Hola chicos, muchas gracias por entrar a esta historia, espero sea de su agrado.

Desde el principio los invito a dejar su comentario en cada capitulo, para conocer su opinión sobre la historia.

Ustedes mismos eligieron esto, voy a escribir la Adaptación de Maravilloso Desastre en cuanto termine con esta, no tendrá muchos capítulos, así que espero les guste.

La historia de Maravilloso Desastre es muy extensa, así que elegí primero escribir esta, no tengo derecho alguno sobre los personajes o los nombres. Pero la historia es mía, totalmente mía.

No se abstengan de comentar!


Gale POV.

-¿Están listos? –nos pregunta Carlos entrando por la puerta.

-¿Tu estás listo? –Le pregunta Marcus-. Pareces nervioso.

-No entiendo como se les ocurrió dejarlo entrar –me quejo, poniéndome de pie.

-Ya discutimos eso –me recuerda Fabián.

-No podemos arriesgarnos ni un poco, no esta vez. Vamos por un pez gordo, Fabián.

-Yo los reuní –nos recuerda Marcus-. Si lo eh hecho es por que se que son los mejores en esto y podremos hacerlo. Así que cierren la maldita boca y pongámonos a trabajar.

-Si es por el dinero –comienzo, retándolo-. Que Carlos se quede a cuidar la casa y nosotros hacemos el resto. Prefiero pagarle por no hacer nada a que vaya a cometer un error.

El hombre de tez morena camina bruscamente hasta colocarse a escasos centímetros de mi rostro.

-¿Crees que por ser un Hawthorne te hace poderoso, amigo?

-Mi experiencia me hace poderoso –respondo firmemente.

-También tengo experiencia.

-Como asaltante y violador –escupo, sosteniéndole la mirada.

-Maté a un hombre –me dice, como si pudiera estar orgulloso de eso.

No puedo contener la risa en mi garganta, así que la hago sonora.

-Pregúntale a ellos quien soy yo y que eh hecho. No necesito alardear de eso –camino hacia la salida, golpeando su hombro al pasar junto a el-. Y para que conste –digo, sin darme media vuelta-. No tengo la cuenta de cuantos asesinatos llevo. Y no me importaría cometer uno más para limpiar a mi grupo de la bazofia.

Fijo mis ojos en Marcus, quien me fulmina con su mirada.

-Y no pretendo trabajar junto a el –suelto, saliendo de la casa.

Peeta POV.

-¿Quieres que te lleve? –me pregunta de nuevo Rose.

-De verdad. Estoy bien –insisto.

-Es que está lejos, Peeta.

-Ya me eh ido caminando, no es la primera vez que a mi papá se le olvida pasar por mi.

-¿No se le descompuso el coche?

-Eso dice, pero no lo creo –sonrío.

-Bien, pues te subes a mi carro, te invitaré a comer.

-No es necesario –le digo por tercera vez desde que Salí de clases.

-Ya me cansé, tú me vas a acompañar a comer y no te vas a volver a negar.

Sonrío, rendido.

No es que Rose no me caiga bien, es solo que no está en mi circulo de amigos.

Todos los miércoles salgo dos horas antes que todos, por que ya eh llevado Historia I y II en la otra escuela, así que la maestra decidió exentarme después de presentar un examen de conocimientos.

No me extraña que mi papá no venga por mi, de hecho, me sorprendo cuando lo recuerda.

Y caminar a mi casa de la escuela ya no me pesaba. Siempre prefería caminar por que no se usar un autobús y mucho menos el metro, así que…

-¿Qué quieres comer? –me pregunta cuando subo al coche.

-Vamos a mi casa –le digo-. Para esta hora la comida ya está preparada, y si yo te invito a comer tu puedes hacerme otro favor.

-¿A si? ¿Con que voy a pagar a cambio de la comida Mellark?

Sonrío.

-Necesito ir al entrenamiento y no está mi hermano, ¿Podrías llevarme?

-¿Sigues yendo con las porristas?

-No son porristas, estoy en gimnasia. Y ellas necesitaban bases y flyers, por eso las ayudamos.

-Claro. Son un montón de putas.

-Como sea, deberías intentar unirte, te diviertes.

-Gracias, pero prefiero ser una puta universitaria a una puta porrista, no se.

Sonrío de nuevo.

No le hablaba mucho a Rose, pero pareciera como si sí lo hiciéremos. Me agradaba estar con ella.

Rose frena bruscamente y gira el volante.

-¡Imbécil! –grita hacia la camioneta que acaba de meterse enfrente de ella.

-Tranquila –le digo, acomodándome en el asiento.

-Este idiota casi hace que choque –dice exasperada.

Comienza a sonar el claxon cuando la luz del semáforo se pone en verde y la camioneta frente a ella no avanza.

-¡¿Pero que mierda?! –grita desesperada.

Y me doy cuenta que hay otra camioneta justo igual a esa al lado derecho de nosotros. Y otra al lado izquierdo.

Parece que ella no se ah dado cuenta de eso aun.

-Rose –la llamo, en un susurro.

Pero ella sigue sonando el claxon.

La puerta de la camioneta de enfrente se abre.

-¡No me jodas! –suelta ella-. Solo espero que sea un hombre, no quiero tratar de ayudar a una anciana a arreglar su cacharro.

Y si es un hombre.

Vestido de negro, con un pasamontañas y un arma en la mano.

-¿Qué mierda? –exclama ella.

Me tenso en mi asiento y trato de decirle algo, pero no logro hacerlo.

La camioneta a mi lado abre sus puertas también.

-Pon los seguros –logro decir.

Pero Rose sigue mirando al hombre que camina hacia nosotros.

-¡Arranca! –Grito-. ¡Arranca la camioneta!

Pero es demasiado tarde, mientras la ventanilla de ella trata de cerrarse lentamente el hombre propicia un puñetazo en su cara y la hace gritar de dolor.

-¡Déjala! –grito y trato de zafarme del cinturón de seguridad lo mas rápido posible.

No se que iba a hacer y nunca lo sabré, por que algo golpeo mi quijada y me hizo perder ligeramente el conocimiento.

