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Prólogo

Ninguno de los personajes me pertenece, todos son propiedad de J.K. Rowling

Sábanas flotantes, manos silenciosas pendiendo de las camillas, rocas elevadas hasta formar en su unión un trozo del muro colapsado.

Filch barría inútilmente, los enormes pedazos de piedra que antes habían sido paredes, no se moverían bajo el débil golpear de su escoba.

Harry miró a su alrededor, heridos, muertos, gente corriendo y hablando vivamente, agitados, una extraña mezcla de optimismo y dolor penetraba en los restos del castillo. La guerra había terminado pero ahora debían desfilar al entierro descomunal de amigos, maestros, familiares…

Ron y Hermione sentados en el suelo, mirándose en medio del ir y venir de otros, de esos otros que corren de puerta a puerta con los brazos llenos de vendas y frascos, de los otros que entraban al gran comedor sin hacer ruido, con los rostros manchados y difusos, llorando, algunos sonriendo extrañamente, observando alrededor.

Un montoncito de vidrios estaba desperdigado alrededor de los pies del joven sobreviviente. Él los miró como si fueran ojos de escarabajo, azules, verdes, rojos, brillando en el suelo, los hizo flotar en torno a él, los entrelaza en el vitral que fueron y en el que se reconstituyeron gracias a él.

Harry apenas podía respirar bajo la pasmosa sensación que le produce el ver la muerte y la vida mezcladas de tal forma.

El castillo casi destruido, los viejos amigos se abrazaban. La señora Pomfrey iba cubriendo una a una las caras exánimes, eran entonces un camino de telas blancas en medio del comedor.

Aberforth tomaba café, sus ojos antiguos fluían entre la luz que empezaba a enseñorearse del salón. Amaneció, los magos parecían no decidirse entre el alivio y el dolor. No festejan, los caídos aún ni siquiera se han enfriado, sin embargo sonríen en silencio un poco felices y un poco avergonzados de haber sobrevivido.

Un cuerpo abandonado destelló en su memoria. Recordar a Snape le causó una opresión en la tráquea, como si alguien le hubiera sacado el aire de un golpe. Se lo imaginaba, se imaginaba borrosamente la capa extendida en el suelo, como las alas de una muerte que se abría para el maestro, que se lo tragaba.

Harry caminó hasta el frente del comedor y se plantó allí, como Dumbledore, como el mismo Snape y piensa en lo que pudieron ver al estar de pie en ése mismo lugar ¿verían lo mismo que él? : Responsabilidad, una abrumadora responsabilidad por las personas que estaban en frente, por los alumnos de Hogwarts, los rostros iluminados por las velas en el primer día de clases, las caras oscurecidas que quizás vio Snape. Harry, tenía en los ojos una curiosa fusión de las dos escenas, un convergir inusitado de sonrisas y suciedad en los semblantes, de miradas tranquilas y frentes ensangrentadas.

Miró a la multitud grisácea, zumbando como una enorme nube de pies y manos empolvados, yendo y viniendo.

Potter alzó la voz y los ojos de la multitud viajaron a él, ansiosos, hambriento de sus palabras, querían oír buenas noticias, querían aliento. Harry parecía dividido por una espada invisible, miraba al suelo, luego buscaba alguna cara conocida en medio de la galería de rostros girados hacia él. Comenzó a hablar con las palabras trastabillando al salirle de la boca.

-Disculpen, hay algo que quiero aclarar sobre Severus Snape, que murió hace unas horas. - Algunos dejaron definitivamente sus tareas para concentrar su atención entera en él, intrigados, sin entender qué podría decirse sobre aquél traidor. Distinguía la confusión en algunos semblantes, en una parte perdida del salón alguien hacía ruido con unos frascos.- Antes de morir, el profesor Snape me dejó ver algunos de sus recuerdos.

Se detuvo unos instantes observando los gestos de extrañeza de los magos y brujas, la ceja alzada de Ron, quien había abierto la boca.

-Él no fue quien creíamos. Durante muchos años trabajó como espía para la orden, Snape mató a Dumbledore por las órdenes que él mismo le dio. El director le pidió que lo matara.

Los ruidos lejanos cesaron, todos los ojos del castillo estaban abiertos en él. Tantas expresiones en tantas caras diferentes lo asustaron por un segundo: Escepticismo, horror, incredulidad.

- Un murmulló se encendió por toda la sala, descontrolado, agitado,

-¿Es una broma?-Oyó decir a alguien.

-Les aseguro que no estoy bromeando.-Se apresuró a hablarle a la multitud, a los centenares de pupilas fijas. Un silencio agudo se cernía en el comedor, denso, largo, hasta que la voz de Harry lo rasgó. Los ojos verdes parecían envueltos en llamas.

