Nuevo fanfic de la cosecha. Este último es un universo alterno por completo y lamentablemente no puedo asegurar que haya continuaciones semanales pero no lo dejaré inacabado. Este primer capítulo es más bien relajada y tranquilo. Un capítulo introductorio para presentar a los personajes que más parte tomarán en la historia.

Capítulo 1:

- No me gusta ese peinado- señaló la fotografía- le hace la cara… como decirlo… ¿gorda?

- Pues yo creo que es un peinado de lo más cool.

Alzó la revista para mirarlo más de cerca y sonrió por la perfección con la que había sido tratado ese cabello rubio teñido. Ojala tuviera dinero suficiente para pagar a un peluquero que tratara con tanto cariño y delicadeza su larga melena rizada.

- No, si el peinado es precioso- coincidió la otra- la modelo no.

Dejó la revista sobre el mostrador una vez más para que la otra mujer pasara de página y se dio la vuelta para mirarse en el espejo. Cuidadosamente levantó su melena e improvisó un tocado para comprobar cómo quedaría su cabello recogido. ¡Espectacular! Y pensar que había dudado que le pudiera quedar bien. Muy pocas cosas le quedaban mal a ella: ya fuera ropa, zapatos o peinados. O tal vez ella tenía la autoestima muy alta pero, ¿tan mal estaba sentirse hermosa?

- Se le marcan todos los huesos, no me gusta nada como le queda el vestido.

- Pues yo creo que tiene muy buen tipo- observó la siguiente fotografía- ¡qué envidia!

- ¿Envidia?- se horrorizó la otra- tienes el mejor tipo de este pueblo y de todos los que se encuentran alrededor… no tienes nada que envidiar.

- Pero no me importaría estar un poco más delgada- se volvió a mirar en el espejo- escojo bien la ropa para que no se me note pero tengo las caderas muy redondeadas y los muslos bastante llenitos.

- Tú no necesitas adelgazar, yo sí- se agarró un michelín para demostrarlo- además, no está mal tener un poco de carne. Todos los hombres babean por ti y no por ésta- alzó la revista para ponérsela lo más cerca posible de la cara- ningún hombre de por aquí la querría…

- Los hombres de por aquí no tienen gusto, se conforman con lo que tienen porque no hay nada mejor- afirmó.

- Hasta que llegaste tú al pueblo- rió- es muy curioso que desde tu llegada no haya vuelto a producirse ni un solo matrimonio.

- Habrás escasez…

- Yo más bien diría que todos quieren echarte el lazo.

Frunció el ceño y se volvió una vez más hacia el espejo para imaginarse con el precioso vestido de Dolce y Gabanna que llevaba la modelo de la fotografía. Era perfectamente consciente de que gustaba a los hombres, no era una mujer fea. Además, sabía cómo debía vestir para atraer las miradas, cómo actuar, cómo hablar con un hombre. Ella se había criado en la ciudad con su madre y no en el pueblo en el que nació y vivía en la actualidad. Las cosas en la ciudad eran muy diferentes y cuando llegó al pueblo todos parecían estar retrasados. Ella era la novedad, la mujer que vestía como una fresca, la mujer que coqueteaba con los hombres, la mujer que se sentaba en la terraza de un bar a tomarse una caña mientras leía el periódico o una revista. Estaba en boca de todos desde su primera vez allí con tan solo dieciséis años.

Ahora bien, no había nada en su aspecto que destacara particularmente, no cumplía esos cánones de belleza estipulados. Nunca pudo ser modelo porque su altura era de un metro sesenta y se exigía un mínimo de un metro setenta. Tampoco cumplía con el dichoso noventa sesenta noventa. Sus caderas eran algo más anchas, su cintura cumplía los centímetros y sus pechos lo sobrepasaban sin ser exagerado. Tampoco era rubia, al contrario, era azabache y con el pelo rizado natural. Su tez blanca como la nieve podía ser atractiva para muchos diseñadores pero todas las pautas que incumplía no le permitían pasar de la primera eliminatoria. Además, sus ojos eran de color chocolate en vez de ser azules o verdes.

Siempre supo que no podría ser como aquellas muñequitas perfectas que aparecían en las revistas pero se propuso parecer lo más atractiva posible ante el mundo. No había ningún motivo para que una mujer no fuera un poco vanidosa. Nunca salía de casa sin arreglar su cabello con espuma, echarse rímel, un poco de colorete y brillo de labios. Sus uñas siempre estaban perfectamente arregladas con una perfecta manicura francesa que ella misma se hacía. Sólo utilizaba zapatillas para correr. El resto del tiempo utilizaba sus maravillosos tacones y plataformas. Además, vestía siempre a la moda y con ropa que combinara con ella y con su forma de ser. Estudiaba minuciosamente que toda prenda que comprara le sentara a la percepción y no pudiera mostrar ningún defecto. El resultado: todos los hombres estaban a sus pies.

