Todos los personajes pertenecen a Masami Kurumada.


Capítulo I

Aquel muchacho de cabellera negra se hallaba en un amplio campo, aparentemente en pleno silencio. Nunca se había sentido tan feliz como en ése instante. La dicha se había adueñado completamente de su pecho. Jamás había experimentado una sensación como aquella. Contemplaba el lugar al que llamaba orgullosamente hogar.

Era la primavera en aquel diminuto pero encantador pueblo. Los pétalos volaban con la brisa del viento y los pájaros recién nacidos piaban buscando el alimento que les iba a proveer su madre. Era inconcebible pensar que en ese pequeño rincón del mundo podría ocurrir alguna desgracia.

Un muchacho de cabellos castaños, con patillas, de unos hermosos ojos azules que adornaban su rostro y de una piel que competía a la de los dioses, se hallaba a escasos metros de él. Él también se hallaba sonriente, disfrutando de aquel día a su lado. Era una emoción que ninguno de los dos podía describir con palabras, pero que claramente compartían.

Le tomó de la mano con fuerza, como si quisiera decirle que no deseaba que se apartara de él. No había manera que pudiera arruinar ese instante que disfrutaba con el griego. Era todo lo que había deseado siempre. No le importaba tener que trabajar todos los días en aquel campo, o no poseer riquezas o comodidades. ¿Para qué? Si esa persona ya era su verdadero tesoro.

Aquel escenario pronto cambió. Dos soldados llevaban al griego, mientras que buscaba la manera de agarrarle, pero él mismo fue tomado por otros dos hombres de armas. Su casa era un completo destrozo pero no le importaba en lo absoluto. Su corazón estaba desgarrándose conforme la distancia entre él y su amante aumentaba.

¡Nos volveremos a ver! —exclamó el castaño mientras que era empujado por aquellos hombres.

¡¿Me lo prometes?! —le preguntó mientras que luchaba contra esos dos guardias. Nada iba a impedir que se despidiera del otro, ni siquiera el hecho de que estuviera siendo golpeado brutalmente para que se callara.

¡Si no es en esta vida, será en la otra! —exclamó antes de ser empujado a la carroza. En ningún momento dejó de ver a su amante, con una sonrisa triste, a sabiendas de lo que le esperaba a continuación.

Shura se despertó repentinamente, cubierto de sudor y con la respiración agitada. Aquel sueño o mejor dicho, aquella pesadilla que acababa de tener había sido demasiado real. Miró a sus alrededores y se aseguró de que continuaba en su pequeño piso. Se sentía sumamente estúpido por haberse sobresaltado de ésa manera. Agradecía el hecho de vivir por su cuenta y evitar pasar vergüenza. Golpeó un par de veces la pared, debido a la frustración y pronto se levantó.

Miró el reloj, el cual anunciaba que eran las cuatro de la mañana en punto. Todavía tenía una hora más para dormir antes de prepararse para ir a su aburrido trabajo. Fue al baño a mojarse la cara, pues en realidad ya no podía volver a dormir. No después de lo que él creyó que había sido un sueño.

Apenas lo recordaba, pero le había parecido tan vívido, como si él mismo lo hubiera experimentado en carne propia. Negó con la cabeza, eso era imposible. Se quedó contemplando su reflejo. ¿Por qué siempre tenía esta clase de sueños? No era la primera vez que soñaba con ello. Se metió a la ducha pronto, esperando que dicha pesadilla fuera olvidad pronto. Tenía veinticuatro años, no podía estar preocupado por semejante tontería.

Sin embargo, aquel griego le resultaba familiar. Estaba seguro de que lo había visto en algún lugar pero no podía decir exactamente en dónde. ¿Por qué se estaba rompiendo la cabeza por una tontería como ésta? Y por alguna razón, sentía que su corazón estaba absurdamente agitado por dicho sueño. Se agarró el pecho y apoyó la cabeza contra la pared de la ducha.

—Debería dejar de perder mi tiempo con esto —Se dijo a sí mismo. Sacudió la cabeza, terminó de ducharse y tras vestirse, fue a su balcón. Todavía faltaba para ir al trabajo así que decidió echar un vistazo a lo que sucedía en las calles.

Apenas las mismas estaban regresando a la vida después del descanso en la oscuridad. No había nada interesante o lo que él consideraba importante. Si bien conocía a la gran mayoría de sus vecinos, no era la clase de personas que se metía en la vida de los demás a menos que se lo pidieran e inclusive así, limitaba su opinión a los hechos.

