Advertencias: Los personajes no son míos, son de Kishimoto san ( ya me gustaría, ya jajaaj) yo sólo los utilizo para desahogarme.

Sacrificio

Capítulo primero: Destino incierto.

Corría bajo la lluvia, torrencial, que en esos momentos le calaba hasta la entrañas. No por miedo a mojarse y enfermar, si no por temor a que el tesoro que yacía bajos sus ropajes se echara a perder…

Sabía que era peligroso estar en la calle a esas horas, y mucho mas después del toque de queda impuesto por el gobernante de turno, pero el tesoro merecía todas esas molestias…

Para cualquier persona con dos dedos de frente, que un profesor adulto y cabal corriera en plena noche bajo la lluvia para proteger un libro, era de todo menos sensato…

Pero le costaba mucho encontrar literatura de calidad con la que instruir a sus alumnos y cualquier hallazgo, por insignificante que pareciera a simple vista, era una joya a tener en cuenta.

Decidió atajar por un callejón solitario cercano a su pequeña vivienda. Había estado tan concentrado durante su carrera en no perder su valiosa carga y en evitar a las patrullas que vigilaban que se cumpliera el toque de queda, que cuando divisó a su amiga en la esquina del callejón, no pudo ver el bulto que le cortaba el paso y, perdiendo de golpe su buena suerte, tropezó y se dio de bruces contra el duro suelo.

Se sobó dolorido la muñeca izquierda, encargada de amortiguar, sin mucho éxito, la caída y comprobó mientras se sentaba, que el tomo seguía bajo su camisa. Escuchó a su amiga instarle a levantase inmediatamente y acudir su posición, pero al mirar el motivo de su traspiés, se quedó inmóvil.

Había un hombre, apoyado contra el muro, aparentemente inconsciente o algo peor.

Gateó hasta su regazo y comprobó que estaba herido, aunque no muerto para su alivio.

La chica, se acercó hasta su posición y le inquirió a que se diera prisa, ya que una de las patrullas se acercaba a ellos… La joven retrocedió unos pasos horrorizada al comprobar el motivo del retraso del profesor y le pidió, con una expresión de pánico absoluta, que lo dejara ahí.

Iruka no hizo caso a las advertencias de la joven y cargó al infortunado durmiente en uno de sus hombros y lo metió en su casa. Una última amenaza por parte de la mujer le dejó unos segundos en la puerta, pensando que, seguramente, la chica había exagerado en sus comentarios.

La persona que había rescatado de la lluvia era muy diferente de él mismo. Sus ropajes, a pesar del agua, se notaban de una calidad y exquisitez sublime. Su cabello, gris perlado llamaba la atención sobre el color vino de la levita que cubría al otro hombre. Su camisa de un blanco inmaculado a pesar del agua se notaba al tacto de una seda suave y delicada, algo a lo que no estaba acostumbrado un pobre maestro, al igual que los encajes que adornaban tanto el cuello como los puños de la camisa, que pudo apreciar al desprenderle de ella. Los pantalones, del mismo color y tejido que la levita, evidenciaron que habían sido confeccionados con una profesionalidad que rozaba la perfección…

Una vez que su extraño invitado quedó desnudo a excepción de la ropa interior, lo introdujo en la cama y se apresuró a arroparle, tratando de que recuperase el calor con la mayor brevedad posible. Al colocar su cabeza sobre la almohada, reparó en un fuerte golpe que señalaba la sien izquierda. Le retiró la sangre y se aseguró de que no era lo suficientemente profunda como para requerir la presencia de un doctor a causa de su gravedad. Suspiró aliviado y pensó que aquel desafortunado noble, que creyó que lo era por sus ropas, tendría al día siguiente un terrible dolor de cabeza…

Dedicó varios minutos a librar del exceso de agua las prendas para después colocarlas frente al tímido fuego de la pequeña chimenea… Supuso que, su desafortunado inquilino, precisaría de sus ropas cuando despertara. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda a la pared en una incómoda postura, pero no le importaba. En aquel momento, el otro hombre necesitaba la cama más que él. El chisporroteo de los troncos en el receptáculo designado para arder, fue lo último que apreció antes de quedarse dormido definitivamente.