La campana de la tienda sonó indicando la entrada de una nueva clienta por lo que se levantó de su asiento para atenderla.

- Buenas tardes, ¿puedo ayudarla en algo?

La mujer se sonrojó y asintió tímidamente con la cabeza mientras señalaba una prenda. El vestido color naranja de satén estilo japonés era lo más reciente que había llegado a su tienda de ropa. En cuanto lo vio en el catálogo que le envió uno de sus almacenes de ropa, pidió unos cuantos y ella misma se compró uno para hacerle publicidad. El día anterior lo lució en el concurso de tortitas del pueblo y además ganó el primer premio. Aún no sabía si ganó por sus deliciosas tortitas o por su modelito arrebatador.

- Ese vestido es una auténtica preciosidad y creo que le sentara muy bien con su figura- sonrió- yo misma tengo uno en color rojo y es una cucada.

La clienta, por supuesto, ya sabía que ella tenía ese vestido pero vio conveniente recalcarlo una vez más. La acompañaría mientras se lo probaba y una vez puesto comprobaría si era cierto su diagnóstico. Su tienda de ropa no iba lo bastante bien como para perder clientes pero se veía en la obligación moral de ayudar en lo máximo posible a sus clientes. Una clienta insatisfecha no volvía. Ella diría siempre la verdad.

La mujer entró en el vestidor a probarse el vestido mientras que ella rebuscaba entre las estanterías unos zapatos a juego. Un vestido como ése debía lucirse con unos buenos zapatos que le hicieran justicia.

- ¿Cómo se ve?

- No sé si podría salir así a la calle…

- ¡Oh, no diga eso!- la instó a salir- muéstremelo.

La señora salió del vestidor y dio una vuelta sobre sí misma para que la mirase. La talla le quedaba perfecta y su silueta era ideal para llevar esa clase de vestido. Pero las sandalias que llevaba le quitaban el efecto al vestido. Le ofreció unos zapatos de tacón adornados con pedrería y esperó a que se los probara.

- Ahora sí- sonrió- ¡esto sí que es un cambio!

- A mi marido le dará algo si me ve así vestida…

- Pues yo creo que le encantará- sonrió con picardía- creo que no la dejará salir de casa en una semana por lo menos.

La mujer se sonrojó y se llevó una mano a las mejillas sonrojadas.

- ¡Señora Takeshi, está usted increíble!

- Gracias Yuka, cariño.

Yuka sonrió desde el lugar en el que había tomado asiento en el mostrador y continuó leyendo su revista mientras mordisqueaba un donuts. Tendría que invitarla a un café ya que su comentario había convencido a la señora Takeshi para comprar el vestido. Se acababa de enterar de que la llamaban así. Ella no conocía los nombres de toda la gente del pueblo porque no se había molestado en conocerlos. Sólo conocía los de los hombres que eran con quien más se relacionaba ya que las mujeres le tenían manía. Todas decían que era una fresca y una descarada. Lo segundo era cierto pero lo primero, una auténtica mentira inventada por alguna vieja resentida sin nada mejor que hacer. ¿Cómo no iba a pasarse el día rodeada de hombres si ellas no les permitían entrar en su círculo? A su hermana tampoco es que le hablaran demasiado pero lo suyo era por otro asunto.

- ¿Me he perdido algún modelito mono?

- No pero la última colección de bolsos de Guess es espectacular.

Le quitó la revista de las manos y observó con deseo las cuatro páginas plagadas de maravillosos y carísimos bolsos. Ella llamaría directamente a los almacenes por lo que le saldría a mitad de precio conseguir un par de esos estupendos bolsos.

- Déjame entrar en el mostrador.

Yuka se bajó de su asiento y salió para dejarle entrar a cobrar a la señora Takeshi. Al final compraba el vestido y los zapatos, no podría ser mejor noticia. Normalmente en su tienda sólo compraban las adolescentes y mujeres de hasta treinta años, quienes eran bastante pocas. El resto de mujeres compraban la aburrida y basta ropa de ese anticuario que había en la plaza del pueblo. Los vestidos eran decimonónicos por lo menos.