Solo mantenía mis ojos abiertos para ver como un par de manos me bajaban del auto.

Sentí otro impacto en el estomago pero no me dolió; todo estaba borroso.

Y al último, me di cuenta de que alguien sostenía un trozo de tela húmeda en mi nariz.

Gale POV.

-¿Quién es ella? –me preguntan por la radio.

-No lo se –respondo-. Nunca la había visto.

-Pues mas te vale que no se entrometa –dice Fabián.

No le respondo, por que en estos momentos no estamos para discutir entre nosotros.

La chica mantiene una platica corta con el antes de bajar la acera.

-¿Qué diablos están haciendo? –pregunta Carlos.

-Van a irse juntos –responde Fabián-. ¡Se subieron al coche!

-Ya lo sabemos, imbécil –digo-. También estamos viendo nosotros.

Cada uno está en su propia camioneta, en sus puestos para comenzar la operación, pero ahora todo salió diferente a como lo teníamos planeado, así que los planes comienzan a formarse en mi cabeza, lo mas rápido que puedo.

-¿Qué hacemos? –pregunta Fabián en cuanto el coche donde ambos han subido comienza a avanzar.

-¡¿Qué hacemos?! –grita Carlos, desesperado por la falta de respuestas.

-Regresara a casa –murmuro.

Todos lo han escuchado.

-Carlos, Fabián, regresen a casa. Gale síguelos. –ordena Marcus.

-¡A la mierda! –escucho a Carlos decir, desesperado.

Su camioneta sale disparada hacia el frente.

-¡Regresa a la puta casa! –grita Marcus.

Mierda.

-¡Mierda! –grito.

Enciendo la camioneta y lo sigo, lo más rápido que puedo.

Este imbécil va a echar a perder todo.

Las dos camionetas se colocan a mis costados, los tres tratando de alcanzar a Carlos.

¿Pero qué vamos hacer? Ya se lo que quiere lograr, pero ¿Cómo vamos a evitarlo?

Se que Marcus entiende eso también, así que nos limitamos a tratar de arreglar el desmadre que Carlos acaba de poner en marcha.

La camioneta negra le cierra el paso al coche de la chica.

En la posición que vamos, Marcus queda a un lado izquierdo del coche, Fabián al lado derecho y yo atrás, encerrándolo y dejándolo sin salida. Estamos montando un espectáculo en plena Mine Street.

Carlos abre la puerta de su camioneta.

-¡Sube al maldito auto, imbécil! –grita Marcus.

No hace caso, por supuesto.

Me debato entre seguir su estúpido plan o darle un tiro en la cabeza.

Propicia un golpe al conductor del auto, a la chica.

-Hijo de puta –murmuro y bajo de la camioneta, ajustando mi pasamontañas.

Fabián ah bajado del coche también y trata de sacar al chico del coche.

Lo golpea en el rostro y Carlos se le une.

No pueden ser más imbéciles.

Camino enojado y frustrado hacia ellos, con su estúpido intento de bajar al chico, como si fuera muy difícil.

Saco la gasa blanca y la humedezco con cloroformo.

Todos traíamos nuestra propia reserva. No se por que estos dos imbéciles hacen todo mas difícil.

Coloco mi mano en el rostro del chico y rápidamente deja de resistirse.

Los fulmino a ambos con la mirada y los dejo encargarse de Peeta Mellark cuando ya está desmayado.

Tardan una infinidad en subirlo a la camioneta.

Y cuando vuelven a sus coches, los cuatro arrancamos.

Marcus se había dedicado a mirarnos a todos desde dentro de la camioneta.

No estamos como para peleas o represiones, así que lo único que hacemos es tratar de terminar esta mierda.

-En la siguiente calle, Edingburg, la cámara está desconectada, nos vamos a dividir en dos. Y seguiremos el plan exactamente a como estaba planeado desde este punto –ordeno.

Marcus y yo tomamos el camino de la derecha y ellos van por la izquierda.

Habíamos trazado nuestros recorridos exactos, y ya los habíamos practicado en coches, así que debería ser fácil. Solo espero que no se les ocurra arruinarlo de nuevo.

Todo el trayecto la pasamos en silencio, ninguno tiene la intención de comentar nada. Y si yo lo hago terminare matando algo.

Llegamos a la casa, metemos los coches al garaje y bajamos.

Marcus se dirige a ellos y yo me limito a entrar, sin prestarles atención, y a preparar todo para el siguiente paso.

Tomo las llaves del Camaro y me siento en la sala.

-Todo salió bien –dice Fabián en cuanto entra y se encuentra con mi mirada furiosa.

-Diré eso cuando salga de aquí y estemos seguros en la otra casa –respondo, tratando de controlarme.

Pero cuando entra Carlos con una sonrisa en los labios pierdo la calma, aunque no es que la estuviera guardando. No para el.

Me pongo de pie y sin dificultad hago que caiga al suelo después de impactar mi puño en su rostro.

-Tu pedazo de imbécil –escupo-. Las decisiones las tomamos en grupo. Si decimos que se hace algo es por que se hace.

Nadie me detiene ni me dice nada. Ni siquiera Marcus, quien se recarga cómodamente en el marco de la puerta.

Saben que tengo razón.

-¿Para que íbamos a perder tiempo? De todas formas lo logramos –dice el desde el suelo.

-Tenemos un plan. Tenemos decisiones que tomar y elementos que estudiar. Las cosas se hacen exactamente como están planeadas. Esa es la razón por la que Marcus y yo no hemos pisado la cárcel, imbécil. No me arruines esto con tu estúpida forma de trabajar.

Fulmino a Marcus con la mirada, quien se mantiene inexpresivo.

-Levántate –le ordena-. El chico está en el coche –me dice, sin mirarme a los ojos.

Sabe claramente que tengo razón y que sus estúpidos hombres terminaran arruinando esto.

Los ignoro, a todos, y me limito a hacer mi trabajo.

Me dirijo al coche, me aseguro de que el chico valla en la cajuela y le coloco la inyección. No será un viaje corto, y no quiero tener que pararme a mitad de el para dormirlo de nuevo.

