Los personajes no me pertenecen, solo escribo esta historia con fines de entretenimiento. Espero que les guste y la disfruten, Lean, Disfruten y Comenten.
INHUMANO
1
Estoy muerta.
Sé que estoy muerta porque recuerdo cuando morí. ¿Dónde estoy ahora? Eso no lo sé.
Veo mis manos, blancas, casi transparentes pero la oscuridad que me rodea me imposibilita ver por debajo de mi cintura. Estoy desnuda. Pero no hace frío.
¿Así es el infierno? Sí lo es, no es aterrador. ¿Qué hago ahora?
Se aclara un poco la oscuridad y lo veo. Frente a mi esta Cato… ¡Es Cato!
—¡CATO!— Le grito, mi voz, es fuerte y potente pero él no reacciona y sigue caminando. Me quedó callada. El eco de mi voz sigue sonando por un rato más. Donde sea que me encuentre es un lugar vacío.
Quiero que Cato se dé la vuelta para así poder mirar su rostro. Extiendo mi brazo para tocarlo el hombro pero no me es posible, ya no soy un ser físico, solo lo sigo de cerca sin poder hacer nada.
¿Acaso este es mi castigo? ¿Estoy condenado a seguirlo hasta el final sin poder tocar a la persona que amo?
Cato se tropieza con una rama y cae, está débil. Seguramente no ha bebido ni un poco de agua en horas. Corro hacia él y aunque me acerco no puedo tocarlo, detrás de mí sigue habiendo oscuridad y solo eso.
Cato se levanta y maldice su propia estupidez. Entonces se gira y mira hacia donde estoy, claro que él no me ve.
Su mirada es aterrador, esa mirada que hace años no veía. Cato dejo de ser humano, lo sé… porque su mirada es igual a aquella que vi hace años.
Cato ha vuelto a ser una bestia.
Conocí a Cato hace varios años, mucho antes de entrar a la academia de entrenamiento. Yo tenía apenas 8 y él tenía 11. El colegio al que ambos asistíamos nos educada con dureza y desde pequeños nos separaban siempre niñas y niños, ahora entiendo el porqué, si algún día resultaba que irías a los Juegos tal vez irías con algún hombre conocido lo que significa que tal vez tendrías que matarle, por eso era mejor que hombres y mujeres, desde pequeños, evitaran relacionarse demasiado entre ellos.
Pero siempre existe a quien le divierte romper las reglas, Cato era así. En realidad no estaba interesado en conocerme o saber quién era, pero era un rebelde nato y lo que quería era entrar al área de chicas y echarle un vistazo tal cual era.
Aquel día en específico, yo, que nunca tuve amigas porque no me interesaba, miraba con detenimiento el enorme muro que dividía a los hombres de las mujeres en el patio escolar, imposible de escalar e imposible de burlar pasando por debajo de él. Sólo lo miraba, preguntándome que podría haber detrás que no me permitían pasar. ¿Qué les enseñaban a los chicos que nosotras no podíamos ver? Claro que ahora entiendo la razón. Antes de los 18, una vez a salvo de los juegos. Nadie debe conocer el amor.
Levante la vista un segundo y ahí estaba él. Con una pierna colgando del lado de mi muro y mirándome fijante, probablemente esperando ver mi reacción. Pero no hice nada, lo seguí mirando tan fijamente como el me miraba a mí y entonces ambos escuchamos la campana que nos indicaba que el descanso estaba por comenzar.
Yo salte hacia un poco, espantada de que alguien viera al chico subido en la barda pero él se mantuvo firme en esa posición, aunque había apartado la mirada de mí y miraba fijamente la puerta de la escuela, esperando a que alguien saliera de ella, y cuando salió una maestra Cato me echo una última mirada y salto la barda hacía el lado de los hombres.
Aquella fue la primera vez que lo vi, con esos ojos fríos y tan poco amigables.
Durante varias semanas volví a la barda esperando encontrarlo de nuevo pero no sucedió, todas esas semanas tuve el impulso de saltar la barda por mí misma y buscarlo, pero jamás lo hice.
Algunas veces intente buscar a ese niño, en ese entonces desconocido, cuando salíamos de la escuela. Pero jamás lo encontré. Lo busque también en la plaza y en el mercado, pero tampoco tuve resultados ahí. Comencé a pensar que había alucinado todo y que el niño no existía.
Acobijada por esa idea seguí mi vida como si jamás lo hubiera visto. Intente evitar la barda durante algunos días y aunque en teoría lo lograba de vez en cuando me reprendía a mí misma por desviar la mirada hacía el lugar prohibido.
Aquellos días se volvieron semanas y luego meses y cuando eran pocas veces en las que recordaba al niño el destino me hizo verlo de nuevo.
Caminaba yo por la calle que llevaba a mi casa, mi hermana miraba desde la ventana de su habitación y la salude cálidamente desde la calle pero en lugar de saludarme ella sonrió dulcemente y grito desde la ventana.
—¡Clove, ve a comprar un poco de pan!
Asentí con la cabeza y cache fácilmente el pequeño paquetito que me arrojo desde la ventana, di la vuelta y me encamine por la calle hacía la panadería. Ahí estaba él, mirándome fijamente con la bolsa de pan entre los brazos.
—Se ha acabado— me dijo y su fría voz me dio escalofríos.
Volteé hacia la panadería. Era cierto, el panadero cerraba las persianas de su local y eso indicaba que no había más producto por el día.
Lo mire fijamente, porque él no me quitaba la mirada de encima, tome valor y hable por primera vez.
—¿Eras tú?— le pregunte-
Mi voz sonó mucho más infantil de lo que hubiera deseado y él lo noto, esbozó una sonrisa triunfadora y me miro más fríamente.
—No sé de qué me hablas— me contestó y sonrió un poco más.
Entonces yo sonreí. Él era el niño de la barda, no había duda alguna.
Volví a casa sin pan aquella noche y mis padres montaron en cólera contra mi hermana por no haber ido ella. Yo estaba agradecida.
No vi al niño durante varios días pero me sentía un poco más feliz al saber que el niño no era producto de mi imaginación.
Aun con mis cortos 8 años de edad y mi ignorancia por muchas cosas, el niño era alguien interesante para mí y quería verlo de nuevo.
Pasaron varios días antes de que pudiera lograr mi objetivo, aunque visitaba la barda y me ofrecía a ir a la panadería el niño no aparecía por ningún lado y de nuevo me rendí.
Entonces un día que no planeaba buscarlo caminaba por la plaza rumbo a mi casa mirando distraídamente el cielo y tarareando una canción improvisada, cuando choque contra alguien. Turbada por el golpe me tarde en mirar la cara de la otra persona. Era él
—Fíjate por donde vas— me dijo fríamente y solté un soplido que debió parecerle gracioso porque rio entre dientes.
Me miro unos instantes y luego sonrió. Lo mire fijamente y entonces él hizo algo que yo no esperaba, tomo un mechos de mi cabello y lo atoró por detrás de mis orejas.
—¿Cómo te llamas?— me preguntó.
—Me llamo Clove— le conteste intentando que mi voz sonara confiada. —¿Y tú?— agregué pasados unos segundos.
—Cato.
Luego me sonrió.
Bueno espero les haya gustado. Nos leemos pronto, me parece que es un poco corto pero espero que les agrade, pronto estará la continuación.
