Summary:

Draco Malfoy decide ir a un retiro, ahí comienza a relatar su historia, una historia con mucha magia, magia de la vida, del destino y del amor…

Disclaimer:

- Los personajes no me pertenecen, son propiedad de JK Rowling, a mi juicio, una escritora admirable…

- Este fic es una adaptación del libro de Guillermo Blanco, "Gracia y el Forastero"

Por: -Atropo-

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"Hermione y el forastero"

Capítulo 1

"Madame Henriot"

¿Cómo empezaré? ¿Qué puedo decir, o explicar, si cuanto anote en estas páginas estará dirigido a mí mismo? Sin embargo, por eso estoy acá. Para explicarme y entenderme. Pero no sé como empezar. Cómo iniciar una lucha con la certeza de la derrota.

Según mi padre, quién me impulsó a venir, lo hermoso en la vida es la incertidumbre del futuro. Desconocer el mañana, explorar cada minuto llegando hasta él cual su fuera una nueva comarca. Es triste, agregaba, la batalla perdida de antemano. O ganada. Porque la duda lleva implícito el acicate de la aventura. Y si moverse a tientas puede producir angustia, siempre es más vital eso que dar cada paso en una huella prefijada.

Tal vez en el fondo, esta mañana, mientras mi padre me acompañaba a la estación, veía ya el inevitable fracaso de este intento. Peor: el fracaso era un hecho. No hacía falta el golpe, lo dramático, para subrayarlo. El fracaso era. Es.

Cuando nos despedimos, mi padre, turbado, no supo si abrazarme o estrecharme la mano, y optó por darme unas palmadas en la espalda, sentí con el mío, el nudo que le oprimía la garganta. Tartamudeaba al hablar, y mientras sus palabras me prevenían contra el frío de las noches y me aconsejaban poner la manta a los pies de la cama para abrigarme, su mente se hallaba ocupada en otro problema. El problema. Y en su incapacidad para prestarme ayuda.

Débil, inerte, anciano casi: ésa es la última imagen suya en mi retina. Una figura gris que se encogía, en tanto mi tren iba avanzando hacia el poniente. Dejándolo atrás.

Escribir mi vida. Suena un poco ridículo. Suena presuntuoso, también, a los dieciocho años. Y es, en cierto modo, como si quisiera matar, sepultar, a una parte de mí mismo, aplastándola contra el papel. ¿No es ése, sin embargo, el caso? ¿No he venido aquí con el único propósito de llenar esta libreta en la paz, la mansedumbre, el silencio quieto del caserón que nos aloja? No de luchar. No de esclarecer lo sucedido, sino de consignarlo.

Si, hay paz en torno. Diríase que hasta el viento penetra en puntillas por entre los árboles del parque. Paz. No escucho otro ruido que el rasguñar de la pluma sobre el papel. O mi respiración; o una hoja, afuera.

…Escribir, pensar, recorrer de nuevo esos días que giran en mi memoria igual que un remolino de angustia, felicidad, angustia, y luego angustia sola. Revivir, no pensar. Reandar los pasos. Remirar las imágenes.

Una voz fría que apenas llega a mí, y que está hecha de varias voces concretas: la de mi padre entre ellas, me susurra que revivir es descabellado. Vivir, o más bien sobrevivir, es lo lógico. Intentarlo, siquiera. Sin embargo, yo no deseo lógica. No deseo razón ni razones. Lo único que deseo es, precisamente, un absurdo.

- Escribe. Trata de poner en orden tus ideas.

Ese fue el consejo de mi padre cuando partí. Cuando partí, mi padre me rogó que pensara en Dios. Eran dos cosas que solía hacer. Rezar y dejar que mi pluma corriera, libre, sin atención de cuento ni de ensayo ni de poema: porque sí, para llegar a cualquier parte, o a ninguna. Ver, fascinado, cómo iban brotando. En parte de mi pluma y en parte de mi mente, frases, palabras, ideas. Un mundo, mío. O yo era de él, quizá.