Cobró a la señora Takeshi y se volvió hacia su hermana mayor para arrancarle el donuts de entre los labios.

- ¿Cómo no vas a engordar si no paras de comer?- la regañó- la semana pasada me dijiste que te ponías a dieta.

- Empiezo mañana, te lo prometo.

- ¡Eres incorregible!

Le sacó la lengua y dejó caer el medio donuts que sostenía en la papelera. Su hermana gritó horrorizada y parecía a punto de llorar por su acción.

- Kagome, eres malvada…

Kagome sonrió abiertamente por su comentario y abrió el archivo de Excel titulado "Productos" que tenía en su ordenador portátil. Rebuscó el registro del vestido y lo modificó para rebajar la cifra en stock. Tendría que lucir algún otro modelito de la lista para promocionar un poco más la tienda. Para ese día había escogido una minifalda vaquera y una camiseta violeta transparente y suelta que llegaba hasta la curva de su cintura y cuyas mangas caían anchas y libres hasta sus codos. Esa ropa era "indecente" para la gente de ese pueblo pero a ella le encanta y así podía lucir el bonito sujetador que se había comprado. ¿Para qué quería ropa interior tan bonita si no la enseñaba nunca?

La campana sonó marcando las cinco de la tarde y a los pocos minutos se oyeron las risas de los niños inundando el pueblo. Kagome colocó un cartel de "cerrado" en la puerta y salió junto a su hermana en busca de su sobrino. No tuvieron que buscarle demasiado, él solo apareció con su último trabajo de manualidades en las manos: una maqueta de una cabaña hecha con palillos. Kagome sujetó la maqueta mientras que Yuka le quitaba la mochila al niño.

- ¡Qué bonito!- buscó la nota- ¡Guao! Has sacado un diez, no me lo puedo creer- sonrió- Yuka, ahora sabemos dónde está toda la inteligencia de la familia…

- Bueno, entre tú yo podemos hacer un cerebro- le contestó la otra.

Ambas mujeres se miraron y rieron. Ninguna de las dos era buena estudiante y nunca lo iban a ser a esas alturas de la vida. De momento ya podían dar gracias a que una de ellas por lo menos tenía trabajo para mantenerlos a los tres. Contrataría a Yuka en la tienda pero no ganaba suficiente para dos sueldos. Al final, estarían en las mismas.

- Tía Kagome- la llamó su sobrino- Inuyasha me ha dicho que te diga que estás muy buena.

Kagome frunció el ceño mosqueada y miró hacia otro lado en claro signo de frustración. El maldito taller de coches de Inuyasha se encontraba en el camino del colegio a la tienda que seguía el niño y siempre le mandaba algún mensajito. Odiaba a Inuyasha con toda su alma. Odiaba que se pasara el día entero intentando ligar con ella y tratándola como un pedazo de carne. Y, sobre todo, odiaba que enviara a su sobrino con esos mensajitos. Era solo un niño y aunque Yuka no se quejara, sabía que no le gustaba nada. Pero, ¿qué iba a hacer ella? Estaba harta de discutir con él las veinticuatro horas del día para no conseguir nada.

Se cruzó de brazos justo en el mismo instante en que el mismísimo diablo aparecía en la esquina de la calle con esa sonrisa arrogante que tan bien conocía. Inuyasha Taisho era un hombre muy atractivo y él lo sabía. Ningún hombre del pueblo se comparaba con él y ninguno podría al mismo tiempo llamar tanto su atención y su repulsión como él. Amaba y odiaba todo lo que estaba relacionado con él. Su estatura de metro noventa que la dejaba tan abajo y que sólo podía salvar un poco con sus tacones, sus ondulantes músculos por el duro trabajo, su piel bronceada por el sol, su cabello plateado corto y con greñas y sus magníficos ojos plateados con aquella mirada tan intensa. Se pavoneaba ante las mujeres como un pavo real y lo peor era que podía hacerlo. ¡Bastardo!- pensó- si no fueras tan endiabladamente guapo, otro gallo cantaría.

Deseando provocarle y dejarle con las ganas, se llevó las manos a los bolsillos de la parte de atrás de la minifalda para favorecer su pecho. Le iba a hacer sufrir por decirle esas cosas a su sobrino y después le rechazaría por centésima vez desde que se conocían.

- Buenas tardes, señoritas.

Le hizo un asentimiento de cabeza a Yuka e intentó darle un beso en la mejilla a ella pero se apartó de un brinco y le miró con cara de pocos amigos.

- Siempre tan fría…

- No deberías tomarte esas confianzas, Inuyasha.