Peeta POV.

Cuando despierto lo primero que siento es el ardor en mi garganta como si todo el camino de mis pulmones a mi boca estuviera quemado y reseco.

Trato de limpiarme el rostro pero algo sujeta mis manos a mis espaldas.

Trato de abrir los ojos de golpe pero no puedo, tengo algo en mi cara que me impide hacerlo. También en la boca. Duele.

Trato de exclamar por ayuda pero no puedo emitir nada más que gemidos.

Por más que muevo mis muñecas solo logro lastimarme.

Tengo miedo. Tengo miedo porque recuerdo lo que paso.

Me bajaron del coche y me agarraron entre varias personas. Pero no logro saber quienes fueron o como eran.

No hay un sentimiento peor que estar ciego, mudo e inmovilizado y saber que estas perdido. Que todo sale mal y que ni siquiera sabes en donde estas.

¿Cómo puedo obtener respuesta? No se puede. No lo voy a lograr. Ni siquiera se si estoy solo o acompañado. O en el interior de algo, o en el exterior. O si voy a morir.

-Se despertó –dice una voz masculina a lo lejos.

-Duérmelo, no voy a estar batallando –dice otra.

-Gale dijo…

-Duérmelo –repite.

Escucho pasos acercarse a mí y comienzo a retorcerme en el suelo. O donde quiera que me encuentre.

Colocan algo en mi nariz y la primera inhalada fue como respirar acido y el ardor en mis pulmones se incrementa.

Pero fue lo ultimo que supe de mi.

-¿No se supone que debió despertar ya? –la voz de un hombre me despierta.

-¿Seguros que no lo ah hecho antes? –pregunta otro hombre.

Trato de no moverme, no quiero volver a sentir el ardor en mi garganta, de por si ya se ha incrementado.

-Carlos lo estaba vigilando –dicen.

-No ha hecho nada, yo que se.

-¿Lo golpeaste?

-No –responde la misma voz.

-Entonces le pusiste mas cloroformo.

-Por favor…

-Mira pedazo de imbécil, me vas a decir si le…

-Si, si –interviene alguien para callarlos-. Le pusimos cloroformo, estaba desesperado, pensé que si dormía un poco más lo dejaría relajarse un poco.

Hay un silencio roto únicamente por sus respiraciones.

-Tranquilos –la voz que habla es mas tranquila que las anteriores-. Fabián, despiértalo y dale un poco de agua. Y trata de conseguir que coma algo.

-El imbécil de su padre no va a dar nada –se queja alguien.

-¿Cuánto le diste?

-Dos días.

-Entonces espera a que pasen. Ya veremos que hacemos con el por mientras. Gale, ¿Me acompañas?

Se escucha un par de pasos salir de la habitación.

Estoy tan concentrado en tratar de escuchar su conversación que no me doy cuenta que alguien se ha acercado a mi hasta que golpea mi mejilla.

Doy un respingo y trato de emitir un sonido pero me parece imposible.

-bebe –ordena, quitándome la mordaza de la boca y lo primero que hago es apretarla con fuerza, relajado por fin de la presión.

Pienso un momento en escupir el liquido hacia el hombre, pero en cuanto el agua cae dentro de mi boca es imposible.

Estoy sediento, y el agua resbalando por mi garganta quemada es delicioso.

-Déjame ir, por favor –suplico en un susurro.

El hombre emite una risa y después coloca algo entre mis labios.

Aprieto con fuerza.

-Es comida, amor –dice rudamente-. No prometo darte otra cosa en mucho tiempo, mas vale que la comas.

No es mi boca la que se abre si no la presión de su mano obligándome a tragar lo que sea que me este dando.

Sabe a carne y limón.

Masco rápidamente para poder hablar de nuevo.

-Por favor, les doy todo lo que quieran.

-Esperamos a que tu papi haga ese trabajo, así que quédate aquí y se bueno.

Palmea mi mejilla y sube de nuevo la mordaza.

Trato de negarme pero no puedo.

Y ni siquiera me había dado cuenta del hambre que tenia hasta que el me dio ese bocado de lo que sea que comí y ahora me deja con el estomago engarruñado esperando por mas.

-¿Crees que quiera dormir de nuevo? –pregunta alguien

No, no por favor.

-Deja de meterle esa mierda –grita un hombre-. Voy a ponerte para que veas lo que se siente. No queremos asesinarlo, lo necesitamos vivo.

-Gale, si dejas de darnos órdenes esto podría funcionar.

-Si dejan de ser tan idiotas, dejare de darles órdenes, y esto funcionará.

Gale POV.

El chico me miraba fijamente, sin intentar apartar la vista ni siquiera cuando yo le sostenía la mirada de aquella forma.

-¿Ya dejaste de intentar adivinar como soy o quien soy? –le pregunto, frustrado.

-No –responde el-. No estoy tratando de saber quien eres.

-Ponte a comer, o me arrepentiré de haberte soltado.

-¿Puedo ir al baño? –dirige su mirada hacia el plato de comida. Está casi intacto.

-No, no hasta que termines de comer eso –ordeno.

Había decidido liberarlo un rato, para que sus músculos se destensaran. El amarre en las muñecas ya le tenía la carne molida y supuse que querría ponerse de pie un momento.

Estirar las piernas, yo que se.

Había preparado huevos fritos con jamón y una pasta con salsa de tomate. No es buena combinación, pero no tenia planeado que esto se convirtiera en un restaurant.

Coloque una botella de un litro de agua junto al plano y lo había observado comer casi todo el contenido mientras yo sostenía el arma apuntando directamente a su cabeza.

El cabello rubio del chico estaba enmarañado y sus mejillas sucias.

-¿Puedo ir al baño? –vuelve a preguntar.

-Ponte de pie –ordeno, caminando hasta el.

Tomo la mordaza en mi mano y el da un respingo.

-No, no por favor –suplica.

Tuerzo los ojos, hoy me siento piadoso.

Paso mi brazo por sus hombros y cubro sus ojos con mi palma, no es complicado, el chico es tan pequeño que casi puedo cubrir todo su rostro con mi mano.

