Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi.

Argumento: Kagome decide huir con un amor que está segura no le dará más que placer, sin embargo decide arriesgarlo todo. Pero el placer no es suficiente cuando debe afrontar la verdad, ¿de verdad ama a aquel mozo de cuadras como para vivir cualquier experiencia con él? ¿Hasta la traición?

Regalo a angeles-sama 99 del "Intercambio Navideño 2015-16" del foro Hazme el Amor.

Capítulo Uno

Por fin me he casado con Bankotsu. Le quiero y estoy segura que me hará feliz. Lo sé porque siento cosas cuando me besa. Tal vez me enamoré sin darme cuenta, después de todo, el conde es un hombre muy apuesto. Estoy ansiosa por mudarme a Yorkshire y cabalgar libre.

Del diario de Kagome, condesa de Shichinintai, 1716

Yorkshire, Inglaterra, 1721

El casco de los caballos golpeó contra el piso de madera de la posta y Kagome pensó que debió haber sido el sonido de los cascos contra las piedras del camino, pero contra todos sus deseos seguía ahí, en la caballería esperando en la oscuridad. El olor del lugar se hizo más fuerte, con el ligero viento de primavera que arrastró el heno seco del piso hasta el interior de la caballería. Con toda seguridad habría más olores que no era capaz de reconocer y estaba convencida de que tampoco deseaba saber la procedencia de ellos.

Se sujetó la orilla del vestido y se agarró con fuerza de la posta. Debía seguir esperando un rato más. No era la primera vez que lo hacía. Con esa era la quinta vez que se escabullía de los recovecos del castillo para ir a aquel encuentro.

La primera vez que lo había hecho, había esperado más de una hora hasta que Sesshōmaru había llegado. Así que debía ser paciente. No era como si necesitase volver pronto.

Dejó escapar un suspiro mientras cambiaba el peso de un pie a otro.

Cualquiera debía pensar que la condesa de Shichinintai debía estar entre las sábanas de su pulcra cama de dosel, arropada con la pulcra bata de dormir, con la misma pulcra actitud esperada de ella. No obstante, había pasado bastante tiempo desde la última vez que había estado comportándose de manera rigurosa.

Sería una estupidez seguir en aquella horrible cama cuando su mozo de cuadras la esperaba todas las noches en las caballerías, con su escandaloso pecho descubierto y sus labios tan pecadores, como el infierno mismo.

Escuchó una hoja crujir bajó la pisada de alguien. Kagome se puso alerta y acomodó las hondas de su vestido para estar presentable. Se dio un pellizco en ambos mofletes para darles color y carraspeó para tomar control de su voz. Entonces, de pronto, la puerta de la caballería se abrió y su mozo de cuadras apareció en el umbral con aquel aspecto severo y relajado de siempre, sin embargo, eso era lo que menos le importaba. Su cabello negro le caía de forma grácil sobre el rostro y sus ojos ingeniosos la miraron de arriba abajo al verla ahí parada. El corazón se le aceleró al ver rastro del deseo que ella misma tenía en el interior en aquellas pupilas. Los labios cínicos del mozo se curvaron mientras una gota de sudor recorría desde el inicio de la frente, hasta pasar por la sien, y perderse entre su cuello y dentro de la camisa. Ella tragó en seco.

Las partes más íntimas de su cuerpo brincaron de deseo al verlo moverse. Llevaba el pura sangre de su esposo por medio de las cuerdas y lo haló hasta el interior de la cuadra. Su olor almizcle le golpeó cuando pasó a un lado de ella. El vestido se le arremolinó al rozar una pierna y el frufrú de la tela hinchó sus entrañas. Cuanto deseaba que la besara y la rodeara con aquellos potentes brazos y con aquel cuerpo tan sublime y encandilado.

—Milady, buenas noches —dijo él. Amarró el caballo de uno de los postes y luego la miró de pies a cabeza. Se aconchó en la pared con los brazos cruzados y ella lo odió en ese momento.

