Disclaimer: Frozen y sus personajes son propiedad de sus respectivos autores. Nada, absolutamente nada de lo que puedan reconocer me pertenece. Historia con el único fin de entretener, idea original JDayC & Raikiri36. Se aceptan comentarios buenos y malos, pero no destructivos.


Advertencia: Helsa-Hansla-Iceburns en algún punto de la historia. Muerte de personajes secundarios. Algo de OoC y OC. Intento de realizar algo dentro del mundo Canon. Incluye narración de escena Rate M.


Cuenta la leyenda que existe un hilo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar ni la circunstancia. No importan los sucesos que ocurran alrededor de las personas, el hilo se puede estirar o enredarse, pero nunca se romperá

» Extraños Sentimientos «

JDayC & Raikiri36

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»» Gratitud.

Es el maravilloso sentimiento que siente Klaus Westerguard hacia su esposa. Con los ojos bañados en lágrimas, contempla al pequeño ser que acunan sus fuertes brazos. Delicado e inocente, así es su hijo, el décimotercer príncipe heredero de las Islas del Sur.

La Reina sonríe a pesar del cansancio, toda larga espera vale la pena, si puede vivir y gozar del momento en que un padre contempla a su hijo.

—¡Gracias! —escuchar esa palabra de los labios de su marido, es para Julie el mayor reconocimiento; su esposo no es una persona que exprese abiertamente sus sentimientos; pero ella, en el fondo de su corazón sabe que su gratitud es sincera.

De todos sus hijos, solo el recién nacido guarda un parecido asombroso con Su Majestad, ha heredado las flamas del cabello rojizo y los hermosos ojos de color verde esmeralda.

—Su nombre es Hans —dicta contenta.

—Maravilloso —con delicadeza, entrega a su recién nacido, Hans abre sus diminutos ojos y boquea en repetidas ocasiones, su madre lo acuna entre sus brazos y entre el calor del abrazo se rinde a la voluntad de Morfeo.

Ambos le miran con orgullo y amor.

—Mi pequeño príncipe —Julie deposita un beso sobre la frente de su bebé, levanta el rostro y une sus labios a los del hombre que ama —. Gracias por todo Klaus.

Al salir de la recámara, el Rey se encuentra con doce pares de ojos que le miran con extrema curiosidad. Verdes, azules y aguamarinas, incluso los hijos mayores se han acercado en espera de noticias sobre su madre y el recién nacido.

Él niega divertido.

—Es un varón y se llama Hans.

Los doce príncipes celebran con alegría la llegada del último heredero.

No muy lejos de ahí, cruzando el ancho mar, en una tierra llamada Arendelle; un joven y apuesto príncipe celebra junto a su familia, amigos y conocidos que se ha comprometido en matrimonio; Adgar de Arendelle e Idún de Corona se toman de las manos y se pierden en el color de sus miradas.

Pronto se convertirán en marido y mujer.


»» Alegría.

Es lo que sienten sus padres al verlo crecer fuerte, sano e inocente. Hans cumple dos años y es el más pequeño de los príncipes del Sur. Toma sus juguetes y corretea detrás de sus hermanos mayores, un mundo libre de envidias y rencores se crea a su alrededor.

El Rey entristece un poco al verle, pues ya no podrá pasar tiempo de calidad a su lado, debe ocuparse de la educación de Jensen. El primogénito ha cumplido veintiún años y ha llegado el momento en que aprenda todo lo relacionado con el rol que por derecho de nacimiento le pertenece.

—¿Hans? —la voz de su madre le hace desviar la mirada —¿Te sientes mal, cariño?

Él niega y apunta hacia el cielo, sentarse en el balcón a contemplar los colores del atardecer se ha vuelto una de sus actividades favoritas. La Reina abraza por detrás a su pequeño príncipe y le revuelve sus pelirrojos cabellos. Hans ríe al sentirse protegido y muy amado.

Mientras el Rey trabaja, la Reina puede pasar tiempo de calidad con sus hijos; enseña reglas de etiqueta a los mayores, ayuda a los adolescentes con sus tareas y cuenta historias para dormir a los menores; Grant, James y Hans comparten una habitación, cada uno ya se encuentra en su cama; desde el pasillo y muy a menudo se cuelan a escuchar Frederick, Hendrick y William; es inevitable.

Esa noche, Julie cuenta la historia del Rey Midas, un curioso soberano poseedor de un don muy especial, aturdido por una extraña maldición, todo lo que sus manos toquen se convertirá en oro puro…

—¿Hasta la comida, mamá? —pregunta inocentemente James, el doceavo hijo.

—Si, cariño, hasta la comida.

Frederick y Hendrick, los gemelos menores, aburridos por la historia inician una guerra de almohadas; los pequeños ríen divertidos mientras huyen de los golpes, plumas vuelan por toda la habitación. Un movimiento en falso y el gemelo mayor cae al suelo, todos contra él, incluida la Reina.

Esos momentos se guardan con anhelo en la mente de Hans.

Y cuando la hora de dormir llega; Julie acuna a sus hijos, les besa en la frente y les desea un buen viaje al mundo de los sueños. Su pequeño pelirrojo cierra los ojos y duerme tranquilo.

El pequeño y rico pueblo de Arendelle celebra con alegría que el joven Adgar ha sido coronado Rey. Su esposa se encuentra en cinta, tiene muy avanzado su embarazo y su condición delicada no le ha permitido asistir a la ceremonia.

De ahora en adelante, ambos velarán por el bienestar de su nación y la salud e integridad de su heredero o heredera.

Los dolores de parto inician al anochecer. Su hijo o hija no puede esperar, ya desea conocerlos. Y después de catorce largas y agotadoras horas de labor, todo el palacio se llena de alegría con los llantos de la recién nacida.

Los reyes se abrazan y contemplan con alegría a su pequeña bendición, una hermosa niña de cabello rubio platinado y ojos azules.

La princesa Elsa de Arendelle.


»» Emoción.

Hans despierta mucho antes de que los primeros rayos de sol acaricien las montañas de la nación. Todo su ser está lleno de adrenalina, no puede esperar a que llegue el momento, es su cumpleaños número cinco y su padre le ha prometido un regalo muy especial.

—Llego el momento que esperabas —la voz del Rey suena alegre —. Sígueme pequeño, esto te encantará.

Juntos caminan por los largos y complejos pasillos del palacio real, bajan cuidadosamente los peldaños que llevan a las caballerizas y ahí le encuentra por primera vez. Un potrillo pura sangre le recibe con alegría; su crin negra y blanca contrasta perfectamente con su piel marrón.

A un lado del corcel, le saludan su madre y un joven adolescente.

—¿Es para mí? —pregunta visiblemente asombrado.

—Así es hijo mío —el pelirrojo sin pensar en sus acciones se arroja a los brazos de su padre en un cálido abrazo, Klaus no sabe cómo reaccionar, extiende los brazos intentando estrechar el pequeño cuerpo de su hijo, pero se detiene en el proceso y Julie entra al rescate.

—¡Hans! —llama ella cariñosamente y el menor se separa de Su Majestad —. Quiero que conozcas a John Andersen, él será tú tutor —el muchacho le saluda con una leve inclinación.

—¿Tú me enseñarás a montar en Él?

—Así es Alteza —John le sonríe cálidamente, su mirada transmite confianza y mucha seguridad.

—Tienes la misma edad que mi hermano William.

—Le conozco Alteza, su hermano mayor es una gran persona y un gran amigo; he aprendido mucho de Él —John acaricia el hocico del potrillo —. Eso me recuerda, su nuevo amigo necesitará un nombre.

Los ojos ambarinos del muchacho se encuentran con los esmeraldas del pequeño príncipe, Hans lleva su mano al mentón y medita un poco antes de acercar su mano derecha al hocico de su potrillo.

—¡Sitrón!, su nombre será Sitrón.

Los tres presentes sonríen ante la inocencia del menor.

Todo el personal que vive en el palacio de Arendelle está en espera de buenas noticias. La pequeña princesa está muy emocionada; su niñera Gerda le ha dicho que pronto se convertirá en hermana mayor.

De repente, los llantos de un recién nacido se dejan escuchar por todo el lugar. El Rey Adgar sale de la habitación seguido de las mujeres que ayudaron en el parto.