Sujeto el arma junto a su sien y lo conduzco hasta la salida.

Caminamos por la mitad de la casa, hasta llegar al baño y entramos. Cierro la puerta con mi pierna y descubro sus ojos.

Inspecciona el cuarto de baño rápidamente y después me mira mientras me recargo en la pared junto al lavabo.

-¿Qué? –pregunto-. ¿Esperabas algo peor?

No responde mi pregunta.

Esta casa está a nombre de Mattew Creights, una de las tantas identificaciones falsas de Marcus, estamos fuera de la ciudad, rodeado de campos de sembradío, la casa está impecable y es lujosa. Y el baño es ostentoso, no me sorprende que el se sorprenda.

Sus ojos siguen mirando fijamente los míos.

-¿Qué? –vuelvo a preguntar.

Niega con su cabeza y se dirige al retrete, dándome la espalda y preparándose para orinar.

Giro mi rostro hacia la puerta, dándole toda la privacidad de la que soy capaz.

Cuando termina se queda mirando al espejo. Estoy seguro que ha soltado un gemido de horror.

-¿Puedo tomar una ducha? –me pregunta, con su voz estrangulada y quebrada por el llanto que reprime.

Niego con mi cabeza.

-Por favor –suplica.

Sus ojos azules se tornan brillosos y sus labios brillan de lo rojo que están.

-Tienes cinco minutos –suelto.

Me mira un momento, esperando a que me retire, y cuando se da cuenta que eso no va a pasar comienza a quitar su ropa.

Abre la llave del agua en cuanto queda desnudo y mete su cuerpo rápidamente bajo el ella.

El chico tiene un cuerpo ejercitado, con músculos marcados, sobre todo en su pecho y sus brazos. Pero es pequeño, blanco y el vello que recorre sus poros es rubio, como su cabello, o un poco más obscuro.

Me quedo mirándolo mientras sus manos frotan la barra de jabón por todo su cuerpo y limpia su cabello varias veces.

Tomo una toalla seca y se la entrego.

De reojo lo veo secarse y después meterse en su ropa sucia de nuevo.

-¿Algo mas? –le pregunto.

Niega, bajando la mirada y se coloca junto a mí.

Tapo sus ojos y vuelvo a colocar el arma junto a su sien.

Regresamos a la habitación obscura de antes y lo dejo libre de nuevo.

Después de tomar agua vuelve a sentarse en donde estaba atado y eleva su rostro para mirarme.

Camino hasta el y tomo las cuerdas entre mis manos para atarlo al extremo de la cama.

Ágilmente anudo sus muñecas, batallando un poco por la posición, pues tengo el rostro del chico junto al mío, y aunque llevo el pasamontañas puesto y se que no puede verme, me pone extrañamente nervioso.

Tapo sus ojos y el no replica.

Después anudo la mordaza detrás de su cuello y la subo hasta su boca.

-Oye –murmura.

Me quedo en silencio, con la mordaza en mis manos.

-Gracias.

Asiento y coloco la tela sobre sus labios.

-Si no haces nada estúpido –digo-. Puedo intentar dejarte libre por lo menos en esta habitación. Te vendría bien una noche en cama –aunque no se exactamente cuanto tiempo estarás aquí.

Asiente.

Si su puto padre no fuera tan tacaño, ya estaría libre.

Peeta POV.

Habían pasado cuatro noches ya. Aunque no se exactamente cuando es una noche o cuando es un día. Pero se aproximadamente cuando por que hay largas horas de silencio total y por las mañanas todos despiertan, haciendo gran escándalo en la casa y poco después me traen algo para comer.

Como dos veces al día, aunque solo Gale me libera para que pueda comer por mi mismo.

Eh logrado aprender sus nombres y reconocer sus voces. Son cuatro: Fabián, Carlos, Marcus y Gale. Por todo lo que eh escuchado, Fabián y Carlos son una molestia, Gale siempre está gritando e insultando a todos, aunque parece ser el que mas utiliza la cabeza, y Marcus siempre está callado, pero cuando habla todos lo escuchan.

No me gustan Fabián y Carlos, aun no logro reconocer a cada uno, pero ambos son agresivos.

Después de la sexta noche los había escuchado discutir con Marcus sobre matarme.

A demás que comienzan a desesperarse.

Sus manos son toscas, golpean mi rostro cada que pueden, o siento las patadas en mis piernas.

Quisiera no llorar. Pero no puedo.

Quiero irme de aquí.

Quiero que ya me dejen libre.

Gale POV.

-Gale, te toca quedarte –me dice Fabián en cuanto todo está listo.

Miro a Marcus y se encoge de hombros.

Les doy la espalda y entro renegando interiormente a la habitación.

El chico está tirado en el suelo, en su posición de siempre.

Levanta la cabeza, como si pudiera verme a través de la tela en sus ojos.

Su cuerpo se encoge como esperando algún tipo de tortura. Me hace sonreír interiormente. Estaba mal, pero algunas veces el sufrimiento de las personas despertaba algún tipo de monstro en mi.

Escucho la puerta cerrarse y los autos marcharse.

-Voy a liberarte –le aviso.

Su cabeza se eleva rápidamente, como si hubiera reconocido mi voz. Supongo que lo hace.

Me arrodillo para quitar el amarre en sus muñecas y después me coloco el pasa montañas mientras el se retira las mordazas del rostro.

Mi mira directo a los ojos en cuanto recupera la vista.

-Traje comida –le aviso.

El plato con tres sándwiches está sobre la cama y estúpidamente le ayudo a ponerse de pie.

Su cálida mano se sujeta de la mía y no la suelta hasta que puede sentarse.

-Me duelen las piernas –se queja. Aunque mas que quejarse es como un comentario.

-Veré la forma de mantenerte libre por lo menos en esta habitación, se me ah olvidado comentarles.

-¿Quieres uno? –me pregunta, elevando el plato de comida.

Aunque probablemente se esté muriendo de hambre, se ha tomado la decencia de ofrecerme uno sándwich. Algo que nadie nunca en la vida había hecho.