—Buenas noches —contestó. El corazón volvió a brincarle azorado en el pecho. No era la primera vez que le pasaba eso. Desde la primera vez que el mozo había llegado al castillo, ella había sentido una atracción candente por él. Que al principio le había resultado más que indecente; el mozo había sido contratado por Bankotsu, su esposo, y era un hombre prohibido para ella. No obstante, se había encontrado más de una vez mirándolo de forma diferente.

La primera vez que Bankotsu había salido a Londres por asuntos de la cámara de lores, ella se había quedado en el castillo manteniendo el aire de condesa sumisa que todos esperaban. La misma sumisión que negaba. Siempre había sido educada para eso. Y era lo que se esperaba de la hija de un vizconde y de la condesa de Shichinintai, pero Sesshōmaru le había enseñado una sumisión más placentera que la de mujer recatada y mojigata.

Lo había visto pasear por los campos a lomo del pura sangre de Bankotsu y le había parecido el hombre más guapo que había visto en su vida. Los cascos de los caballos la habían dejado aturdida ese día, junto al movimiento del cuerpo masculino y las hondas de aquella camisa de lino. Las piernas brincando libres y el cabello espeso. ¡Oh!, y si de algo había estado segura, es que aquel día, la humedad de sus piernas había sido tanta que había tenido que cambiarse. Después de ese día se había encontrado fantaseando con él cada que Bankotsu le hacía el amor, cada que paseaba por el campo y cada que montaba a caballo.

Después le fue imposible quitarse al mozo de la cabeza. Hasta el mismo día que lo miró de forma detenida mientras cepillaba el cabello de Archie, el caballo, y se había sentido libre para mirarlo y humedecerse los labios. Él por supuesto había sabido todo desde el principio. Era un hombre inteligente, así que le era fácil sospechar su atracción por él. La cual no negó cuando la arrinconó de forma escandalosa contra las postas aquella tarde, ni cuando le hizo el amor la primera vez, ni cuando lo siguió haciendo las noches que siguieron a eso.

Era un secreto que mantenían y el cual a Kagome le podía costar su matrimonio con Bankotsu y su reputación. La sociedad llegaba a ser muy cruel en esos aspectos.

Y ella era consciente de que Bankotsu no era el hombre más fiel de todos. Desde que había debutado en sociedad, su madre la había preparado para ese tipo de cosas. Le había dicho que un hombre no era de una sola mujer y que su esposo no sería la excepción. Sin embargo, en todo el tiempo que llevaba de casada, nunca había encontrado alguna columna amarillista en el times que señalara la infidelidad de su esposo.

—¿En qué piensa, mi querida condesa? —La voz del mozo de cuadra la trajo de vuelta a la realidad. Seguía mirándola con los brazos sobre el pecho y con aquella mirada endemoniadamente sensual.

—Que tal vez deberíamos apurarnos antes de que milord empiece a buscarme.

—Sabes que no habría necesidad de seguir apresurándonos. Solo tienes que aceptar irte conmigo —Sesshōmaru bajó los brazos y azotó la puerta de la caballería. A continuación caminó hasta Kagome y la tomó de los brazos. El olor del mozo era tan exquisito como recordaba. Se sentía tan magnifico estar así, a su lado, sin ningún inconveniente, solo el hecho de que era una mujer casada, tal vez era lo que volvía aquellos encuentros en prohibidos. Pero ella sabía que… ah, él le besó el cuello haciéndola perder la concentración. Las zonas más insospechadas de su interior se calentaron con aquel húmedo beso—. Escápate conmigo, Kagome. —Y qué bien se escuchaba su nombre en sus labios.

—Sabes que no puedo, soy…

—Eres la condesa, lo sé. —Ella asintió. Las palabras de Sesshōmaru las encontraba llenas de algo más que simple rencor. Lo habían pensado tanto y por supuesto que le encantaría irse con él, pero Bankotsu era un conde y los encontraría donde quiera que fueran.

Si tan sólo pudiera hacer algo más que mirar y ser la esposa perfecta.

—Y sabes que si Bankotsu se entera nos mata.

