No era lo mismo que antes.
No habían abrazos, no más palabras susurradas al oído, no más despertares juntos. Ya no habían besos, el deseo se había ido.
No habían más te amos, más te quiero, más te necesito.
Era, Era como si ya no existiera.
Su cuerpo al lado mío en la cama era un recuerdo de cuanto me ignoraba. Su cuerpo viendo hacía la pared en lugar de hacía mí me hacía sentir nauseabundo. Yo ya no le importaba.
Sabía que estaba despierto, su respiración le delataba.
Su rubio cabello había perdido bastante de su color, su peso había bajado bastante, su aspecto de juventud y virtud ahora era desalineado y descuidado. Lo cual era bastante raro ya que él era el que me recordaba siempre que debía comer; pero, hasta la preocupación había desaparecido.
No lo entendía. ¿Que he hecho para que me haga esto? ¿Cómo le he fallado? Siempre he estado ahí para él, ahora ni si quiera me miraba. Y eso me enfermaba.
Movió sus pies fuera de la cama, se puso sus pantuflas y sin mirarme salió de la habitación.
Le seguí como siempre él hizo por mí hacia la sala.
Sentado sobre el sillón sacó su computador y tecleó en ella.
Me senté en el lado opuesto del sofá, no deseaba perturbarle. Solo quería estar a su lado.
Lentamente el sonido de gemidos salió del computador haciéndome sentir asqueado.
-¿Prefieres masturbarte a tocarme, maldito infeliz?- Le dije en voz baja recibiendo el silencio como respuesta
Lentamente alzó su mirada hacia mí, se acercó hasta sentir su aliento en mis labios.
Cerré mis ojos con esperanza de que todo hubiera pasado, sin embargo nunca sentí nada.
Volteé mi cabeza hacía atrás para mirar que lo que hacía era intentar alcanzar la toallas situadas detrás de mí.
En ese instante quise morir.
Me levanté y me dirigí a la cocina, me senté, puse mi cabeza en mis manos y lloré.
Lloré como siempre quise hacerlo, me desahogué.
Lloré sin remordimientos de que me escuchara.
Tenía el corazón roto, ya nada lo remedaría.
Escuché sus pasos dirigirse hacía donde me situaba. Paró en la puerta y miró hacia la mesa.
Me levanté y lo miré.
-Quiero que terminemos- le dije, ninguna emoción cursó su rostro. -Terminemos o esto me terminará matando- pedí
Él solo miró, y dio la vuelta. Le seguí en esperanza de una respuesta.
Salió y se dirigió escaleras arriba. En el tejado.
Caminó y se paró en la fila del edificio. Corrí intentando detenerle. Detener que cayera.
Tomé su mano y lo jalé hacía mí.
-¡¿Acaso estás loco?! ¡¿Te digo que terminemos y esta es tu forma de reaccionar?! ¡¿Acaso quieres matarme?!- le grito
Hasta que lo miro.
Su semblante cambia. Tiene un rostro de sorpresa. Su labio tiembla. Y de sus ojos salen lágrimas. Lágrimas verdaderas.
Se acerca hacia mi y me abraza. Me abraza de verdad. Me abraza como desde hace tiempo deseaba. Me abraza con amor, con necesidad.
Me siento lleno otra vez.
Y es ahí cuando lo escucho.
Las sirenas. Los gritos.
Pidiendo ayuda por el hombre que saltó del tejado.
John Watson.