Niego con la cabeza, aunque quisiera haberlo aceptado pero Uno: Debe tener tanta hambre como para comerse todo eso. Y Dos: necesitaría quitarme el pasa montañas para comer.

Delicada pero rápidamente termina con los tres sándwiches.

-Bebe –le ordeno, entregándole una botella de suero sabor coco. No quiero que termine muerto de deshidratación antes de cobrar su rescate.

Después de terminar con mas de la mitad del liquido se queda mirándome fijamente a los ojos.

-¿Qué? –pregunto, incomodo.

-¿Puedo preguntarle algo? –inquiere.

No contesto, por lo que el continua:

-Van a… ¿Van a liberarme?

-Estamos esperando a que paguen el rescate –respondo fríamente, recargándome en el closet de madera.

-¿Han hablado con mi padre? –me pregunta, bajando la mirada.

-Si –respondo.

-¿Puedo hablar con el?

Niego con la cabeza, acariciando el arma con mi mano.

Si el chico supiera lo que ah pasado, probablemente se sentiría mucho peor. Por lo menos guarda la esperanza de que su padre pague el maldito rescate. Como todos nosotros.

-¿Por qué no me eh ido de aquí? –murmura-. Escuche hace varios días que algo no estaba bien.

-¿Seguirás haciendo preguntas idiotas? ¿Por qué no te limitas a descansar? En cuanto lleguen los otros te inmovilizaré de nuevo.

Le doy la espalda y salgo de la habitación, cerrando con candado la puerta.

No me preocupa que pueda escaparse, la puerta tiene dos cerraduras y las ventanas están protegidas. No vive nadie por aquí, así que por mas que grite no logrará nada.

De hecho, no se por que después de una semana no lo hemos trasladado a otro lugar.

Se supone que estaría libre hace tres días, pero su padre es un imbécil.

Pedimos cuatro millones y no ah querido pagar ni siquiera uno.

Desapareció de la ciudad. Sigue en contacto con nosotros, una llamada cada dos días, pero el idiota no ah querido soltar nada.

Comienzo a preguntarme si de verdad le importa su hijo.

Lo único que hace es pedir más tiempo.

Le hemos dicho que tiene que regresar a su casa, que tiene que volver para poder tenerlo vigilado, pero el viejo se niega.

Creo que nos equivocamos. El hombre tiene mucho dinero, mucho. Pero no va a soltarlo. De eso estoy casi seguro.

Peeta y yo nos quedamos solos hasta las nueve de la noche.

Eh entrado a la habitación dos veces, una para darle comida y otra para llevarlo al baño.

Lo dejo sin las mordazas, pero coloco cloroformo para dormirlo.

-¿Puedo dormir en la cama? –me había preguntado. Obviamente yo me había negado-. Por favor, puedes ponerme a dormir tú. Por favor. Quiero descansar un poco. No aguanto mi cuerpo.

Había rogado por que le colocara el cloroformo. Estaba tan ansioso que el mismo había presionado mi mano fuertemente para que colocara la gasa en su nariz.

Había quedado dormido rápidamente, sujetando mi mano y cayendo plácidamente sobre la cama.

Me odie a mi mismo cuando me quede demasiado tiempo junto a el, con su mano sobre la mía y mi brazo bajo su cuello, en la misma posición de cómo lo ayude a recostarse.

-Vas a quedarte hoy en esa habitación –me ordenó Marcus cuando les dije lo que había hecho.

-¿Qué crees que somos? ¿Un hotel? –inquiere Carlos.

No se como este hombre puede ponerme de tan mal humor.

-Tiene una semana durmiendo en el suelo, amarrado a una cama. No creí tan mala idea dejarlo dormir a gusto una noche.

-No estamos para complacerlo –se quejó Carlos, retándome.

-El chico no tiene la culpa de que su padre sea un tacaño –escupí.

Todos se quedaron mirándome fijamente.

-Pasaremos la noche aquí –Marcus interrumpió el silencio-. Fabián, tú y Carlos preparen la bodega. Mañana tenemos cosas que hacer. Duerman allá, Gale y yo llegaremos por la mañana. Gale, necesitamos hablar.

Los hombres obedecen a Marcus y cuando se marchan el y yo nos sentamos en la sala.

Por un momento creí que iba a decirme algo por mi actitud con Peeta.

-Tenemos un movimiento. Uno grande –comienza.

Marcus no era más grande que yo, no por muchos años. Pero era uno de los mejores hombres de los que tenia conocimiento que existían en este mundo.

Nunca en su vida había tocado la cárcel, pero su expediente estaba mucho más sucio que el mío. Era respetado por todos lados, y su mente no dejaba de crecer.

-¿De que se trata?

-Robar un banco –suelta-. No cualquier banco. Hemos estado estudiándolos este día, solo tenemos que trazar muy bien nuestros movimientos.

-¿Cuándo?

-Un mes, por lo menos. Quiero que pienses en algo bueno. Se que eres el que mejor tiene el cerebro de todos nosotros. Así que para mañana, escucharemos las propuestas. Por lo pronto, duerme un poco, mañana nos cambiaremos a la bodega. Este trabajo no nos salió bien. Tenemos que terminarlo.

Mi corazón da un golpeteo en mi pecho, un golpeteo que jamás había sentido.

-¿A que te refieres? –pregunto.

-Quizá lo dejemos libre, no lo se. Se que no es una mala acción, pero de todas formas te encargaras del chico esta noche. No quiero que se le ocurra hacer alguna idiotez.

-Tiene suficiente cloroformo para dormir toda la noche y parte de la mañana –le digo despreocupado.

-Bueno, quédate con el, no quiero accidentes.

Se pone de pie y se dirige a su habitación.

Después de tomar agua regreso a con Peeta.

Está dormido en la misma posición en que lo había dejado.

Me quedo inspeccionando el lugar un momento, no hay otro espacio en donde pueda recostarme mas que la cama. Me debato entre bajar al chico al suelo o meter un sofá de la sala.

Estoy cansado, así que lo único que haré es recostarme a su lado; así podré sentir cualquier movimiento que haga. Soy bien conocido por despertarme al menor indicio de movimiento.