—Oh, vamos, milady, sabe que el poder del conde es lo más me tiene sin cuidado. El problema es que usted acepte dejar su posición como condesa y desee compartir más que una cama conmigo.

Las manos de Sesshōmaru descendieron desde sus hombros, hasta sus caderas y de ahí hasta sus tobillos. Un ramalazo de satisfacción le golpeó de forma gloriosa. Sí, así le gustaba. Debía tocar un poco más arriba.

—¿Te gusta? —Dijo, mientras la mano subía por uno de sus muslos y entraba a la parte más caliente de su anatomía, y después, ¡oh!, sus dedos ahí deslizándose en su interior. Ella asintió—. Escápate conmigo. En Essex tengo una pequeña casa y el conde no podrá encontrarnos.

Ojalá todo fuese tan fácil. No solo estaba su posición y reputación de por medio. Sino la de toda su familia, y todavía faltaba que sus hermanas debutaran. Un acto como aquel, las arruinaría. Y luego, estaba el conde. Al principio de aquella relación prohibida, ella lo había amado. No de la forma que amaba a Sesshōmaru, pero había jurado que lo adoraba y que era feliz a su lado. Y él parecía serlo con ella: la trataba con delicadeza. Y a diferencia con los matrimonios de sus amigas, era sorprendente. El conde era guapo, y por supuesto, tenía un cuerpo de lujo. Le había dicho que la amaba, y trataba de ser el esposo que cualquier mujer envidiaría, por eso ella no podía hacerle aquello. Sería una reverenda estupidez. Pero si comparaba todo eso con la felicidad que le brindaba Sesshōmaru, era un buen incentivo. De hecho, no necesitaría pensarlo tanto. Amaba a Sesshōmaru. Y hacerlo la haría feliz, pero…

—No puedo hacerlo. —La mano que le cortaba la respiración dentro de sus pliegues húmedos, salió dejándole un vacío doloroso y palpitante. Sesshōmaru se alejó de ella y tomó la jofaina que había sobre la posta. Caminó hacia el bebedero de los caballos y recogió un poco de agua.

Kagome podía jurar que estaba tan excitado como ella. El bulto de sus pantalones se lo demostraba y bueno, no es como si fuese la primera vez que lo veía de aquella forma. Lo vio hundir las manos en el agua y luego mojarse la cara. El agua le escurrió de forma escandalosa por el cuello y luego por la camisa de lino.

—Buenas noches, milady, no debería estar aquí conmigo, si el conde se entera, podría adivinar lo que hemos estado haciendo todo este tiempo.

—Sesshōmaru yo… —¿ella qué? ¿Qué le diría? Por Dios, deseaba tanto que la besara y le hiciera el amor, pero él no se conformaría con que ella se levantase cinco minutos después y se vistiese para volver al castillo.

—Te voy a estar esperando cuando despunte el alba. Tomaré prestado uno de los caballos así que será fácil. Si no llegas, me iré de todos modos.

—Sesshōmaru —volvió a repetir. Él se acercó a ella y le tomó la cara entre sus potentes manos. Un beso fugaz fue lo único que necesitó para tomar su decisión.

—Buenas noches, Sesshōmaru.

—Buenas noches, milady —dijo él y ella salió de la posta dejando la marca de sus zapatos sobre el heno seco.

Cuando llegó esa noche al castillo, Bankotsu revisaba las finanzas de unas propiedades. Cosas que a ella le importaban muy poco. El aspecto de la habitación era tan desolador como el hombre detrás del escritorio. La luz de la chimenea no iluminaba lo suficiente como para que Kagome se sintiese a gusto en ese lugar, ni en ningún lugar del castillo.

Bankotsu le dio una inspección por encima de las gafas antes de regresar a las cuentas. Como era de esperarse, carraspeó y se retiró a su habitación como debía hacerlo. Sin embargo, esta vez fue diferente. Porque él también carraspeó y ella se detuvo antes de abrir la puerta.

—¿Dónde estabas? —Kagome se giró y lo miró. Él seguía con la mirada en las finanzas sin dignarse a verla.

