Título: Cuando Llueven Estrellas

Autor: BlueOneechan

Disclaimer: Esta historia está basada en las novelas ligeras High Speed! y High Speed! 2 de Koji Oji, así como también en el anime Free! en sus dos temporadas, películas y demás material de Kyoto Animation y Animation Do. Los personajes y su concepto en sí no me pertenecen. Este fanfiction ha sido escrito sólo con propósitos de entretenimiento.


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CUANDO LLUEVEN ESTRELLAS

CAPÍTULO 1

Haruka soltó un breve bostezo, entrecerrando los ojos con somnolencia, y se acercó a la ventana de su habitación, aquella que tenía una preciosa vista hacia la bahía. Asomó su nariz hacia afuera sintiendo el frío viento otoñal acariciar su rostro y un escalofrío cruzar su espalda. Observó un instante el mar; aunque los días cada vez se volvían más fríos, las aguas seguían aparentando tranquilidad. Cerró la ventana y miró una vez más hacia el pequeño reloj sobre la mesita de noche; aún faltaban quince minutos para las siete de la mañana.

Con paso tranquilo, se dirigió hacia el baño y se metió bajo el agua, cerrando los ojos al sentir el suave y tibio líquido cayendo desde su cabeza hacia el resto de su cuerpo. La sensación no se comparaba a la exquisitez de sumergirse en la bañera, extrañaba aquellos días en que podía pasar horas bajo el agua. Sin embargo, en estos años actuales, Haruka simplemente no tenía suficiente tiempo –ni tampoco era su prioridad– darse espacio para disfrutarlo.

Fue un baño rápido. Secó su cuerpo y se vistió con un atuendo cómodo y abrigador por los días fríos. Cuando salió hacia el pasillo volvió a mirar la hora; ya eran las siete y había alguien a quién despertar. Así que subió las escaleras y entró a la que, años atrás, había sido su propia habitación; esquivó un par de juguetes que se encontraban en el suelo y llegó hasta la cama, extendiendo sus manos para remecer con cuidado el pequeño cuerpo que se hallaba envuelto entre las mantas.

—Sakura, ya son las siete —anunció Haruka con suavidad—. Es hora de levantarse.

Los delgados labios de un niño de ocho años se abrieron para soltar un bostezo, mientras sus pequeños brazos se estiraban con torpeza entre las sábanas. El cabello rojo estaba revuelto sobre su frente, cubriendo por momentos sus ojos que comenzaban a despertar.

—Buenos días, papá —habló el pequeño adormecido, posando sus azules ojos sobre los de Haruka. Se levantó sobre su cama, con movimientos lentos y un poco torpes, y quedó de pie sobre las mantas. Desde su nueva posición, depositó con cariño un beso en la mejilla de su padre. Lo hacía cada vez que despertaba, y Haruka no podía evitar esbozar una ligera sonrisa en sus labios.

Existía una brecha de casi veintitrés años entre Haruka y Sakura. El pequeño había nacido en una primavera, cuando los cerezos estaban en su máximo esplendor, los días eran soleados y se avecinaba el verano. Esos habían sido tiempos de oro, cuando recorría el mundo, subía a los podios y recibía innumerables medallas por su carrera en la natación. Fueron tiempos en los que Haruka era capaz de competir y desafiar, y al mismo tiempo que alentar y amar a quien en ése entonces caminaba a su lado. Cuando Sakura nació, por un breve momento, su mundo estuvo maravillosamente completo.

Haruka siempre preparaba la mayor parte del almuerzo la noche anterior, así que en las mañanas, mientras su hijo se vestía en su habitación, el pelinegro terminaba de cocinar la comida de ambos. Era parte de la rutina que llevaban desde que Sakura había entrado a la escuela primaria. Luego, desayunaban juntos y a veces veían televisión durante algunos minutos; pasaban al baño, se lavaban los dientes y se disponían para abandonar su hogar.