Quito mis botas y saco el pasamontañas de mi bolsa trasera. No pienso ni por un momento en dormir con esa cosa puesta.

Retiro mi playera de mi cuerpo y coloco el arma larga recargada en la puerta.

La pistola la coloco en el buró junto a la cama, al lado en donde me recostaré y después le hecho una mirada a Peeta.

Su cabello cae alborotado sobre su frente, su rostro es cansado e inexpresivo.

Su respiración acompasada.

Sus brazos caen plácidamente a sus costados.

Nunca en mi vida me había acostado con alguien más. Bueno, corrijo: Nunca en mi vida me había acostado en la misma cama con alguien dormido, y menos que yo tratara de dormir en el mismo lugar que esa persona. Y peor aun, que fuera un hombre.

Aun así, me siento tranquilo y relajado en cuanto recuesto mi espalda desnuda en el fresco colchón.

Por supuesto que no hay ni una sola manta para cubrirme, así que coloco mi playera a mi lado, por si la temperatura nocturna llega a ser demasiado baja.

Me doy media vuelta para recostarme bocabajo, paso una almohada entre mi brazo y mi rostro y trato de dormir.

Lo ultimo que siento antes de quedar dormido es el brazo desnudo de Peeta rosando el mío, por alguna razón la sensación se queda marcada en mi mente. Tanto que incluso sueño con ello.

Despierto cuando una respiración demasiado profunda resuena en mis oídos.

Mis ojos se abren de golpe y mi cuerpo se tensa. Rápidamente inspecciono la habitación con mi mirada. No hay nada.

Y descubro que la respiración provenía de Peeta, a mi lado. O mejor dijo, sobre mí.

Su cuerpo está recostado cómodamente sobre mi pecho, con su brazo pasando por mi pectoral y su mano reposada en mi hombro.

Inconscientemente tengo mi brazo bajo su cuerpo, abrazándolo.

Estoy tenso completamente. Pero no tengo el valor para quitarme. Y no se por que. O si lo se:

No recuerdo cuando fue la última vez que alguien me abrazó, o si lo recuerdo, muy en el fondo de mi memoria. Solo una persona. Solo un abrazo está en mis recuerdos, después de ella nadie nunca lo había hecho. Mi madre. No es un recuerdo claro ni preciso. Solo se que me abrazaba. Y si así como siento ahora, con el cuerpo cálido de este chico contra el mío, se siente un verdadero abrazo, entonces mis recuerdos no le habían hecho justicia.

Su piel es cálida, mi torso está desnudo, por lo que siento sus brazos desnudos y suaves junto a mi piel. Su mejilla caliente recostada sobre mi pectoral izquierdo y su respiración suave rosando mis costillas.

Se que debí quitarme. Desde el momento en que desperté. Pero se sentía muy bien. Tener a alguien entre mis brazos o sobre mi cuerpo. Se sentía de maravilla. Aunque esa persona estuviese inconsciente. Nunca nadie me había tocado.

Cuando estaba con las chicas de Tommy todo era sexo. Nunca había afecto ni caricias. Las odiaba. No podía soportar que una mujer que tocaba a otros hombres me acariciara. Pero el tacto inerte de Peeta se sentía cálido. Y no cálido en cuestión de temperatura. No lo se, era difícil de explicar. Incluso mi cerebro no lo entendía.

Su cabello olía a fresa, como el shampoo que hay en el baño, la manera en que una de sus piernas se entrelazaba con las mías era un poco incomodo, pero extrañamente se sentía bien.

Me hacia desear que hubiese una persona que durmiera conmigo todas las noches. Una persona a la que pudiera abrazar y besar. Una persona a la que pudiera hablarle sobre que me siento mal, o que me duele la cabeza, o que tengo asco. Una persona a la que pudiera decirle que estoy enfermo. O que estoy desesperado. O que no encuentro la salida al acertijo en mi cabeza. Una persona a la que pudiera considerar familia.

Pero yo no tenía suerte para eso.

Mi madre murió cuando yo tenía 6 años. Mi padre era un cerdo, un cerdo inteligente. Nunca tuve un amigo de verdad. Nunca tuve una novia. Ni una pareja. Ni nadie con quien hablar.

Todo se limitaba a negocios, a mi tipo de negocios. Y aunque pocas veces trabajaba en equipo, las personas con las que me relacionaba no eran como para entablar una conversación normal.

Nunca había tenido una conversación normal con nadie.

Y a mis 25 años, nunca había hecho el amor.

Había tenido sexo, infinidad de veces, pero nunca había hecho el amor con nadie.

Ni siquiera me había detenido a pensar sobre si el amor existía. Y jamás me había preocupado encontrarlo.

Ni había pensando en eso.

Y ahora lo hacia.

Con un hombre que se recostaba sobre mi cuerpo, un chico a quien le había arrebatado la libertad.

Y esto estaba muy mal.

Aun así, me quede recostado en la cama, sintiendo su calor contra el mío hasta que escuché ruidos fuera.

Lentamente y sin querer despertarlo me levanto de la cama.

Me pongo la playera y tomo mis armas.

Antes de salir, coloco cloroformo en la gasa y la pongo bajo su nariz unos segundos.

-Lo siento –murmuro.

Y claramente las palabras resuenan en mi mente una y otra vez.

Fuera, en la sala, se encuentra Marcus bebiendo alguna cosa en un vaso color verde.

-Nos vamos a la bodega –me avisa-. Llévate al chico, tenemos muchas cosas que planear hoy.

-¿Puedes hacerte cargo de el? –le pregunto-. Necesito pensar algunas cosas. Estar solo.

Marcus me mira fijamente un momento. Pero después sonríe.

Debe creer que tiene algo que ver con su plan por asaltar un banco. Pero no, esto es meramente personal. Y me jode la existencia. Nunca había necesitado pensar.

-Sube al chico al coche –me ordena.

Regreso a la habitación para tomar el cuerpo de inmóvil de Peeta y lo cargo con facilidad.

-Acabo de colocarle cloroformo –le aviso a Marcus cuando paso junto a el.

