Querido Hades:

Me gustaría escribir esta carta como una salida a mis sentimientos oprimidos y que, a causa de mi vergüenza y de no saber cómo expresarlos, nunca los verás salir de mis labios. En este momento, mientras escribo esta carta, me siento cobarde y más que avergonzada, por no ser lo suficientemente valiente y decidida para expresarte mis verdaderos sentimientos. Esta carta nunca la recibirás, pero al menos tendré una prueba física (y no solo en mi corazón) para demostrar a todo aquel que lea esto que mis sentimientos hacia ti son sinceros.

Como toda vida de casados, hemos pasado por buenos y malos momentos, situaciones en las que nuestra relación ha pendido de un hilo. Con la fuerza de la voluntad, del amor y de permanecer unidos a pesar de las adversidades, podemos decir con orgullo que seguimos juntos. Y debo decir, que somos una de las parejas más fieles en el Olimpo, pues mientras plasmo esto no puedo evitar evocar en mi mente a mi padre Zeus, tu hermano, y su relación con Hera. Pero no debo descentrarme del tema.

Supongo que tú también recordarás nuestro primer encuentro. Yo lo recuerdo con tanta vividez que hasta tengo la sensación de que ocurrió ayer. La escena aparece en mi mente de una forma tan nítida, tan perfecta, que hasta me asusta. Puedo recordar tus gestos, tus miradas, tus palabras… incluso los olores del campo que nos rodeaban se recrean en mi interior. Fue un momento tan importante para mí que, a pesar del paso de los siglos y la llegada de nuevos hechos de vital trascendencia, nuestro primer encuentro permanecerá vívido en mi cuerpo y mente hasta el día que desaparezcamos del mundo. Y espero que tú también sientas lo mismo. Y nuestro primer beso... creía que el mundo desaparecía a mi alrededor, y estábamos solos, con nuestros labios unidos y deseando que nunca nos separáramos. Y la sensación que sentí cuando, al separarme, pude ver tus preciosos ojos tan cerca, observándome, mientras me ruborizaba ligeramente. Un momento mágico que tampoco podré borrar de mi mente. Y bueno... también hechos más íntimos que, siendo la primera vez que los vivía, fueron simplemente sublimes. Y tuve miedo la primera vez, porque mi madre me repetía una y otra vez relatos terribles sobre las relaciones íntimas, advirtiéndome de que no eran tan placenteras como los poetas decían. Ahora que lo he probado en primera persona, y no solo lo he leído, no puedo más que reírme de mí misma al creer a mi madre. Despertarse por la mañana, en el lecho, abrazada a tu musculoso, perfecto y pálido cuerpo, mientras tus brazos rodean mi cintura. Después de todos estos años de casada, mis mejillas siguen enrojeciéndose, aunque ya nos hemos visto desnudos en más de una ocasión. Sigo siendo un tanto inocente, es algo que no se despega de mi persona.

Debo decir que después de todo lo que ha hecho mi madre para romper la relación, sigo amándola con devoción y respeto. Ella me crio sola, a espaldas del Olimpo, con la firme posición de educar a su hija bajo los preceptos de la humildad, honradez y comunión con la naturaleza. Se afanó tanto en su objetivo, que llegó a la obsesión. Muchas veces te he pedido, por el amor que profesas hacia mi persona, que perdonaras todos sus actos, hasta el punto de temer que acabara con tu paciencia y comprensión. Pero siempre apelabas a tu lado más sensato, y más sensible, y perdonabas. Y te esforzabas por tratarla con cortesía; seguro que te costaba menos realizar todas las tareas del Inframundo durante un día que tratar a mi madre con respeto. Siempre te agradecía de todo corazón tu bondad hacia ella, y tú siempre me respondías con lo mismo: una sincera sonrisa, mientras besabas mi frente.

