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Zancadas demasiado ruidosas sonaban tras él, haciéndolo saber lo cerca que estaban de alcanzarle. Él no podía evitarlo; no podía simplemente pararse frente a alguien y no observar detenidamente cada detalle de su persona. Era como si simplemente sintiese la necesidad de decir lo que veía, y en realidad no comprendía por qué simplemente no podía mantener la boca cerrada.

En su anterior escuela, había ocurrido lo mismo, a excepción de que el equipo de rugby si lo había alcanzado después de correr por las gradas. Los resultados habían sido por demás dolorosos, ganándose una costilla rota, varios moretones en cada parte de su cuerpo y la nariz rota por la para nada gentil patada que el capitán del equipo le había dado.

Y ahora todo se repetía de nuevo, pero sabía que esta vez las cosas iban a ser mucho peor, pues no había deducido a cualquier estudiante beta u omega que no le presentase mucha pelea, sino a dos alfas, a los que había ridiculizado en la sala de proyecciones, haciéndole saber a media escuela que ambos brabucones, siendo alfas, mantenían relaciones sexuales entre ellos.

Él era un alfa y ciertamente nunca había temido a nadie, pero que fuera un alfa no significaba que fuese un tonto y se quedase a dar pelea a dos alfas claramente más grandes y fornidos que él. Sherlock, muy al contrario que muchos alfas de su edad, era demasiado delgado y, aunque era más o quizá igual de alto que ellos, no poseía una fuerza en especial que le caracterizase como uno. Tampoco tenía o sentía la necesidad de buscar un omega, pues él consideraba que las uniones eran una pérdida de tiempo, y por supuesto no estaba ni remotamente interesado en tener a un omega que necesitase que lo protegiera todo el tiempo. Mycroft también era un alfa, y tenía un puesto muy importante en el gobierno británico, y nunca se había mostrado interesado en buscar a un omega. Sherlock quería ser como él, lograr algo grande gracias a su intelecto.

— ¡Será mejor que corras más rápido, idiota! — Gritó uno de los alfas a sus espaldas, acortando peligrosamente la distancia entre ellos.

Sherlock sentía que su corazón iba a salirse de su pecho, pero sin duda agradecía que sus piernas no decidieran traicionarle y entregarlo cobardemente a esos dos que seguramente harían que más de una de sus costillas se rompiese. Las aulas de todos los pasillos estaban vacías, absolutamente todos sus compañeros de escuela seguían en la sala de proyecciones. Su única y no muy fiable opción, era llegar a la enfermería, donde sin duda estaría a salvo, por lo menos hasta que la enfermera le dijese que no podía estar más tiempo ahí.

Sólo eran un par de pasillos más, casi podía olfatear el aroma a alcohol y utensilios médicos en la enfermería, sabía que tenía la ventaja de que la puerta del lugar siempre estuviese abierta, y una vez que estuviese dentro podría cerrarles la puerta en la cara a esos dos idiotas.

Corrió a toda velocidad por los pasillos, casi resbalando cuando giraba en otros a causa de sus zapatos que no hacían nada por ayudarlo. De fondo tenía como incitativo las fuertes y agitadas respiraciones de sus cazadores, a nada de alcanzarlo. Pero entonces ahí estaba, la puerta abierta de la enfermería, justo como lo había sospechado. Una vez que sólo un par de zancadas lo separaban de su salvación, dio todo de sí, pero cuando estaba a punto de adentrarse al lugar, una barrera firme y pesada detuvo por completo su paso, haciéndolo caer de culo sobre el frío piso.

— ¿Te encuentras bien? — Preguntó rápidamente el hombre que había detenido su paso tan abruptamente.

Sherlock se sintió mareado por un instante, observando dudoso la mano que le era ofrecida.

— Oh, ahí estás, Sherlock — Profirieron los alfas que le habían estado siguiendo, con un tono de notoria y falsa amabilidad. — Si que corres rápido, ¿eh?

Sherlock se apartó rápidamente de ellos, arrastrándose en el suelo hasta que su espalda quedó presionada contra la pared. El hombre frente a él lo miro fijamente, sabiendo de sobra que aquellos dos sujetos eran todo, menos amigos del joven claramente temeroso en el suelo.

— Bien, chicos, se acabó la carrera — Sentenció con voz firme y autoritaria, plantándose entre ellos y el joven como un roble fuerte e imponente. — Vayan a sus clases o a cualquier lugar que les apetezca.

Los brabucones lo miraron de pies a cabeza, eran más altos que el hombre, pero él no mostraba miedo alguno y ciertamente la forma en que se había plantado frente a ellos, le recordaba a Sherlock a esos soldados alfas estrictamente entrenados de infantería que había visto una vez en televisión. No sabía por qué, pero de alguna manera se sentía protegido por aquel hombre.

— Claro — Replicó uno de los alfas, golpeando ligeramente el costado de el otro, en complicidad. — Nosotros ya nos íbamos, ¿verdad, Sherlock? — Agregó, mirando al costado del hombre, encarando a Sherlock.