-Sé que muchos no lo creerán, pero es cierto y voy a sepultarlo aquí con los demás, espero que nadie se oponga. Nadie se movió al verlo caminar cruzando la multitud, ni al verlo pasar por la puerta. Se miraron entre sí, hallaban cejas contraídas, labios apretados, una membrana de miedo en los ojos brillantes de los demás. Minerva McGonagall salió unos segundos después que el joven seguida por Granger y Weasley. La enorme figura de Hagrid se abrió paso pidiendo disculpas a los que empujaba en su lucha por alcanzar el umbral.

Cuando la última de sus pisadas resonó al alejándose, comenzaron las murmuraciones en el comedor, tantas que parecían provenir a torrentes de los muros, florecer desde debajo del suelo. Los murmullos permanecieron mucho tiempo en el aire, como humos lentos en disolverse.


-¿Qué rayos fue eso?-Una cabellera roja se revolvió ante él, Ron le atajaba el camino, Hermione lo perseguía también.

-¡Señor Potter!- La voz de McGonagall se encendió en el aire como una pequeña chispa.-Señor Potter, explique lo que acaba de decir.

Cuatro pares de ojos se hallaban concentrados en él.

-Ya lo dije en el comedor, Severus Snape estuvo siempre con nosotros y voy a sepultarlo aquí, con dignidad.

La cabeza de Gryffindor meneó el cráneo fuertemente, su cabello sujeto se escapaba del agarre, bajaba en rebelión por sus sienes.

-Escúcheme señor Potter…- Se llevó la mano a la frente, su pensamiento era un nudo que palpitaba dolorosamente.

-Si alguien quiere acompañarme es bienvenido, si no están de acuerdo lo haré solo.

Harry retomó su andar, con Granger caminando a prisa tras él, hablándole incesantemente.

-Pero Harry ¿Por qué Dumbledore le pediría algo así?

El joven le daba la espalda y respondía con un tono firme y seco.

-Para salvar a Malfoy, para obtener la confianza absoluta de…

Los ojos de Rubeus no podrían abrirse más. Los zapatos de McGonagall golpearon enérgicamente contra el suelo, la mano rígida de la mujer se aferró del hombro de Potter y Granger.

-Iré con usted señor Potter miss Granger, quédese aquí, Hagrid y yo nos haremos cargo.

La muchacha quizás pensó en rebatir pero el tono contundente y serio de la profesora le apagó la voz en la garganta.


El sol débil del amanecer no lograba menguar el frio. La pesadez de la batalla se le agolpaba en los párpados a Harry pero intentaba mantener en su cuerpo un movimiento firme y vivaz. Escuchaba los pasos de McGonagall como susurros en la hierba. La luz se abría como una alfombra de flores incandescentes sobre el pasto, sobre el sauce boxeador. El día era como cualquier otro, si a sus espaldas no hallara el castillo derruido podría creer que no había ocurrido nada. El orden del mundo, del tiempo y el amanecer seguían siendo los mismos a pesar de tantos muertos y tanta violencia.

Corrió por debajo de las ramas del sauce que latigaban el aire y vio por primera vez correr a Minerva, enlodándose los zapatos y levantándose la falda con las manos. Hagrid se desplazaba torpemente, su enorme humanidad no le permitía la rapidez y una ramita le había arañado el rostro.

No quiso ni siquiera pensar como lograrían salir airosos de aquella concentración de ramalazos y viento embravecido si tenían que cargar un cadáver. Tal vez alguna terminaría herido.

La casa de los gritos pareció quejarse cuando entraron en ella, la madera gemía bajo sus pasos, un olor a humedad podrida se agazapaba en los rincones. Los tres subieron las escaleras, sin mirarse, sin hablar. Les hubiera sido difícil soportar la pesadez de los ojos de otros. Empapados de silencio llegaron al cuarto en el que estaba el cuerpo.

Una cortina de luz entraba descarada, solidificando la escena que Harry había solamente intuido la noche anterior. Veía claramente cada detalle que le había pasado desapercibido. El color casi negro de la sangre, el aroma dulzón y metálico que esta despedía, las manchas de la pared, plasmadas como alaridos rojos, las extremidades de Snape, extendidas y yertas. Rubeus había escondido parte del rostro entre sus manos gigantes, Harry alcanzaba a ver solo sus pupilas hinchadas y lacrimosas. McGonagall miró a su alrededor durante unos segundos con un grito retenido obstruyéndole la boca, su mirada se estrelló repetidamente contra la visión, parecía no poder creer lo que tenía en frente.

Harry avanzó lentamente entre los archipiélagos carmesí, impregnándose los zapatos de sangre. Había odiado a Snape y sin embargo jamás le hubiera complacido saber que caminaría sobre su sangre.

El joven se acuclilló a un lado del cuerpo, sin atreverse a mirarlo de lleno, como si tanta inmovilidad, tanto reguero escarlata lo rebasara. La mujer conjuró una sabana y una camilla, sobreponiéndose al bramido de sus propias fuerzas internas.