—Elsa, cariño ¿Quieres conocer a tu hermanita? —pregunta emocionado.

—Sí, claro que sí. —Adgar le toma de la mano y juntos entran a la habitación.

Sobre la cama, con el rostro bañado en perlado sudor se encuentra la Reina Idún y en sus brazos lleva un pequeño bulto de mantas rosadas. Los pequeños y carismáticos ojos aguamarina de la menor se encuentran con los celestes de la mayor.

—Su nombre es Anna —la voz de su madre suena tranquila debido al cansancio.

—¡Hola pequeña bebé! —Elsa toca la mejilla de su hermana menor y luego dirige los ojos a su padre —¿Ella también es una princesa? —Adgar acaricia los cabellos rubios de su heredera.

—Sí Elsa, ella también es Princesa de Arendelle.

—Anna, tú y yo siempre estaremos unidas—Elsa toma la mano de su hermana menor en un gesto completamente tierno. Un fuerte lazo fraterno ha surgido entre ellas.


»» Dolor.

Luto. Todos los habitantes de la nación del Sur se visten de color negro. Hans no puede creer que su madre ya no este junto a él. Una década de vida no es suficiente para entender que la muerte es una parte de la vida, que las personas son seres efímeros que se evaporan en el aire, como gotas de agua expuestas al calor.

Maldice a los ladrones que le han asesinado y se maldice a sí mismo por no haber sido más fuerte. Si tan solo hubiese sido un poco más valiente, su madre no hubiese muerto para protegerle. Pero el hubiera no existe y en su memoria quedará grabada la cruel imagen del cuerpo caído y el río de sangre a sus pies.

Es hora de decir adiós, nunca más se volverá a perder en los ojos de color celeste ni se embriagará con el agradable aroma a lavanda de su perfume. No cree nunca encontrar a alguien con las mismas características de quien le amo tan profundamente.

El Rey ya no le dirige la palabra, sus ojos esmeraldas tan parecidos a los de él han perdido el brillo paternal, Hans sabe que le culpa, le odia y desprecia, pero él no es más que un niño asustado, confundido y corrompido.

Un dolor indescriptible invade su pecho y siente que se congela su corazón. No más cuentos, ni risas; no más sándwiches de media noche ni relatos bajo las estrellas.

Es un hecho, la Reina Julie Westerguard de las Islas del Sur ha muerto.

Sus hermanos mayores han vuelto a casa para asistir al funeral; Jensen y su esposa presiden la ceremonia en ausencia y disculpa del Rey. Robert y su prometida, le miran con algo similar a la tristeza. Damien le revuelve los cabellos y Dereck le palmea la espalda, ambos sabían que tan unido estaba a su madre.

Camina despacio hasta la cripta y deposita en ella una rosa blanca, llora en silencio y no escapa de la mirada de odio que le dirigen los trillizos, desde muy temprano en la mañana, Arthur, Roland y Alrik le han ignorado y entre ellos juegan a que no existe.

Frederick, Hendrick, William, Grant y James; sus antiguos compañeros de historias, sus cómplices en sus travesuras y sus hermanos más cercanos en edad le piden que sea fuerte, que luche contra el dolor y que de poco en poco lo supere, al ser los hijos menores son los más afectados, pero saben que deben mantenerse fuertes y unidos.

John llega a él y con la mirada le pide que le acompañe; en las caballerizas, Sitrón comprende el dolor por el que está pasando su amo. Hans abraza al caballo y llora desconsoladamente, sus rodillas fallan y cae al lodo; el equino flexiona las patas y se acomoda a su lado mientras él, expulsa con lágrimas todo el dolor que puede.

Se ha prometido a sí mismo no volver a llorar.

En Arendelle, dos pequeñas de ocho y cinco años se escabullen de la cama. En el gran salón de bailes hay grandes montañas de nieve, escarcha subiendo por las paredes y se oyen las risas de dos inocentes hermanas que juegan con magia.

—¡Hola me dicen Olaf! Y adoro los abrazos —la fingida voz de Elsa en el muñeco de nieve divierte a su hermanita.

—Te adoro Olaf —dice ella al tiempo que lo abraza. Hay patinaje improvisado y saltos sobre los montículos de nieve.

—Elsa, atrápame —la pequeña pelirroja salta uno a uno los montículos de nieve cada vez más altos.

—Te tengo —con sus poderes, la heredera al trono de Arendelle crea la diversión.

—Otro más —pide con la voz divertida.

—Anna espera, no tan rápido —la primogénita resbala en el hielo, Anna salta sin cuidado y de las manos de Elsa escapa un rayo de hielo que pega en la cabeza de la menor. Anna cae inconsciente y su cabello es adornado por un mechón platinado. Las paredes se congelan por el miedo.

—Mamá, Papá —grita Elsa —. No. No, no… No te asustes Anna, yo te cuido.

Los reyes han llegado tarde, un lazo entre hermanas está a punto de ser perdido.


»» Impotencia.

—Déjame en paz Anna.

Una vez más, la misma y asquerosa respuesta, no importa cuántas veces lo intente, Elsa no saldrá de su habitación. La pequeña princesa de diez años no entiende cuales fueron sus acciones o que habrá hecho mal para que esa amistad tan grande que la unía a su hermana se extinguiera.

Se detiene a meditar unos breves instantes, ante sus ojos solo hay una puerta blanca con decoraciones azules, ¿Qué secretos se esconden detrás de ella? Ella quisiera saberlos, ¿Es que nadie confía en ella?

Existen ocasiones en las que se siente inútil e impotente. A veces, cuando la noche cae y todos duermen, ella baja a las cocinas y se roba una barra de chocolate, a su regreso por el pasillo escucha llorar a Elsa; se contiene de querer tirar la puerta abajo, abrazar a su hermana y decirle que ella siempre estará a su lado...

—Tengo miedo, siguen creciendo.

Elsa se señala las manos y sus ojos viajan a las paredes de su habitación llenas de escarcha, la princesa se pasea de un lado a otro visiblemente nerviosa, no sabe qué hacer; su enemigo es el temor y ella ha crecido con el miedo de herir a los seres que más ama.

A veces solo quisiera escapar de todo.

—Sabes que empeoran cuando te alteras, cálmate —la voz de su padre intenta infundirle un poco de paz, Adgar se acerca lentamente a ella pero es rechazado. Se siente impotente porque no puede ayudarla y solo acrecienta en ella el miedo —. Elsa, por favor...

—No, ya déjame… vete… no quiero hacerte daño.

Idún coloca una mano en el hombro de su Rey, sabe que Adgar no puede ayudarla y también comparte el sentimiento. En los ojos de su hija mayor solo hay reflejo del miedo y la incomprensión, ya no queda rastro de la inocencia de su infancia.

Ambos le miran con dolor.

—Tocado y hundido —una vez más cae al suelo derrotado —. Sí que eres un tonto Hans, así nunca podrás derrotarme.

—Quiero la revancha Grant —se levanta del suelo y recoge su espada —. Adelante, esta vez no perderé.

—Lo siento, pero tengo asuntos mucho más importantes que atender —su hermano le da la espalda y entra al palacio.

A sus quince años debe entrenarse en el arte bélico de la espada. Es un buen jinete, pero sino sabe como utilizar un arma, no es nada.

John observa a lo lejos, ese pequeño arrogante y soberbio es como su hermano menor. Hans se sacude el polvo de sus pantalones y deja escapar un bufido exasperado.

—Hans… mañana partiré de viaje… puede ser la oportunidad que esperabas para convertirte en Almirante.

El pelirrojo sonríe, al fin algo para probar su valor.


»» Abandono.

—Los veo en dos semanas —la pelirroja de quince años ha pasado de largo la puerta de su hermana mayor, sabe que es inútil insistirle en salir, se arroja a los brazos de sus padres y los estrecha contra su cuerpo, ambos como representantes de Arendelle van camino a la boda de su sobrina, la princesa Rapunzel del Reino de Corona.

Elsa baja discretamente de su habitación mientras Kai ordena el equipaje. En sus ojos azules se refleja la confusión y el temor, no quiere hacerse responsable del reino mientras sus padres están fuera. No quiere que la abandonen.

—¿Tienen que viajar? —pregunta, esperando que la respuesta sea negativa.