El susodicho hizo como si no la hubiera escuchado e intentó repetir el movimiento pero ella le esquivó una vez más e hizo lo que haría cualquier otra chica. Se escondió detrás de las faldas de su hermana mayor.

- Oye Yuka, ¿no necesitas a una persona que cuide de Kagome por las noches?- sonrió- yo la cuidaría muy bien.

Yuka le tapó los oídos a su hijo y se dirigió hacia Inuyasha.

- Escúchame bien Inuyasha porque no pienso repetirlo- le advirtió- me trae sin cuidado tus estúpidos intentos de ligar con mi hermana pero no vuelvas a utilizar a mi hijo de mensajero para traer tus guarrerías.

- No le he dicho nada que no sepa.

- Hoy no pero ¿te recuerdo lo que ocurrió la semana pasada?- frunció el ceño- es chocante escuchar a tu hijo de siete años diciendo: "me encantaría meterme entre tus piernas".

- Admito que ese mensaje estuvo un poco subido de tono, tendré más cuidado.

Su hermana e Inuyasha continuaron discutiendo y ella no pudo menos que aburrirse y perder interés. Odiaba a Inuyasha pero debía admitir que su arrogancia le traía algo de diversión a su monótona vida. Desde la primera vez que estuvo en el pueblo, su vida había cambiado por completo.

Yuka y ella compartían un mismo padre que había fallecido un año atrás pero sus madres eran diferentes. La madre de Yuka era una mujer del pueblo decente y honrada. Su madre era una mujer de ciudad que vino al pueblo a cerrar un negocio y conoció al padre de Yuka. Él estaba casado y ella también pero eso no les impidió acostarse. Ella nació de esa unión, siendo una hija bastarda. Su madre que era una mujer moderna se separó de su marido y supo seguir adelante pero su padre no hizo lo mismo. Él continuó con su vida de antes y fue a visitarla en alguna ocasión a la ciudad. Su mujer sabía que ella existía pero la única opción que le dejó su padre era aceptarlo o marcharse. Ella lo aceptó.

Recordaba los maravillosos veranos en el pueblo con su hermanastra o su hermana como ella la llamaba. Nunca conoció a los niños del pueblo porque no iba a la escuela allí. Ahora bien, cuando tenía catorce años murió la esposa de su padre y tras muchas discusiones, su padre consiguió convencer a su madre para que ella pasara un año entero allí. A los quince años de edad y a punto de comenzar su último curso de secundaria, se fue a estudiar al instituto del pueblo. Se produjo una auténtica revolución cuando se descubrió que ella era la hija "perdida" de Takeo Higurashi. En el instituto se hizo un hueco rápidamente por ser la chica de ciudad que traía todas las novedades y también conoció muchos chicos. Entre ellos se encontraba Inuyasha. Un chico de dieciocho años que se encontraba repitiendo el último curso de bachiller.

A los pocos meses volvió a la ciudad por orden de su padre tras un incidente y no pudo volver hasta que su padre murió, tres años después. Desde entonces vivía en el pueblo con su hermana y su sobrino. En vacaciones se iba a la ciudad a visitar a su madre e incluso se llevaba a su hermana con ella. Habían pasado cinco años desde que regresó para quedarse. ¿Por qué quería quedarse? Muy fácil, porque le gustaba aquel lugar. Se respiraba aire puro, había paisajes maravillosos y se escuchaba la risa de los niños, las conversaciones de los hogareños, nada más. Sin el continuo molesto sonido de los coches, el humo, la contaminación.

- Tía Kagome, se te ha caído.

- Gracias, cariño.

Cogió el pendiente de aro que le ofrecía el niño y se echó el pelo hacia atrás para volver a colocárselo. Inuyasha captó el movimiento. No lo había hecho a propósito. Estaba tan acostumbrada a hacer ese movimiento seductor que le salía solo. Era como andar moviendo las caderas, no podía evitarlo.

- ¿Me llamabas?

- Te lo habrás imaginado- se apresuró a contestar.

- Yo creí que era una invitación…

Inuyasha fue demasiado rápido. Antes de poder reaccionar tenía su mano sobre su cuello desnudo acariciándolo suave y seductoramente. Sabía cómo tocar a una mujer y eso la enfurecía más todavía. ¿Dónde demonios había aprendido tanto?

