Disclaimer: ¿Te suena un niño con una cicatriz en la frente que debía enfrentarse al mago tenebroso más peligroso de todos los tiempos? ¿Una empollona marisabidilla de pelo indomable o un chico pelirrojo apellidado Weasley? Es normal, los creo J. K. Rowling y le pertenecen.
1. Primer año
Los nervios de Lily ante la nueva perspectiva de ir a Hogwarts —la escuela de magia de la que tanto le hablaba Severus— quedaban ahogados por la rabia sorda y el dolor ante las palabras de su hermana.
«¿Crees que quiero convertirme en un… bicho raro?» «Me alegro de que os separen de la gente normal…» «¡Monstruo!».
Los ojos se le llenaron de lágrimas, y se llevó las manos rápidamente hacia las mejillas, por dónde resbalaba una traidora gota de agua. No quería que nadie la viera llorar.
Se encogió más en su asiento y pegó la cara al cristal, ignorando a los chicos que armaban tanto bullicio a su lado.
La puerta del compartimento se abrió de repente, con un golpe seco; y un niño enclenque, de pelo negro y grasiento, y la nariz ganchuda, ataviado con la túnica del colegio, se sentó en frente de Lily y la miró fijamente. Ella le echó una ojeada y volvió a concentrarse en el paisaje. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados.
—No quiero hablar contigo —susurró.
—¿Por qué no?
—Tuney me… me odia. Porque leímos la carta que le envió Dumbledore.
—¿Y qué?
Ella lo miró con los ojos echando chispas.
—¡Pues que es mi hermana!
—Sólo es una… —pero no se atrevió a seguir. Lily se enjuagó las traicioneras lágrimas que se le habían escapado—. ¡Pero si nos vamos! ¡Lo hemos conseguido! ¡Nos vamos a Hogwarts!
Ella sonrió a su pesar y sus ojos se iluminaron con la misma euforia que los del muchacho.
—Ojalá te pongan en Slytherin —comentó Severus, más tranquilo al ver que Lily había dejado de llorar.
—¿En Slytherin?
Uno de los muchachos que había estado armando bullicio se volvió hacia ellos por primera vez alzando las cejas. Delgado, cabello negro y encrespado, y gafas redondas. Denotaba seguridad en sí mismo y ganas de comerse el mundo.
—¿Quién va a querer que lo pongan en Slytherin? —prosiguió sin hacer caso de la mirada de malas pulgas de Severus—. Si me pasara eso, creo que me largaría. ¿Tú no? —se volvió hacia su acompañante, un muchacho alto, de facciones altaneras y atractivas que se repantigaba en su asiento.
—Toda mi familia ha estado en Slytherin —farfulló.
—¡Jo! ¡Y yo que te tenía por una buena persona! —se burló su amigo.
—A lo mejor rompo la tradición —sonrió con socarronería—. ¿Adónde irás tú, si te dejan elegir?
El muchacho blandió el aire con su mano como si portara una espada y exclamó:
—¡A Gryffindor, «dónde habitan los valientes»! Como mi padre.
Severus carraspeó burlón, y el niño se volvió hacia él.
—¿Te ocurre algo?
—No, qué va —respondió Severus, con una sonrisa desdeñosa—. Si prefieres lucir músculos antes que cerebro…
—¿Adónde te gustaría ir a ti, que no tienes ninguna de las dos cosas? —intervino el muchacho alto, provocando una carcajada en su amigo.
Lily se incorporó, enfadada, y miró a los dos niños con antipatía.
—Vámonos, Severus. Buscaremos otro compartimiento —declaró altiva.
—¡Ooooooh! —dramatizó el de las gafas—. «Vámonos, Severus. Buscaremos otro compartimiento» —imitó con sorna. Su compañero se rió con ganas.
—¡Hasta luego, Quejicus! —le gritaron cuando salían, intentando ponerle la zancadilla a Severus.
—Que gente más insoportable —masculló Lily, con el ceño fruncido, observando la puerta cerrada del compartimiento, de dónde todavía salían risas—. Anda, vamos a otro compartimiento —suspiró encaminándose por el pasillo; Severus la siguió.