—Confiamos en ti, Elsa.

Que fuertes palabras son las que le dedica su padre, no imagina que son las últimas que escuchará salir de su boca.

Sube a su habitación y desde la ventana los ve abordar el barco, los colores del atardecer le acompañan en la incertidumbre; porque mientras el navío se aleja del puerto, ella se convierte en la regente de su reino.

Se prepara para dormir mientras escucha a su hermana despedirse de Kai y Gerda.

Su sueño se vuelve intranquilo, se mueve con violencia entre las sábanas y congela los bordes de su cama. Justo cuando la noche se vuelve tormentosa, escucha que llaman a su puerta; el rostro de su mayordomo le recibe temeroso y deprimido. Las noticias no son nada agradables... Una tormenta ha sorprendido el barco de sus majestades en altamar.

Los ojos de la heredera se abren con sorpresa.

El palacio de Arendelle se viste de negro, Elsa se niega a salir de su habitación, la puerta yace congelada.

La ceremonia fúnebre solo es prescindida por el Obispo y la princesa Anna. La pobre pelirroja se desplaza lentamente por el palacio, es una sombra errante y sin rumbo fijo; observa con inseguridad la puerta blanca y decide tocar.

—¿Elsa?... sé que estas adentro... Me han preguntado ¿A dónde fue?... Que sea valiente, y de mi trate… te vengo a buscar, déjame entrar… —no hay respuesta del otro lado —. Tú eres lo que tengo, solo escúchame, ya no sé qué hacer...

La princesa cierra los ojos y se deja caer de espaldas contra la puerta. Espalda contra espalda, separadas solo por un trozo de madera… Elsa ha escuchado la canción de su hermana, también quiere salir y abrazarla, llorar y desahogarse juntas, pero sus poderes se lo han impedido.

Solo queda llorar y dejar salir el dolor en absoluta soledad.

—Lo siento... Anna.

Por sus hazañas en el mar, Hans ha regresado a las Islas del Sur convertido en Almirante, pero se ha encontrado con la terrible noticia de que su padre ha muerto. Confundido y en estado de shock se aleja del puerto, corre por la ciudad real y llega al cementerio donde las criptas de la Reina Julie y el Rey Klaus le reciben.

Ya ninguno de los dos está con él. Y entonces recuerda las palabras de su hermano mayor, "Los seres humanos, son efímeros recuerdos de la vida, como gotas de agua que son expuestas al calor" algún día él también morirá, pero antes quiere probar que también puede hacer grandes cosas.

Lo ha decidido, él quiere gobernar, quiere convertirse en un gran Rey como lo fue su padre y tener a su lado una gran Reina como lo fue su madre.


»» Envidia.

A sus oídos ha llegado la noticia de que la princesa Elsa de Arendelle ya tiene edad para ser Reina. El día de la coronación ha llegado. Desde el puerto, Hans observa a los niños correr con sus banderas verdes y púrpuras, las calles de la ciudad lucen magníficamente decoradas con banderas que muestran el perfil de la Reina y la Princesa.

No existe mejor palabra para describir lo que los aldeanos sienten, que no sea felicidad.

Pero en el fondo de su alma, lo único que siente es envidia. Sí, envidia de una muchacha con mucha suerte; suerte de haber nacido primogénita, al igual que su hermano Jensen. Piensa que ella, poco o nada debe saber de cómo llevar un Reino tan magnifico como Arendelle.

Jamás en su vida ha visto a la princesa, ha escuchado rumores, que dicen que es muy reservada, extremadamente hermosa y muy inteligente, pero él tiene sus métodos y encantos para romper con todas y cada una de las barreras que se ponga su víctima.

—Vamos amigo, al palacio —toma las riendas de Sitrón y baja de su galeón.

—Hans, no cometas una locura.

—Ya basta de sermones John.

El castaño niega ante las absurdas ideas de su amigo. Han viajado juntos por varios reinos en busca de una heredera al trono, el deseo que siente Hans de convertirse en Rey se ha convertido en una obsesión enfermiza. Y John cree que hasta que no toque fondo, no recapacitará en sus acciones.

Cuanto más alto se suba, definitivamente más dura será la caída.

El príncipe Hans de las Islas del Sur, con veintitrés años se cree digno de poseer una corona; ha ensayado su plan un sinfín de veces; es simple, acercarse cordialmente a la Reina, descubrir sus secretos, intentar enamorarla, ganarse su confianza y pedirle que se case con él para llegar al trono. No puede fallar.

Distraído en su andar, repasando su plan en la mente, choca contra algo o más bien alguien, una mujer… es bella… algo menor a él y es el pequeño desperfecto a su plan, esa mujer se llama Anna de Arendelle.

El gran día llegó, se siente nerviosa y se pregunta a sí misma si será capaz de cumplir con el derecho que le pertenece por nacimiento. ¿Podrá ser capaz de controlar sus poderes?

Escucha a través de la puerta, la emoción de su hermana y siente un poco de envidia. Si, envidia de Anna, ella no tiene que gobernar porque es la menor. No tiene que guardar las apariencias, porque es completamente normal, no tiene poderes.

Camina hacia la ventana y observa a toda la gente que entra a la explanada del palacio. Todos esperan grandes cosas de ella. Esperan que gobierne con sabiduría y amor, al igual que su padre y abuelo.

—Lo que hay en ti… no dejes ver… —camina lentamente hacia el cuadro de su padre, la misma pose valiente de su coronación intenta imitar —. Buena chica, tu siempre debes ser… No has, de abrir… tu corazón.

Toma los objetos de la mesa a manera de ensayo pero los congela.

—Un movimiento en falso y lo sabrán…

Y si, siente envidia de Anna porque ella puede salir y ser libre, gozarse de la alegría de vivir, mientras ella seguirá viviendo con el temor de congelar a alguien. Anna podrá enamorarse y ella seguirá viviendo con el miedo a sus poderes de hielo.


»» Miedo.

¿Quién rayos se supone es ese Hans de las Islas del Sur? Su querida hermana le ha presentado a su ¿prometido? Debe ser una broma de muy mal gusto, es completamente ridículo, ¡Se acaban de conocer!

El Príncipe esconde algo, esa mirada esmeralda y ese porte varonil le atraen mucho y al mismo tiempo le dan mala espina. No hay otra opción, aunque le rompa el corazón a Anna deberá negarse a bendecir el matrimonio, su hermana es muy inocente ¿Qué sabe ella del amor de verdad?

—Deseas mi bendición pero la respuesta es No —esa frase inicio todo, una discusión entre hermanas, un reclamo por el abandono y la ignorancia de años, un desliz accidental y sus poderes han quedado al descubierto.

—¡Hechicería! —El Duque de Weselton le acusa irracionalmente —. Yo sabía que algo extraño se escondía aquí —Elsa mira a todos los presentes con temor, lleva su mano al pecho mientras los rumores en la sala aumentan; abre bruscamente la puerta y huye del palacio, corre entre la gente de su pueblo y se pierde a las orillas del fiordo.

—Elsa espera...

No quiere hacerle daño a nadie… se aleja de Anna y de Hans, dejando al pueblo de Arendelle en un invierno a destiempo.

Ver huir de esa manera a la Reina Elsa, le recordó enormemente a cuando era pequeño y huía de sus hermanos trillizos. Esa mirada en el rostro de Elsa, era la misma que él solía llevar cuando el miedo era un compañero constante, recuerda que cuando los tres estaban en casa, sin el amor y protección de su madre, siempre era fácil convertirlo en víctima de sus agresiones.

Sus planes han dado un giro inesperado, la Reina ha huido y la princesa Anna ha ido tras ella. Se ha quedado a cargo de Arendelle y muy en el fondo desea que ambas mueran para quedarse con el Reino, pero ¿De qué manera? Sí él y la princesa aún no se han casado.

—Demonios.

Ahora deberá ir a la montaña y traer a Anna de regreso. O en su defecto, deshacerse de la Reina.


»» Libertad.

Sus acciones no serán fáciles de olvidar, pero Elsa sabe que nada puede solucionar. Se aleja montaña arriba caminando entre la nieve y el hielo, sus elementos naturales. La luz de la noche hace que la nieve brille y que cualquier huella se pierda en el manto que cae y se acumula.

