Los días en La Comarca transcurrían como la eternidad para Adamanta Bolsón, una hobbit que a sus cincuenta años, vivía cómodamente en su lujoso agujero-hobbit, jamás había hecho escándalos y se llevaba bien con todos; dueña de un cabello tan rojizo como rizado, nunca se había casado y pasaba sus días leyendo libros que narraban historias de batalla épicas y proezas de guerreros de antaño, o si no, estaba sentada en su hermoso jardín contemplando el paisaje y respirando el aire puro.
Adamanta nunca se quejaba de su vida y se convencía de que era feliz, pero a veces sentía algo por dentro, algo que la hacía sentir mal sin saber en un principio por qué, hasta que una vez notó que cuando eso el sucedía, sentía que le faltaba algo a su vida, algo muy importante, y a veces podía pasar horas mirando el paisaje, esperando secretamente que llegara algo que le cambiara la vida…
Una mañana, Adamanta estaba en su jardín con los ojos cerrados sintiendo la calidez del sol en su cara, y al abrirlos, se sorprendió al ver delante suyo a un anciano de barba larga vestido de gris con un báculo y un sombrero puntiagudo que la miraba fijo por debajo de sus cejas pobladas.
-Buenos días, señor, ¿Puedo ayudarlo en algo?—preguntó Adamanta sin saber qué más añadir.
-Eso está por verse, jovencita—respondió el anciano—Estoy buscando a la persona ideal para llevar a cabo una aventura, y la verdad es que creo que ya la encontré.
-¿Sí?—preguntó Adamanta levantando una ceja, suspicaz—¿Y qué tengo que ver con eso?
-Todo, pues la elegida para la aventura eres tú—respondió el anciano con una sonrisa cómplice.
Adamanta abrió la boca y los ojos de par en par. ¿Ella, que nunca había salido al mundo exterior, involucrada en algo tan arriesgado como una aventura? ¿Acaso era una broma? Y si así era, ¿Por qué ella?
-¿Cómo dice? ¿Yo en una aventura?—preguntó Adamanta sin salirse de su sorpresa.
-¿Y por qué no?—preguntó el anciano—Reúnes todo lo que se requiere para este asunto, y créeme que los demás estarán complacidas. Ahora mismo les avisaré que te encontré.
-Espere un momento—lo detuvo Adamanta antes de que el anciano se fuera—¿Por qué está tan seguro de que me uniré a su aventura? Para empezar, no me ha dicho de qué se trata, pero lo mejor es que no se tome esa molestia porque no iré, y menos aún si ni siquiera sé cómo se llama.
-Claro que sabes cómo me llamo, aunque hayas olvidado asocia mi nombre con mi rostro. Soy Gandalf—se presentó el anciano—Solía prender fuegos artificiales en las fiestas de San Juan que cada año organizaba tu abuelo, el viejo Tuk, y recuerdo que solías disfrutar el espectáculo como nadie.
Las palabras del anciano surtieron efecto en Adamanta, quien recordó aquellas fiestas vividas en su infancia, y sin darse cuenta, esbozó una sonrisa en la que reflejaba que añoraba aquellos días.
-Es verdad, y aunque fue hace tiempo, ahora los veo en mi cabeza como si hubiese sido ayer—dijo Adamanta, más para sí misma—¡Eres Gandalf el mago. No puedo creer que aún sigas por estos lados!
-¿Tendría que estar en otra parte?—preguntó Gandalf más serio—En fin, ya está decidido, les avisaré a los otros, y créeme, será muy enriquecedor para ti.
Adamanta, muy perpleja por eso, le gritó:
-¿Qué? ¡No, no iré a ninguna parte, y si quieres aventuras, busca a otro hobbit!
Dicho esto, se entró rápidamente a su casa sin darse cuenta de que el mago estaba dejando una runa marcada en la puerta de su casa para luego irse entonando una canción.