—¡Hace frío! —exclamó Sakura una vez afuera de la casa, frotándose las manos mientras daba pequeños brincos.

—Ven, ponte esto —dijo Haruka, colocando una bufanda alrededor del cuello de su hijo—. ¿Está mejor así?

—¡Sí!

En épocas otoñales el viento era más fuerte y frío que lo usual, a veces tenían que cerrar los ojos y la boca, especialmente cuando caminaban por la costa. Sakura se hundió en su bufanda y se apegó más al cuerpo de su padre buscando protección. Con las manos entrelazadas, ambos caminaban hacia la escuela.

—Después de la escuela, iré a clases de natación —anunció Sakura.

—Estas últimas semanas has estado más motivado que de costumbre.

—Es porque el entrenador volvió a decir que soy el más veloz de todos en el club. Pero quiero ser aún más rápido, por eso debo seguir nadando.

—Mientras puedas sentir el agua es suficiente… —comentó el mayor, con su voz fundiéndose en el susurro del viento y la mirada perdida en el horizonte. Sakura solo guardó silencio, observando cómo la melancolía se apoderaba de los ojos de Haruka.

Las puertas de la Escuela Primaria Iwatobi ya estaban abiertas y un sin número de pequeños estudiantes ingresaban corriendo en ella, buscando refugio del viento que parecía ser más fuerte en ése lugar. Las ramas de los árboles, ya casi sin hojas, se azotaban entre ellas emitiendo sonoros crujidos; ya no habían flores, sólo los arbustos de hoja perenne que jamás se rendían ante el cambio estacional.

Haruka dio un suspiro. La imagen actual de la escuela, el viento y las hojas secas, le evocaban una sensación de nostalgia por sus días de estudiante de primaria, cuando caminaba por las mañanas junto a Makoto y su mayor preocupación era cómo evitar las insistencias de cierto pelirrojo obsesionado con los relevos.

Habían pasado casi veinte años desde ése entonces. Ahora las cosas eran tan distintas…

—Compórtate bien, pon atención en clases y no hables cuando los maestros lo estén haciendo, ¿de acuerdo? —dijo Haruka mientras se inclinaba para ordenar unos mechones rojizos de la cabeza de su hijo.

—¡De acuerdo! Y tú no te retrases cuando me vayas a buscar al club esta tarde, ¿de acuerdo? —dijo Sakura imitando a su padre y ajustándole el último botón de la chaqueta.

—De acuerdo —sonrió Haruka. Dio un par de golpecitos en la cabeza al pequeño y le dejó ingresar corriendo a la escuela junto a sus compañeros.


La hora de almuerzo del segundo grado de la Primaria Iwatobi era una instancia de tranquilidad y disfrute; los niños sacaban sus pequeñas y coloridas cajitas y las colocaban sobre la mesa. Hoy era el Día de los Vegetales, por lo que la maestra recorría el salón asegurándose de que todos los almuerzos contuvieran gran cantidad de ellos.

La cajita de almuerzo de Sakura era azul y tenía diseños de delfines en ella, se la había obsequiado su padre hacía algún tiempo atrás. En su interior había un trozo mediano de caballa y una gran variedad de verduras perfectamente ordenadas, por lo que recibió la aprobación de la maestra; en caso contrario, ella habría telefoneado discretamente a Haruka y le habría solicitado cumplir con las exigencias alimenticias que tenían los niños de primaria. Eso había sucedido un par de veces, en momentos en que Haruka había tenido la cabeza en otro mundo y se había equivocado en preparar el almuerzo de su hijo.

—¡Otra vez te dieron ese pescado! —exclamó un niño observando divertido el almuerzo del pelirrojo. Su nombre era Aiko Aihara y desde el primer grado que era compañero de Sakura. Ambos peleaban todo el tiempo, varias veces con lágrimas incluidas, pero extrañamente siempre terminaban buscándose el uno al otro.