Ella, es la Reina de las Nieves... Y el viento a su alrededor, emite sonidos que simulan una tormenta, nacen de su interior y no lo puede contener.

—No los dejes entrar... no les permitas ver —se repite una y otra vez —. Sé la chica buena que siempre has debido ser... "Sí Elsa, hay que ocultarlo, no hay que dejar que lo sepan... pero ¿¡Qué más da ahora!?" Ya lo saben..

Se quita el guante y lo arroja a varios metros lejos de ella, de sus manos escapa nieve y hielo. Juega con sus movimientos y crea al pequeño Olaf. Se cruza de brazos y deja escapar de sus labios una sonrisa sincera, sin darse vuelta y sin azotar la puerta...

Ya no le importa lo que dirán ni lo que harán, solo hay que dejar que la tormenta cobre fuerza, que ruja como el león sobre su presa...

—Al fin, que el frió es parte de mi "Es parte de mi y de mi corazón... de mi alma... de mi vida entera"

Es gracioso como la distancia parece hacer todo un poco más pequeño. Esos miedos que la controlaban ya no están más. Es hora de divertirse, hora de ver que tan fuerte es, de probar sus limites y romperlos todos. Ya no hay reglas, ni aciertos, ni errores... Ella es libre.

Es una con el viento y el cielo, ya nunca más la verán llorar. Hay un impulso en sus manos y el poder fluye a través del aire.

Su alma forma espirales de color y se funde en fractales a su alrededor. Su pensamiento se cristaliza como una ventisca helada... Ya no mirará atrás, el pasado es parte del pasado. Sus vestidos solemnes se transforman en un hermoso vestido celeste, la niña perfecta se ha ido, se pone de pie frente al nuevo amanecer, su rostro madura y cierra las puertas de su palacio.

Elsa es libre.


»» Admiración.

Se encuentra a los pies de las escalinatas del palacio de hielo. Es una construcción magnifica e imponente, no imaginaba que el poder de la Reina Elsa fuese tan impresionante. Le hace recordar a la historia del Rey Midas, solo que ella convierte en hielo y nieve a todo objeto que la rodee.

—Buscaremos a la Princesa, si se encuentran con la Reina, no deben hacerle daño —los soldados de Arendelle le obedecen ciegamente, pero ve un poco de maldad en los secuaces de Weselton.

Un gran montículo de nieve se transforma en el fiel guardaespaldas de Elsa, Marshmallow. Con gran agilidad esquiva los ataques, sus ojos se dirigen a la puerta de cristal y ve el asustado rostro de la Reina, en verdad ella no quiere hacer daño a nadie, solo quiere estar sola.

Gira sobre sí mismo para evitar ser aplastado. Los hombres de Weselton se le han adelantado y entrado al palacio, por ningún motivo piensa quedarse atrás, con su espada corta la pierna del gigantesco hombre de nieve y corre hacia el palacio. El hombre de nieve lo derriba y queda colgado de las escalinatas. Con ayuda de los soldados sube para dirigirse a la inmensa creación de Elsa.

El interior del edificio es aún más hermoso de lo que imaginó, extrañamente se siente atraído por el misterioso poder que posee la Reina de Arendelle.

—Aléjense de mí.

Esa frase llega a sus oídos, con espada en mano, corre escaleras arriba en busca de la soberana. El salón esta repleto de hielo que brilla de un color dorado ¿Qué significa? Y ahí esta ella; de pie, al centro e imponente, haciendo gala de sus poderes sobrenaturales.

Esa mirada en su bello rostro, no es la de una chiquilla asustada. Es una mirada digna de una poderosa Reina.

La Reina de las Nieves.

—Reina Elsa... No se convierta en el monstruo que todos creen que es.

No sabe de donde le han salido esas palabras, incluso él mismo se ha asombrado al decirlas. Elsa detiene su ataque y mira con preocupación lo que ha hecho. Los ojos esmeraldas de Hans se dirigen a ella, extiende la mano para alcanzarla pero despierta de su ensimismamiento y corre a desviar la flecha.

3… 2… 1… La araña de hielo cae…


»» Contemplación.

Envuelta por una cálida manta, el cuerpo de la Reina descansa en los brazos del príncipe sureño. Hans cabalga lentamente sobre Sitrón y con rumbo directo al palacio de Arendelle. Sus planes han cambiado con respecto a los iniciales, ya no sabe que hacer para obtener el trono de una nación ajena y para guardar las apariencias de su verdadera imagen ha decidido regresar a Elsa a casa.

—¿Qué hace esa hechicera aquí? —la ardillosa voz del Duque de Weselton le irrita, ¿Cómo se atreve esa misera rata, llamar a Elsa de esa manera? —. Nos destruirá a todos.

—Ella es la Reina de Arendelle.

—¡Es una bruja! —dice haciendo énfasis en sus palabras.

Hans enfurecido, deja en brazos de un soldado, el menudo cuerpo de la rubia. Toma al anciano por la solapa de su camisa y sus ojos le fulminan. Su mano se cierra en un puño que no dudaría en estampar en el vejete frente a él, pero hacerlo solo le creará problemas.

—No permitiré que desprestigie a la Reina de esa manera... No en mi presencia.

Recoge a Elsa de los brazos de su guardia y baja con ella al calabozo, suavemente la recuesta en el peltre humedecido y le mira con ternura. En sus manos coloca gruesos grilletes, solo por precaución.

—Es una pena que alguien tan hermosa como tú, tenga que morir. Todo hubiese sido más fácil sino te hubieses negado a bendecir mi boda con Anna.

Se quita el guante de la mano y acaricia su mejilla, su tacto cálido hace contraste inmediatamente con la piel fría de Elsa. Su dedo indice se desliza hasta la comisura de sus labios, sus ojos esmeraldas se nublan y sin pensarlo se inclina hacia su rostro, puede respirar el mismo aire que ella. Se encuentra deseando que la distancia se acorté pero se detiene a centímetros de sus labios rojos. Sacude la cabeza y se incorpora.

—Lo siento... Tengo una nación que gobernar.

Cierra con llave el calabozo y se detiene a contemplar a la figura que descansa en él. Guarda las llaves y sube a encontrarse con los ministros, aún tiene que encontrar a Anna.


»» Enojo.

Y todos sus planes se vinieron abajo desde el momento en que ese candelabro de cristal no mato a la Reina, cuando él, en su buena acción decidió llevarla de regreso al palacio, cuando quedó prendado de su magnífica belleza en los calabozos y cuando ese tonto y ridículo "acto de amor verdadero" surtió efecto.

Con dolor aún recuerda las palabras de Anna "Aquí el único corazón de hielo, es el tuyo" y después ese terrible puñetazo en la nariz. Y aunque no quiera admitirlo, es verdad, su corazón se congeló desde el momento en que el brillo de los ojos azules de su madre se apagó y por el palacio dejo de existir el aroma fresco a lavanda.

Sí, está enojado; enojado consigo mismo porque dejo que una tonta y ridícula ambición lo hundiera. En el fondo de su alma, sabe que sus padres no están para nada orgullosos de él.

Está sentado en su celda del barco francés y más coraje nace en él al escuchar decir al ministro que reportara su conducta a sus hermanos mayores, como si eso les importará.

No hay rastro de John, eso quiere decir que le ha abandonado, su amigo Sitrón se ha quedado en Arendelle y lo único que espera es que le traten con bien. Sin ánimo, levanta los ojos del suelo y se encuentra con unos orbes azules, son los mismos que le han cautivado, pues la dueña de esos maravillosos ojos es una diosa comparada con otras mujeres que haya conocido.

—Su Majestad… —la Reina ha decidido visitarle antes de partir rumbo a las Islas del Sur.

—Príncipe Hans —y no escucha nada de lo que le dice —. Estoy consciente de que sus acciones y algunas de sus decisiones no fueron las mejores en cuanto a mi persona —quiere tomar ese delgado cuello entre sus manos y cerrar el paso al aire hasta que la vida escape de su cuerpo —. Pero le agradezco de todo corazón lo que hizo por mi pueblo.

Abre los ojos sorprendido, ¿Ella le está dando las gracias por ese acto tan insignificante?

—No fue nada… Majestad —y una vez más se pierde en esos orbes celestes.

