Ajuste De Cuentas.
Klein W. Stark les presenta humildemente esta nueva historia, espero que sea de su agrado, cualquier review es bien recibido.
Y como siempre antes de comenzar ATLA y LOK no me pertenecen, los tome prestado con la mera intención de hacer una historia Korrasami para ustedes.
Me dilate demasiado porque he tenido un par de cosas y bueno no quiero aburrirlos con detalles y por eso hasta ahora he podido publícar. Espero que me perdonen si tengo faltas y algo incoherente pero me hes difícil escribir sin mi computadora.
Vendran mas pero solo serán adaptaciones y espero que lo acepten y disfruten la lectura tanto como yo.
Capítulo 1
"A la gente no se la conoce bien hasta que no se ha tenido una verdadera pelea con ella. Solo entonces puede uno juzgar el carácter que tienen"Anna Frank.
Celebración del décimo aniversario de la promoción del instituto de Roheibeth.
A Korra le pareció un buen plan. Todo iba muy bien hasta que notó un hormigueo en el clítoris. En cuanto ocurrió tal cosa, mejor le hubiera sido olvidar viejos demonios y mandar al infierno la celebración del décimo aniversario de su instituto. Disfrutaba de buena posición, había montado su propio negocio al licenciarse en la universidad y se había reinventado mental y físicamente. ¿Qué le importaba que aquella gente se enterase de lo bien que le había salido todo? Se había pasado más de una hora entre ellos sin que nadie la saludase. Sí, los vio murmurar mientras intentaban identificarla. Y le pareció que uno de ellos, un tipo bajo y rechoncho, con pecas en la nuca y unas gafas que parecían de saldo, la reconocía.
A Korra no le molestaba que no la reconociesen y que no la saludasen. La mujer del corte de pelo que apenas le llegaba al hombro, con un vestido negro corto y zapatos de tacón a juego, era muy distinta a la chica de largos cabellos, flaca y en mala forma física de diez años antes. Korra no se había puesto un vestido o una falda hasta su segundo año en la universidad, y por eso le gustaban tanto. Se sentía como si se hubiese disfrazado. En realidad, no le hacía falta disfrazarse para asistir a una reunión del instituto. Si les hubiesen preguntado una semana después de graduarse, dudaba que ninguna de aquellas personas hubiese identificado a Korra Dennis en una rueda de reconocimiento.
Se había refugiado en un rincón, donde, con la espalda apoyada en la pared, se dedicaba a observar a personas, a las que apenas reconocía, que se dirigían con aire nervioso al gimnasio. El hormigueo en el clítoris comenzó cuando vio en la entrada a una deslumbrante piel pálida vestida con una camisa blanca y pantalones negros. A Korra la sorprendió su excitación. «Es increíble. Nada durante meses y de repente se despiertan todos mis sentidos al ver a Asami Sato, precisamente.» Korra ignoró su tendencia a esconderse tras el pelo que se había cortado años atrás y la miró sin disimulo.
La foto que le habían dado de Asami Sato no le hacía justicia. En la imagen no se veía su aire de confianza al inclinarse para dar su nombre a la mujer de la mesa de inscripciones. Una foto no podía acelerar el corazón de Korra como se aceleró al ver la sonrisa de Asami mientras se ponía su etiqueta identificativa. Asami dijo algo a la esposa del antiguo delegado de su clase mientras se colocaba la etiqueta en la camisa, sobre sus generosos pechos. «¡Oh, Dios, ayúdame! ¿Cómo había olvidado algo así?» Korra recordaba que los pechos de Asami eran más pequeños que los suyos. No era plana, ni mucho menos, pero estaba muy lejos de aquel par perfecto que Korra tenía ante sí. «¿Un par perfecto? ¿Qué diablos...? No olvides con quién tratas y por qué estás aquí.»