—Sakura-chan, ¿no te aburres de comer eso todos los días? —preguntó una niña, Tsubaki Minami. Había llegado de Tokio hacía algunos meses y la maestra le había pedido al pelirrojo que le ayudara a adaptarse a la escuela; el niño había aceptado a regañadientes, pero finalmente habían terminado siendo amigos.

—Es caballa y a mí me gusta —aclaró Sakura frunciendo el ceño, aunque en seguida alzó una ceja y sonrió burlesco—. Mi papá es el mejor cocinando caballa. ¡Apuesto a que ninguno de sus papás conoce tantas recetas como el mío!

—Creo que mi papá no sabe cocinar —dijo Tsubaki pensativa.

—El mío tampoco.

—¡Já! ¿Ven? ¡El mío es el mejor! ¡Él puede hacer de todo! —exclamó Sakura con energía, inflando el pecho con orgullo. A su lado, Aiko lo observaba con grandes ojos y con el signo de interrogación marcado en su rostro:

—Pero, eso es porque tú no tienes mamá, ¿verdad, Sakura-chan?

Aquellas palabras oprimieron inmediatamente el pecho de Sakura. No le dolía escuchar la verdad, pero sí le hacía sentir diferente al resto de sus amigos. "Sí tengo mamá, pero está durmiendo en el cielo" fueron las palabras que cruzaron silenciosamente la cabeza de Sakura. Y aunque Aiko y Tsubaki se distrajeron y el tema de conversación cambió inmediatamente, el pequeño pelirrojo se quedó en silencio y no volvió a ser partícipe en la conversación durante un buen rato.


Iwatobi DolphinS era conocido por ser una de las mayores tiendas comerciales dedicadas a materiales de construcción y jardinería en la ciudad. A diario recibía cientos de clientes. Varios años atrás, Haruka y sus amigos habían asistido innumerables veces para comprar materiales para reparar la piscina de la escuela; era en aquel lugar donde Haruka se había podido desvestir e ingresar a los acuarios, sacando de quicio a Makoto y provocando las carcajadas de Nagisa. Ahora, y desde hacía cinco años atrás, Haruka era uno más de los trabajadores de DolphinS.

—Nanase-san, ¿qué le parece este color? Es para la habitación de mis bisnietos —preguntó una mujer de edad avanzada señalando la paleta de colores que pendía de la pared.

—Le sugiero este otro color. Podría combinarlo con este de acá, además —dijo Haruka, señalando unos tonos azulados.

—Ah, pero el azul es para niños y uno de los bebés en una niña. Son mellizos, mire —dijo la mujer sacando de su bolso una pequeña fotografía y enseñándola con orgullo a Haruka. Era la imagen de un par de bebés de alrededor de cinco meses de edad, con mantas azules y rosas para diferenciarlos.

—Usted es una bisabuela afortunada —comentó admirando la fotografía. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa; la imagen le recordaba aquellos tiempos pasados cuando solía pasar horas contemplando a su pequeño bebé. Sakura había sido realmente adorable.

—¡Soy la mujer más feliz del mundo! —rió la anciana— Aunque será complicado; mi nieto y su novia son estudiantes, así que mi hija y yo estaremos al cuidado de los dos bebés. Ya estoy vieja, pero no quiero que el ser padres signifique que ellos tengan complicaciones o, mucho menos, que frustren sus sueños universitarios.

—Eso sería una lástima… —dijo en casi un murmullo, sintiendo un ligero sabor amargo en su garganta.

Aunque ya habían pasado ocho años, sus memorias permanecían dolorosamente frescas. Jamás olvidaría esa llamada telefónica mientras competía en Europa, cuando escuchó atónito cómo aquella voz temblorosa le anunciaba entre lágrimas que las cosas habían llegado a su límite y que el bebé quedaría al cuidado de Makoto y de Gou hasta que Haruka regresara a Tokio. Aunque el pelinegro intentó solucionar el problema, ninguno de sus esfuerzos dio resultado. Estuvo dos años viviendo en la capital, subsistiendo con la ayuda monetaria de sus padres mientras cuidaba de Sakura, al mismo tiempo que intentaba frustrado sacar adelante su carrera universitaria y su desempeño en la natación profesional. Pero todo esfuerzo fue inútil. Haruka finalmente se había rendido y había regresado a Iwatobi con su bebé entre sus brazos, con el corazón destrozado y los sueños hecho olvidados.