—Espero su hermano tenga piedad de usted... no se que decirle, supongo que "buen viaje", será suficiente para usted Alteza —y dándole la espalda se retira, el aire le revuelve sus rubios cabellos y a él llega el dulce aroma de su perfume, debe ser una locura pero es un fresco y nostálgico aroma a lavanda.

No sabe cuál será su destino al llegar a casa, ¿Jensen tendrá piedad de él? Lo que pase de ahora en adelante no le importa...


»» Vergüenza.

Todos a su alrededor ríen divertidos, que conveniente ha sido para el Rey Jensen reunir a los doce hermanos. De pie frente al trono, vestido con su traje de la guardia marina, el décimotercer príncipe heredero de las Islas del Sur, Hans Christian Westerguard está listo para recibir su castigo.

—Debido a tus aberrantes acciones en el Reino vecino de Arendelle, este consejo te ha encontrado culpable… —y ahí viene el veredicto —. Y te sentencia a… —pronto podrá reunirse con sus progenitores —. Dos años de servicio en la corte de Su Majestad, la Reina Elsa.

—¿Qué? —sus ojos se abren con sorpresa. Claro debe ser una broma de muy mal gusto de su hermano mayor. Tener cuarenta y dos años le ha fundido el cerebro —¿Es una broma Jensen? En ese reino todos me odian.

—¿Y qué mejor manera de castigarte que vivir con el odio que tanto temes?

—Tendrás que vivir con la vergüenza de no poseer un título real Hans, hasta que hayas cumplido con los deberes que ahí te impongan y la Reina lo considere, podrás regresar a casa por tu honor —Robert se cree rey pero solo es el príncipe consorte de un reino en Europa.

Sale del salón real y camina lentamente hacia su habitación, tiene que preparar todo para su regreso a Arendelle.

Al menos ahora si podrá realizar sus planes como quiere, no más errores ni jugar al niño enamorado. Solo necesita un pequeño descuido de su real Majestad y su mano podría deslizarse lentamente hasta su copa de vino, unas gotas de veneno y adiós Reina Elsa.

Una risa psicópata escapa de sus labios. Mira hacia el atardecer antes de caer inconsciente. Arthur, Roland y Alrik han decidido jugarle una broma antes de su partida.

Los nervios por recibir nuevamente a su casi asesino regresan a ella. Pequeños copos de nieve danzan a su alrededor. Camina de un lado a otro en su estudio, vaya idea la del Rey Jensen. Pero claro sino la aceptaba terminaría perdiendo relaciones con el Sur. Un lujo que no puede darse desde su corte de relaciones con Weselton.

—Deja de dar tantas vueltas, me mareas.

—Lo siento, solo que no puedo controlarlo… Hans regresará a Arendelle.

—Y no en calidad de príncipe. Por lo que el Rey explica en su carta es que tu dispones de su persona, puedes nombrarlo sirviente o esclavo —Anna sacude la carta frente a su rostro como si se tratase de un animal muerto.

—No importa… lo único que quiero es que se mantenga lejos de ti. Ya mucho daño te ha hecho.

—Oh Elsa, no te preocupes por mí, siempre puedo volver a romperle la nariz —ambas hermanas ríen divertidas. Y por la mente de Elsa cruza un poco de pena y vergüenza por el príncipe sureño.

—Anna, por favor, nada de violencia.


»» Arrepentimiento.

Cuatrocientos cincuenta y dos días han transcurrido… más de un año en Arendelle. ¿Y a que conclusión ha llegado? Bueno, pues que odia todo. Odia su clima; no tan cálido como en las Islas ni tan frío como cuando llegó el invierno eterno. Odia a sus habitantes, ¿Es que acaso no paran de reír?

Odia a la princesa, durante sus primeros meses de estadía, Anna no perdía la oportunidad de restregarle en cara que nunca sería Rey, que sus planes habían fallado y que nunca encontraría la felicidad, menos mal que por el embarazo ahora se mantenía quieta y sus burlas habían disminuido considerablemente, aún le hacía la vida imposible pero al menos era considerada.

Odia no poseer su título real y sobretodo odia a su Reina. Esa rubia de veintidós casi veintitrés años ha cambiado mucho, ya no hay rastro de la asustadiza muchacha de la coronación, ahora posee un dominio completo sobre sus poderes de hielo, gala misma que ha presenciado el primer día cuando le congeló de los pies hasta el cuello para advertirle de su estancia en el Reino.

—Hans… Su Majestad espera el té —Kai es el mayordomo de más confianza —. Y ya sabes cómo le gusta.

—Sí… —responde sin ánimo. Siempre con dos cucharadas de azúcar y acompañado de galletas de chocolate glaseadas. Suspira con resignación, pronto terminará su castigo y regresará a casa, lo que realmente anhela es tomar su navío y hacerse a la mar.

Con la bandeja de plata del servicio en una mano, llama a la puerta del estudio privado. No hay respuesta. Abre lentamente la puerta y la escena que se encuentra es diferente a la que esperaba.

Sobre el escritorio de roble lleno de papeles y tratados se encuentra la Reina Elsa, su cabeza descansa sobre el brazo derecho al compás de su respiración lenta y pausada. El extenso trabajo de semanas anteriores la tiene completamente agotada. Piensa si lo prudente sería despertarla para su té de la tarde o dejarla descansar.

—Majestad… —llama levemente —. Reina Elsa —un suave y constante movimiento sobre su hombro le hace abrir lentamente los ojos —. He traído su té —Elsa se asusta por la presencia del ex-príncipe en su estudio y le congela las manos en un acto reflejo.

—¿Pero qué…? —Hans cae de espaldas por el susto y todo el contenido caliente se derrama sobre él —¡Auch! ¿Por qué hizo eso?

—Lo siento tanto —Elsa se arrodilla a un lado de su mayordomo para quitarle el hielo de las manos y aplicarle algo de escarcha a la quemadura sobre la ropa —¿Qué hace usted en mi estudio?

—Le traigo el té de la tarde, ¿recuerda? —en un movimiento repentino, ambas manos chocan en el aire, una descarga eléctrica y de un momento a otro se encuentran sumergidos en un silencio incómodo. Hans toma la mano de Elsa y lentamente entrecruza sus dedos, siente el frió apagarse mientras sus ojos se pierden en la mirada de la Reina.

Su corazón late con fuerza y despierta del aturdimiento.

—Iré por otra taza.

—Está bien, déjelo así Hans, iré a descansar… supongo que le veré en la cena —y tan rápido como puede, la Reina abandona el estudio.

Elsa no se detiene a preguntar que fue lo que pasó ahí dentro, su corazón se encuentra desbocado y late con fuerza, apoya la espalda en la pared y lleva su mano al pecho, regula su respiración y se esconde en la privacidad de su habitación.

Para Hans todo es confuso, desde hace algunos meses atrás la Reina se comporta de manera extraña, él supone que aún le incomoda su presencia.

El pelirrojo se acerca a recoger los restos de la vajilla y sin querer sus ojos dan con uno de los documentos. Algo en su interior se remueve de manera posesiva. Nadie, nunca nadie se atreverá a ponerle un dedo encima a Elsa. Algo desconocido le invade al leer esa propuesta matrimonial.

Son celos.


»» Celos.

¿Un almuerzo de bienvenida? Hans deja escapar un bufido mientras carga en su mano la bandeja del servicio. La Reina organizó una pequeña celebración por el arribo del príncipe Jules de Oeste y toda su corte a Arendelle.

Ese joven castaño, de ojos ambarinos, de porte elegante, caballeroso, sincero, apuesto e... idiota (a criterio de Hans) quiere cortejar a la joven rubia. A ella no parece molestarle y mucho menos incomodarle, al fin que como mujer, su deber es buscar un Rey y posteriormente darle a su pueblo un heredero.

Sacude su cabeza al imaginarse a esos dos tomados de la mano, haciéndose cariños indiscretos y compartiendo el lecho de la cama en un acto impuro.

—Sí las miradas matarán, el príncipe Jules estaría muerto.