—Dando un paseo, estaba muy aburrida.

—Tal vez si dejaras de encerrarte tanto en esa habitación no estarías tan aburrida.

—Sí, tal vez.

Bankotsu levantó por fin la vista del libro de finanzas y se quitó las gafas para mirarla. El ceño fruncido le demostró que no le gustaba su aspecto.

—¿Otra vez en la caballería, Kagome? —Ella sonrió tratando de que le nerviosismo no le llegara a los ojos.

—Ya sabes cómo me encanta montar a Archie —y a tu mozo de cuadras, pensó de manera depravada. Bankotsu se levantó y la rodeó con los brazos. Las aletas de la nariz de Kagome se agitaron ante su olor. Olía a whisky y a tabaco. No era un olor repugnante, pero a comparación… no, se dijo, debía dejar de comparar.

Cuando se casó con Bankotsu estaba segura que lo amaba, ahora… bueno, ahora las cosas eran diferentes. Bankotsu le besó el cuello y luego bajó sus manos hasta el inicio de sus caderas. Cuando ella se dio cuenta, ya estaba sobre el escritorio, con las piernas abiertas mientras su esposo la penetraba.

Hasta hacía un par de años, esos encuentros le resultaban tan candentes. Ella suspiraba en sus brazos y gemía de placer. En esos momentos, era simple sexo por compromiso. Era la condesa de Shichinintai y debía darle un heredero al condado. Sin embargo, ya llevaban cinco años de casados y el heredero no llegaba.

Cuando él hubo terminado de hacerle el amor, se dejó caer sobre ella y después la llevó a la habitación. Al cerrar la puerta, corrió a limpiarse la viscosidad entre sus piernas y esperó a que su doncella entrara a para ayudarla con las horquillas y con el corsé.

¿En verdad podría irse y dejar todo con tal de estar con Sesshōmaru? Sus hermanas aun saldrían a sociedad y eso las iba a arruinar. Sin embargo ya llevaba demasiado tiempo pensando en su familia. Desde que había debutado, no dejaban de mencionarle lo importante que era conseguir un lord con gran fortuna para darle realce a su familia. Si el conde de Shichinintai no hubiese aparecido, ella estaba segura que la hubieran entregado al primer viejo petimetre que se les plantase enfrente. Era peor de lo que ella pensaba. Toda su vida se había dedicado a satisfacer los deseos de los demás.

Se levantó de la silla e hizo un ademán con la mano para despedir a la doncella. Antes de meterse a la cama, metió seguro a la puerta que comunicaba a la recamara del conde. Dio un soplido al candelabro para que se pagara y se dejó envolver por la oscuridad y el fresco de la noche.

Así, cuando despuntó el alba, se levantó, se quitó el salto de cama y se colocó el vestido tratando de acomodar el corsé y las enaguas de manera correcta. Después se ajustó la capa de piel y salió. No miró el cuarto del conde al salir y tampoco miró atrás cuando puso un pie afuera. Simplemente llegó a las caballerías y el corazón le palpitó con fuerza al encontrar a Sesshōmaru, aconchado en la posta y con un caballo tomado del arnés. La camisa se le concertaba de forma gloriosa y los pantalones ajustados color caqui se le pegaban de manera escandalosa al cuerpo.

Entonces, él la miró y le sonrió antes de arrear al caballo y extenderle una mano haciendo que el corazón se le agitara sin contemplación.

Miró una última vez hacia el castillo. Estaba dejando todo por ese hombre. Podría estar equivocándose, pero no había vuelta de hoja, porque Sesshōmaru la tomó de la cintura y la ayudó a montar el caballo. Luego se montó él y tomó las riendas para ajuchar al castrado y empezar a correr con el viento, frío y húmedo, golpeándole directo en la cara.

Sesshōmaru cerró los ojos para aspirar el olor a lavanda de la condesa. Olía delicioso. Pensó en lo mucho que habían cambiado las cosas desde que había llegado al castillo del conde.

