Prólogo

Un profundo silencio reinaba en todo el vasto bosque. Con el frío atenazando en la desolación misma, no bastaría decir, para describirlo, que la esencia en aquella tierra era la tristeza. Constituía un gran esfuerzo mantener vida en aquel desierto helado, y sin embargo, la había. Un leve movimiento al margen del cauce helado daba la impresión de despertar al bosque entero. Una joven alicornio avanzaba hundiéndose en la nieve con cada paso que daba. Detrás de ella, un dragoncito se afanaba por seguir el paso de su amiga, pero esto le parecía algo imposible. Más de una vez se había hundido en algún hoyo profundo, o había resbalado sobre el duro y liso hielo de un charco congelado. Mientras que su amiga parecía no afectarle nada durante su caminata.

En una de esas, las garritas del dragón no pudieron aferrarse más a la nieve y cayó. De hecho, ya había tropezado varias veces antes, pero en esta, la alicornio no lo escuchó levantarse. Un gran terror la invadió, sabía lo que podía hacer la nieve con quienes duermen con ella.

-¡Spike!- exclamó.

Se acercó hacia su amiguito caído y usando su magia lo colocó sobre su lomo. Tenía que seguir, pero no pudo evitar preocuparse por Spike. Él había sido durante toda su vida su ayudante y amigo, e incluso, varias veces sentía por el algo más grande, casi lo veía como un hijo, y el la veía como una madre. Se sentía enferma de tan solo pensar que tal vez lo perdería.

Decidió continuar. No sabían su destino ni qué camino tomar, desde un inicio solo se había limitado a caminar, quizá a huir, pero prefería no considerarlo de esa manera. Sintió el dolor de la perdida. La vida antigua, de amistades y de hacer lo que más le gustaba, estaba terminada. Quizá comenzó a terminar en cuanto la nombraron princesa, cuando se despidió de las comodidades de lo común, de confundirse entre la multitud y dedicarse al estudio y había asumido una tarea que no había buscado, y que tal vez no quería. Otros ponis tenían una actitud distinta con ella. Si bien, había quienes eran respetuosos, también había algunos que la acusaban de ambiciosa. Sentía furia cada vez que pensaba que su mentora Celestia en lugar de darle un privilegio, le había arrebatado algo precioso.

Dejó que el bosque la tranquilizara mientras aclaraba su mente. Estaban huyendo. ¿De qué? Ni ella estaba segura, solo pudo recordar los sucesos de los días anteriores. Incluso si alguien le preguntara que sabía, ella no podría describirlo con detalle, ella nunca antes había presenciado una guerra poni, no hasta entonces, cuando "ellos" llegaron a Canterlot y les arrebataron por la mala la paz y armonía que reinaba. La hambre y miseria, y otras calamidades azotaban el reino que alguna vez había sido llamado Equestria. Al final se vieron obligados a huir. De sus amigas y su familia no sabía nada desde hace meses, otra desventaja de ser princesa.

Sobre su lomo, sentía como Spike se revolvía entre sueños. El pobre no parecía dispuesto a seguir a pie, después de todo, seguía siendo un bebé. Twilight se detuvo y miro a su alrededor. Allí, sobre una pendiente y delante de un gigantesco árbol, se hallaba otro más pequeño caído. La alicornio saltó con cuidado sobre este y descubrió un pequeño refugio entre unas enormes raíces. Twilight dejó a su valiosa carga sobre el frío suelo y le preparó una cama entre las hojas y las ramitas secas. Al terminar, usó su magia para levitar y meter a Spike allí suavemente. Después se dejó caer pesadamente a su lado. La nieve comenzó a caer silenciosamente sobre el bosque, cubriendo poco a poco las huellas que habían dejado atrás y, mientras se formaba un mundo nuevo y reluciente bajo el fulgor de la noche, Twilight se hundió en el mundo de los sueños.