Adamanta se hundió en su sillón, muy indignada por lo que le dijo el mago, y por mucho rato refunfuñó frases como:
-Viejo chiflado sin nada mejor que hacer. ¿Yo en una mugrosa aventura? ¿Por qué? ¿Para qué quiere ponerme en riesgo? Las aventuras no traen nada bueno, y no hay mejor lugar en el mundo que este, mi casa, en donde tengo todo lo que quiero, estoy cómoda y vivo plácidamente sin molestar ni ser molestada.
Cuando por fin se calmó, se levantó y abrió la puerta para contemplar el camino esperando algo, exactamente lo mismo que llevaba un tiempo esperando, ese algo que le cambiara la vida y le hiciera sentir que habían cosas que valían la pena, y de pronto se dio cuenta de que en realidad esperaba que Gandalf volviera para ofrecerle la aventura de la que le había hablado, aunque por otro lado, no entendía por qué sentía que esperaba algo que acababa de rechazar, así que cerró la puerta y se preparó comida esperando olvidar el asunto.
Al anochecer, Adamanta estaba relajada porque al fin sacó de su mente lo ocurrido con Gandalf, y estaba dispuesta a comer cuando inesperadamente alguien llamó a su puerta, ella fue rápidamente, y al abrir, vio delante suyo a un enano de aspecto rudo pero educado, que la saludó con una reverencia y se presentó como Dwalin; pese a la sorpresa, Adamanta correspondió al saludo haciendo gala de los modales que le enseñaron sus padres y lo atendió de inmediato, y al tiempo que se preguntaba qué hacía un enano en su casa, volvieron a tocar su puerta y vio a otro enano, aunque este era más viejo que el anterior y se presentó como Balin. Al escuchar la conversación animada de Dwalin y Balin, Adamanta supo que eran hermanos, y quedó de una pieza al verlos entrar a su despensa para sacar toda su comida, pero no les dijo nada porque en eso volvieron a tocar el timbre y esta vez eran dos enanos jóvenes, uno rubio y otro castaño que se presentaron respectivamente como Fili y Kili, y detrás de ellos, otros ocho enanos que chocaron unos con otros hasta que se cayeron a la entrada de su casa, y detrás de todos ellos, Gandalf.
Una vez que los enanos, doce en total, entraron a la casa y se dispusieron a comer por montones como si estuvieran en su casa, Adamanta contempló todo aquello anonadada, y después de que todos se sentaron, Gandalf les presentó a Adamanta como la nueva integrante de la compañía, la que cumplía con todos los requisitos, especialmente con uno, el más importante: el ser una ladrona.
-¿Ladrona, yo?—preguntó Adamanta furiosa por tal insulto—¿Qué se han creído de venir a mi casa, sin conocerlos e insultarme de esa manera? ¡Yo no soy ladrona!
-¡Siiiiiiiiiiiii!—respondieron a coro los enanos, que procedieron a tomar sus jarras con cerveza y dijeron: -¡Por Adamanta Bolsón, nuestra ladrona, y si fuera enana, que nunca se le cayeran las barbas!
Adamanta observó atónita a los enanos mientras bebían sus cervezas, y Gandalf le dijo de forma cómplice:
-Mi querida hobbit, nadie ha venido a insultarte a tu casa. Si estos enanos están acá es porque debían conocer a la ladrona valiente y aventurera que se unirá a su compañía.
-¡Que no soy ni ladrona ni aventurera!—bramó Adamanta más enojada que nunca—¡No sé qué se traen tú y tus amigos enanos, pero de lo que sea de que se trate, no formaré parte de ningún absurdo asunto. Lo único que pido es que me dejen en paz!
De pronto, alguien más tocó a la puerta, pero a diferencia de las veces anteriores, quien llamaba lo hizo tan fuerte, que los enanos se callaron y en sus caras se vio el rápido paso de la alegría a la seriedad.
-¡Lo único que me faltaba, que otro enano pretenda derribar mi puerta!—exclamó Adamanta enojada caminando hacia la puerta—¡Si se trata de una broma, es de pésimo gusto, y quien quiera que seas, ándate de mi casa…
Al abrir la puerta, vio a otro enano, pero a diferencia de los otros, este tenía estampa de ser alguien importante, lo que se veía reflejado en su atuendo.