Pasaron el resto del viaje en otro departamento atestado de chicas chillonas de cuarto, y ellos se vieron relegados a la esquina pegada a la ventana, mientras Severus le contaba las mil cosas que podrían hacer en Hogwarts juntos y los ojos de Lily se iluminaban.
A Lily casi se le salieron los ojos de las órbitas cuando pudo contemplar Hogwarts de cerca. Ya lo había divisado antes, cuando iban en el tren, se había asomado por la ventanilla con el pelo rojo hondeando al viento, y había gritado:
—¡Es Hogwarts! —con toda la ilusión que una niña de once años puede concebir.
Y ahora, visto de cerca, era mucho más impactante.
Lily salió de la barca en la que los habían obligado a montar para llegar allí trastabillando y observó el castillo, boquiabierta. Severus la siguió.
—Es hermoso, ¿verdad? —susurró a su lado.
Lily iba a asentir, cuando alguien gritó:
—¡Cierra la boca, Quejicus, no vayas a tragarte al Calamar Gigante!
Al volverse, furiosa, Lily comprobó que era el mismo chico con gafas que antes, con su amigo.
—No digas tonterías, James —intervino el otro—. Ni siquiera el Calamar Gigante se acercaría a él, se merece a alguien más guapo.
Severus cerró los puños con rabia y abrió la boca para soltar algún comentario despectivo, pero Lily se le adelantó:
—¿Por qué no os largáis y nos dejáis en paz? —les espetó, furiosa—. ¡Nadie ha pedido vuestra opinión!
—Vaya, Quejicus, menos mal que tienes ha alguien que te proteja —y entraron en el castillo carcajeándose. Lily los observó marchar con los ojos echando chispas.
—¡No los soporto! Espero que no nos toque en la misma casa que a ellos —respiró hondo, para calmarse, cuando una duda apareció en su mente—. Oye Severus, ¿hay un Calamar Gigante en el lago?
Ese tipo de la nariz enorme y la piel cetrina les había caído mal desde el principio; con su aspecto de buitre y el aire de desdén que prodigaba, a nadie en su sano juicio le podría resultar un tipo agradable. Lo que indicaba que a la niña pelirroja le faltaba más de un tornillo.
—¡Eh! —James le dio un codazo para llamar su atención y señaló la mesa dónde se sentaban los profesores y un bulto enorme y peludo, que Sirius se sorprendió al descubrir que era un hombre—. A ese tipo lo conocen mis padres, se llama Hagrid y es el guardabosques del colegio.
—Bueno, desde luego, seguro que no se le descontrola ningún animal, con que suelte un grito, hasta un hipogrifo encabritado saldría echando leches.
James secundó la carcajada de su amigo, pero hizo el esfuerzo de ponerse serio.
—No bromees, es un buen tío.
—Yo no he dicho que no lo sea —apuntó Sirius alzando una ceja—. Pero que asusta es algo que no me puedes negar.
La profesora McGonagall, una bruja alta, de cabello negro, túnica verde esmeralda y rostro severo se adelantó unos pasos con un sombrero viejo y gastado en las manos y lo colocó encima del taburete. Los murmullos que prodigaban en las mesas de al lado, en dónde se sentaban los alumnos mayores, se apagaron en su mayoría, como si esperaran que pasara algo importante. Y los pequeños, que estaban congregados en el centro del Gran Comedor, los imitaron.
Entonces, el sombrero se movió; la rasgadura cerca del borde se abrió, como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:
Pensarás que no soy muy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Hace tiempo, cuando Hogwarts fue creado,
yo no tenía una sola arruga.
Los fundadores me eligieron
para asignar la casa de cada mago que llegara al colegio,
y aquí me tenéis, posadme sobre vuestras cabezas
y descubriréis a dónde pertenecéis.
Podéis ser de Gryffindor,
dónde habitan las personas de corazón valiente,
y espíritu franco.
Puedes ser, sino, de Hufflepuff,
dónde son justos y leales,
y no temen al trabajo duro.
También puedes ir a parar a Ravenclaw,
dónde los de mente despierta entrenan su sabiduría,
y desvelan los enigmas que se les plantean.
O tal vez caigas en Slytherin,
dónde la gente ambiciosa hace lo imposible
por lograr sus fines.
