Nota de autor: Quedé obsesionada con "El Origen de los Guardianes", la saga de libros de "Los Guardianes", el famosos crossover de Los Cuatro Grandes (Rise of the Brave Tangled Guardians) y la pareja de PitchXJack (BlackIce). Me imagino que por eso una noche soñé con una versión de "Enredados", pero con los personajes de "El Origen de los Guardianes". Me pareció tan divertida la idea que decidí escribirla (a pesar de que debería estar actualizando mis otras historias…).
Espero la disfruten.
Ninguno de los personajes o canciones de este fic me pertenece. Son de Disney, DreamWorks y del gran William Joyce.
Enredados en el Frío
Prólogo
Una vez, hace mucho tiempo, en una tierra lejana, ocurrió lo que muchos hechiceros, magos y sabios consideraban imposible. El primer copo de nieve, que se formó el primer día de invierno, se fusionó con una gota de rayo de sol y una gota de luz lunar, que cayeron del cielo al mismo tiempo por la magia de un eclipse. Este copo de nieve, cargado de tanta energía, al caer al suelo, dio origen a una hermosa y mágica flor.
Esta flor, de pétalos de un blanco más puro y brillante que la nieve y la luna misma y con un tallo más dorado que el sol, tenía las propiedades curativas más asombrosas del mundo, pues no solo sanaba cualquier herida o enfermedad, también revertía el envejecimiento. Con esto, cualquiera podía recuperar el poder de su juventud. Pero, ¿qué debía hacer uno para usar sus poderes? Simplemente, debía cantar una canción:
"Flor que da fulgor
con tu brillo fiel,
vuelve el tiempo atrás
volviendo a lo que fue
quita enfermedad
y al destino cruel, trae lo que perdí
volviendo a lo que fue,
a lo que fue..."
Al terminar de brindar sus poderes, pequeños rastros de escarcha de nieve se veían alrededor de ella, como si crearan un invierno privado para ella y el que necesitara sus poderes. Y todo esto, lo descubrió un malvado hechicero llamado Ombric Shalazar. Él, al descubrir el secreto de la eterna juventud en esta flor, egoístamente decidió esconderla del mundo y usarla para su propio beneficio.
Pasaron los años, y no muy lejos de la flor, se formó el reino: Santoff Claussen, regido por el Rey Nicolás San Norte Frost y Hada Reina de los Dientes. El rey, de origen ruso, era un ser cargado de dicha, felicidad y unos ojos azules llenos de asombro. Él se maravillaba tanto con la alegría de los niños, y los inventos que surgían y llegaban al reino cada día, que decidió ser partícipe de ambos. Así que creó un día especial del año donde él repartía juguetes a todos los niños de Santoff Claussen, juguetes que él y un grupo de su ejército de yetis le ayudaban a crear y construir. Esta celebración era Navidad. Por otro lado, la reina, recibió el título de Hada de los Dientes, debido a que cada noche ella salía a recolectar los dientes, que se escondían debajo de las almohadas, de los niños del reino, y a cambio les dejaba una moneda de oro. Estos dientes contenían las memorias de los niños, así, si necesitaban recordar algo, la reina sin duda alguna los ayudaría.
Los reyes eran adorados por sus súbditos, y ellos los adoraban a ellos. Sin embargo, los reyes sentían que algo faltaba en sus vidas. Si bien gozaban de la felicidad que brindaban a los niños, estos no les pertenecían, estos tenían sus propias familias y hogares. Fue así, como el rey y la reina decidieron tener un hijo.
Por desgracia la reina enfermó durante el embarazo, poniendo en riesgo ambas vidas. Angustiado, Nicolás recurrió a la ayuda de su amigo Sanderson Man Snoozy, conocido como Sandman (Sandy, para los amigos) el que reparte sueños al mundo con la ayuda de su arena mágica y dorada (con la cual también se comunicaba, pues él era mudo). Sanderson, al haber estado en la cabeza de todo ser viviente en este planeta, y ser probablemente el ser más viejo del universo (aunque su apariencia pequeña, regordeta y casi infantil diga lo contrario) tenía el mayor conocimiento del mundo.
Sanderson le explicó al rey que para los inmortales, como ellos, era muy complicado y peligroso engendrar un hijo, ya que, durante el proceso, el ser que portaba el bebé debía pasar gran parte de su magia él, debilitándolo. El portador recuperaba su inmortalidad un mes después del parto. Pero Sandy le dijo que tenía la solución. Con su arena, le contó que hace mucho tiempo, durante el sueño de un hechicero, descubrió que este hechicero había encontrado una flor, a las afueras del reino, que curaba cualquier herida o enfermedad, pero eso había sido todo lo que aprendió del sueño.