Sin embargo, algo llamó su atención. Sus ojos verdes se posaron en un enorme camión de mudanzas. Sabía que el piso de arriba estaba desocupado desde hacía un buen tiempo pero aun así no esperaba contar con nuevos vecinos. De repente, su móvil comenzó a vibrar, por lo que pronto dejó de observar dicha escena.

—Bah, seguro serán un par de viejos —comentó en tanto revisaba su móvil, en el cual simplemente estaba el texto de una publicidad. Suspiró. Decidió que quizás era mejor ir a su trabajo temprano. Estaba demasiado aburrido como para continuar allí y de todas maneras, deseaba borrar aquel extravagante sueño de la cabeza.

Mientras que éste se arreglaba, dos hombres jóvenes descendieron de aquel camión. Uno ligeramente más alto y musculoso que el otro. En la cara de ambos, era evidente que eran hermanos. Uno sonreía despreocupadamente al pensar en que ése sería su nuevo hogar. El otro se limitó a echar un vistazo al vecindario al que acababan de mudarse.

—Bueno, Aioria, es hora de empezar a mudar nuestras cosas —comentó el mayor antes de abrir la puerta trasera del camión, en donde se hallaban sus pertenencias:—No hagamos mucho ruido. Seguramente los vecinos estarán durmiendo y no vamos a querer causar una mala impresión —le sugirió.

Sin embargo, pese a lo que le había solicitado su hermano, Aioria continuó contemplando el lugar por un buen rato. Le gustaba y mucho. Claramente no era un sitio donde la gente era rica pero le daba igual. Se sentía un ambiente agradable.

—¡Aioria! —exclamó el otro para llamar su atención. Negó con la cabeza, parecía que estaba en otro mundo.

—¿Ah? —le preguntó y tras recibir un suave golpe en la nuca de parte de su hermano, reaccionó:—¡Ah sí! ¡Cierto! —exclamó antes de poner las manos a la obra.

En tanto los recién llegados, Shura bajaba lentamente por la escalera. El elevador había dejado de funcionar hacía tiempo y pese a la promesa del administrador, seguía sin ser reparado. Al principio le había resultado molesto, pero al fin y al cabo, era algo a lo que ya se había acostumbrado e inclusive lo veía como una especie de un ejercicio matutino.

Suspiró. Otro lunes aburrido o al menos, eso era lo que creía. Apenas bajó un par de pisos, cuando escuchó un par de voces completamente desconocidas para él. No lo pensó demasiado, eran los que se estaban mudando al sitio que se hallaba encima del suyo. No le dio mucha importancia y continuó con su camino.

Justo cuando pasó cerca de los dos hermanos, Aioros se había agachado así que ni siquiera se percató de su presencia. Simplemente se limitó a proseguir bajando las escaleras. Sintió una fuerte corazonada cuando estuvo a una escasa distancia de él, pero no le dio mucha importancia. Tal vez su cena le había caído mal o algo por el estilo.

Negó con la cabeza y continuó con su camino. Estaba seguro de que era eso o que quizás las escaleras estaban resultando un desafío mucho más grande para su cuerpo. Esto le pareció rarísimo siendo que consideraba tener una buena resistencia gracias a los ejercicios que hacía todos los días.

No obstante, negó con la cabeza. Era un comienzo bastante extraño pero esperaba que el resto del día fuera completamente normal. No había nada como la rutina. Prefería mantener las cosas así, su vida en general estaba bien. No era precisamente feliz pero tampoco podía decir que estaba descontento. Tenía un trabajo, tenía amigos con quienes disfrutar las tardes y las noches, y un piso al cual regresar.

Actualmente estaba trabajando en una obra de construcción como carpintero junto a sus viejos compañeros de secundaria. Estaba ahorrando todo el dinero que podía para ir a la universidad en un par de años más. Si todo iba bien, por supuesto.

Estaba fumando un cigarrillo cuando escuchó un grito que desconcertaba a cualquiera. Por supuesto, él estaba tan acostumbrado a ese llamado que realmente no le importaba en lo absoluto. Se quedó mirándolo fijo por un rato y le hizo una señal con la cabeza para que se acercara a él.

Se trataba de un hombre de cabellos grises, al igual que sus patillas y una pequeña barba en el mentón. Sus amigos y en general, la mayoría de la gente lo conocía bajo el pseudónimo Death Mask. Cualquiera hubiera dudado de conversar o siquiera acercarse a este hombre, pero este no era el caso de Shura, pues lo conocía desde hacía muchos años. Aunque esto no significaba que estuviera acostumbrado a los gritos que daba en plena calle.

—¡Oye, Shura! ¡Parece que has tenido una noche de porquería! —exclamó entre risas en tanto se acercaba al mencionado con una enorme sonrisa burlona.