Así que ya lo sabes, ¡pruébame!
¡No tengas miedo! Yo elegiré la casa.
La voz del sombrero se extinguió, y el Gran Comedor se llenó de aplausos. Los nuevos parecían algo desconcertados; Sirius no pudo contenerse y le susurró a James:
—Como cante esa canción todos los años, ya me encargaré yo de que no tenga arrugas.
Su amigo soltó una risa ahogada, pero no se atrevió a más, porque en ese momento la profesora McGonagall se adelantó con un pergamino entre las manos y anunció:
—Cuando pronuncie vuestro nombre, os adelantaréis y os colocaréis el sombrero sobre vuestras cabezas. Después, él os asignará una casa, y os dirigiréis a la mesa que os corresponda. —Extendió el pergamino y se aclaró la garganta—: ¡Abbot, Lewis!
Un muchacho rubio y de aspecto conejil se adelantó y se sentó en el taburete; la profesora le colocó el sombrero en la cabeza. Hubo unos segundos de silencio, hasta que el sombrero anunció, sobresaltándolos a todos:
—¡HUFFLEPUFF!
El muchacho se quito el sombrero y se lo devolvió a McGonagall, aunque parecía algo decepcionado.
Así, fue pasando gente: Andrew… Avery… Backer… Y, finalmente:
—¡Black, Sirius!
El niño sintió que le apretaban el tórax hasta dejarlo sin aire; había llegado el momento de la verdad, allí descubriría si de verdad era como el resto de su familia, o si por el contrario, era, como a él mismo le gustaba llamarse «la oveja negra».
Se sobrepuso rápido y le lanzó una confiada sonrisa a James, que alzó los pulgares hacia arriba para animarle. Avanzó con paso seguro hasta el taburete y se sentó en él, lo último que vio antes de que el sombrero le cubriera los ojos, fue a los alumnos del Gran Comedor contemplando la escena con curiosidad. Al segundo siguiente, el sombrero le tapó la visión. Esperó.
—¡Vaya! —exclamó una vocecita en su oído, sobresaltándolo—. Pero si es un Black.
«Pues sí, sombrero idiota», pensó con amargura.
—Ya veo… no eres como los otros Black, eso está claro. No, eres diferente. ¿Sabes que todos los Black en los que me he posado han ido a Slytherin?
«No quiero ir a Slytherin».
—¿No? Toda tu familia ha estado allí, pequeño Black.
«Me da igual», replicó con rebeldía.
—Bueno, entonces será mejor que estés en ¡GRYFFINDOR!
La última palabra la pronunció para todo el Gran Comedor, que se llenó de aplausos. Sirius se quitó el sombrero, sonriendo sin poderlo evitar, y corrió a la mesa de Gryffindor más contento de lo que se había sentido nunca, cruzando una mirada de complicidad con James.
La gente fue pasando; la chica pelirroja del tren, que al parecer se llamaba Lily Evans, también acabó en Gryffindor, aunque Sirius la vio cruzar una sonrisa triste con su amigo de pelo grasiento.
James tan sólo tuvo que ponerse el sombrero un segundo para que lo mandara derecho a Gryffindor, y ambos amigos chocaron las palmas y se felicitaron mutuamente.
—¡Snape, Severus!
El niño llegó hasta el taburete y se colocó el sombrero en la cabeza. «¡Slytherin!» anunció el Sombrero Seleccionador. Y Severus corrió hasta la otra punta del Gran Comedor, lejos de Lily, dónde sus nuevos compañeros lo aplaudían.
Los pocos alumnos que quedaban por elegir casi corrían hacia el sombrero, deseosos de acabar ya con la selección. Y cuando el último de todos fue mandado a Ravenclaw, el hombre que sentaba en el centro de la mesa de profesores se levantó y esperó a que se apagaran los murmullos. El mago estaba ya entrado en años, y una larga barba plateada le cubría parte de la túnica verde oscuro que portaba. Sus ojos, azules y llenos de vida, chispeaban tras las gafas de media luna, y el sombrero de pico que se sostenía en su cabeza estaba ligeramente torcido.