— Anden, entonces — Apuró el hombre, cruzándose de brazos e indicándoles con un movimiento de cabeza, la dirección en la que debían partir.

— Venga, Sherlock — Animaron los brabucones, invitándole a seguirlos, como si en realidad creyesen que Sherlock, asustado como estaba, les seguiría. — Esta vez podemos correr por las gradas, pero ya no habrá ventajas.

Sherlock se quedó quieto, temiendo incluso respirar o siquiera parpadear. En ese momento, el hombre frente a él se giró para mirarlo; en su rostro se dibujaba la obvia pregunta de si es que conocía a aquellos sujetos. Sherlock negó con la cabeza, casi como si de un acto reflejo se tratase. En ese momento, uno de los brabucones se acercó a él, rozando al hombre frente a él, quien inmediatamente se giró y presionó su brazo contra el cuello del brabucón, estampándolo contra la pared con brusquedad.

— ¡No te acerques a él! — Amenazó, ejerciendo más presión contra el tipo frente a él. — Será mejor que se larguen de una vez y lo dejen en paz.

Sherlock se sobresaltó, no sabiendo siquiera en qué momento había pasado todo. El brabucón siendo presionado contra la pared trató de moverse, pero la presión en su cuello era la suficiente como para asfixiarle sin mayor esfuerzo. El otro simplemente había echado a correr.

— Será mejor que para cuando te suelte, comiences a correr — Gruñó el hombre, acentuando sus palabras con más presión en su cuello. — ¡¿Entendido?!

El alfa asintió con dificultad, dejando apreciar lo roja que se había puesto su cara. El hombre se apartó bruscamente, dejando caer al alfa frente a él, el mismo que se puso de pie rápidamente y tropezando con sus propios pies, comenzó a correr para luego desaparecer en el siguiente pasillo.

El hombre, al que Sherlock ahora identificaba como un alfa, se giró hacia él, con sus manos apretadas en puño; en su rostro se veía la furia en su más pura expresión. Sherlock retrocedió un poco más, no estando seguro del por qué, pero al moverse, las facciones del hombre frente a él se relajaron en su totalidad, volviendo a ofrecerle una mano.

— ¿Estás bien? — Inquirió con tono serio y puramente profesional, alzando a Sherlock como si no pesase absolutamente nada. — ¿Te hicieron daño?

Sherlock negó torpemente, no sabiendo en qué momento sus labios se habían separado en una genuina mueca de ensimismamiento. Un rápido escrutinio hacia el hombre frente a él le confirmó que, en efecto, había estado en el ejército. Trató de hacer una de sus tantas deducciones, pero las palabras no salían de su boca.

— Bien — Asintió el hombre, dedicándole una suave y cálida sonrisa. — En ese caso, será mejor que regreses a tus clases, jovencito. — Y sin más palabras, se giró y se adentró a la enfermería.

Sobre su escritorio había una carpeta repleta de papeles que le había entregado el director esa mañana, la tomó y echó un rápido vistazo antes de depositarla en uno de los cajones del escritorio. Tomó su maletín de sobre él y se giró para salir de nueva cuenta, pero definitivamente no se esperaba ver al mismo joven que hacía un momento había ayudado.

— Gracias… — Masculló Sherlock, su mirada estaba fija en el piso.

El hombre sonrió de lado, pareciéndole tierno la notoria timidez del joven.

— No ha sido nada — Replicó suavemente. — No podía dejar que esos sujetos se aprovechasen de un omega indefenso.

Sherlock alzó la mirada rápidamente, con ojos abiertos como platos.

— ¿Dijo usted, omega? — Balbuceó.

El hombre asintió, sin dejar de esbozar su sonrisa.

— Eso es lo que eres, y esos dos sujetos obviamente eran alfas — Refutó. — Tienes suerte de que haya estado aún aquí, quién sabe qué te habrían hecho esos dos.

Sherlock boqueó como pez fuera del agua, sintiéndose inútil de no poder articular palabra alguna. ¿Por qué ése hombre le había confundido con un omega, si él claramente es un alfa, como él?

— Habría sabido como arreglármelas — Fue su única respuesta.

Ahora fue el turno del hombre para sorprenderse. Había conocido omegas que se comportaban como verdaderos omegas, pero ciertamente el joven frente a él no parecía de ese tipo.

— Escucha, sé que no es un agradable tema de conversación, pero esos dos pudieron haberte violado. Y tú no podrías haber luchado siquiera un poco contra ellos — Apuntó.

Sherlock frunció el ceño, pareciendo ofendido y a la vez confundido.

— No habrían hecho más que golpearme, además, los alfas no asaltan sexualmente a otros que compartan su biología, y yo, siendo un alfa, no tengo por qué preocuparme de eso.

El hombre rió entre dientes.

— Tú no eres un alfa, jovencito — Contradijo, cruzándose de brazos. — Tú eres un omega, pude olerte mucho antes de que llegases aquí.

— No sea ridículo, no puedo ser un omega — Refutó sagazmente. — Todos en mi familia son alfas, a excepción de mi madre, por supuesto, pero yo no lo soy.