Ahora, Haruka continuaba en DolphinS, el mismo empleo que consiguió apenas arribó de regreso a Iwatobi. Le había costado bastante tiempo adaptarse a la idea de cambiar las competencias internacionales por un trabajo rutinario en esta pequeña ciudad, pero se había visto forzado a hacerlo por el bien de su hijo. Y no era que estuviese arrepentido de ese sacrificio, sino todo lo contrario, ya que su felicidad dependía absolutamente del bienestar de preciado Sakura.

—Y dígame, Nanase-san, usted tiene un hijo, ¿verdad? —preguntó la anciana.

—Sí, tengo uno pequeño. Es lo más preciado que tengo en la vida.


Las clases de natación de Sakura eran dos veces a la semana, pero Goro Sasabe, el dueño del club de natación, le permitía ir todos los días que quisiera. Haruka no le ponía restricciones a su hijo, le dejaba ir a nadar siempre y cuando el camino de la escuela al club no lo recorriera solo, a fin de cuentas, Sakura sólo tenía ocho años y, según Haruka, era muy pequeño para andar en soledad por las calles. Para fortuna del pelirrojo, Aiko vivía muy cerca del club, así que después de clases él solía apegarse a la madre de su amigo para que lo encaminara al recinto deportivo.

Sakura era muy sociable y extrovertido. Hablaba durante todo el camino hacia el club y lo seguía haciendo mientras estaba en clases de natación. Sólo cerraba la boca cuando se metía al agua y hacía el recorrido de un extremo de la piscina al otro, pero luego salía a la superficie y comenzaba a hablar nuevamente, jactándose de lo rápido que era e insistiendo a sus compañeros para que lo desafiaran.

—¡Eres igual a tu madre, Sakura! —reía Goro con diversión, de pie a un lado de la piscina. Aunque estaba algo mayor, aún seguía participando activamente de la formación de los pequeños nadadores.

Ante las palabras del entrenador, Sakura sólo torció la boca y no dijo nada más. Había intentado cientos de veces que Goro le hablara acerca de su madre, pero el hombre siempre terminaba evitando el tema, desviando la conversación, y dejando al pequeño lleno de dudas. La única respuesta de Goro era "si quieres saber sobre tu madre, debes preguntarle a tu padre" y, ante eso, el niño ardía en irritación.

Cuando las clases de natación terminaban, Sakura aguardaba impaciente en la entrada del club. Caminaba de un lado a otro, hablaba con los niños que se encontraba a su paso y observaba las figuritas de animales marinos que colgaban de la recepción. Ya tenía la colección completa de esas figuras, tras haber dejado a Goro aturdido de tanto insistir por ellas; su favorita era un delfín rosa que llevaba siempre colgando de su mochila.

—¡Papá! —gritó con entusiasmo cuando vio a Haruka avanzar en dirección a las puertas de vidrio. Se lanzó a los brazos de su padre cuando éste apenas había cruzado el umbral de la recepción.

—Lo lamento, Sakura. Tardé algunos minutos —se disculpó, alzando a su hijo en brazos.

—No importa —El niño movió la cabeza de un lado a otro con una gran sonrisa, extendió ambos brazos alrededor del cuello de su padre y aguardó al próximo movimiento que ya lo sabía de memoria: Haruka se voltearía hacia la pared, hacia donde estaban colgadas todas las fotografías de los miembros pasados y actuales del club, daría una mirada rápida hacia los retratos, y luego se dispondría a salir del club. Era toda una rutina que hacía Haruka cada vez que ingresaba al lugar, y ésta vez no fue la excepción.