—¡Bienvenidos! —dijo con voz potente, sonriendo—. A los que ya habéis estado aquí, es un placer teneros un año más en Hogwarts; y a los nuevos, mis más cordiales saludos. Y ahora, como sé que nadie tiene ganas de un discurso, ¡a comer!
Los platos se llenaron de comida al instante; patatas fritas, pollo al ajillo, puré de guisantes, huevos con beicon y cientos de delicias más. La mayoría de los novatos contemplaron los platos con los ojos a punto de salírseles de las órbitas; pero otros, como Sirius, se echaron hacia el primer manjar que tenían cerca y los devoraron como si no hubieran comido en una semana.
James rió de buena gana al ver a su amigo echado sobre un muslo de pollo y arrancándole pedazos a mordiscos.
—Tranquilo, hombre, que nadie te lo va a quitar —alargó la mano hacia el plato del beicon, pero un muchacho bajito y de ojos que asemejaban a los de un ratón se le adelantó y lo cogió.
Al darse cuenta de lo que había echo, lo miró con sus ojillos de ratón llenos de miedo y volvió a colocar el plato en su sitio.
—Puedes echarte tu primero —le ofreció James, algo desconcertado ante la reacción del niño.
Él lo miró con desconfianza, como si no se creyera que James se lo decía en serio. Al final, aunque algo reacio, agarró el plato, se echó una loncha y lo volvió a colocar en su sitio con rapidez. James lo observó, sorprendido.
—Eb que com ebab bafas dan bedondas dab miebo, fío —observó Sirius, con la boca tan llena que parecía un milagro que fuera capaz de articular algún sonido.
—Tú si que das miedo, pedazo de animal —y le dio un tortazo en la espalda que le hizo escupir toda la comida entre toses y maldiciones.
—¡Serás idiota! ¿Es qué quieres matarme? —espetó respirando agitadamente, pasado el peligro de morir atragantado por un trozo de pollo.
Antes de que James tuviera tiempo a responder, el muchacho de los ojos de ratón, que
lo había contemplado todo atentamente, se echó a reír con risas cortas y jadeantes.
—¿Y tú de que te ríes? —Sirius lo miró con cara de malas pulgas, y el niño paró de reír en el acto y volvió a encogerse en su asiento.
—Pues de la cara de memo que se te ha quedado —bromeó James.
Y al final, los tres acabaron riendo de buena gana.
Lily se sentía un poco perdida sin Severus a su lado. Sin embargo, la parlanchina chica que se sentaba a su lado parecía simpática y la distraía contándole historias absurdas y tronchantes:
—…y entonces mi hermana dijo: «Ups, lo siento, es que estaba practicando el encantamiento reductor» —se echó a reír de buena gana, y Lily la imitó—. ¿A quién se le ocurre hacer eso, por Merlín?
—Tú tienes mucha suerte —sonrió Lily con sinceridad—, vienes de una familia de magos, y sabes lo que te espera. Yo estoy muy perdida.
—¡Bah! No te creas, tienes pinta de lista, seguro que lo pillas todo en seguida. Además, en realidad soy mestiza, mi madre es muggle. ¡Pone una cara cada vez que ve a mi hermana hacer magia! —se echó a reír con esa risa potente y llena de vida. Lily sonrió.
—Ya, pero además, a mí amigo, que si es de familia de magos —señaló hacia la mesa de Slytherin con disimulo—, lo han enviado a esa casa.
—¿Eras amiga de un Slytherin? —la miró sorprendida, y por un momento su expresión se tronó seria—. Pues casi mejor así, ese chico no te conviene.
—No lo conoces —replicó Lily, airada—. Y me parece ridícula esa enemistad que parece haber entre las casas.
—No lo entiendes —sacudió la cabeza—, no es una cuestión de enemistad. ¿Es qué nunca te ha llamado…? —la miró dudosa.
—¿El qué?
—Olvídalo —suspiró ella—. A lo mejor me equivoco, pero hazme caso, es mejor que te mantengas alejada de él. Y presta atención —la detuvo antes de que soltara la réplica que tenia preparada—, el director va a decir algo.