El pelirrojo deja escapar un respingo nervioso, Anna sabe ser muy sigilosa cuando se lo propone. Ambos miran a la futura pareja que disfruta de un bocadillo en el patio central del palacio; la presencia del pelirrojo puede ser solicitada en cualquier momento, pues Hans es el mayordomo personal de Elsa, solo por ese insignificante detalle se encuentra asqueado de tanta melosidad.

—¿No deberías estar descansando? —pregunta curioso al fijar sus ojos en el abultado vientre de la princesa.

—Estoy harta de permanecer en cama. Además el día es hermoso, ¿No lo crees así?

Hans niega y rueda los ojos ante la poca responsabilidad de Anna, pese a que pronto se convertirá en madre sigue siendo una chiquilla. Gira de media vuelta para preparar más té y un leve quejido lo alerta, su mirada da con el pequeño charco de liquido viscoso que empapa la falda del vestido de la princesa.

—¿Anna?, ¿Qué ocurre?

—El bebé... ya viene —ella se aferra con fuerza al brazo de su ex-prometido —. Hans, por favor...

Deja caer la bandeja del servicio y toma a la pelirroja entre sus brazos; Elsa y Jules escuchan el ruido y se atemorizan por la escena frente a sus ojos. El rostro de Anna muestra sufrimiento y el de Hans desesperación. Entendiendo la situación, Elsa deja al príncipe de Oeste en medio del jardín y corre en auxilio de su hermana.

Sin pensar en sus acciones, Hans patea la puerta del palacio y corre en busca de una habitación. Anna deja escapar un alarido de dolor y se aferra a su cuello.

—Resiste Anna. Pronto podrás tenerlo entre tus brazos.

Él no es el padre del bebé pero se siente lleno de felicidad al escuchar su llanto. Kristoff sale de la habitación y le extiende la mano, lo ha perdonado por sus errores y le agradece sin palabras que haya ayudado a su esposa. Jules le mira con recelo y sospecha.

Elsa sale de la habitación y se arroja a sus brazos, Hans la recibe confundido y la estrecha contra sí.

—Gracias... Hans. Es una hermosa niña, tengo una sobrina.

Ella también le ha perdonado... Pero Jules de Oeste no está feliz y le mira con celos, él también quiere tener a la rubia entre sus brazos, aunque sus intenciones no sean tan puras.


»» Determinación.

Él sabía que el Príncipe de Oeste tramaba algo, corre agitado a los establos y de un salto monta en Sitrón, se dirige con prontitud al castillo de la montaña norte. Elsa a sido secuestrada.

—Rápido amigo... debemos llegar. Resiste Elsa, ya voy.

Una vez más se encuentra frente al palacio de hielo, abre las puertas del castillo de par en par y se encuentra de frente al Príncipe Jules. No hay rastro de sus guardias ni de Elsa ni de Marshmallow. Debe permanecer alerta.

—Déjala ir, mal nacido.

—El redimido en busca de amor... Es una pena que ella no te corresponda.

¿De que habla ese idiota? Él no busca amor ni comprensión. Escucha el chasquido de unos dedos y dos fuertes soldados de Oeste le toman por sorpresa, con prontitud desenfunda su espada y se defiende de los ataques. Hacía tanto que no estaba en un combate que resbala en el hielo, cae y recibe un corte profundo en su abdomen.

—¡Hans! —esa voz es de Elsa. Jules se acerca a él con espada en mano, le patea fuertemente para darle vuelta y contemplar su rostro de dolor —. Jules no le hagas daño.

—Tranquila querida, todo terminará pronto.

El castaño alza su arma para dar la estocada final, pero el pelirrojo haciendo amago de todas sus fuerzas le atraviesa el corazón con su arma... El traidor a Arendelle cae muerto junto a él mientras siente la viscosidad de su sangre.

Siente frío mientras observa su cuerpo congelarse, se desata una fuerte tormenta que congela a los dos soldados de Oeste. Los sentimientos que debe sentir la reina hacen que sus poderes se salgan de control. Débil y adolorido contempla al fuerte remolino que se aproxima hacia su cuerpo, dentro de esa nube de nieve y hielo se encuentra Elsa de Arendelle.

—Elsa no... no te... conviertas... —respira entrecortadamente —. En el... monstruo... que todos creen... que eres.

—Descansa Hans.

Y cierra sus ojos adentrándose en la inconsciencia.


»» Amor.

¿Realmente importa cómo sucedió? Ni a ella ni a él se les hace mucho problema. Se cumple el día quinientos noventa y nueve de un Hans Westerguard en Arendelle y poco a poco su corazón se descongela. Que gran ironía, que una persona con poderes de hielo le haga sentirse más cálido.

Después del pequeño incidente con Jules de Oeste, la relación con Su Majestad se volvió más amena. Esa noche tras largo tiempo de reposo el ex-príncipe se da una escapada a la biblioteca, necesita distraer su mente de algo que viene torturándolo. Toma el primer libro que encuentra y antes de perderse en sus páginas, algo le alerta.

—Solo iré por un libro —nervioso busca escondite, pero es demasiado tarde —. Hans… ¿Qué haces aquí?

Al escuchar su voz, el pelirrojo se pasma y un sentimiento de serenidad le invade, siente escalofríos acompañados de un sentimiento de vulnerabilidad, palpitaciones y estomago revuelto, sus manos sudan y son la prueba de que su pasado ha sido cancelado. En la víspera del día seiscientos Hans se da cuenta de que está enamorado y no puede o más bien no quiere aceptarlo.

Pasea alegre por los jardines de su palacio en compañía del príncipe, es el día setecientos. Solo quedan treinta días antes de que el sureño parta a casa. Sus acciones para con Arendelle y ella misma han sido fructíferas. Le había salvado de un matrimonio casi arriesgando su vida, se había vuelto un gran asesor de estrategias y negocios internacionales y era el consentido de su sobrina Annalise, cosa que disgustaba enormemente a su hermana.

Podían pasar largas horas enfrascados en una charla sobre cualquier tipo de tema, a veces rozaban sus manos y se sonrojaban como dos tontos adolescentes. Para Hans, ese tiempo en Arendelle, le había servido, mira al cielo y se pregunta si sus padres estarán orgullosos de sus nuevas acciones.

—Hans —llama ella y le mira ligeramente cohibida —¿Deseas regresar al Sur?

Esa pregunta le extraña por completo. Claro que no desea regresar al Sur —. Sí así lo desea su Majestad, así será.

—Lo que yo desee no importa. —Elsa apoya la espalda en uno de los árboles —¿Quieres quedarte en Arendelle... conmigo?

Sin pensarlo se acerca a ella para cerrarle el paso entre el árbol y su cuerpo. Eso no parece incomodar a la soberana, es más, parece desear ese acercamiento. Con su mano izquierda acaricia su mejilla y pasa el índice por la comisura de sus labios.

—¿Alguna vez has dado un beso, Elsa? —pregunta con la voz algo ronca.

—No —responde ella, cerrando los ojos. Él sonríe de lado.

—Imagine eso, ya que no soportas a nadie cerca de ti

—Parece que lo voy superando —sus rostros están tan cerca uno de otro que prácticamente respiran el mismo aire.

—Para que un beso esa efectivo... tienes que desearlo, ¿realmente lo deseas? —el pelirrojo mueve la cara y sin esperar la respuesta, sus labios acarician suavemente la mandíbula de la rubia, ya nadie piensa nada, quizá solo en la mínima distancia física que los separa y así termina con la tortura, besa con devoción sus labios y ella corresponde con la misma flama.

Sus labios se abren camino por los ajenos, sus lenguas danzan en sincronía mientras las manos de ambos se apoyan en el cuerpo del otro. Se separan por la falta de aire en sus pulmones. Ambos perdidos en el azul y verde de sus miradas.

—Te amo Elsa —confiesa.

—Y yo a ti Hans —lo estrecha en un abrazo escondiendo el rostro en su pecho, luego se pone de puntillas y comparten otro beso, uno que se mueve suavemente.

Desde la ventana, Anna y Olaf celebran dicho encuentro. Al fin se dan cuenta de sus sentimientos.


»» Placer.

—Sí acepto —y con esas palabras su compromiso matrimonial ha concluido. Desde ese preciso momento él ha dejado de ser un marginado y un príncipe exiliado para convertirse en amigo, compañero, esposo, amante y en menos importancia Rey.