Sakura había notado ese extraño comportamiento hacía bastante tiempo, era como si Haruka se asegurara de que las fotografías estuvieran en orden, que nada sobrara ni que nada faltara. Le había preguntado a su padre qué era lo que tanto buscaba en ellas, pero no había recibido respuesta alguna. Y cuando Sakura se tomó la molestia de observar una por una todas las fotografías, no había descubierto nada que llamara su atención; sólo habían fotografías de gente desconocida, y las que llamaban su atención eran una de Haruka junto a Makoto, Nagisa y Rei por el campeonato nacional de estudiantes en la preparatoria, y algunas más de Haruka con medallas internacionales.

Durante el camino a casa, el viento aún persistía y empujaba con insistencia sus espaldas, mientras que las temperaturas descendían notoriamente. Haruka había ajustado la bufanda de Sakura, pero éste no dejaba de quejarse del frío; protestaba porque sus orejas estaban heladas y porque pescaría un resfriado, y estuvo a punto de comenzar a llorar diciendo que ya no podría volver a nadar nunca más. Haruka suspiró con resignación y torció la boca hacia un lado; Sakura era tan exagerado y dramático, que Goro tenía razón cuando decía que era igual a cierta persona.

—Cámbiate de ropa y métete en la cama —ordenó el mayor una vez que llegaron a casa.

—No, primero debo tomar un baño —contradijo el pequeño, dejando su mochila a un lado.

—¿No dijiste acaso que te estaba resfriando? Ve a tu habitación. Te llevaré leche caliente —insistió el mayor con seriedad mientras caminaba hacia la cocina. Luego sonrió divertido cuando escuchó los sonoros pasos llenos de fastidio de su hijo al subir las escaleras. Sakura era demasiado temperamental.

El pequeño ingresó a su habitación y cerró la puerta a sus espaldas. Estaba molesto porque no podía tomar un baño, pero también creía encarecidamente que un pequeño resfriado podría acabar con toda su carrera en la natación. Se quitó la ropa con rapidez y se puso su pijama con diseños infantiles; se inclinó debajo de la cama para sacar un cuaderno y un lápiz que allí mantenía, y luego se metió entre las cómodas y abrigadoras frazadas de su lecho.

El cuaderno que Sakura sostenía en sus manos estaba algo desgastado por el uso. En la cubierta tenía pequeños adhesivos de burbujas y estrellas, y en medio una gran luna con un delfín rosa a su lado. Era como si Sakura hubiese recreado un cielo mezclado con el mar.

El pelirrojo abrió el cuaderno y avanzó entre las hojas hasta llegar a la última escrita. Posicionó correctamente el lápiz azul entre sus pequeños dedos, y comenzó a entintar el blanco con su infantil escritura.

Hola, mamá —dijo Sakura en voz baja. Sus palabras orales eran las mismas que las escritas en el cuaderno—. Me porté bien en el colegio. Hice todas las tareas. La maestra no me regañó por hablar en clases —Detuvo sus dedos un momento, pensativo. Sabía ocupar el hiragana, pero tenía faltas de ortografía y le costaba escribir oraciones complejas—. Otra vez me dijeron que no tengo mamá. Fue Aiko-chan, pero no me molesta. Él no sabe que yo hablo todos los días contigo.

Sakura se detuvo una vez más. Volteó su mirada hacia afuera y observó a través de la ventana la oscuridad de la noche que estaba pronta a comenzar. El silencio de la casa favorecía al sonido del viento que golpeaba la ventana. Las estrellas poco a poco desaparecían entre las nubes que viajaban a través del cielo.

Parece que hace frío allá arriba —dijo Sakura en casi un suspiro, y luego lo escribió en su cuaderno—. Ya no hay estrellas. Si tienes miedo, ven a dormir conmigo. Papá y yo te vamos a cuidar. Te amo, mamá.