Asami sonreía y hablaba con la gente que se le acercaba, pero sin integrarse en ningún grupo. De vez en cuando alzaba la cabeza y recorría el lugar con la vista, como si estuviese buscando a alguien o creyese que la observaban. Korra apretó la mandíbula y se apartó de la pared, pero dejó de moverse cuando Asami la miró. La sonrisa que adornaba la cara de Asami desapareció. A Korra se le aceleró el pulso mientras miraba a los ojos de la única persona que esperaba que la recordase. Desde aquella distancia Korra notó que el rostro de Asami cambiaba de color. « ¿Se había ruborizado?» La Asami que ella recordaba nunca se ruborizaría. Korra se
dio cuenta de que estaba muy excitada, a pesar de que hacía mucho tiempo que no sentía algo tan intenso. Asami no hizo ademán de dirigirse a ella, pero, a juzgar por su reacción, era evidente que la había reconocido. El plan, si realmente tenía alguno, se había ido al garete. No sentía lo que había esperado sentir. ¿Dónde estaban la furia y la justa indignación?
—¿Korra Dennis? ¡Eres la última persona del mundo que esperaba ver en esta farsa! De mala gana, Korra desvió la vista de Asami para fijarse en un par de alegres ojos verde olivo. El brillante cabello de color castaño era nuevo, pero la expresión traviesa bastó para que Korra reconociese a Opal Beifong, su compañera de laboratorio en el instituto y miembro, como ella, del grupo menos popular. —¡Qué vestido tan bonito, Korra! ¿Tú también te has operado?
—¿Operado? —Korra se miró los pechos—. No, son míos.
—¿De verdad? —Opal se acercó a ella y miró el interior del escote—. Preciosos, pero no me refería a ellos, sino al LASIK. ¿A qué es lo mejor para no tener que seguir usando gafas bifocales?
—Sí, es fantástico. —Korra estiró el cuello para localizar a Asami, que se había escondido en alguna parte.
Korra se centró entonces en Opal y se relajó al darse cuenta de que su amiga había cambiado mucho en un sentido y muy poco en otro. El carácter teatral de Opal se había desarrollado. Llevaba el brillante pelo castaño recogido en lo alto de la cabeza y completaba el peinado con unos largos pendientes de margaritas multicolores. Milagrosamente, Opal había logrado encontrar un vestido que tenía casi todos los colores de los pendientes. Cuando estudiaba en el instituto, su pelo era negrísimo, a juego con su sombra de ojos y el lápiz de labios. Siempre había llamado la atención, pues era la única estudiante gótica de la clase.
Korra no entendía por qué la habían invitado. Su único afán había sido no desentonar, aprobar y pasar totalmente inadvertida. Lo había conseguido en gran parte, salvo con Asami Sato.
Korra se inclinó para dar a Opal «el abrazo de niña buena con el cuerpo
separado», pero Opal la rodeó con los brazos y la besó directamente en la boca.
Korra parpadeó y retrocedió.
—¿A qué ha venido eso?
Opal se encogió de hombros.
—Siempre me he preguntado cómo sería besar a una mujer, y tú eres una de las pocas lesbianas que conozco. Korra torció el gesto.
—¿Cómo sabes que soy lesbiana? Opal arqueó las expresivas cejas y Korra reparó en que también se las había teñido.
—¿Acaso no lo eres? Korra suspiró.
—Sí, claro, pero ¿cómo...?
Korra percibió un movimiento por el rabillo del ojo y se volvió. Asami estaba muy cerca, con una extraña expresión en el rostro. ¿Había visto cómo la besaba Opal? Y si lo había visto, ¿qué? Korra se sintió angustiada por una pregunta para la que no tenía respuesta. Recordó haber experimentado una sensación similar en el instituto, en las escasas ocasiones en las que había hablado con Asami. Con gran alivio vio que alguien se ponía delante de Asami e impedía el contacto.
—Vaya, antes odiabas el gimnasio y ahora parece como si vivieras en él.
—¿Qué? Ah, sí, hago un poco de ejercicio.
—Ya, un poco. Yo apenas aguanto Tres minutos de abdominales. Me gusta tu peinado. El corte te sienta de maravilla, pero podrías hacerte unas mechas. Toma mi tarjeta. Vives en Portland, ¿no? —Korra asintió—. No hace falta que pidas cita. ¿Cuándo vuelves a casa?
—Aún no lo he decidido. Pensaba quedarme el fin de semana.
—¿En Roheibeth? ¿Y para qué? Yo regreso a Portland mañana temprano.