Toma a Elsa de la cintura y se acerca levemente a ella, acaricia de forma delicada sus labios con los suyos y se encuentra deseando que la distancia termine.

—Por el poder que se me confiere, yo los declaro marido y mujer —y sin más, sella sus labios con los de ella en un beso sincero.

Y por primera vez a Elsa ese beso le sabe a esperanza, es un sentimiento puro y correcto, sabe a un nuevo comienzo, uno que ambos han elegido.

Y ella no puede imaginarse de otra forma que no fuese aquella. Amada y deseada por el hombre que se ha convertido en su vida entera; en la oscuridad de su habitación, Elsa se deja llevar por la pasión sin medir consecuencias, está nerviosa pero no se arrepiente de nada, en su mente siempre tendrá el recuerdo del día más feliz de su vida.

—Mi Rey —ella camina lentamente hacia el pelirrojo y se desabotona su bata de baño, su cabello platinado yace quebrado por las ondas de la trenza y cae libremente por su espalda.

—Mi Reina —al caer la bata, un camisón blanco de encaje adorna el cuerpo de su esposa.

Hans la atrae hacia su cuerpo y sus manos suben por sus caderas y cintura, ella entrelaza sus brazos a su cuello y le besa la frente, el pelirrojo la levanta del suelo y gira con ella hasta caer sobre la cama, ambos ríen. Lentamente el pelirrojo se deshace de las prendas de su esposa.

Sobre la cama de su habitación; besa, acaricia y venera el cuerpo de quien ama. Bajo las sábanas se crea una danza de amor, cuyo único testigo es la luz de la luna. Las prendas desaparecen para dar paso a dos cuerpos sudados, extasiados y desnudos. Hans besa la piel nívea de Elsa desde los hombros hasta el hueco de su cuello, sube por la mandíbula y reclama sus labios con pasión.

Ella le acaricia la espalda mientras deja escapar un ronco suspiro. El pelirrojo desciende y besa su plano vientre, sus ojos le miran con malicia mientras su boca se ocupa de la femineidad de la Reina. Nunca nadie le había dado el placer que Hans le regala en ese momento, la rubia arquea la espalda y cierra sus manos en puños sobre las sábanas, con sus movimientos le ordena silenciosamente continuar... el primer orgasmo rodea a la soberana y Hans se limpia el rastro de su rostro.

—Soy tuya... Hans. Por siempre y para siempre.

—Lo sé, mi amor. Yo también soy eternamente tuyo.

Ambos se miran a los ojos y se adentran a un mundo de silencio, un silencio que solo es roto por los suspiros de placer de la rubia y la agitación del pelirrojo, ninguno quiere que ese contacto íntimo termine, se siente tan bien estar entre los brazos de quien aman.

Ella es hielo y él fuego... se complementan a la perfección. Ambos comparten un demandante beso y sienten la calidez de la boca del otro… Elsa enlaza sus manos al cuello y siente bajo la yema de sus dedos la suavidad de su cabello rojizo, gime y libera un poco de su poder cuando Hans le hace rodear su cadera con las piernas. Ella toca la piel del torso y Hans deja escapar un gemido que la reina atrapa en un beso.

—¿Ahora? —pregunta con la voz cargada de placer.

—Estoy lista —y vuelve a reclamar sus labios.

Hans se coloca en una posición que le permite comodidad a ella, gruñe involuntariamente cuando la reina se frota contra él, presionando... provocándole a seguir inconscientemente su vaivén…

—Te amo —dice él con la voz cargada de pasión antes de invadir su cuerpo y reclamar como suyo su preciada virginidad.

—Yo… también… te… amo… —y así, ambos se pierden en un mundo nuevo, un mundo de jadeos, besos, caricias y embestidas… un mundo donde solo ellos y nadie más existe.


»» Angustia.

Se sienta, se levanta, camina un poco y vuelve a sentarse. Lleva su mano a sus cabellos y suspira nervioso. Su cuerpo entero está lleno de angustia y temor. Sus ojos viajan hasta la puerta blanca y la encuentra cerrada.

—Demonios, ya han tardado —dice visiblemente exasperado.

—Es normal, es primeriza —sus ojos esmeraldas viajan hacia el rubio de ojos ambarinos que se encuentra apoyado en la pared —. Yo también estaba muy nervioso, ¿recuerdas?

Vuelve a bufar y sigue caminando en círculos frente a la habitación de su esposa. Susurra palabras que solo él logra escuchar, Elsa está por dar a luz al primogénito de Arendelle, al heredero de la Corona, a su hijo.

Su primer hijo con la mujer que ama.

La puerta de la habitación se llena de escarcha al tiempo que los gritos de Elsa comienzan, Hans es detenido por la mano de Kristoff. Sabe que no debe entrar, pero su corazón sufre con cada grito de dolor que escucha de ella, quisiera estar a su lado, tomar su mano y susurrarle al oído que todo saldrá bien.

Después de horas que parecían una eternidad, los gritos se apagan y la escarcha desaparece. El palacio se inunda con el llanto de un bebé. Las puertas se abren y de la habitación salen las parteras, todas con el rostro cansado.

Anna sale de la habitación y le sonríe a Kristoff, en sus manos lleva un pequeño bulto de mantas azules. Hans abre los ojos y una lágrima escapa de ellos. Su pequeño príncipe es idéntico a su madre, de cabello rubio platinado y piel lechosa; tiene su dedito dentro de la boca y mantiene los ojos cerrados.

—Felicidades Hans, es un varón —Anna le entrega a su bebé con sumo cuidado y señala a su hermana que se encuentra profundamente dormida sobre la cama —Fue un parto muy difícil, esta cansada; cuando despierte conocerá a su bebé.

—Gracias Anna —Hans entra y se acomoda a su lado —. Gracias por todo Elsa —besa la frente de su esposa y la de su hijo. Ella despierta unos momentos para ver a los dos hombres más importantes de su vida —. Príncipe Adgar Westerguard de Arendelle —le dice con cariño. Ella sonríe y toda la angustia desaparece en el Rey.


»» Paz.

Es eso que siente su corazón; su cabello y barba han sido pinceladas de blanco con la edad. Pequeñas arrugas comienzan a aparecer en su rostro pero sus ojos esmeraldas aún conservan ese brillo paternal. Se mira al espejo y un rostro diferente le devuelve la mirada, sino se conociera diría que ve a su padre reflejado.

Han pasado treinta años desde su matrimonio con Elsa. Tiene cincuenta y seis años. Tuvo tres hijos, dos varones y una pequeña. Los tiempos exigen un cambio y por decisión propia ambos han decidido renunciar a la corona de Arendelle.

Es su deseo disfrutar lo que les queda de vida en la tranquilidad de su palacio, sin obligaciones ni responsabilidades. Es momento de que la nueva generación se haga cargo del reino. Elsa también es víctima de la edad. A sus cincuenta y cuatro años, su cabello rubio platinado tiene unas cuantas hebras blancas casi invisibles por el color mismo.

Su vida, es como el cuento del hilo rojo; cuando dos almas están destinadas a estar juntas, el hilo puede estirarse, enredarse, separarse pero jamás romperse. Desde su regreso a Arendelle, pasando por su primera noche como marido y mujer hasta el nacimiento de su último hijo algo es seguro, jamas dejará de amarla.

Sus terribles acciones del pasado le indicaron el camino hacia su felicidad. Arendelle le vio partir marginado, regresar como esclavo, redimir sus pecados y poseer el cuerpo de su Reina.

—Cariño, es hora —y ahí esta la dueña de sus pensamientos.

—Sigo enojado —dice mientras ella le acomoda sus medallas.

—Tienen sangre Westerguard, era obvio que algo así iba a suceder —dice mientras ríe.

—Los hemos educado para poseer la Corona y de repente ¿ninguno la quiere?, esos dos jovencitos se parecen más a ti que a mi.

—No intentes culparme, educarlos no ha sido nada fácil amor.

—Adgar me sorprendió al renunciar, así sin más y sin explicación; y Patrick por decir que no le interesaba asumir el lugar de su hermano, no los entiendo.

—Deja de quejarte Hans, Julie será una excelente Reina, la he educado para ello.

—Es mi pequeña, no esta lista para esto... solo espero que sus hermanos la protejan.

