Disclaimer: La trilogía Los Juegos del Hambre no me pertenecen, todo es de Susanne Collins (por desgracia). Lo único que es mío es la variación de ideas y situaciones.

Este fic participa en el Reto "Pecados Capitales y Sentimientos" del foro Días Oscuros.

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Por primera vez en su vida se siente incómodo ante su desnudez.

Mira esos ojos, de un inexplicable color violeta, sin poder entender la intensidad que vibra en esa extraña mirada. Sus dedos temblorosos recorren aquel cuerpo en busca de un sentimiento, y siente el trazo de aquellas manos en su propio cuerpo, devorándolo, quemando su piel con cada toque, mancillando cada parte intima de su ser. Da y recibe besos, incapaz de sentir un poco de afecto por ambas partes. Observa ese cuerpo desnudo, alterado quirúrgicamente y de un inusual rosa pálido, que arde en deseos por ser tomado, y él, también desnudo, revela toda su presencia pero sin estar presente porque su mente se encuentra pensando en aquella mujer que provocó su situación.

Ella que–sin querer o con querer- desafió al Capitolio. Ella que por un tiempo fingió quererlo para salvar su vida y mantener a raya la furia del gobierno, sin lograrlo. Ella que no soportó más y se fue, abandonándolo a su suerte. Ella, que huyó con sus seres queridos, mientras él se quedaba a proteger a los suyos de la manera más degradante y humillante. Se dice que encontrará la forma de aprender a vivir con ello, que bien vale la pena aquella tortura con tal de mantener a su familia a salvo, incluido Haymitch, y la promesa hecha por Snow de no mover un dedo por localizar a Katniss, pero después se pregunta si eso será posible. Si alguien puede realmente aceptar ser brutalizado, ultrajado de esa manera y no morir en el camino. Finnick Odair ha logrado sobrevivir durante diez años, tú también lo lograrás, Chico, recuerda las palabras llenas de amargura de su Mentor.

Es consciente de cómo su cuerpo se une al otro en un vaivén de caderas; en una ola de sudor; en un torbellino de gemidos por parte de su capitolesca compradora, mientras él solloza, aguantando con todas sus fuerzas las lágrimas y el enorme nudo que anida en su garganta. Con cada embestida se siente vacío. Vacío y decepcionado. Decepcionado y culpable. Culpable y vejado porque incluso la experiencia de su primera vez le fue arrebatada de esa manera tan aberrante.

Terminado el acto y una vez su compradora se ha ido, no sin antes dejar un fajo de billetes reposando en el buró, se abraza a sus piernas, aferrándose a ellas en un intento por ocultar la enorme vergüenza y humillación a la que fue sometido.

A pesar de haber pensado un millón de veces que él no iba a permitir ser una pieza más, se siente usado.

Y entiende qué era aquello que destilaba esa mirada violeta: pura y absoluta lujuria.

Y se da cuenta que el sexo sin amor no es lo suyo.

Y sabe que no logrará sobrevivir.

Y deja el llanto salir, porque es un chico roto peleando con la única arma que el Presidente Snow le ofreció para sobrevivir: ofertando su cuerpo al mejor postor.