Anoche, siguiendo la inercia de la niñez, traté de refugiarme en Dios, de creer en El, y pedirle que en el curso de este retirote ayudase a encontrar ka serenidad que he perdido. No pude. Me sentía mintiendo. Mintiéndome. De hablarle, le habría gritado con rabia: "¡Esta es la última oportunidad que te doy! Demuéstrame que en tu mundo no es todo un cruel disparate. O no: Demuéstrame que en tu mundo cabe el disparate, y no es sólo una masa inexorable e inerte de cordura".

Dios. No sé si en realidad hay en mí una honda ira hacia El, o incluso eso, la ira, es un postrer intento de creer; un juego de palabras para aferrarme a algún resto de naufragio. Porque si Dios no existe, ¿qué significa esperar? Y, por otro lado, su existe…

No. La ira es auténtica. No será tal vez, contra esa divinidad que ha muerto para mí. Será contra el mundo, contra la suerte… Una especie de disco de fuego se agita en mi interior, con la presión de algo que pugna por reventar.

Hoy, mi padre me aconsejó "Pensar en Dios". Me aconsejó tener calma. Ordenar mis ideas. ¡Qué lejos está mi padre!

Apenas llegamos a la Casa de Ejercicios, nos distribuyeron estas libretas, y en la primera reunión, el padre Lawrence nos aconsejó escribir en ellas nuestras vidas.

- Por cierto que sólo la usarán si lo desean. Hay entera libertad. A nadie le preguntaré qué hizo con la suya, y mucho menos pediré que me las muestren. Si alguien prefiere guardarla para otra cosa, o escribir para sí mismo, es dueño.

Yo había traído un cuaderno, pero la libreta, limpia, fragante, me trajo. Anotaría aquí. No un examen de conciencia, desde luego. Ni una revaloración del pasado, al estilo habitual en los retiros. Ya veo a Boot poniendo: "Nací en Concepción el tantos de tal mes…", y así sucesivamente todas sus tonterías, sus pecados inocuos, sus experiencias: "A los catorce años leí Manosn Lescaut". O: "He tenido malos pensamientos". O: "Una noche…"

Lo envidio.

No. Quizás me gustaría poder envidiarlo. Renunciar a ser lo que soy, y envidiarlo. A una parte de mí le gustaría: a la parte cobarde. Pero en verdad no espero eximirme. En verdad, lo único que temo es que el dolor pase, y en su lugar venga… ¿Qué? ¿La vida diaria? ¿La nada? ¿El paisaje sin relieve?

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Hermione. Nos conocimos en la estación, una tarde. Su padre y ella habían venido en tren, y buscaban un taxi para seguir a Castuela. No había ninguno. Papá, que acababa de retirar correspondencia, se detuvo de pronto frente a ambos.

- ¿No es Granger? – Dijo.

El general lo observó a su vez.

- ¡Malfoy! – Exclamó.

Se abrazaron, cambiaron esas frases habituales de los viejos amigos que ya no son amigos, pero se alegran de verse. Un alegrón que dura para el comienzo del diálogo: en seguida se imponen distancia, el frío que se ha ido forjando entre ellos, y los amigos se van encontrando distintos, van dándose cuenta de que son sólo dos desconocidos que se saben los nombres y han cometido el error de entablar conversación.

Hermione me miró, y me sentí sonrojar, torpe.

En ese instante, el padre de ella preguntaba al mío por sus ocupaciones.

- Yo – Replicó papá, como cada vez que le planteaban la cuestión – Trabajo en frutos del país.

Era una respuesta amplia, después de la cual siempre hablaba mucho, para que no le pidieran detalles. Para no tener que decir que era apenas ayudante del contador de una bodega, que ganaba un sueldo miserable, que en las tardes solía hacer clases particulares para redondear nuestro sustento. Hablaba, hablaba, tapando con palabras estos hechos, igual que si tapase agujeros. O los lamparones de su ropa, que brillaban implacablemente ahora, al sol.

Hermione me tendió la mano.

- Buenas tardes – Sonrió.

Yo le sonreí también, aunque debo de haber tenido un aire estúpido. Ruboroso, bobo, trémulo, sin saber qué hacer ni saber qué contestar, avergonzado por mí y por mi padre, y quizá si incluso, un poco, por mi pueblo, por San Milán, que no tenía muchos taxis ni edificios ni buenas hosterías ni grandes comercios.