El hombre resopló burlonamente. Era realmente chistoso encontrarse con un jovencito tan necio en cuanto a su biología.

— Puede que sea algo viejo, pero mi olfato sigue siendo igual de bueno que cuando tenía tu edad, y no hay manera de confundir el aroma de un omega con el completamente distinto aroma de un alfa — Informó, acercándose a Sherlock. — Y tú… — Inhaló con fuerza, demasiado cerca del cuerpo de Sherlock —… definitivamente eres un omega.

Sherlock se quedó congelado, no tenía ni la menor idea de qué es lo que estaba pasando, pero definitivamente no quería seguir teniendo a ése hombre tan cerca de él, aunque oliese tan bien y sintiese la necesidad de hundir su nariz en su cuerpo y… ¡No! ¿En qué demonios está pensando?

— ¿Dónde está la enfermera Mary? — Preguntó, cambiando por completo de conversación, percatándose como el hombre se alejaba lentamente de él, sonriéndole.

— Se ha quedado en casa, no se sentía muy bien — Declaró.

— ¿En casa…? — Balbuceó, parpadeando insistentemente. — Esperé… — Agregó rápidamente, recordando las incontables veces en que había escuchado hablar a la enfermera sobre su magnífico esposo —… ¿usted es su esposo?

Algo en sus palabras hizo cambiar las facciones en el hombre por completo, haciéndole creer que algo le había molestado, pero ciertamente una sonrisa de medio lado no podía ser muestra de enojo. John asintió un par de veces, dándole la razón.

— Pareces un poco decepcionado — Apuntó, sonriendo ampliamente.

Sherlock frunció el ceño, no quería aceptarlo, y ahora que era alguien más quien lo mencionaba, sí se sentía ciertamente decepcionado. Mary era una omega atractiva y aunque estaba en unión, nunca hacía falta el alfa adolescente que gustase de ir a la enfermería sólo para verla, no importándoles el insistente e imponente olor de la mujer, combinado con el de su alfa. Y sí, Sherlock estaba hasta cierto punto decepcionado, pues no podía creer que el aroma tan picante y embriagador que emanaba de aquel hombre frente a él, estuviese a su vez mezclado con el de la enfermera Mary.

— ¡Para nada! — Espetó, notando la considerable cantidad de tiempo que había estado en silencio, pensando en lo afortunada que era la enfermera Mary. — La enfermera Mary habla todo el tiempo de usted, pero jamás creí verlo aquí… —… frente a mí, mareándome con ese aroma que emana de su cuerpo y que es tan… ¡NO!

— Sólo será por un par de días — Informó el hombre. — Tengo mi propio trabajo, así que esto es sólo una simple ayuda.

Hubo un suave silencio que se instaló entre ellos. Sherlock había simplemente decidido bajar la mirada, sintiéndose repentinamente algo atontado y sin duda confundido porque el hombre lo había confundido con un omega.

Él no podía ser un omega, incluso había besado una vez a un omega, cuando tenía 11 años, era su amigo, vivían en la casa de junto. Pero cuando la madre de Víctor se enteró de lo ocurrido, se aseguró de apartar a su hijo de él. Sherlock jamás comprendió el por qué, y aunque se lo preguntó a su madre, no obtuvo más respuesta que un simple "Los padres de Víctor lo han comprometido con otro alfa, Sherlock, por eso no puede estar contigo" Y después de eso, Sherlock perdió todo interés en cualquier omega.

El sonar de la campana en el pasillo lo hizo espabilar, notando distraídamente que se había quedado quieto en la puerta de la enfermería y que el hombre seguía mirándolo, con mucha curiosidad al parecer de Sherlock.

— Creo que será mejor que regreses a tus clases, Jovencito — Apuntó el hombre, sonriendo ligeramente. — Si llegas a tener algún problema con esos tipos de nuevo, no dudes en venir rápidamente a la enfermería o buscarme, ¿de acuerdo?

Sherlock arrugó la nariz. Él no necesitaba la ayuda de nadie, era un alfa, los alfas se cuidan solos, pero no podía negar que el hombre le brindaba cierta seguridad y le hacía sentir protegido.

— Lo tendré en cuenta, Doctor… — En su rostro se dibujó la duda, había escuchado hablar de él en muchas ocasiones, pero no recordaba haber escuchado su nombre en ningún momento.

— John — Completó el hombre, tendiéndole una mano.

Sherlock la estrechó torpemente, notando el más que agradable calor que emanaba del hombre. Era extraño pensarlo, pero Sherlock se preguntaba cómo es que se sentiría esa calidez sobre su a veces muy fría piel. Antes de que pudiera siquiera decir su nombre, el teléfono de John sonó, haciendo que el agarre de su mano con la de Sherlock se rompiese.

— Debo irme, no te metas en problemas, Sherlock — Comentó, llevándose el teléfono al oído.

Y sin más, Sherlock se quedó solo en la enfermería, sintiendo aún el ligero calor que había quedado en su mano y el aroma de John.

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