La insistente luz del sol le despertó y se descubrió solo. Su "amigo" había desaparecido junto con las ropas que tanto se había afanado en adecentar. En cierto modo se sintió decepcionado. Había esperado un agradecimiento o una explicación, pero estaba claro que, para alguien de la nobleza, despertar en un apartamento carente de lujos y desnudo en una cama que no era la suya, era una deshonra… Mientras se aseaba para comenzar su rutina diaria, se encontró pensando en que, le hubiese gustado escuchar el sonido de su voz…

Las horas pasaron más pesadas que de costumbre, aunque agradeció mentalmente recuperar su rutina diaria, solo rota de vez en cuando, por sus excursiones nocturnas en busca de literatura…

Terminaba su trabajo recogiendo los exámenes del alumnado cuando el silencio de su pequeña clase fue roto por la voz de su amiga, que entró como un vendaval y cerró la puerta tras ella, asegurándose de que no quedaba nadie en el edificio…

Durante unos minutos se limitó a mirarle en silencio, mientras él seguía con su tarea. Cuando alzó la vista para averiguar el motivo por el que la mujer permanecía callada, se encontró con una mirada que lo escrutaba hasta el más mínimo rincón.

Esperó a que ella hablase y la pregunta que surgió de sus labios le arrancó una carcajada sonora que resonó en las paredes del pequeño claustro hasta casi hacer eco…

- J aja j aja... ¡No digas tonterías! ¿Morderme? – la miró de reojo cuestionando la salud mental de la dama - ¿Y se puede saber por qué querría morderme un tipo al que encontré en la calle en plena noche?

- Ya lo sabes, no te hagas el tonto – Apoyó las manos en el borde de la mesa y se echó hacia delante, obligándole a retroceder en la silla – el tío de ayer es un vampiro – juntó las cejas y se puso seria – seguro que dejaste que te mordiera…

- A ver, Kurenai – expuso una mueca graciosa – primero, los vampiros no existen, segundo, me dormí y cuando desperté no estaba y tercero, si me hubiese atacado me acordaría ¿No?

- No, no te acordarías… - le señaló con el dedo – ha podido embrujarte o hacerte dios sabe qué… además tu…- Iruka la miraba divertido con una ceja levantada. Se giró bruscamente y andó hasta la puerta. Hizo un gesto con la mano como dando por perdida la batalla y recuperó la seriedad inicial para advertirle antes de marcharse

- Ese monstruo no es de fiar, podría hacerte algo…- miró al suelo como buscando las palabras adecuadas – prométeme que pase lo que pase, no dejarás que te engatuse con regalos o palabras…- el profesor asintió mas que nada, para tranquilizar a la mujer, que parecía realmente alterada- y que no le buscarás ni te quedarás a solas con él – fijó su mirada y esperó la respuesta afirmativa del hombre.

- Está bien – rodeó la mesa y le tomó las manos – seré un niño bueno y me iré a casita directamente después del trabajo y si aparecen los monstruos, prometo meterme debajo de la cama hasta que vengas a rescatarme – sonrió ampliamente y relajó el gesto al ver que a Kurenai no le había agradado la broma – Tu ganas, ¿De acuerdo? No volveré a verle y si por casualidad, coincidimos, me disculparé adecuadamente y me marcharé lo más rápido posible…

Aceptó la respuesta con una media sonrisa no muy segura, consciente de que lo había dicho para que se marchara, cosa que hizo dejándole solo de nuevo con sus pensamientos…

Metió los papeles en el maletín maltratado que le había acompañado los últimos años y negó con la cabeza recordando las palabras de su amiga…Resolvió que necesitaba compañía masculina lo mas brevemente posible, o se convertiría en un hobby lo de meterse en su vida de manera, todo se dicho de paso, muy poco maternal.