Me resulta cómico pensar que mientras toda la humanidad y el resto de nuestros compañeros los dioses te consideran cruel, despiadado y frío como el hielo, yo pienso todo lo contrario, al menos en algunos aspectos. Coincido en que eres frío en muchas ocasiones, incluso cuando estamos dando un agradable y relajante paseo; yo siempre me preocupo por hacerte sonreír explicándote curiosidades del mundo de la naturaleza o anécdotas que he vivido en el mundo de la superficie, al lado de mi madre. Y aunque piense que soy una pesada en muchos momentos (y seguro que tú también lo piensas, lo que pasa que por educación no me lo dices), ese tiempo que pasamos juntos hablando de nuestros problemas y de nuestras pasiones son de un valor incalculable para mí. Encontrar en otra persona a un ser afín, a alguien que te entienda y te apoye, es algo muchísimo más valioso que tener riquezas o incluso la inmortalidad. Y que seas cruel y despiadado no puedo estar más en desacuerdo, pues cuando convivo a tu lado en el Inframundo, como tu reina y señora, eres la viva imagen de un rey justo y que se preocupa por ser lo más imparcial en los asuntos de su reino, cualidades que todo monarca debería poseer. Puede que tu indiferencia a los asuntos que acontecen en el Olimpo, o los roces que has mantenido con tu hermano Zeus hayan alimentado esa mala imagen que se hace de tu persona. Puedo entender la posición de los humanos, pues al encarnar la muerte y la otra vida, unos seres con los días contados desde su nacimiento no dudan en considerarte un dios extraño y temible: con tu presencia o con solo nombrarte, atraes el fin, la desgracia de la muerte en sus cuerpos. Esto lo sé por lo que puedo escuchar de los sacerdotes humanos en el Santuario de Eleusis.

Las primeras veces que bajé al Inframundo fueron para mí una prueba de fuego, en la que se puso en fuego mi amor por ti. Puede que suene muy directo o brusco, pero lo pasaba muy mal, debo reconocerlo. Estar en un medio totalmente desconocido para mí, donde las almas vagan de un lado a otro y terribles monstruos se encuentran escondidos a cada esquina, no es el lugar más ideal para una diosa de la naturaleza como yo. Incluso mi cuerpo empezó a cambiar, a raíz de la atmósfera que se respira en el Inframundo. Mi pelo pasó a ser de un tono más oscuro, y mis ojos cambiaban drásticamente: pasaban de un color verdoso y vivo, propio de la naturaleza que siempre me acompañaba en la superficie, a un tono violáceo, misterioso, propio de las regiones del submundo. Tampoco fue difícil que tus fieles vieran en mí también a una dirigente fuerte y decidida, una persona digna de ostentar tal cargo. Pero al final, pude adaptarme y ser la reina perfecta para tu mundo.

Sé que en el fondo te sientes muy afligido porque me vinculé al Inframundo de una forma bastante alejada de tus planes. Pero te aseguro, y hasta podría jurar por la Estigia que si tomé la granada fue por propia voluntad. En un arrebato de enfado infantil hacia mi madre, estaba desesperada y no sabía cómo permanecer a tu lado de tal forma que mi madre no pudiera hacer nada para impedirlo. Y la oportunidad se presentó en forma de granada. Mi plan era comérmela entera, pero por las prisas y su sabor, bastante desagradable, me impidieron cumplir mi objetivo de forma completa. Tienes que comprender mi situación en ese preciso instante: yo en el interior de una tenebrosa habitación, con las lágrimas corriendo por mis mejillas, sentada en una cama hecha un ovillo mientras me mordía el labio inferior con tal rabia que hasta me hice una herida. Ver cómo tus deseos naufragaban a causa de dioses que te tenían un rencor eterno o una sobreprotección extrema, y no ser lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a todos ellos. Tú nunca has tenido esa sensación, porque eres uno de los dioses más poderosos del Olimpo, pero yo lo he sentido en muchas ocasiones, y créeme, esa sensación de impotencia es insoportable. Me hace sentir una inútil.

Dicen que el Inframundo es un lugar lleno de muerte y tristeza, que no hay nada que merezca la pena. En eso se equivocan. ¿Cuántas tardes pasamos junto a un riachuelo, bajo un cielo azulado sin una sola mancha blanca de nubes, con una brisa eterna y agradable moviendo nuestras ropas y cabellos, en un suelo mullido de hierba fresca? Quienes no hayan visto o estado en los Campos Elíseos, no han conocido el verdadero paraíso. Hasta los jardines del Olimpo empalidecen a su lado. Siempre me dices que es gracias a mis poderes por lo que los Campos son tan hermosos, pero la primera vez que los visité ya estaban así de bellos. Es cierto que me encargué de decorarlos un poco, pero no debes darme todo el mérito.

