Regina sabía que no podía perder de nuevo el amor. Pese a que una parte de ella sabía que Marian no tenía la culpa, que quizá fueron las malas acciones que había cometido las que estaban en su contra, su primera idea fue destruirla. Mas después pensó que eso sería una estupidez, ¿cómo iba a amar un hombre a la mujer que mató a su primer amor? Tenía que cambiar su táctica, algo que consiguiese que Robin lo dejase todo por ella, algo que la convirtiese en la mayor ambición de ese hombre. Aunque sonase mal, ella tenía que convertirse en el objeto de todos los deseos del ladrón.
A la mañana siguiente salió temprano, tenía que resolver cosas para poner en práctica su plan. Con su elegante e irresistible atuendo, propio de una mujer de su nivel, entró en la pequeña habitación del que fue su más leal consejero.
-Buenos días, querido.
-¿Mi reina?-preguntó él, descuidado, temeroso, sin levantar la mirada.
-Oh, ¡pero mírate, Sidney! – exclamó acercándose a él.- Tienes que levantarte, tengo un trabajito que solo tú puedes hacer.
En la mirada del genio pudo verse, tras mucho tiempo, una tenue luz de esperanza. Rápidamente, se levantó y le besó la mano.
-Por usted haría cualquier cosa.
Ambos salieron en dirección al ayuntamiento. Sidney se había puesto el traje nuevo que le llevaba Regina como regalo y lucía una espléndida sonrisa.
-¿Cuándo va a contarme su plan?
-Tiempo al tiempo, querido, tiempo al tiempo.
Condujo en silencio por las calles de Storybrook, dando un rodeo para pasar por Granny's y así comprobar qué se cocía por allí. Le pidió a su acompañante que le esperase allí, no quería que nadie le viese antes de que comenzara a llevar acabo su maquiavélica idea. Por suerte, o por desgracia, encontró a la familia feliz allí. Y no, no estaba hablando de los Charmings, con sus dos hijos y su nieto, sino de Marian, Robin y Roland. Pidió dos cafés y dos magdalenas y salió, cabizbaja, sin hablar con nadie, encerrada en su mundo. Pero al salir la expresión de su cara cambió por completo.
-¿Por qué traes esa sonrisa, mi reina?-preguntó él al entrar en el coche.
-Porque todo está sucediendo como yo pensaba.
Robin vio a la alcaldesa. Suspiró y cerró los ojos. Él tenía serias dudas. Marian era su esposa, la madre de su hijo, pero Regina le había hecho ver que otros tipos de amores eran posibles. No solo el amor de cuento de hadas, si no también ese amor en el que querías pasar todo el día con ella hablando pero a la vez pensabas en arrancarle la ropa cada segundo. Regina era, para él, la mujer más hermosa y elegante que jamás había visto, igual que la mujer a la que más había deseado nunca. Además, él sabía que sus sentimientos eran mutuos. Pero ella casi asesina a su esposa. Y eso no sabía si podría perdonárselo.
-¿Estás pensando en ella, verdad? Yo también la he visto. Con esos aires de superioridad que se trae. Andando por la calle, tan tranquila, con la cantidad de vidas que ha quitado, la cantidad de familias que ha roto.-Marian empezó a decir cosas horribles de la reina. Si la odiaba por intentar matarla, eso no era nada comparado con lo que la odiaba por intentar apropiarse de su familia.-¿No piensas igual que yo?
-¿Qué?-preguntó él, intentando volver de un mundo en el que solo estaban el ladrón y la reina, sin pasados. Viendo la cara que su esposa había puesto, intentó disimular.-Claro, cariño, tienes razón. Oye, quedaos vosotros dos desayunando que yo tengo cosas que hacer.
Regina se sentó en uno de los sillones de su despacho y Sidney se sentó en el otro.
-¿Puedes contármelo ya?
-Sidney, ¿sabes lo que está ocurriendo en Storybrook?
-Bueno, sé que Peter Pan murió. Y… ¿también Neal? Después hubo una maldición, pero yo estuve encerrado, por eso no lo tengo muy claro. Después vino una bruja, verde, según creo. Pero… ¿sabes? Me contaron algo gracioso, me dijeron que tú la derrotaste. Con magia blanca.
Regina sonrió, e intentó mentir.
-Leí que la magia blanca conseguiría vencerla, así que convoqué un hechizo que simularía en mí dicha magia. ¿No creerías que nos hemos cambiado de bando, verdad?
-¿Hemos?-preguntó él.
-Oh, Sidney, entre tú y yo siempre ha habido un nosotros, eso lo sabes.-dijo, acercándose a él, agarrando su mano.
-Estuve casi dos años encerrado en una celda, ¿cómo puedo confiar en ti? Mi reina, sabes que estoy a tus pies, pero no sé si podré aguantar otro encierro.
Ella se acercó mucho a él. Mirándole a los ojos, mientras se mordía el labio. El genio estaba tan enamorado de Regina que ella solo tenía que chascar los dedos para que él hiciera lo que ella quería. Con la otra mano acarició su pierna y sus labios solo estaban a centímetros de los suyos cuando alguien carraspeó.
-Mi Lady, creo que necesitamos hablar.-ella se levantó y sonrió. El hombre miró a Sidney con cara de odio.-A solas.
-Oh claro, Sidney, si eres tan amable…
Robin se había quedado petrificado al ver a su Regina acercarse de aquella manera a otro hombre. Ella era suya, ¿qué hacía con ese hombre? Y, de todas formas, ¿quién era ese hombre? ¿Y si igual que había pasado con Marian, ella había salvado a su primer amor? Había demasiados interrogantes. Él fue a hablar con ella con la intención de pedirle perdón y a decirle que necesitaba tiempo, porque no estaba seguro de si de verdad quería volver con su esposa. Y si algo iba a llevarse de allí era una puñalada. La puñalada de un puñal llamado celos.
