1. EL TATUADO

Caía la noche. El Avatar y sus amigos avanzaban lentamente, luego que se separaran del numeroso grupo de guerreros, que incluía al padre de Katara y Sokka, a los amigos luchadores de Toph, y a los maestros-agua de los pantanos, amigos de Katara y Aang. Habían decidido seguir por su cuenta para evitarles retrasos, pero aprovechaban el tiempo haciendo que el AvataR practicara sus nuevas habilidades, y el príncipe Zuko comenzaba a iniciarlo en el fuego-control.

Zuko aún estaba muy arrepentido de haber lastimado los pies de Toph, y no sabía que ella secretamente ya lo había perdonado, y no se lo decía para que aprendiera un poco de humildad. Luego de viajar durante toda la noche, al amanecer llegaron a un hermoso valle al pie de dos montañas, donde había un bosquecillo de altos y tupidos árboles, y una quieta laguna de aguas transparentes que invitaba a nadar. Decidieron que era un buen lugar para acampar y descansar un poco del viaje, pero Zuko le dijo a Aang que era mejor aprovechar la mañana para practicar.

— Está bien Zuko — dijo el Avatar —, practicaremos un poco, y luego almorzaremos.

— Oigan chicos — dijo entonces Katara —, casi ya no quedan provisiones y no hay por aquí ningún poblado para abastecernos.

— Pues creo que tendremos que cazar nuestra comida — dijo Sokka con aire de autosuficiencia —. Permítanme, yo conseguiré comida.

— Te alcanzaremos luego — dijo Zuko —, primero quiero enseñarle algunos movimientos a Aang.

— ¿Y ustedes no vienen? — les dijo Sokka a las chicas —. Así verán al cazador experto en acción.

— No gracias "cazador experto" — dijo Toph con sarcasmo —. Por si no recuerdas, mis pies están vendados y siguen quemados, no puedo "ver" nada así.

Zuko bajó la cabeza, avergonzado por el comentario de Toph.

—Yo prefiero quedarme con Toph — dijo Katara —. Quisiera descansar del viaje y tal vez aplicarle una curación de agua-control en sus pies. Quizá se mejoren un poco.

— Bueno — convino Aang —, pero tengan cuidado. Hágannos señales si pasa algo.

Luego de que los chicos se fueran, Katara ayudó a caminar a su renuente amiga hasta la orilla de la laguna, donde la maestra-tierra hizo brotar un par de rocas redondas y lisas para sentarse e introducir sus llagados pies en el agua. Katara comenzó a aplicarle su curación, mientras el sol matinal seguía subiendo en el cielo.

— Oye Toph — le dijo Katara en un momento dado a su amiga —, está haciendo ya mucho calor, ¿qué te parecería si nos refrescamos un rato en el agua?

— Ay Katara — dijo Toph —, ¿ya no recuerdas que le tengo pánico al agua? Toda mi vida me la he pasado en tierra firme, nunca aprendí a nadar.

— Anda, sólo un poco, si quieres, yo te enseño — insistió la maestra-agua —. Mira, además aquí en la orilla está muy bajito el fondo, puedes quedarte sentada aquí si no quieres nadar. Yo cuidaré que nada te pase. Entre más agua te toque, mejor será la curación de tus pies.

— ¿En serio? — dijo Toph animándose — Bueno está bien, pero sólo porque confío en ti, y porque estoy harta de estas vendas en mis pies. Oye, pero recuerda que mi poder no funciona igual en el agua.

— No te preocupes, no hay nadie cerca en kilómetros. Y sin los chicos por aquí, hasta podríamos nadar sin nada puesto.

— Eehhh… mejor no — dijo Toph sonrojándose. Katara pensó que era por pudor, pero en realidad su amiga se había imaginado a Sokka viéndola nadar sin ropa alguna.

— Bueno, no te asustes, estaba bromeando — dijo Katara para que Toph no se arrepintiera —. Nos dejaremos la ropa interior, ¿sí?

Tras convencerla de nuevo, ambas chicas se despojaron de casi todo lo que traían puesto, y Katara ayudó a Toph a avanzar lentamente dentro de la laguna. En verdad que sintieron un alivio muy refrescante del calor, y Toph poco a poco le iba perdiendo el miedo al agua.