Dejando el lápiz a un lado junto al cuaderno cerrado, depositó un tierno beso en la cubierta.

Haruka entró deliberadamente después de haber presenciado la escena desde las afueras de la habitación, por el pequeño espacio que quedaba entre la puerta semi abierta. Forzó una sonrisa que le dedicó a su hijo y se acercó a éste para entregarle un vaso con leche caliente recién preparada.

—Estaba hablando con mamá. Le dije que bajara a dormir conmigo. Las nubes están tapando la luz de las estrellas, además hace frío y se puede resfriar.

—Los espíritus no se resfrían, Sakura —aclaró Haruka con diversión, sentándose en la cama junto a su hijo—. Y tu madre tampoco era débil, de hecho, casi nunca pescaba resfriados. Tampoco le tenía miedo a la oscuridad.

—¿En serio? Mamá es fuerte y valiente, ¡es perfecta! —exclamó Sakura de inmediato abriendo los ojos maravillado— Apuesto a que también era muy bonita.

—Sí, lo era —respondió con tranquilidad.

—¿Y qué más? Háblame más sobre mamá. Tú nunca me cuentas nada y yo quiero saberlo todo.

—Sabía nadar.

—¡Eso ya lo sé! ¿Qué más?

—Lloraba por todo, como tú.

—¡¿Ah?! ¡Yo no lloro por todo!

—Hoy casi lloras por un resfriado —recordó Haruka con una mirada un tanto burlesca. Sakura frunció el ceño fastidiado—. Es una broma. No te enojes —Se inclinó hacia su pequeño y depositó un ligero beso en la frente—. Iré a tomar un baño. Volveré enseguida para que hagamos tu tarea.

"Los espíritus no se resfrían" repitió Haruka en su mente mientras abandonaba la habitación de su hijo. Y se odió así mismo por seguir alimentando una mentira. "Fuerte y valiente, ¿eh?" se preguntó en silencio con profunda rabia.

Cuando llegó a su propia habitación, cogió una caja metálica desde la parte alta de su armario, en la cual guardaba documentos importantes que Sakura tenía expresamente prohibido revisar. Allí, entre tantas cosas, Haruka guardaba una fotografía; estaba estropeada de tantas veces que la había arrugado con ira, y de las ocasiones en que la había echado a la basura y luego la había vuelto a recoger. Era una fotografía de Sakura, con sólo dos meses de nacido, envuelto en mantas rosas y sostenido entre los fuertes brazos de aquel pelirrojo de mirada triste que había desaparecido hacía ocho años atrás.

—Jamás te perdonaré, Rin.

Haruka arrugó la fotografía una vez más con rabia, y la lanzó hacia el otro lado de la habitación. Aunque quisiera ocultarlo, la herida aún estaba abierta en su pecho.


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A kilómetros de altura sobre la capital del país, un avión ajustaba su ruta para comenzar el descenso. El viaje desde Sídney era extenso y, aunque los pasajeros estaban cansados, lo cierto era que todos estaban realmente ansiosos por pisar al fin el suelo japonés. Todos excepto aquel hombre que sentía cómo una vorágine de recuerdos atormentaba su cabeza. Ya no quería bajar del avión, incluso estaba arrepentido de haber viajado, pero ya era tarde y no podía volver atrás. Debía asumir que ahora se encontraba en Japón y que estaría algunas horas en Tokio, aquella ciudad donde supuestamente se encontraba viviendo Haruka y el niño que había abandonado. Sólo se sentiría tranquilo cuando abordara el avión hacia el sur, porque estaba seguro que en Iwatobi no encontraría nada de sus recuerdos…

Al menos eso era lo que Rin se esforzaba por creer. Pero el pelirrojo no sabía que, al comprar aquellos pasajes en avión, también había comprado una ida de regreso a su pasado y a todas las cosas que había dejado sin resolver.

Continuará…


Capítulo 1

Cuando Llueven Estrellas