Se sube al coche y abre la cajuela, pero no me dirijo a ella, si no que me las arreglo para abrir la puerta trasera y colocar a Peeta dentro.

Marcus me mira por el retrovisor, pero no dice nada.

Cierro la cajuela y me subo a mi coche.

Me dirijo al único lugar en el que soy capaz de pensar con claridad:

La azotea del edificio Hanck.

Con treinta y dos pisos de altura y una perfecta estructura conservada, el edificio Hanck sigue estando abandonado.

Son un centenar de escaleras las que tengo que subir para llegar a la azotea, pero me gusta hacerlo. Las paredes y las decoraciones son perfectas. En algún tiempo, alguien debió cruzar por aquí. Los pasillos debieron estar llenos de personas. Hubo algunos quienes los limpiaban, o los pintaban, o trabajaban aquí o solo venían de visita. O para tramitar algún tipo de papel. O como sea. Pero el tiempo pasa, y aunque las personas desaparezcan, lo material se queda. Es una ley de la vida. Y me fascina.

El clima de la azotea siempre es frio. Hay una plataforma donde algún día los helicópteros aterrizaban. Hay fuentes de luz desgastadas y una grúa de seguridad.

Me dirijo al lugar de siempre.

En el extremo izquierdo, siempre se puede disfrutar de una vista hermosa.

El sol está a mis espaldas, pero es un sol suave matutino, así que no me molesta, y de todas formas, detrás de mi está una torre de agua, así que la sombra me llega casi todo el día.

Siempre me siento en el borde de la barda. Con mis pies colgando hacia el suelo.

Varias veces evalué la opción de dejarme caer. Solo serían algunos segundos en que el aire se rompería contra mi cuerpo, y después nada. Todo acabaría.

Nunca tuve el valor para hacerlo.

El viento aquí arriba soplaba con mayor frecuencia y este lado de la ciudad era muy tranquilo.

¿Qué diablos me está pasando?

No es necesario escarbar mucho en mi mente, de hecho, este hecho ya llevaba varios días rondando en mis pensamientos.

¿Qué había de diferencia ahora que las veces anteriores?

La primera vez que asesine a alguien fue a Trenton Gutiérrez. Un pedófilo asqueroso que estaba violando a su hijastra. No me toqué el corazón en ningún momento. Ni siquiera cuando su rostro estaba completamente desfigurado.

Garrett, asesino y violador de mujeres.

Mariana, fue la primera y la única chica a la que le arrebate la vida. O la mataba a ella o dejaba que asesinara a los tres pequeños secuestrados por ella misma. Regresé a los niños y me quede con la recompensa que ella ya había cobrado.

Ezequiel, o lo mataba o dejaba que me matara el.

Richard Lord, fue la primera persona que era miembro de mi equipo a la que le quite la vida. No fue una decisión difícil, o lo dejaba morir o moríamos los dos. De todas formas, nunca me arrepentí. Era un cerdo machista.

Casi siempre me esforzaba por recordar sus nombres, y bueno, algunos efectos colaterales de los hechos, si no morían por mis manos, no era necesario recordarlos. Aun así, nunca había asesinado a un inocente.

Todos éramos criminales. Yo lo era. Y no me molestaría que alguien me asesinara para impedirme hacer una estupidez.

Nunca había secuestrado a alguien inocente, nunca había robado a alguien que no se lo mereciera. Nunca había violado o torturado.

Y si alguna vez le hacía alguna de esas cosas a una persona inocente, no me importaría que me quitaran la vida por defenderlo. Pero nunca iba a suceder.

No es que el fin justifique los medios. Aunque mis victimas sean siempre unos cerdos, no quiere decir que lo que yo hiciera esté bien. Pero al menos me alegra darles de beber un poco de su propio veneno.

El padre de Peeta era una escoria del gobierno. Su oficina se encargaba de las asociaciones humanitarias. ¿Qué es peor de robar dinero de tu propio pueblo? Pues robar dinero de tu propio pueblo que va destinado a las personas que no lo tienen. A los chicos en los orfanatos, a la organización Caritas, para niños quemados. Para los niños con Cáncer. Claro, yo lo sabia. Nunca hacia un movimiento sin antes estudiarlo. El hombre llevaba años en el poder y robaba casi la mitad del dinero destinado para esas asociaciones y aparte era secretario de seguridad del Estado. Además de que tenia las pruebas suficientes para culparlo de asesinato.

El hombre que había quedado en ese puesto desapareció dos semanas después de tomar protesta. Tres días después de declararlo muerto, John Mellark fue nombrado presidente de Charity Humanitary of Whasinghton.

Tenía una infinidad de pruebas en su contra, el era el mayor cerdo doble cara con el que me había topado. Pero su hijo… su hijo era todo lo contrario.

Peeta era inocente. Y yo mismo eh arruinado su vida.

Peeta no tendría por que estar aquí. No debería estar pasando por esto.

Y ahora, que su imbécil engendrador se negaba a pagar un centavo por su rescate, me daban ganas de cortarle el cuello. Al padre, por supuesto. Jamás tocaría a Peeta.

Deberíamos dejarlo libre.

Pero su puto padre de esta no se va a escapar.

Se que es hora de irme cuando el sol se esconde frente a mi.

Odio la manera en que el tiempo pasa cuando estoy aquí.

No tengo hambre, ni sed, ni cansancio, ni sueño.

Tengo que obligarme a marcharme. Se supone que Marcus tenía planeado algo para hoy, y eh pasado todo el día aquí.

Mientras me dirijo a la bodega el sol se esconde por completo y la noche cae.

No me importa que me estén esperando molestos.

Estaciono el coche en el garaje y entro a "la bodega".

Son dos habitaciones, una grande en donde se encuentra una cama en el extremo derecho, un gran escritorio en el centro y dos computadoras. Un coche y un mural lleno de papales y trazos. En la otra habitación había una pequeña cocina. Y un baño.

Dentro, sentados junto al escritorio, me esperan Fabián y Carlos.

Busco a Peeta con mi mirada. Está amarrado a uno de los tantos muros de la bodega.

-Pensé que no llegarías nunca –se queja Carlos, poniéndose de pie.

Lo ignoro.