— ¡Aaaaahhhh! — dijo Toph luego de un rato —. Mis pies se sienten mucho mejor. De verdad que es muy bueno esto de nadar.

— Claro amiga — dijo Katara —, te lo digo yo por experiencia.

— Pues no te imagino nadando así en los mares de donde vives — contestó Toph riendo —, deben quedar como témpanos luego de salir a la playa. ¡Ja, ja, ja!

— ¡Muy gracioso, toma! — dijo Katara salpicándola en la cara.

— ¡Hey, no vale, yo no puedo verte! — dijo Toph salpicando hacia todas partes, aunque sabía que sería prácticamente imposible salpicar a una maestra-agua. De repente se quedó quieta, como si escuchara algo con mucha atención.

— ¿Toph qué pasa, te ocurre algo? — dijo Katara preocupándose.

— No sé — contestó la chica ciega —. Me pareció sentir un movimiento extraño a través de la roca donde estoy sentada. Sé que es imposible, pero sentí como pasos de alguien.

— No Toph, no puede ser — dijo Katara —. Yo estoy flotando en el agua, y aquí no hay nadie más que nosotras.

— Katara — le contestó Toph sigilosamente —, lo estoy sintiendo ahora, y viene muy cerca de nosotras.

Katara giró en redondo para asegurarse de que era la imaginación de Toph que le jugaba una broma, pero vio con espanto que efectivamente, en la superficie del agua se dibujaba un rastro de burbujas dirigiéndose hacia ellas. Su reacción fue instantánea, y con un rápido movimiento del brazo removió una gran columna de agua hacia arriba, llevándose el susto de su vida al ver que también había expulsado el cuerpo semidesnudo de un hombre joven, tatuado en casi todas partes, que las miraba con fiereza mientras tomaba altura.

— ¡Toph, pronto usa tu poder y arroja piedras del fondo de la laguna hacia el centro! — gritó Katara, mientras hacía que el agua la impulsara hacia donde estaba su amiga. Toph obedeció, pero al no poder apuntar con precisión arrojaba las piedras al azar, tratando de centrarse en un solo punto. El hombre tatuado las esperó, y comenzó a saltar de roca en roca avanzando rápidamente hacia las chicas.

— ¡Más fuerte Toph, arrójalas más fuerte! — gritaba Katara con desesperación. A Toph entonces se le ocurrió una idea, y levantó una columna de roca desde el fondo de la laguna. Cuando el tatuado puso los pies en ella, Toph la separó en dos, provocando que perdiera el equilibrio y se descontrolara su caída, momento que aprovechó Katara para golpearle con una gran bola de agua que lo mandó aturdido hasta la otra orilla de la laguna, donde quedó sin sentido.

— ¡Pronto Toph, vámonos de aquí! — dijo Katara, tomando del brazo a Toph y llevándola a la orilla.

— ¿Qué era Katara, qué nos atacó? — preguntó Toph. Como el hombre estaba en el aire, no pudo distinguir qué era lo que atacaban.

— Era un hombre, un hombre tatuado de todos lados — explicó Katara mientras tomaban sus ropas —. Tenía cara de pocos amigos, quién sabe qué intenciones tendría.

— ¿Y dónde está ahora? — dijo Toph.

— Cayó en la otra orilla de la laguna, creo que se desmayó.

— No, no lo creo. Siento que alguien camina del otro lado de la laguna.

— No Toph, no es posible. Lo estoy viendo desde aquí, y sigue tumbado en el suelo.

— E-entonces, ¿por qué siento unos pasos lentos y pesados, que se dirigen a la laguna?

Ambas chicas callaron. El miedo se estaba apoderando de ellas, pues Katara ya sentía en los pies el vibrar de los pasos que su amiga describía. Además de crujidos de ramas y tronidos de rocas al partirse. Katara giró la vista, y vio con espanto que los árboles del bosquecillo al otro lado de la laguna se movían con rudeza, como si algo enorme se estuviera abriendo paso entre ellos tratando de salir rápidamente. Presas del pánico, las chicas no se movieron, un gran rugido se dejó escuchar, y Katara entonces pudo ver qué era lo que luchaba por salir del bosquecillo.

— E-es u-un hombre — le dijo a Toph —. U-un hombre gigantesco, es… es… ¡Es un monstruo!