Los tres días siguientes, pasaron sin pena ni gloria por la vida del joven profesor, apenado por que aquel libro, el que trataba de llevar a casa cuando sucedió su hallazgo, estaba tan estropeado por el agua, que le fue imposible leerlo. Tendría que esperar a que el comerciante de especias volviese a salir de la aldea y le encontrase otro. Iría él mismo, pero el maldito toque de queda y las numerosas patrullas diarias encargadas de registrar detalladamente todo aquello que salía o entraba en la aldea se lo impedía, a no ser que quisiera pasar una temporadita en los calabozos. Una opción desechada por completo….

El anochecer del tercer día cayó lentamente sobre la pequeña vivienda del joven, que se afanaba en mantener sus ropas limpias para el siguiente día. Unos golpes en la puerta le obligaron a abandonar su trabajo de limpieza y esconder en un agujero perfectamente camuflado bajo las tablas del suelo, los libros que tenía desperdigados por la mesa y el suelo para atender a la visita.

Abrió lentamente, asomando un ojo por la hendidura para comprobar la identidad del visitante. A aquellas horas solo podían ser los soldados y no estaba dispuesto a pasar una noche de torturas por mucho que amase sus libros. Retrocedió asombrado y recuperó su posición casi en el mismo gesto cuando la persona del otro lado de la puerta, una hermosa mujer de cabello negro, recogido de manera que el mechón de la nuca sobresalía por encima de la coronilla, y cubierta por una capa que descansaba en sus hombros bajos, abierta de tal modo que dejase ver sus provocativas ropas, le sonrió dulcemente antes de hablar.

- ¿Eres Iruka? – asintió aún sorprendido. Alargó la mano hacía el y le tendió una carta – Esto es para ti – Hizo una pequeña reverencia y se dispuso a cerrar, pero la joven se lo impidió – Lo siento, pero no puedo marcharme sin tu respuesta. Esperaré a que la leas – y volvió a sonreírle.

No podía negarle nada a aquella manifestación de alegría, a si que, metió el dedo entre los pliegues, ante la atenta mirada de la dama, y rompió la lacra que mantenía cerrado el sobre. Leyó las líneas y apretó los labios. La mujer parecía mirarle de manera directa, como esperando que le contara las noticias de las que ella había sido portadora.

Alzó la vista sin mover la cabeza como si la dama tuviese que decirle que hacer.

- Si la respuesta es no, me marcharé por donde he venido, pero si por el contrario es si, tengo un mensaje y un presente para ti – le tocó la punta de la nariz con el dedo de manera divertida - ¿Y bien?

Miró a todas partes y a ninguna, en silencio. El noble al que rescató le invitaba a una cena en agradecimiento por su gesto. ¿Qué podía perder?... Estaba claro que la superchería barata de su amiga no iba a dejarle sin disfrutar de una buena cena (de la que estaba más que necesitado, ya que su sueldo como profesor, no le daba para lujos innecesarios, y eso incluía también, la comida). Escucharía la explicación, recibiría sus halagos y después de comer se disculparía de manera poco ofensiva y se marcharía. Así solo traicionaba a medias las promesas que le había hecho a Kurenai… aunque tampoco tenía por qué contárselo…

Abandonó sus cavilaciones, cuando la mensajera, que aún esperaba en silencio, le palmeó delicadamente el hombro.

- Si, iré – la chica volvió a sonreírle y le entregó, un pequeño medallón que le abriría el paso ante las patrullas nocturnas y le citaba, en las puertas de la aldea al día siguiente y a la misma hora en la que había aceptado la invitación.

Se quedó unos segundos en la puerta, estupefacto. Estaba seguro que eso no era posible, pero sería capaz de jurar, que la joven no tocaba el suelo al andar… Uff, necesitaba un descanso o un par de días libres…

Hasta aquí el episodio uno.

Espero que guste, de verdad.

Besitos y mordiskitos

Shiga san