Todavía furiosa, Lily se volvió hacia la mesa de los profesores, en la que, en efecto, Albus Dumbledore se había puesto en pie y parecía dispuesto a hablar:
—Ahora que todos estamos bien comidos y bien bebidos, tengo unos anuncios que haceros para el comienzo del año.
»Los de primer año debéis saber que los bosques del área del castillo están terminantemente prohibidos para todos los alumnos.
Los ojos de Dumbledore apuntaron en dirección a Sirius y James, como si ya pudiese profetizar que se iban a saltar más de una vez aquella norma.
—El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no debéis hacer magia en los recreos ni en los pasillos.
»Y por último, las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados, deben ponerse en contacto con la señora Hooch. Y me aseguro de recordar, que los de primer año no pueden formar parte de los equipos ni tener escobas propias.
»¡Muchas gracias por vuestra atención! Y aunque sé que muchos estaréis deseando libraros de este viejo chiflado que no os deja ir a la cama, ¡propongo que cantemos la canción del colegio!
Dumbledore agitó su varita e hizo aparecer una larga tira dorada, que se agitó, y se transformó en letras. Lily observó el proceso, maravillada.
—¡Qué cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dumbledore—. ¡Comencemos!
Y todo el colegio entonó, bajo la atónita mirada de los de primer año:
Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
enséñanos algo, por favor.
Aunque seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.
Cada uno acabó en tiempos diferentes. Y hasta que el último no hubo finalizado —un niño de Hufflepuff que parecía querer que se lo tragara la tierra—, Dumbledore no les dejó irse a la cama.
Lily se levantó, bostezando, y esperó a que su nueva amiga —a pesar de lo que había dicho de Severus— se incorporara también.
—Que sueño —comentó bostezando y colocándose a su lado—. Creo que tenemos que seguir a ese —señaló a un muchacho rubio que no dejaba de gritar: «¡los de primero por aquí, por favor!».
Ambas se dirigieron hacía allí, risueñas, aunque Lily parecía algo más apagada.
—Oye —titubeó su amiga—, siento si te ha ofendido lo de antes, no pretendía ser grosera.
—No importa —sonrió—, aunque de ahora en adelante, Mary, preferiría que no sacaras más el tema.
Mary le guiñó un ojo.
—Descuida. ¡Y corre que los perdemos!
Y entre risas, las dos amigas se apresuraron a seguir al Prefecto de su casa, sin percatarse de que a lo lejos, unos ojos negros las observaban furiosos.
James se dejó caer en su cama con un suspiró.
—Que cansancio, macho —bostezó abiertamente.
Sirius, que se había acomodado en la cama de al lado, esbozó una sonrisa de lobo.
—¿Qué pasa? ¿No decías que eras el mejor montando fiestas? ¿Y qué podías estar una noche entera sin dormir y al día siguiente seguir fresco como una rosa?
—Y es cierto —se defendió James. Para probarlo, intentó incorporarse, pero al final se rindió y se dejó caer—. Pero no hoy.
Sirius rió, y el muchacho de los ojos de ratón que los había seguido hasta allí como su perrito faldero y que decía llamarse Peter Petegrew, preguntó con su aguda vocecilla:
—¿Yo dónde puedo dormir?
—Donde quieras, Pete —respondido Sirius sin mirarlo—. Hay dos camas libres, elige la que más te guste.
—Pero ten cuidado con la de la esquina —le advirtió James muy serio—, pega a las escaleras de la chicas, y creo que en la pared hay un agujero por el que se puede ver una de las habitaciones.
—¿Y? —Sirius alzó las cejas.
—Que no se nos vaya a convertir en pervertido como tú.
James y Peter rieron, mientras Sirius le lanzaba su almohada al primero. Pero la escena se vio interrumpida por unos golpecitos en su puerta.
Un muchacho de su edad, de cabello castaño y aire desaliñado, estaba en la puerta.
—Eh… Hola, es que he visto que aquí sólo sois tres, y como el resto de las habitaciones están ocupadas…
—Anda, pasa —lo ánimo Sirius—, únete a la fiesta. Pero ten cuidado en elegir la cama de la esquina, no te vayas a convertir en un pervertido como yo.
Los tres se echaron a reír de nuevo, mientras el niño los observaba desconcertado.