- ¿Iremos a tener buen tiempo? – Inquirió Hermione.

- Sí – Contesté – Yo creo que sí.

Hubo un silencio. Mi padre hablaba, por hablar algo, de la última cosecha.

- No se ha sentido el invierno – Agregué.

Hermione dio unos pasos por el andén. La seguí.

- Nosotros venimos a pasar una temporada en Castuela – Explicó – Mi papá sufre de presión alta, y le recomendaron el clima.

- Es famoso.

- ¿Yo? – Tronaba en ese instante el general - ¡Hombre! ¿No me has visto en los diarios? Soy comandante de división, jefe de plaza. Yo liquidé, hace un par de meses, la huelga de Asfotar.

- Ah, Claro: Granger. No sé cómo no lo relacioné.

Comenzaron a andar.

Sentí una inexplicable vergüenza de que papá no pudiera ofrecer: "Los llevaré en mi auto". El no poseía automóvil, ni llegaría a poseerlo. Luego tuve vergüenza de mi propia vergüenza, y desee mortificarme, humillarme.

- Este es un villorrio sin nada de interés – Espeté a Hermione, con los dientes apretados, bruscamente, absurdamente -: Cuatro casas viejas, que se caen solas, unas viñas en los alrededores, el río. Una lata. Y la gente es pobre y opaca. Somos.

Ella mantenía la vista fija en el suelo.

- A mí me gustan las casas antiguas – Murmuró.

Y volvió a mí los ojos, y ahora comprendí: Madame Henriot.

Del muro de mi cuarto pendía un bello grabado en colores del cuadro de Rendir, y en Hermione había algo de la escencia de Madame Henriot. La hondura, la paz, la vitalidad, la ternura de la mirada; la finura de la boca, pálida, con un toque de estilización. Yo estaba enamorado de Madame Henriot, hasta donde es posible estarlo a través de los años y de la muerte.

Y ahora Hermione a mi lado, viva, real… Se diría un milagro.

Seguía mirando al suelo, de uevo. Y era Madame Henriot varios años antes del retrato (¿Cómo se llamaría Madame Henriot? ¿Françoise? ¿Claire? ¿Odette? ¿Suzanne?)

- Hasta hace poco, nosotros vivíamos en un departamento.

Sí, ella vivía hoy, en un mundo que, si no era bien el mío, estaba más cerca de serlo que el de la hermosa modelo Rendir. Pensarlo me produjo una especia de gozosa desorientación.

- Este es mi chiquillo – Dijo entonces mi padre, acordándose recién de nosotros.

- Y ésta, es mi chancleta – Anunció el general.

Rió con breves carcajadas, cual si quisiera excusarse por no tener un hijo varón.

- Hola, muchacho – Me saludó.

Le estreché la mano.

- Gracia – Indicó él, señalándole a mi padre -: Aquí tienes a Malfoy, el de la historia de las manzanas en el colegio. ¿Recuerdas que te la he contado?

- Si, papá.

Hubo un silencio algo tenso. Habíamos llegado a la salida de la estación, y yo sabía que mi padre pensaba en su obligación de invitarlos a tomar el té y en la vergüenza que le produciría llevarlos a nuestra casa.

- ¡Ahí viene un taxi! – Exclamé.

Lo había salvado.

Se estrecharon las manos, se palmotearon, viejos amigos de nuevo, y Hermione y su padre partieron en el auto, envueltos en una nube de polvo.

- ¡Ya nos veremos! – Gritó el general, asomándose por la ventanilla.

- Claro, claro – Contestó papá.

Yo habría jurado que el "ya nos veremos" le sonaba igual que una amenaza.

Sí, a veces mi padre se encogía, como esta mañana en la estación, y era yo el maduro. Una especie de hermano mayor.

Esa tarde caminamos un buen rato en silencio, sumidos en reflexiones que me imaginaba muy semejantes. Íbamos despacio: ninguno de los dos tenía ganas de llegar a la bodega de don Richard.

- ¿Hay mucho trabajo? – Le pregunté.