Korra iba a dar la misma explicación que había dado en su empresa sobre la necesidad de tomarse unas vacaciones, pero su atención se centró de nuevo en Asami. La recordaba como una figura amenazante y nunca habría imaginado que se convertiría en una mujer tan hermosa. Korra reconoció la sonrisa. Jamás se la había dedicado a ella, pero la forma de mirar, de ladear la cabeza mientras escuchaba, incluso la blancura de sus dientes le resultaban familiares. Era como si los años se hubiesen esfumado y ambas estuviesen otra vez en el instituto.
—¡Caray, qué guapa es! —susurró Korra.
Opal siguió su mirada hasta la pareja que mantenía lo que parecía ser una conversación íntima en el centro de la estancia. —Sí que lo es.
Korra miró a Opal y, luego, a Asami.
—Parece como si ese tipo se le fuese a echar encima.
—¿No estará perdiendo el tiempo? Siempre creí que era homosexual.
Korra no miró a Opal cuando respondió:
—Está casada.
—¡No me digas! ¿Estás segura de que no es lesbiana?
«Ni la menor idea.» Korra se esforzó por no manifestar su irritación.
¿Cómo se había enterado Opal de algo así, y ella no? En el instituto siempre había pensado que Asami era heterosexual. Nunca se la había imaginado teniendo ningún tipo de relación, a menos que se contasen como tal las burlas, los empujones y las malas caras. Diez años antes había dos clases de alumnos en el instituto de Roheibeth: los maltratadores y los que llevaban el dinero de la comida en dos bolsillos, para que así les quedase algo con que comprar una bolsa de patatas fritas. Asami Sato era su maltratadora, su torturadora, la única persona que no había logrado arrinconar en lo más profundo de su memoria a pesar de los años transcurridos.
—Chica, bebía los vientos por ti —comentó Opal.
—¿Por mí? La expulsaron por mi culpa, ¿te acuerdas? Me odiaba, y el sentimiento era mutuo.
—Creo que ahora se te presenta la ocasión de hablar de ese sentimiento mutuo. Viene hacia aquí.
A Korra se le paralizó la lengua antes de responder. En efecto, Asami iba hacia ellas. Su mirada directa no dejaba lugar a dudas: tenía un objetivo, que era Korra.
—Me ha encantado verte. Espero que mantengamos el contacto. Hasta luego. Korra iba a decirle a Opal que no se marchase, pero su amiga ya se había perdido entre la multitud, ebria y tambaleante.
Korra miró hacia la derecha, sonrió, saludó a alguien que no conocía y procuró disimular su nerviosismo. ¿Por qué tenía tanto miedo? Había pasado mucho tiempo y las cosas habían cambiado. Ella había cambiado. Ya no era una adolescente flacucha y torpe, atormentada por una agresora mucho más fuerte e increíblemente alta.
—Hola, Korra. Seguro que no te acuerdas de mí, pero...
—Claro que me acuerdo —se apresuró a decir y le sorprendió la frialdad de su propia voz. Asami se puso pálida cuando Korra añadió—: ¿Crees que diez años bastan para olvidar todo lo que me hiciste? Asami torció el gesto.
—Vaya..., no me refería a eso.
—Oh, ¿creíste que me había olvidado de lo horrible que fue para mí el instituto por tu culpa?
—Tampoco me refería a eso. Esperaba que me dejases darte una explicación.
Alguien chocó con Korra, haciendo que le salpicase el ponche de la copa que tenía en la mano. Asami la sujetó por los brazos para que no cayese. La reprimenda murió en los labios de Korra, interrumpida por la mirada asesina que Asami lanzó a la persona que la había empujado. A Korra le pareció oír una dócil disculpa y Asami bajó la vista, más calmada. Se sorprendió al reparar en que aún seguía sujetándola por los brazos, pero tardó unos segundos en soltarla. —Lo siento.
Korra le habría preguntado «¿por qué?» si hubiese sido capaz de hablar. Se puso colorada de la cabeza a los pies. Aquello no tenía que ser así. Había pensado echarle en cara a Asami todas las cosas horribles que le había hecho. Quería demostrarle que no era la chica flacucha y blandengue de otro tiempo; y, sin embargo, se estaba comportando como una adolescente loca de amor. «No, no, nada de loca de amor. ¡Qué desafortunada combinación de palabras.»