James se secó las lágrimas de la risa y se apresuró a explicar:
—Es que en esa pared hay un agujero que da a un cuarto de la zona de las chicas, y quién duerma allí y encima comparta cuarto con este —señaló a Sirius, que se había puesto en pie de un brinco y ahora miraba por el agujero—, va a acabar haciendo cosas que prefiero no mencionar antes de los quince.
El niño alzó las cejas y el asomo de una sonrisa apareció en su rostro.
—Por cierto, yo me llamo James Potter, el pervertido de allí es Sirius Black, y este que está tan callado se llama Peter Petegrew.
—Yo soy Lupin, Remus Lupin —se presentó mientras se sentaba en la cama del centro.
—Pues bienvenido, tío —dijo James—; y perdona que no me levante, pero es que el rey de las fiestas no puede ni hablar bien —se estiró para acomodarse y se quitó los zapatos a patadas—. Mañana será otro día.
—¡Puaj! —gritó entonces Sirius, separándose de la pared de un salto.
—¿Y a ti que te pasa?
—Casi mejor no tener agujero —Sirius hizo como que vomitaba—, ¡había una gorda cambiándose!
Y esta vez fueron los cuatro los que se echaron a reír.
Lily se sentó a los pies de un árbol al lado del lago, con los ojos rojos y las pestañas húmedas por las lágrimas recién derramadas. Se encogió sobre sí misma y miró hacia las cristalinas aguas, soltando de cuando en cuando un hipido.
—¿Estás bien? —inquirió una voz detrás de ella. Lily sabía perfectamente a quién pertenecía.
—¿Y a ti que te importa? —ladró.
Un suspiró, pasos sobre la hierba, alguien sentándose a su lado. Su nariz ganchuda y su pelo negro no dejaban dudas acerca de la identidad del niño.
—Siento lo que te ha dicho Avery —se disculpó Severus, mirando hacia el lago.
—¿Sientes lo que ha dicho él o lo que piensas tú? —se volvió a mirarlo, con ojos acusadores—. ¿También me consideras una simple y despreciable sangre sucia?
Severus le recorrió el rostro con la mirada, pensando la respuesta adecuada.
—Sabes que no.
—¡No, no lo sé! —se puso en pie de un brinco y le dirigió una mirada cargada de antipatía—. Llevas más de un mes, desde que empezamos el colegio, sin apenas hablarme. ¿Cómo quieres que crea que me sigues considerando tu amiga?
Severus la miró desde el suelo.
—¿Crees que ya no te considero mi amiga?
—Es lo que parece —le espetó con rencor.
Severus se levantó y la enfrentó cara a cara. Lily se percató, sorprendida, que estaba algo ruborizado.
—Sigues siendo mi amiga Lily —pareció dudar antes de añadir—: mi mejor amiga.
Ella lo miró con desconfianza.
—¿De verdad?
Él asintió.
—Entonces, ¿me prometes que nunca dejaremos de ser amigos? —preguntó de forma infantil.
Severus volvió a recorrer sus rasgos con la mirada.
—Lo prometo.
Lily sonrió, y sus manos se entrelazaron en un silencioso pacto.
¡Hola!
Soy nueva en esto de escribir fics, y espero que no me haya quedado muy cutre :P
"Travesura realizada" es un fic de siete capítulos en los que se narran las aventuras de Lily y los Merodeadores según yo me imagino que fueron —lo cual puede estar a mil años luz de lo que pasó en realidad—, desde el primer curso hasta el último. Y sí, cada capítulo es un año en Hogwarts —bueno, las cosas relevantes del año—. Yo aquí pongo el encontronazo de Snape y Lily con Sirius y James, la selección, el banquete, como se conocen los Merodeadores (me encanta esa parte: ¡había una tía gorda cambiándose! XD), y la reafirmación de amistad de Snape y Lily, que al empezar el curso, este la había abandonado un poco porque acabaron en casas diferentes, y además sus amigos la llamaban sangre sucia. Por cierto, la canción que canta el sombrero, medio me la inventé :P, espero que no esté muy mal.
Bueno, no voy a alargarme más XD; para tomatazos, opiniones y demás, dale a enviar Review.
Gracias por leer,
Lils
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