- Mucho – Respondió papá – Y muy aburrido.

Esperaba algo así.

- Cualquier trabajo ha de ser aburrido, después de cierto tiempo – Comenté, en un tono que traté de hacer ligero.

- Sí, sin duda. Sólo que el mío ya lo era al empezar.

Habría dado no sé qué por poder animarlo.

- ¿Y qué trabajo es ameno? – Insistí – Yo creo que ninguno. Y si a uno le gusta, debe de ser peor, porque siempre, a la larga, estará la rutina para hacerlo pesado y despojarlo de encanto. Hasta que al fin se llegue a odiarlo. Y eso es odiar alfo que a uno le gustó. Es un agrado deshecho. Una pérdida.

Sonrió.

- Te estás poniendo muy raciocinador…, que no es igual que ser razonable.

- ¿Ah, no?

- Evidente que no. El razonador es un deportista, y el razonable suele ser un esclavo.

Pensó un momento, burlón:

- Bonita frase – Dijo.

Pero lo dijo sin crueldad. Luego, entre broma y en serio:

- Tal vez sea un buen comienzo de independencia el que pienses así. Tal vez tú te libres de llevar una vida rigurosamente normal. Yo no lo conseguí.

- No seas tan duro contigo mismo, papá. Parece que quisieras… ¿No te enorgullece prolongarte en mí; darme educación, principios, ideales; haber podido entregarme tantos libros, y haberme enseñado a leerlos; haberme hecho tan exigente en lo espiritual, y haberte ganado mi admiración en eso precisamente? ¿Qué vendes tus horas? Sí, la cáscara. Pero por dentro sigues siendo un hombre libre y un hombre culto y un hombre que vale. Y eso, papá, no es "normal".

Me palmoteó con suavidad la espalda.

- No deja de reconfortarme que veas las cosas así – Murmuró.

- También es obra tuya. Y no es que las vea. Son así.

Habíamos llegado a la bodega.

Mi padre me apretó el brazo, pareció que iba a decir algo, mas luego se arrepintió y se fue, lento, por entre las oscuras hileras de sacos. Sentí crujir la puerta donde colgaba el cartel "OFICINA". Una luz amarilla asomó, envolviéndolo. Una luz anémica, malsana. Vi que papá me sonreía. Me hizo una seña y desapareció tras la portezuela, la lápida pringosa.

Pero sonreía.

ooooooooooooooooooooo

Debe de ser imposible precisar cuándo empieza el amor. Trazar una línea. Imposible. Al principio en una cosa vaga, un cosquilleo sin motivo, un deseo efervescente de ser bueno y hacer a todos felices en torno. También una extraña tristeza, a ratos; una tristeza también sin motivo. Un deseo alternado de llorar y reír, y de hablar en voz baja; de cantar, yo, con mi oído de tarro, o de echar a correr hasta caer agotado.

Acababan de iniciarse mis vacaciones de invierno en esos días, y sólo debía regresar a Santiago dentro de unas tres semanas. Mi padre estaba llegando tarde a casa. Don Richard y el trabajo lo retenían hasta la noche. Durante horas, me hallaba sin nada que hacer, fuera de leer, caminar, mirar. Era dueño de mi tiempo.

A la mañana siguiente de conocer a Hermione, resolví ir a Castuela, a pie. Un curioso pudor me impulsó a mentir a papá. Iría al Trapiche, le dije. Almorzaría allí. Cogí dos panes, un trozo de queso de cabra, una manzana.

- Vas a pasar hambre.

- No, no importa. Compro algo.

- ¿En el Trapiche?

Me ruboricé.

- A…, a la ida por el camino… Ya veré.

- Allá tú – sonrió.

Y se dio vuelta. Me detuve un instante queriendo explicarle que no, que iba a Castuela, mas me limité a articular:

- Hasta luego.

Y partimos, cada cual por su lado.

El aire, afuera, y el sol me animaron muy pronto. Recuerdo que, a pesar de la prisa que tenía por llegar a Castuela, me eché a andar a tranco lento por el trozo de camino que va junto al río. Las garzas, solemnes y blancas, volaban sobre la corriente, se posaban e los remansos, alzaban desde las piedras la frágil arquitectura de sus cuerpos.