Sin más espera, el rey Nicolás San Norte Frost, ordenó a su ejército de yetis que buscaran esa flor lo más pronto posible.
Pasaron los días, y cuando se creía que todo estaba perdido, un yeti exclamó:
-¡Ahí está!
Con prisa, y con mucho cuidado, el grupo recogió la flor y la llevaron al reino. Con la flor prepararon un té que salvó la vida de la reina y del bebé.
Así, nació el príncipe. Su nombre era Jack Frost. Con unos ojos azules como su padre, piel pálida y cabello blanco como la nieve. Como regalo para su hijo, el rey creó con sus propias manos una corona hecha de un hielo que nunca se derretiría. La corona tenía tres diamantes en forma de copos de nieve, dos pequeños y en medio de esos uno más grande y brillante. Al ponerle la corona al niño esta todavía era muy grande para él, pero esa corona poseía el destino del bebé. En honor al nacimiento del futuro heredero, el rey diseñó unos copos de nieve, que en la noche brillaban más que la luna misma y volaban por todo el cielo nocturno, hasta que estos, al alcanzar grandes alturas, explotaban cual fuegos artificiales y caían como la nieve sobre el reino. Durante la celebración parecía que todo iba a ser perfecto.
Por desgracia, durante la noche, una sombra empezó a acercarse a la cuna del príncipe, y mientras lo hacía cantaba:
""Flor que da fulgor
con tu brillo fiel,
vuelve el tiempo atrás
volviendo a lo que fue"
Ante el canto, el cuerpo del pequeño empezó a emitir una luz blanca y azulada, y después se pudo sentir como la temperatura de la habitación disminuía, y cuando la luz se apagó, pareciera que el invierno hubiese visitado el cuarto, pues todo estaba cubierto de nieve y en las paredes y ventanas había rastros de escarcha.
La sombra se miró en el espejo de la habitación notando que ya no era un hechicero viejo, horrible y débil, sino uno joven, guapo y fuerte. Ombric había creído que era su fin, cuando vio escondido entre los árboles del bosque, como esos yetis se habían llevado su preciada flor. Sin embargo, al escuchar el propósito y paradero de la flor, supo de inmediato que todavía tenía una posibilidad, y la tenía junto frente a él.
Sin pensarlo dos veces, Ombric secuestró al bebé, que soltó un llanto al ser despertado de forma tan brusca de su sueño. Ese llanto fue lo último que escucharon los reyes de su pequeño.
Mientras el Rey Nicolás San Norte Frost y Hada Reina de los Dientes ordenaban a su ejército de yetis a buscar a su hijo, Ombric se tele transportó a un lugar lo más lejos posible del reino, un lugar por el cual para entrar se debía ingresar por una cueva escondida entre un montón de plantan y enredaderas. En ese lugar, Ombric construyó con la ayuda de su magia una torre tan alta que parecía alcanzar el cielo, extendió los muros de piedra que rodeaban el área y puso un hechizo para evitar que el Hada de los Dientes o Sandman los encuentren a él y al niño.
Y así pasaron los años, y Ombric crió al niño como si fuera su propio hijo dentro de esa torre.
-¿Por qué no puedo salir? –preguntó el príncipe perdido de 8 años, el cual tenía la cabeza reposada en el regazo del hechicero, mientras este le acariciaba sus blanquecinos cabellos.
El hechicero volvía a lucir joven y tenía una gran sonrisa en el rostro, pues hacía poco que el niño le había cantado el hechizo (el cual le obligó a memorizar), y le contestó al niño como siempre lo hacía cada vez que formulaba esa pregunta:
-El mundo allá afuera es muy peligroso. Muchos querrían usarte y hacerte daño. Es por eso que debes quedarte aquí ¿comprendes mi niño?
-Sí padre –contestó deprimido el pequeño.
Pero Ombric ignoraba que Jack Frost, cada noche en su cumpleaños, miraba por la ventana de la torre, a lo lejos, los copos de nieve brillantes que el rey y la reina seguían lanzando al cielo, esperando que su hijo regrese pronto a casa.
Jack, de naturaleza curiosa, heredada de su padre, y ansioso por la aventura y la diversión, se prometió esa noche:
-Algún día saldré de esta torre y veré de cerca esas luces, de dónde son y qué son. Después, recorreré el mundo entero.