Al principio había llegado con un solo propósito, sin embargo, las cosas habían cambiado de rumbo.

Kagome se tensó cuando el caballo saltó sobre una pequeña franja y él la reconfortó apretándola con sus brazos. Esa mujer valía mucho. Y no por el simple hecho de ser mujer, sino por muchas otras cosas más. Si las cosas salían como las tenía planeada se olvidaría de lo demás y la llevaría lejos para empezar de nuevo, en un lugar donde nadie supiera quienes eran. Essex sería la primera parada y después partirían sin rumbo definido. Lo primero que tenía que hacer, era hacerse de un poco de dinero para mantenerla un par de días y luego cuando estuvieran establecidos, empezar a forjar un hogar para ambos.

Y donde ella nunca se enterara de su pasado y las cosas que lo habían llevado hasta Yorkshire. No podía remediar lo que había pasado. No podía cambiar la forma en que la había conocido, pero podía intentar enterrar ese secreto y llevárselo a la tumba. Para eso tendría que llevarla a donde los chismes de Londres no tuvieran alcance. Pero eso se lo pensaría después. Ahora sólo necesitaba llevarla a Essex y conseguir dinero.

Anduvieron un par de horas hasta que el serpenteante camino dejó atrás el pueblo. Puso todos sus sentidos alertas y tanteó el bolsillo de su pantalón. El peso sólido y el cálido del metal de su arma, le brindó seguridad. Arreó más al caballo con las piernas para hacerlo ir un poco más rápido y alcanzar una posada antes de que la lluvia y la neblina los empapara por completo.

Kagome iba tiritando y eso no era bueno. A ella le habría resultado mejor viajar en una calesa, pero de haberlo hecho, hubiese alentado su avance y nunca llegarían a Essex a ese paso.

—¿Te encuentras bien? —preguntó. Ella castañeó con los dientes y luego asintió sin poder hablar. ¡Maldición! Tendría que detenerse antes de lo esperado. Había una posada a un par de kilómetros. Estaban cerca de Yorkshire aun, pero necesitaba que Kagome guardara calor.

—Mira, ahí —señaló ella una pequeña cabaña abandonada. La fachada era un completo desconsuelo. Sin embargo solo serían unos minutos. Pensó. Arreó al caballo de nuevo y se dirigió hacia ahí.

Cuando entraron, el panorama fue más desolador incluso que el de afuera. La mitad del techo estaba caída y sólo habían restos de lo que habían sido paredes. En una de las esquinas había pedazos de madera desperdigados. Los acomodó e hizo una pequeña hoguera con ellos hasta que sintió que el fuego le regresaba el calor a Kagome.

El sonido de los cascos de unos caballos lo pusieron alerta. Tanteó que su arma estuviera en su lugar y se asomó por encima de una de las paredes caídas y enmohecidas. Un grupo de jinetes cabalgaba rumbo a Yorkshire. Se dirigían al castillo, eran lacayos del conde. Si no hubiesen entrado a esa cabaña, los habrían topado de frente y eso habría resultado un gran problema.

—Milady, es hora de irnos. Esos jinetes se dirigen a Yorkshire, si llegan y despiertan al conde antes de que nos vayamos, será un inconveniente.

Continuará…

Nota: He situado el fic en una época diferente porque es donde los amores prohibidos eran más criticados. Kagome es una condesa y Sesshomaru su mozo de cuadras. Les dejo unas aclaraciones por si no lo sabían.

1. En aquel entonces, las damas, hijas de aristócratas, debutaban a cierta edad, en la temporada de Londres, donde se hacían fiestas para que las mujeres pudiesen encontrar marido.

2. Las mujeres dormían en habitaciones diferentes a sus esposos, solo las habitaciones eran conectadas por una puerta y era utilizada por el hombre para encontrarse con su mujer. No era bien visto que ambos durmieran en la misma habitación.

Estas aclaraciones son por si tienen dudas del por qué Kagome pone seguro a la puerta donde duerme, y que obviamente no duerme con Bankotsu, siendo su esposo.

Y bueno, recuerden que leer sin dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.