Empecé a subir, y el camino iba retorciéndose, metiéndose en el pinar, penetrando en el silencio verdinegro y húmedo del bosque. Arriba, al fin, terminaban los árboles. El cielo quedaba encerrado en dos brazos vegetales que se abrían a medida de mi avance, para entregarme más y más cielo a cada paso, y luego, cuando llegué a la cumbre, todo el cielo, y a mis pies el espectáculo radiante del mar: la caleta, las casas del balneario, la hostería.

Allá debía de estar Hermione. Me pregunté cuál sería su ventana, si se hallaría dentro o habría salido a caminar. Se divisaba una figura solitaria, un punto, moviéndose apenas junto a las olas. ¿Sería ella?

Bajé, casi corriendo.

Aunque no puedo decir que ya la amara, todo en mi gritaba su nombre. No. No la amaba aún. ¡He encontrado tanto que amar, después, en ella! Tantos recodos que entonces no podía siquiera imaginar… ¿O sí? ¿O en la mirada blanda y profunda de Madame Henriot había yo entrevisto, adivinado, soñado, cada estrato de lo que el tiempo me iba a mostrar en Hermione, con una suerte de mágica arqueología? ¿De lo que Hermione iba a significar para mí?

Sin embargo, no la amaba. Amar es una integridad. Se está entero, él entero, ella entera, en el amor. Me entusiasmaba, claro, la idea de amarla. Me atraía con la doble atracción de una aventura y un misterio. Casi de un peligro. Además, amar habría sido una salida para el encierro a que me condenaba mi timidez. Una especie de puente entre mi mundo privado y el mundo.

Pasé aquella mañana solo, en las rocas. Me entretuve en mirar una poza de camarones, luego un banco de erizos, luego en saltar de piedra en piedra esquivando el golpe de la ola. Después emprendí el regreso hacia Castuela, por la playa de las lagas. Tenía sed. Serían las doce, o más, y ya había consumido mis provisiones.

Entré al almacén.

- Buenos días, don Jack – Saludé.

- Buenos días, Draco. ¿De veraneo?

- Si – Repliqué, sonriendo – Este invierno es un verdadero verano. He sentido calor en La Punta.

Pedí un refresco. Un agua mineral. Mientras me atendía, don Jack miró por encima de mi hombro.

- ¿Señorita?

Me volví: era Hermione.

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Hola, ¿qué les pareció?. Creo que se hizo largo, fue una presentación, más que nada, para darse cuenta que acá Draco es una persona más profunda, que su padre no es poderoso ni rico.

Sabemos que el padre de Hermione es aquí el acomodado… y verán más adelante que rol juega aquí él.

El padre de Draco, por otro lado es comprensivo, tienen una relación casi de amigos.

Más que adaptación ha sido casi sólo un cambio de nombres, pero creo que valen la pena (es que si agregaba elementos como magia, pues la historia no resultaría) esta historia es triste, pero muy linda, algo al estilo de "Romeo y Julieta", pero en el escenario de Castuera y Santiago, en Chile.

Mencionó Draco que estas son las tres semanas de vacaciones que le quedan, pues en estas tres semanas se dará a conocer la historia. Si bien este cap, como dije, creo que ha ido lento, lo demás sucede muy rápido, y por lo mismo, será un fic cortito, calculo que de unos seis capítulos como máximo.

Si no han leído mi otro fic: Némesis (100 mío excepto por los personajes de Jo Rowling), les dejo aquí el Summary, a ver si les interesa pasarse a verlo:

"Una profecía perdida, un amuleto con poderes ocultos, mujeres que hilan hebras de vida, mortífagos, Draco, Hermione y muchos misterios que descubrir."

…Y si ya están leyendo Némesis, ¡muchas gracias por pasar por aquí también!

Ojalá se tomen la molestia de dejar un review, para saber qué les pareció, si les dan ganas de saber lo que sigue, etc…

Intentaré actualizar lo más pronto posible.

De nuevo, gracias… y vayan al "Go" n.n

-Atropo-

Miembro de la Orden Draconiana