-Buenas noches, señorita—saludó el enano con voz profunda, la cual, sumada a sus ojos azules, hicieron que Adamanta se quedara momentáneamente sin palabras.
-¿Debo irme?—averiguó el enano mirándola a los ojos—Pregunto porque la escuché pedirme que me fuera.
-¿Qué?—preguntó Adamanta atontada y avergonzada—No, no, claro, que no, adelante.
El enano entró y todos los que estaban adentro lo saludaron con reverencias, algo que no pasó inadvertido para Adamanta, que no dejaba de mirar a ese enano que la había hecho olvidar su enfado por completo.
-Adamanta Bolsón, te presento al líder de nuestra compañía, Thorin Escudo de Roble—intervino Gandalf.
Thorin le dedicó a Adamanta una mirada que la hizo sentirse liviana como una pluma, y luego de que Gandalf lo hiciera pasar, el enano procedió a contar la historia que los tenía a él y a los otros enanos allá, y Adamanta se dio cuenta de que ya no quería sacar a nadie de su casa, pues estaba absorta en la historia relatada por Thorin, que hablaba de un antiguo y majestuoso reino enano llamado Erebor, el cual gozó de paz y riquezas por años hasta que un dragón los invadió y se quedó con todo el oro y las riquezas, forzándolos a refugiarse en otro sitio en el que tuvieron que comenzar todo de nuevo, y en ese momento Adamanta notó que a pesar de su apariencia de orgulloso, en realidad Thorin tenía una gran pena, y sintió unos deseos muy fuertes de abrazarlo y de asegurarle que todo saldría bien y todo tendría solución.
-Thorin, me pediste que encontrara a la persona que nos hacía falta para nuestra aventura, y te aseguro que nadie es mejor para ocupar el puesto de ladrona que Adamanta—aseguró Gandalf.
-Gandalf, sigo sin entender nada de esto—dijo Adamanta—No soy una hobbit para nada especial, no sé nada de aventuras y menos de ser ladrona.
-Entonces supongo que tampoco sabe nada de armas o de sobrevivir en sitios como el bosque—infirió Thorin dándole a Adamanta una mirada profunda que la hizo bajar la suya.
-Si debo ser honesta, no, pero puedo aprender, si me enseñan bien—replicó Adamanta.
Thorin le dio una sonrisa aprobatoria y se fue a un lado a hablar con Gandalf:
-No sé si ella sea la mejor opción, es una hobbit y es una mujer.
-¿Y qué hay de malo en que sea mujer?—preguntó Gandalf—Eso no quiere decir que sea débil o ineficaz, y si la elegí para esta misión es porque ella es capaz de hacer muchas cosas, más de lo que cualquier guerrero entrenado podría hacer, y más de lo que tú o ella misma creen.
-Mmmmhhh, está bien, puede ser parte de nosotros, pero no me haré responsable de nada de lo que le suceda en el camino—respondió Thorin sin dejar de mirar a la hobbit.
Adamanta se unió al resto de los enanos, que la invitaron a que se sentara junto a ellos y no pudo evitar decir en voz alta:
-Yo no soy nada especial, no entiendo por qué Gandalf insiste en que forme parte de esto.
-Permítame decirle que no estoy de acuerdo con usted, señorita Bolsón—respondió Balin amable—Si Gandalf cree que es la persona adecuada para acompañarnos en nuestra misión, es porque debe estar en lo cierto. Él nunca se equivoca con esas cosas.
Adamanta supo que la esencia de la misión era recuperar Erebor y que ella debía recuperar, entre el oro y el resto de las riquezas, una joya de especial importancia para Thorin, que llamaba por completo la atención de Adamanta, que no dejaba de mirarlo y de notar esa pena en su mirada, esa pena que escondía tras ese escudo de enano orgulloso, y aunque por un instante ella llegó a sentirse parte de ese alegre grupo de enanos y se sentía parte de la aventura, de pronto la invadió el cansancio, se levantó y se fue a su habitación sin querer saber nada de la misión, sin notar que Thorin la observó implorándole que lo ayudara, y por su parte, el enano tampoco que notó que Gandalf contemplaba todo aquello en silencio y sonriendo sutilmente.