-¿En donde esta Marcus? –pregunto.

-En casa –responde Fabián-. Estuvo esperándote todo el día. Nosotros también.

-Tenía cosas que hacer –digo, sin la intención de darles explicaciones.

-Te vas a quedar con el esta noche –escupe Carlos, señalando a Peeta con su barbilla-. Tuvimos que estar aquí todo el puto día por tu culpa.

Me encojo de hombros.

-Nos vemos por la mañana, espero que ahora si esté dispuesta la princesa –Carlos tenia un cerebro pequeño, pues hablaba a lo estúpido y no le importaban las consecuencias.

Aun así, lo único que hago es sonreír.

Me siento en una silla y coloco mis codos en el escritorio.

Los hombres se marchan.

No me pongo de pie hasta que escucho sus coches desaparecer.

LA puerta de la bodega se cierra por dentro.

Coloco los tres candados y las cuatro cerraduras y voy a la cocina.

Preparo un sándwich de pollo frio y mayonesa y me dirijo hasta Peeta.

Su cuerpo se encoje al escuchar mis pasos.

A penas voy a decirle que soy yo, pero su rostro me deja sin aliento.

Tiene sangre en su mejilla derecha, sangre que brotó del corte en su ceja.

Sangre que salió por su nariz y sangre en su labio inferior.

-¿Te golpearon? –pregunto, como si no fuera obvio.

El asiente.

-Hijos de puta –escupo.

Sin pensarlo dos veces desato sus manos. El amarre estaba tan apretado que las muñecas de Peeta brillan por la carne viva y llena de sangre.

-No te muevas –le ordeno.

Le quito la mordaza de su boca y humedezco la tela metiéndola en el vaso de agua que llevaba en mi mano.

Limpio la sangre de su mejilla y doy un delicado masaje en su ceja.

Toda la sangre está seca, pero la hinchazón aun es muy notoria en su labio inferior.

Mis manos me tiemblan. De coraje.

-¿Quién fue? –le pregunto.

-no lo se –responde el, con su voz entrecortada y ronca.

-¿Marcus?

-No. El se fue desde temprano. Fueron los otros.

Mi respiración se corta de golpe.

Aparto la tela de sus ojos y arrojo el trapo a mi lado.

El crujido de mis dedos al empuñar mis manos resuena en toda la habitación.

-¿Comiste? –inquiero.

Niega con su cabeza. Con la mirada baja.

-Toma –le entrego el sándwich que había preparado para mi, está mordido, pero a el no le importa.

En ningún momento sus ojos se cruzan con los míos.

-Voy por un poco de agua –le aviso.

Tomo una botella del pequeño refrigerador y regreso a con Peeta.

Sigue sentado en el suelo.

-Siéntate en la cama –murmuro, extendiendo mi mano para ayudarle a levantarse.

Su pequeña mano blanca se apoya en la mía y con dificultad se sienta en la cama.

-Voy a estar fuera –le aviso-. Quizá quieras darte un baño o lo que sea.

Lo dejo solo. Por que no puedo soportar estar junto a el en estos momentos.

No me importa que intente escaparse o algo como eso, por que es imposible que lo haga en este lugar.

Abro la puerta y me siento en la jardinera que está en la entrada.

La noche es tranquila y muy obscura.

Hasta que estoy fuera me doy cuenta que no traigo nada cubriendo mi rostro. Pero a estas alturas ya no me importa.

Recargo mi espalda en la pared y cierro los ojos.

Cuatro horas después el sonido de un golpeteo en la puerta me despierta.

-¿Gale? –pregunta la suave voz del chico en el interior de la bodega.

-¿Si?

-¿Puedo acostarme en la cama?

Un minuto de silencio, y después respondo:

-Si.

-¿Vas a dormir aquí? –inquiere.

-Si.

-¿Vas a dormir dentro?

-Solo hay una cama. Y ahí dormirás tu.

-Ayer no te importó que durmiéramos juntos –dice.

Corto mi respiración y mi corazón golpetea mi pecho, mi espalda se tensa y me levanto de la jardinera. ¿Se enteró? ¿Alguien más lo supo?

Me quedo callado.

-¿Vas a entrar? –insiste-. Puedes dormir ahí, yo dormiré en el suelo.

Abro la puerta y lo miro, de pie frente a mí, con su cabello húmedo y sus mejillas rojas. No hay rastro de suciedad en su cuerpo, excepto por su ropa desgastada.

Sus ojos inspeccionan mi rostro un momento pero después baja la mirada.

-Acuéstate, en un momento regreso –y cierro la puerta de nuevo.

En el coche traigo una maleta con ropa.

Saco una playera y un pantalón y regreso al interior de la bodega.

Peeta está sentado en la cama, con su mirada fija en sus muñecas lastimadas.

-Toma –arrojo las prendas junto a el-. Vístete. –ordeno.

Sujeta ambas prendas entre sus manos y después eleva su rostro para mirarme.

Sus ojos azules están brillosos y su labio sigue inflamado.

Pensé que se iría al baño, pero no. Se quita la playera y se coloca la mía.

-El pantalón es demasiado grande –me explica cuando miro la prenda en la cabecera de la cama.

Me encojo de hombros y me dejo caer en mi lado de la cama. Aceptando su invitación de dormir en ella.

Se levanta y cuando está a punto de sentarse en el suelo lo detengo.

-¿Qué haces? –pregunto.

-Tú dormirás en la cama… -responde, confundido.

-Ayer no te importó dormir en la misma cama que yo –repito sus palabras.

No estoy seguro, pero creo que eh visto una sonrisa ligera en sus labios.

Lentamente se recuesta a mi lado.

Esta cama es mucho más pequeña que la de la casa, así que es imposible que nuestros cuerpos no se toquen.

-¿Puedes ponerme cloroformo? –me pregunta.

-No –respondo-. Duérmete.

-Por favor –suplica-. No puedo dormir bien.

-No –me niego, molesto-. Te hará daño.

Suspira y se queda en silencio.

Me recuesto sobre mi costado izquierdo, dándole la espalda, y me preparo para dormir.

(…Continuará...)


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