—Deja de hacer tanto escándalo a esta altura de la mañana —le reprendió en tanto continuaba disfrutando de su cigarrillo. Dejó escapar un largo suspiro antes de emprender nuevamente el camino hacia su trabajo.

—¡Uy! ¡Realmente has tenido una mala noche! ¿Sabes qué te vendría bien? Una… —le preguntó pero el español no le permitió continuar.

—No. Simplemente… —Se rascó la nuca, no iba a comentarle que a su edad había sufrido una horrible pesadilla:—Los vecinos estaban haciendo mucho ruido y no me dejaron dormir en toda la noche, eso es todo —comentó. Tampoco es que le debía explicación alguna al italiano, pero no quería levantar sospechas innecesarias.

El otro comenzó a reírse antes de ponerle una mano sobre el hombro.

—¡Es por eso que te digo! Deberíamos ir a tomar unas cervezas luego —insistió:—¡Vamos! Siempre estás tan tenso —comentó el italiano en tanto caminaba a su lado, sin fijarse demasiado por donde iban pasando.

—Y tú siempre muy relajado —Suspiró, la conversación era bastante absurda. Aunque sus charlas siempre eran de este tipo:—Recuérdame por qué estamos caminando juntos.

—Porque somos vecinos y trabajamos en el mismo lugar —le recordó Death Mask:—Da igual, sé que te caigo bien aunque no lo demuestres —Se encogió de hombros, muy seguro de lo que decía:—El que no haya funcionado, no significa que no podamos ser buenos amigos —Le encajó un codazo en ese momento.

El lugar en donde ambos trabajaban se hallaba a unas pocas cuadras de sus respectivos pisos. Era propiedad de una mujer japonesa que acababa de instalarse en el sitio, con el fin de construir un Santuario. Ninguno de los dos estaba muy interiorizado sobre qué clase de santuario podría tratarse, pero como la paga era muy superior a lo que normalmente percibirían en una obra como ésa, no podían quejarse.

Ya la gran mayoría se hallaba allí, tomando café y compartiendo algunos bocados, cuando Shura y Death Mask llegaron al lugar. A pesar de haberse levantado mucho más temprano, el español era uno de los últimos en llegar. La mayoría ya se había puesto su ropa de trabajo, simplemente estaban esperando a que llegara la hora.

—¡Ya era hora! —exclamó un muchacho de largos cabellos azules:—Aunque claro, acabo de perder una apuesta —Se lamentó Milo en tanto levantaba su taza de café:—Al parecer te debo dinero, Aldebarán —murmuró en tanto señalaba a un corpulento hombre que ya comenzado a levantar algunas piedras.

—De Death Mask me lo hubiese creído, pero de ti, Shura… —Se encogió de hombros el brasilero, tratando de esconder el hecho de que estaba más que feliz por haber tenido la razón.

—No sé qué demonios quieres decir con eso —El italiano se ofendió, aunque era cierto que en más de una ocasión había llegado tarde por haber estado tomando hasta tarde o jugando póker por ahí.

Tras compartir unas cuantas palabras, el español se puso a tomar un poco de café y lo que quedaba de las rosquillas, en tanto echaba un vistazo a la construcción. Hacía un par de meses que se había unido a la misma, por recomendación de uno de sus amigos. Encontrar trabajo era relativamente fácil, pero no uno con tan buen remuneración y la única condición era no tomar otro laburo.

La jornada laboral fue como cualquier otra, o al menos eso fue lo que creyó el español. Alrededor de las dos de la tarde, no obstante, dos hombres llegaron a la construcción. Al principio, no se percató de lo que estaba ocurriendo. Estaba muy ocupado cortando algunas maderas. Ni siquiera estaba prestando atención a lo que sus compañeros estaban conversando.

Fue cuando Death Mask le puso una mano sobre el hombro, que prestó atención a lo que sucedía. Al parecer, era el único que no se había enterado aún de la noticia.

—¡Ey, vamos! ¡Parece que tendremos nuevos compañeros! —exclamó el italiano:—¡Eres el único que se ha quedado rezagado! —le reclamó y le guio hasta el lugar hasta donde se hallaban los recién llegados.

Shura no quería desperdiciar mucho tiempo allí pero de todas maneras, lo siguió. Tampoco deseaba una inminente discusión con su amigo. Para esas alturas, ya todos rodeaban a los nuevos. El español se hizo lugar y casi le dio un infarto cuando vio a uno de ellos.

Era el mismo sujeto de su sueño.


No debería comenzar ninguna historia, pero he querido regresar al fandom de Saint Seiya. Sobre todo, gracias a Soul of Gold 3

¡Gracias por leer!