijos.
El automóvil se detiene, y el conductor dice:
- ¡1216 Franklin Avenue, Royal Woods!
Su madre paga con gusto, y los tres sacan el equipaje del auto.
-¡Vamos, nuestro hogar nos espera!- Señala la entrada de la calle.