Harry regresó su atención a la cara de Snape, a sus ojos estáticos y entrecerrados que ya no lo mirarían. Una compasión inoportuna e inútil le conquistó el pecho. El semblante translúcido del hombre le recordaba que había perdido algo sin siquiera saberlo y lamentó todas las ocasiones en las que un encuentro con el pocionista terminó en un apalabramiento hostil, cuando pudo quizás, haber sido algo distinto.

Resignándose trató de subir el cadáver a la camilla, Hagrid se volvió en su ayuda, al tocar el cuerpo Rubeus exhaló un lamento sobresaltado, sus pequeños ojos empezaron a gotear sobre las ropas. A Harry le pareció un gesto muy dulce para un hombre tan grande y tosco como era Hagrid, quien lloraba en silencio como lloraría por alguna de sus criaturas. McGonagall observaba la pared, con las mandíbulas apretadas, endureciendo la expresión hasta tornarla casi cruda, un halo de ausencia temible se cernía alrededor de ella, pero el brillo acuoso de sus retinas la desnudaba.

-Bueno.-La voz de Potter se estrelló contra el silencio.-Supongo que podemos irnos.-Los ojos de Minerva se resbalaban entre las manchas de sangre del muro.

-¿Sufrió mucho?-La voz de la mujer salió apretada, fallida.

Harry la miró condescendiente, casi con lástima.

-No diría que fue indoloro, pero murió rápido.

Con un movimiento de varita McGonagall fue disipando la sangre de la pared, con el brazo extendido y rígido, con el gesto firme del autocontrol que ella siempre había demostrado, pero sus ojos seguían húmedos, delatando el atisbo de culpa que ella no podía apagar.

El joven marcado y el semigigante extendieron la sábana en el aire, los dedos gruesos de Hagrid no ayudaban mucho. La tela blanca descendió como un vapor, inmaculada y leve, pero pronto empezó a ensuciarse, unos ojos rojos se abrieron en ella, trazando un mapa de sangre, pronto ese color marrón se extendió como un cáncer, mancillando todo. Harry sintió por primera vez unas ganas incontrolables de llorar.

¿No era de pronto su vida como esa sábana manchada? Como su niñez sucia de lágrimas y muerte. Pensó en Sirius, en Remus y en la imposibilidad de recuperar la blancura y cubrir sus recuerdos con una capa blanca de olvido.

Apretó los párpados deshaciéndose de la humedad tras ellos.

-Vámonos Potter.-Ordenó Minerva.

El joven se colocó del lado en el que estaban los pies de Severus, para levantar su extremo de la camilla.

-Tápale la cara por favor.

Hagrid miraba el rostro del caído, como miraría un viejo pueblo que le costara trabajo abandonar.

-No sé, Harry, veo como si, como si respirara.- Balbuceó con los ojos hinchados y enrojecidos.

-No respira Hagrid, es tu imaginación.-Le dijo el muchacho, mientras daba a entender que estaba listo para marcharse.

El semigigante tomó la sábana para cubrirlo y la extendió con un poco de dificultad, pero cuando iba a tapar la cara del hombre se quedó quieto mirando hacia abajo.

-Harry, sé que suena a que…es que, creo que respira.

McGonagall evitaba mirar a hacia sus acompañantes, tenía miedo de no poder contenerse al ver la expresión en el semblante de Hagrid y empezar a ponerse igual de irracional que él en ese momento, estaba tan perturbado que aseguraba que Snape aun seguía respirando, escuchaba la voz paciente de Potter tratando de calmarlo.

-No Hagrid, es normal que te sientas así, pero tienes que tranquilizarte…

Minerva caminó hasta la puerta, qué oscuro, qué solitario lugar para morir. La muerte de Snape había sido igual que su vida. Detuvo con rudeza el nacimiento de una lágrima en su ojo.

-Para que estés más tranquilo te voy a comprobar que no…

¿Cuándo podría dejar de sentirse de esa manera? Se le figuraba que no llegaría el momento del perdón, que los remordimientos serían una bestia en su memoria que se la comería poco a poco y desde dentro.

Afonía, ya ni la voz de Potter se abría camino en aquél rincón infame.

Giró la cabeza para ver qué pasaba, Hagrid y el joven estaban viéndola, como si esperaran algo de ella, McGonagall tuvo la molesta sensación de que llevaban un rato observándola a escondidas.

-¿Qué ocurre Potter?

La mirada del mancebo rehuía sus ojos, sus manos se movieron en el aire varias veces, como perdidas, como mariposas ciegas y enormes. Un destello verde se encendió en sus pupilas.

-Respira.

Algo se nublaba en su cerebro, una ventana de agua interponiéndose entre ella y Potter, un mareo la obligó a sostenerse del muro.