Eso me recuerda uno de tus grandes defectos, que es ver siempre lo bueno que hago, y nunca recriminarme nada. Y hago muchas cosas mal. Muy pocas veces me has alzado la voz, cosa que agradezco, pero tampoco te enfadas conmigo. Soy yo la que en ocasiones estoy "de morros", por así decirlo. Me siento muy infantil cuando hago eso, pero hay una cosa que odio de ti: la manía que tienes que guardarme secretos. Entiendo que, al ser tu reino y yo sea la "nueva", haya cosas que todavía desconozca, pero como reina que soy, debo saberlas con el tiempo. Siempre que te pido información de ciertas cosas sobre el Inframundo, cambias de tema, intentando evitar la pregunta. No sé si es que no confías en mí, que es posible, o es una forma de protegerme de posibles peligros. Sea lo que sea, no puedo sentirme más que indignada o, mejor dicho, entristecida. Dudo que no confíes en mí, teniendo en cuenta que no he hecho nada que provoque tus recelos, y en segundo lugar, si es por protección… bueno, digamos que me enfadaría muchísimo si me llegara a enterar de que eso es cierto. Estoy ya muy cansada de que todo el mundo intente protegerme, más que nada porque da la sensación de que soy débil y que tengo que estar siempre dependiendo de alguien. Creo que soy lo suficientemente poderosa para defenderme sola de los peligros y, si salí de Eleusis porque mi madre me asfixiaba a causa de su amor maternal.

Siento que mientras voy escribiendo mi alma se siente libre, y mi corazón más ligero y sin ataduras. Ojalá en el futuro pueda decirte todo esto con palabras, habladas y no escritas en un simple papel. Es cierto que la escritura se conserva para toda la eternidad, pero adquiere más valor decirlo a la cara, mientras observo esos ojos azules que me hechizaron la primera vez que los vi. Es curioso que, el dios de los muertos, aquel del que dices cosas terribles, tenga unos ojos en apariencia tan puros. Tan claros como el cielo de los Campos Elíseos. Siempre he pensado que los ojos son el reflejo del alma, y el color que poseen está relacionado, en mayor o menor medida, con su dueño. Con esto no quiero decir que las primeras impresiones sean siempre acertadas, pero mis intuiciones suelen dar en el blanco. Contigo funcionaron, por ejemplo.

Espero que, cuando vuelva a leer esto, lo entienda. No soy muy buena escribiendo, y mucho menos expresar mis sentimientos, aunque no lo parezca. Es algo tan complicado… no tienes las palabras exactas, no sabes cómo actuar, te empiezas a poner nervioso, miras hacia todos lados para evitar un contacto directo hasta que, al final, después de reunir el valor necesario, lo sueltas todo. Jamás pensé que algo aparentemente tan sencillo fuera en el fondo tan difícil. Solo las personas que se han enamorado, o siguen enamoradas, podrán comprenderme. Debo reconocer que los peores momentos eran cuando dudaba; dudaba de si mis sentimientos eran compartidos. Si no era así, el dolor sería insoportable, una tortura que se curaría o bien con soledad y meditación, o buscando los mismos sentimientos en otra persona. Al menos esa es mi conclusión después de leer unos cuantos libros de amores no correspondidos. Afrodita puede ser muy cruel a veces. Menos mal que bendijo nuestra unión. Se lo agradeceré eternamente.

Esta carta se ha extendido más de lo que yo pensaba. A medida que iba escribiendo, se agolpaban en mi mente un torrente de sentimientos que se peleaban por ser plasmados en el papiro que tengo en mis manos. Cuando me comprometí a hacer esto, pensé que no rellenaría más de una hoja, pues nunca me había detenido en escribir nada, no l veía necesario. Pero en una de estas tardes en las que Hades está muy ocupado en no sé qué asuntos del Tártaro, lugar que me ha prohibido terminantemente visitar (supongo el por qué, debido a que mi madre me ha contado horrores de ese sitio) y estoy sola, en medio de los Campos, un tanto aburrida. Empecé a leer uno de los papiros que guardo en mi templo privado, y entonces una vocecilla me dijo: ¿por qué no escribir yo mi propia historia? Y aquí estoy, terminando de redactar esta carta que, teóricamente, tendría que llegar a tus manos, Hades. Pero lo único que hago es imaginarme que estás delante, evocando tu imagen, y mi mano escribe sola. Es algo increíble.

Es momento de terminar esta epístola. Solo a modo de conclusión decir que, pese a todo lo que tuve que sufrir para estar contigo, no me arrepiento absolutamente de nada. Es posible que con la granada me atara irremediablemente al Inframundo, condenada a ir de un lado a otro para complacer los deseos de mi madre, los tuyos y también los míos. Pero no me importa, porque así soy feliz. Comparto mi tiempo con aquellas personas que poseen un lugar privilegiado en mi corazón. Es duro. En algunos momentos me gustaría quedarme más tiempo del estipulado contigo, pero todo se decidió de esa manera. Paciencia. Las estaciones continuarán, y serán el símbolo de nuestro eterno vínculo. Cuando la naturaleza esté en su máximo esplendor, después del asfixiante calor del verano, llega el momento de mi regreso a tu lado, dejando el tan característico manto de hojas parduscas, doradas y anaranjadas.

Tu querida esposa.

Perséfone