—¿Podemos ir a algún lado y hablar unos minutos, por favor?
Korra estudió a la mujer de aspecto serio que tenía delante y se le ocurrieron unos cuantos comentarios mordaces, ninguno de los cuales afloró a su boca.
Lo que más la impresionó fue el «por favor». Korra jamás habría imaginado que oiría esa palabra en labios de Asami Sato, y mucho menos dirigida a ella. Asami se mordió el labio inferior, un gesto insignificante e inocente que Korra no habría notado si no estuviesen tan cerca la una de la otra para hacerse oír por encima de la estruendosa música.
—Te concedo dos minutos —dijo Korra con severidad—. Pero creo que pierdes el tiempo. Asami soltó un audible suspiro.
—¿Qué te parece allí? —preguntó.
Korra siguió la mirada de Asami hasta una puerta que daba al vestuario de chicas y se le erizó el vello de los brazos. Debía de estar bromeando. ¿Acaso había olvidado que el vestuario era el último sitio en el que se habían visto antes de que se desatase la catástrofe? ¿Era otro tipo de asqueroso acoso entre adultos? ¿Fingir que no sabes que estás provocando que los malos recuerdos se agolpen en la cabeza de la otra persona?
Muy bien. Si quería jugar, jugarían. Korra asintió con la cabeza y se dirigió rápidamente al vestuario. «No tienes ni jodida idea de con quien estás jugando.» Korra empujó las puertas de vaivén del vestuario, se volvió y esperó con los brazos cruzados y las piernas firmes. Asami entró y se detuvo bruscamente al verla a escasos metros de la entrada.
—Di lo que tengas que decir —apremió Korra, encantada de parecer más segura de lo que se sentía.
—En primer lugar, quería decirte que estás estupenda.
Korra se habría quedado boquiabierta si la sorpresa no la hubiese dejado sin expresión. ¿Qué demonios era aquello? ¿Un cumplido?
—¿Me has pedido que venga aquí para que te cuente mis trucos de belleza?
—No, yo... yo...
¿Otra vez el rubor? ¿Y el tartamudeo? Aquella mujer era buena, realmente buena.
—No creo que vinieses para algo así.
Korra había pensado no asistir a la reunión al menos media docena de veces. En el último momento alquiló un coche y condujo tres horas desde Portland. Se le ofrecía una oportunidad de oro de demostrar a Asami Sato cuánto se había equivocado. Era una mujer de éxito, no una «insignificante don nadie», como había oído que Asami le decía a una de sus amigas.
Se fue de su ciudad y llegó a ser alguien. Ya no era la rarita aterrorizada que se escondía detrás de su melena, al fondo de la clase. Quería restregarle todo aquello a Asami por las narices, y si de paso podía sacarle algún trapo sucio, mejor que mejor.
Pero la mujer que tenía delante no se parecía nada a la muchacha que había conocido. Oh sí, existía una similitud, pero los espesos cabellos negros no estaban recogidos en una austera cola de caballo o en rastas, y el uniforme escolar de Asami, consistente en vaqueros flojos y sudaderas, resultaría incongruente en un cuerpo tan bien formado. No obstante, seguía siendo Asami Sato, la chica que la había llevado a empujones hasta los vestuarios sin previo aviso y la había llamado flaca y fofa, endiñándole el dolorosamente acertado calificativo de flaca/fofa.
Korra sintió un escalofrío y se frotó los brazos para entrar en calor. Los ojos de Asami repararon en el gesto, se detuvieron brevemente en los pechos de Korra y se posaron en su rostro. No era la primera vez que Korra veía a una mujer heterosexual admirando sus pechos. Pero la expresión que captó fugazmente en la cara de Asami no tenía nada que ver con la valoración de los supuestos atributos de su oponente.
Deseo. Antes había albergado ciertas dudas sobre la sexualidad de Asami, pero se disiparon en aquel momento. Se le endurecieron los pezones, y tendría que quitarse las reducidas braguitas que llevaba si quería estar cómoda el resto de la velada. « ¿Es eso? ¿Me pongo como una moto porque una mala pécora del pasado me mira de reojo? Es increíble.»