Estaba a punto de apartarse de la incitante caricia de su mano cuando una humareda de polvo recorrió la calle para detenerse a unos pocos metros de ellos. Inuyasha silbó de pura envidia al ver el impresionante mercedes color azul marino y ella misma estuvo a punto de imitarlo. ¡Menudo cochazo! En la ciudad vio unos cuantos de esos y a juzgar por el aspecto debía ser nuevo. ¿Quién iría a ese pueblo teniendo un coche como ése?, ¿se habría perdido?

Esperaron expectantes hasta que la puerta se abrió y salió un hombre que parecía sacado de una de las pasarelas de Calvin Klein. ¡Qué hombre! Alto y delgado pero con los hombros anchos que indicaban que tenía cierta musculatura. El cabello corto castaño cortado a capas hasta sus hombros, la tez blanca y los ojos cubiertos por unas gafas de sol. Iba impecablemente vestido con un traje de la última colección de Armani. Los zapatos eran de Gucci, también los reconocía. Ese hombre debía tener mucho dinero, ¿qué estaría haciendo allí?

Se quedó durante unos segundos mirando la calle a su alrededor y a los pueblerinos. Aquel pueblo era muy pequeño y todo se sabía en seguida. Antes de que hubiera aparcado el coche ya se encontraba todo el pueblo vigilando sus movimientos. Ocurrían tan pocas cosas en ese sitio que cualquier desconocido era bienvenido. El hombre estudió la zona y finalmente se decidió por acercarse a ellos cuando descubrió que eran los más cercanos. Ella se preparó. Se colocó bien el pelo, se relamió los labios y se alisó las arrugas de la falda. Tenía que estar perfecta para aquel atractivo hombre.

- ¡Menudo bombón!- exclamó su hermana.

- Éste es para mí.

- Ni lo sueñes, nena.

Inuyasha lo llevaba claro si pensaba que iba a obedecer sus órdenes. Preparó la mejor de sus sonrisas para cuando el hombre se detuviera pero se sintió capaz de mantenerla al sentir un brazo de Inuyasha rodeándola como si fuera su novia. ¡El muy desgraciado intentaba hacerla pasar por su novia! Le apartó de un empellón y recuperó la sonrisa a tiempo para recibirle.

- Buenas tardes, señoritas- sonrió- señor- asintió con la cabeza- estoy buscando un hotel en este pueblo, ¿sabrían indicarme dónde hay uno?

- Por supuesto- rió- conozco un par que están bastante bien.

Volvió a sentir la mano de Inuyasha. En esa ocasión acariciaba su vientre desnudo como si se creyera en el derecho de hacerlo. Enojada por su infantil comportamiento le dio un codazo y dio un paso adelante para acercarse al desconocido.

- Inuyasha trabaja en el taller de coches- agarró su brazo- es muy bromista pero entre tú y yo… - se acercó más para murmurarle algo al oído- es un poco cortito.

Inuyasha puso cara de desagrado como si la hubiera oído y no dudaba que lo hubiera hecho. El hombre tenía fama de tener muy buen oído.

- ¿Por qué no le acompaño hasta su coche mientras hablamos?

El hombre accedió y juntos se dirigieron hacia su coche mientras ella le indicaba dónde podía alojarse. Sin poder evitarlo volvió la vista atrás para mirar a Inuyasha y descubrir con satisfacción lo celoso que él estaba. ¡Qué se joda! Él había estado a punto de casarse con esa tal Kikio cinco años atrás y ella pensaba devolverle la jugada. Podía ponerlo celoso con cualquier hombre del pueblo pero le apetecía hacerlo con ése. Además, era atractivo, sofisticado y parecía tener mucho dinero. Le interesaba de verdad acercarse a él.

Cuando se detuvieron junto al coche, apoyó su trasero contra la puerta de piloto para evitar que se marchara y le miró.

- ¿Cómo te llamas?

Era una falta de educación tutearse con una persona que acaba de conocerse pero para ella, era una de sus mejores armas. Demostrarle confianza aunque no existiera. Él sonrió de la misma forma en que ella solía hacerlo cuando se sentía coqueta y no pudo menos que darse cuenta de que le gustaba. Ese hombre ya era suyo.

- Naraku.

El show acababa de comenzar.

Continuará…

¿Qué rumbo tomará la historia?, ¿logrará Kagome seducir a Naraku?, ¿Inuyasha se quedará de brazos cruzados mientras ve como Kagome persigue a otro?, ¿quién es el padre del hijo de Yuka?, ¿qué está buscando ese hombre en el pueblo?, ¿qué incidente ocurrió cuando Kagome tenía quince años? Y lo que es más importante: ¿Kagome odia en verdad a Inuyasha?