Sus hijos y sobrinos llenaron de alegría Arendelle mientras eran pequeños; Adgar tan parecido a su madre pero con los ojos de color esmeralda; Patrick, una copia de él mismo pero que heredó los ojos azules de Elsa, y su pequeña Julie, la heredera de los poderes de su madre.

De parte de Anna y Kristoff; la princesa Annalise, copia exacta de su abuela Idún; los gemelos Cliff y Eiren, casi idénticos, rubios de ojos azules y ambarinos, y el más pequeño, Dante, pelirrojo de ojos ambar.

Paz es lo que siente su alma al ver coronada a su hija. Y escuchar al pueblo repetir a viva voz.

—¡Viva la Reina Julie!

Sí, viva la Reina, ella es casi idéntica a su abuela de quien recibe el nombre, sus ojos son azules y su cabello castaño rojizo.


»» Orgullo.

Ante la amenaza inminente en la que se encuentra Arendelle, la Reina Julie Westerguard debe tomar una decisión. Aún no puede creer que su propio primo, el Rey de las Islas del Sur, le declarará la guerra a su nación.

—Henry esta llevando este asunto a otro nivel.

—Estoy preparado para proteger Arendelle, tendré todo listo en el puerto, solo sí tú me das la autorización Julie.

La pelirroja lleva sus manos al mentón y deja escapar un suspiro, mira a sus dos hermanos y a sus primos frente a ella. No ha pasado ni un año desde que tomo el trono y ahora siente la presión de proteger al pueblo de la guerra. Siente una mano sobre su hombro y gira el rostro para encontrarse con la mirada determinada de su padre.

—¿Qué debo hacer? —pregunta con inseguridad.

—Sepan que estoy orgulloso de todos ustedes... Y sí Henry Westerguard quiere guerra, guerra tendrá. Le enseñaremos a no meterse con la familia real de Arendelle.

Julie sonríe ante las palabras de su padre y da la autorización a Patrick para preparar el puerto. Adgar llevará al pueblo al castillo del norte y a los territorios de los trolls, son el mejor refugio para su gente. Eiren y Cliff le ayudarán a organizar un plan de ataque. Mientras Dante protegerá al resto de la familia real, por ningún motivo expondrá a sus sobrinos al sufrimiento.

Elsa mira con asombro la inteligencia de su hija, es una estratega por naturaleza, heredó las mejores cualidades de Hans. Ella se acerca a su pequeña y le mira con determinación. Ambas asienten y caminan con seguridad fuera del palacio.

La gente les ve pasar y se inclinan en su presencia, algunos sonríen por la determinación de su actual reina. Elsa y Julie no necesitan palabras para comunicar la idea que se les ha ocurrido, madre e hija son tan similares la una con la otra.

A lo lejos se vislumbra la flota naval de las Islas del Sur. Las banderas rojas con el grabado del león dorado, le traen recuerdos nostálgicos a Hans, y sin embargo sacude la cabeza para dejar de pensar en eso, el pasado es parte del pasado, su presente es Arendelle y su futuro siempre será Arendelle.

Mira a las dos mujeres más importantes en su vida que se plantan con determinación y orgullo a las orillas del fiordo, mueven sus manos con maestría y congelan la entrada al país.

Julie ríe y abraza a su madre, Henry no se imagina la sorpresa que le espera.


»» Vacío.

"Los seres humanos son seres efímeros, como gotas de agua que son expuestas al calor"

La Reina Elsa de Arendelle enfermó de un extraño virus y días atrás el médico real visitó a la familia Westerguard, pero el diagnóstico no es nada favorable.

Sobre la cama de su habitación, descansa el agotado cuerpo de Elsa de Arendelle. Su rostro pálido y demacrado por la edad y la enfermedad no le resta belleza a sus ojos cerúleos. Junto a ella; su esposo Hans, su hermana Anna, su cuñado Kristoff, Olaf y sus tres hijos.

El terrible día de decir adiós ha llegado. Y para el Rey Hans es un golpe directo al corazón.

—¿Ya no recuerdas cual era el plan amor? —le pregunta mientras cierra sus manos en torno a la suya —. Yo debía irme primero.

Ella abre lentamente los ojos para perderse en la mirada esmeralda de su Rey. Alza la mano y le acuna la mejilla con cariño.

—Entonces he arruinado nuestros planes —Julie se oculta entre los brazos de su hermano mayor. Patrick cierra los puños por la impotencia y de sus ojos azules escapan gruesas lágrimas —Ya sabes que sigue amor... cuida de ellos, son todos unos irresponsables.

—Lo haré, mi pequeño copo de nieve.

Olaf comienza a derretirse poco a poco. —Lo siento amiguito, ya no puedo sostenerte en pie.

El pequeño hombrecito de nieve, su amigo de la infancia, el incansable aventurero del verano y compañero fiel de sus hijos, se acerca a ella con lentitud.

—Oh Elsa, vale la pena derretirse por amor.

Hans se acerca lentamente a sus labios y los sella en un corto beso.

—No tardes en venir por mi, amor. —Elsa se despide de todos y su cuerpo se sumerge en la calma y tranquilidad; el sollozo de Julie y su tía Anna se escucha por la puerta y el resto de la familia real sufre con ellos —. Siempre te amaré Elsa, gracias por todo amor, ahora ya puedes descansar.

—Yo... también.. te... amo... Ha...

La mano pierde fuerza y cae con un golpe seco sobre la cama, Elsa cierra sus orbes celestes para no abrirlos nunca más, Hans se aferra a su cuerpo y rompe su promesa de juventud, suelta sus lágrimas sobre el cuerpo de quién supo ver en él, todo lo bueno.

Decir adiós... nunca nadie dijo que fuese fácil.

¿Qué sigue después de la pérdida? Camina lentamente apoyado en su bastón por los pasillos del castillo de Arendelle. Tiene ochenta y seis años y los últimos tres años han sido difíciles de vivir sin Elsa a su lado. Hay un vacío en su alma que difícilmente puede llenarse, ni siquiera el amor de sus hijos y nietos puede.

—Abuelito Hans —una pequeña de casi cuatro años se acerca a él, tiene el cabello platinado recogido en una trenza y los ojos esmeraldas, iguales a los de él —¿Quién es ella?

—Ella es tu abuela, mi pequeña Elise.

—Es muy hermosa, ¿Algún día seré tan bella como ella?

—Ya lo creo, mi pequeño copo de nieve —toma la mano de su nieta, la tercera hija de Julie y la heredera al trono de Arendelle por poseer los asombrosos poderes de hielo — ¿Vamos por unas galletas de limón?

—Si vamos —y a paso lento se alejan del cuadro pintado a mano. En ese majestuoso retrato se vislumbra una joven Reina sin temor a sus poderes, sublime y poderosa; a su lado, un pequeño hombrecito de nieve. Olaf de Arendelle.

Ha llegado el momento de acostarse a dormir. Se quita los zapatos, se coloca el pijama y cierra los ojos.

Su cuerpo está cansado, él sabe que podría ser su última noche. Una pequeña brisa helada le hace abrir los ojos, es casi medianoche y sigue siendo un verdadero tonto, ha dejado la ventana abierta.

—Hans, amor —una voz le llama a sus espaldas.

—¿E…Elsa? —siente que a su cuerpo regresan las fuerzas, ella luce como una chiquilla de veinticuatro años, la misma que se entregó por primera vez a él —¿Qué haces… digo tú?

—He venido por ti —Hans camina hacia ella, voltea el rostro y se mira al espejo, su aspecto es el de un joven de veintiséis años, mira hacia atrás y con sorpresa observa un cuerpo anciano sobre la cama, su cuerpo anciano sonríe tranquilo.

—Tardaste mucho en venir —toma sus manos y sella sus labios con los de ella. Ambas almas desaparecen de ahí.

Al amanecer, todo el reino de Arendelle se viste de negro. Su Majestad, el Rey Hans Westerguard de Arendelle ha muerto, tranquilo como lo era su sueño.

En el firmamento estelar, dos nuevas estrellas nacen y cuidan de Elise.

FIN


¡Hola!

Espero este pequeño sea de su agrado.

Va dedicado a "A Frozen Fan" por su cumpleaños.

"Un review para un fic, es un fic feliz"

¡JDayC Fuera!