—Estoy aquí, y tus dos minutos casi se han acabado —dijo Korra, a la defensiva.
—Siento mucho haberte tratado tan mal cuando éramos pequeñas.
La sorpresa la dejó sin habla. No esperaba una disculpa tan rápida y, al parecer, sincera.
—No éramos pequeñas. Yo tenía diecisiete años. Y tú... ¿diecinueve?
—No, éramos de la misma edad. Tal vez te llevo unos meses, pero...
En ese momento fue Korra la que dudó:
—Me habían dicho que...
—¿Iba retrasada? ¿Y te lo creíste? —Asami sonrió—. Era mentira. Antes de que mis padres se trasladasen aquí, vivíamos junto a la frontera de Tijuana. Allí era fácil conseguir documentos de identidad falsos, y la edad mínima para consumir alcohol en Tijuana eran los dieciocho años. —Asami se encogió de hombros—. De ese modo hice amigos rápidamente, comprándoles tabaco. Si me preguntaban las cajeras, les decía que iba retrasada. El rumor se extendió y la gente creyó que yo era una delincuente perversa que había perdido cursos mientras estaba en el reformatorio. Y yo seguí el rollo.
—Tú... ¿lo seguiste? Entonces tienes...
—Veintiocho años, igual que tú.
—Yo tengo veintisiete —la corrigió Korra, con mala cara.
Asami respondió en tono burlón, pero con aire amable y divertido.
—De acuerdo, tú ganas. Soy más vieja.
«¿Qué diablos era aquello? ¿Ahora nos dedicamos a jugar?» No, no se dedicaban a jugar, sino a flirtear. Asami Sato estaba flirteando con ella, y ella le correspondía. No podía ser. De ninguna manera.
—En efecto. Se te ha acabado el tiempo. Me alegro de verte y todo eso que se dice. Korra pasó rozando a Asami y estaba a punto de abrir la puerta cuando una mano la sujetó por el brazo. Korra lo retiró como si la hubiese tocado un hierro candente y giró en redondo con el puño cerrado, más a modo de advertencia que con verdadera intención de pegar.
—No te atrevas a tocarme. Ahora devuelvo los golpes —escupió las palabras con más violencia de la que merecía la mano que delicadamente la estaba reteniendo. Asami retrocedió. No le habría sorprendido que Korra le propinase un puñetazo para subrayar sus palabras.
—Jamás te haría daño —dijo Asami, y sus palabras sonaron de un modo tan posesivo que Korra se sintió desorientada y confusa—. Korra, no era mi intención provocar algo así. Sólo quería que me dieses la oportunidad de decirte cuánto lamento todo lo que te hice en aquella época.
—Muy bien, pues ya me lo has dicho. ¿Te sientes mejor?
Asami se mordió el interior del labio. Korra rozó con la lengua su propio labio en solidaridad y se enfadó al darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—No.
—Lo lamento. Estoy segura de que puedes pagar a personas para que te escuchen contar tu jodida niñez. Por mi parte no tengo el más mínimo interés. —El dolor se reflejó en el rostro de Asami, pero Korra se resistió a ceder.
—Me gustaría enmendar lo que hice, en la medida de lo posible.
—Han pasado años. ¿Ahora qué más da? —Korra observó a Asami. Sus ojos eran más sinceros, su rostro más serio, incluso su estatura parecía diferente de lo que recordaba. Pero había una familiaridad que contrastaba drásticamente con el nerviosismo que transmitía aquella mujer. No recordaba que la Asami adolescente tuviese miedo de nada. Ni que se conociesen tanto.
—No sé. Creo que debo hacerlo.
—¿Después de diez años? ¿Qué te ocurre? —preguntó Korra—. A ver si lo adivino. Has estado a punto de morir y ahora te encuentras en una fase de auto-superación, en la que tienes que disculparte con todas las personas a las que hiciste daño en el pasado.
Asami se mostró sorprendida y, luego, se echó a reír. Korra estuvo a punto de imitarla, pero la hizo enmudecer una idea traidora. «Nunca me cansaría de oír su risa.»
—No exactamente. Digamos que en mi vida hay alguien que hace que quiera ser mejor persona y que lamente un montón de decisiones que tomé en la juventud.
—Debe de ser una persona muy especial.
«Especial, rico y hombre», pensó Korra con amargura. Asami Sato era un fraude. Tan heterosexual como la propia Korra. Los Copeland tenían razón: Asami no debía haberse casado con su hijo.
Asami sonrió y se encogió de hombros, y el orgullo y la lealtad de aquella sonrisa hicieron que Korra se sintiese mezquina y rara. Cuando eran más jóvenes, estaba segura de que su venganza consistiría en ver a Asami sola en una casucha de mala muerte, mientras ella gozaba de popularidad y tenía una familia.
Korra se daba cuenta de que trabajaba demasiado y de que apenas tenía vida social. Diablos, aparte de la vida social, hacía seis meses que no mantenía relaciones sexuales y las últimas ni siquiera habían sido gran cosa. Tal vez ahí radicase todo. Estaba excitada y la deprimía que Asami pareciese más equilibrada que ella.
—Veo que aún me odias y no quiero que sigamos así.
—¿Y a ti qué te importa? Ya no vivo aquí.
Korra hubiese preferido que Asami le respondiese en un tono airado, pero su voz era serena y su mirada firme cuando respondió:
—Me importa lo suficiente como para procurar que las cosas mejoren entre nosotras. Me importa mucho más de lo que imaginas. Siempre me importó.
—Demuéstralo —replicó Korra, sorprendiendo a Asami y sorprendiéndose a sí misma.
—¿Cómo?
—No sé. ¿No dices que te importa? Demuéstrame cuánto. —¿Adónde diablos pretendía llegar con todo aquello? La expresión consternada del rostro de Asami se transformó poco a poco en otra cosa. El deseo que se había apresurado en disimular, regresó. Avanzó lentamente con los ojos clavados en los labios de Korra.
—¿Te parece bien si...?
Korra parpadeó. ¿Por qué le tenía que ocurrir aquello a ella? La orden que había dado a Asami de que no la tocase afloró de nuevo. Tenía que anularla si quería ver adonde las llevaba aquella inesperada atracción. Korra suspiró y asintió con la cabeza. Antes de cerrar los ojos, notó los labios de Asami sobre los suyos, apremiándolos para que se abriesen. La fuerza que siempre la había asustado la aplastaba en aquel momento contra el torso de Asami.
Korra desfalleció, y si no hubiese sido por los brazos y el pecho de Asami, que la sostenían, se hubiese caído al suelo. Korra quería rematar aquel beso y continuar besando a Asami. La decisión se le fue de las manos cuando oyó taconeos y las típicas risitas provocadas por el alcohol.
Asami también debió de oír las voces, porque apartó la boca. Parecía como si quisiese decir algo. Korra retrocedió, estremeciéndose al perder el contacto del cálido y excitado cuerpo de Asami.
—¿Confías en mí? —preguntó Asami en un tono implorante.
Korra asintió sin pensarlo, sin la menor duda. Los brazos de Asami la rodearon por la cintura, la levantaron y la llevaron hasta una de las duchas. Korra oyó que la puerta se abría en el momento en que Asami la dejaba en el suelo. Se quedó sin aliento cuando su espalda chocó contra los fríos azulejos, segundos antes de que la mano de Asami se posase en su cabeza. Dos mujeres se reían a carcajadas mientras comentaban lo mucho que había envejecido otra. Pero Korra dejó de oír las voces mientras se enfrentaba a la mayor tormenta de su vida. Aunque eso no era del todo cierto. Había visto aquel mismo tornado de confusiones en el rostro de Asami diez años antes. Y entonces, igual que en aquel momento, no había sabido cómo enfrentarse a él.
Hola chicos... les debía algo y aqui estoy. es solo una adaptación y perdonenme si me confundo en las palabras, acentos y ese tipo de cosas. La verdad trabajar así es difícil.
solo espero que me tengan mucha paciencia y en cuanto tenga el siguiente capítulo lo publicare.
por favor cuidense mucho y espero saber de ustedes muy pronto.
Que La Fuerza Los Acompañe...
