Disclaimer: Los personajes de Katekyo Hitman Reborn! no me pertenecen.
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Odio
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La mira fijamente; la observa y analiza durante horas porque no confía en ella; porque sabe que de seguro Sawada Tsunayoshi la envió allí para controlarlo, vigilar a todo su equipo. ¿Que necesitaba que permaneciera con ellos porque temía por su seguridad en la Mansión Vongola? Pura basura. Nadie, jamás, ha estado a salvo en el castillo de Varia, la organización formada por los mejores y más letales asesinos del bajo mundo de la mafia.
Por esas razones, Xanxus no confiaba en aquella mujer (aunque, siendo justos, él no confiaba en nadie). Todo en ella le desagradaba, comenzando por esa ridícula sonrisa afable y risueña que brindaba a todo el mundo a pesar de las circunstancias; el brillo de emoción en sus enormes ojos dorados mientras miraba cada cosa de la mansión como si fueran objetos sumamente fascinantes; el entusiasmo con el que ayudaba a los demás cada vez que tenía la oportunidad; y su inocencia… ¡Oh, mierda! ¡Como odiaba aquella ingenuidad plasmada en ese rostro de facciones aún pueriles! Era como alguien sumamente estúpido, que no sabía que estaba metiéndose en la boca del lobo, y tampoco parecía importarle.
La odiaba. Odiaba sus 'buenas intenciones' al ayudar a Lussuria con los heridos; odiaba la musical risilla que soltaba ante las estúpidas bromas sin gracia de Belphegor; odiaba que acomodara las armas de Levi o se sentara a escuchar los estúpidos desvaríos de Squalo con aquella maldita sonrisa sin atisbo de burla o cinismo, como si de verdad aquel remedo de espadachín pudiera decir algo interesante. Xanxus odiaba todo sobre Kyōko Sasagawa, pero, sin duda, lo que más odiaba era tenerla cerca; tan malditamente cerca como para poder sentir ese aroma dulzón en sus fosas nasales y ver que ella no le temía a tenerlo a solo un palmo de distancia. ¡A él! ¡Al maldito líder de Varia! ¡El mejor asesino de los Vongola! ¡¿Cómo era eso posible?! ¿Qué clase de ser infradotado, escoria de la raza humana, era tan estúpida como para no tenerle miedo? ¿Cómo demonios era posible que existiera alguien tan despistada que ni siquiera se daba cuenta de que estando cerca de él su miserable e inútil vida corría peligro?
Xanxus ya había perdido la cuenta de las veces en que había apuntado a la cabeza de aquella mujer con sus armas y ella sólo se tensaba por un momento, sonriéndole después, como dando por hecho que no jalaría del gatillo por más furioso y amenazante que luciera. Como si la maldita supiera que entre ellos estaba a salvo, y que Xanxus no dispararía, no porque era la protegida del Décimo Vongola, sino porque simplemente no era su intención asesinarla… Y él la odiaba mucho más por eso.
Como si eso no fuera el colmo, sus hombres, asesinos despiadados que fueron cuidadosamente seleccionados por su eficacia, sadismo, y, porqué no, exagerado grado de desequilibrio emocional, parecían no notar lo molesta que la inútil amiga de Sawada era, y hasta se atrevían a meterla en cada conversación que tenían.
— ¡Kyōko-chan es tan dulce!— gritaba el pajarraco multicolor de Lussuria, siempre ganándose un golpe con lo que fuera que Xanxus tuviera a la mano, o, en su defecto, un disparo.
—Es una plebeya bastante encantadora... Pero sigue siendo una plebeya, shishishi— se mofaba Belphegor a cada oportunidad, siempre sabiendo de antemano la irritación que el nombramiento de la inútil amiga de Sawada provocaba en su jefe.
—¡Es una burla tener que proteger a la zorra de Sawada! El estúpido jefe se ha vuelto muy blando...— la voz de Superbi Squalo siempre generaba disparos antes de que alguien fuera lanzado por la ventana más cercana; usualmente, el mismo Squalo.
—Esa mujer es una molestia para nuestro excelentísimo jefe; sugiero que hay que eliminarla— insistía el siempre adulador Levi, hartando a Xanxus con su estúpido complejo de perro faldero.
—A mí me agrada— decía Mammon, sereno— Sabe cocinar muy bien y es fácil de engañar con mis ilusiones... Deberíamos conservarla.
Finalmente, el líder se hartaba de aquellas charlas que siempre involucraban a la odiosa mujer; lanzaba un par de disparos, arrojaba algunas cosas y daba por zanjado el tema antes de que la idiota y extremadamente comedida chiquilla saliera de la cocina con algún estúpido pastel, siempre apareciéndose en el momento menos oportuno.
El enorme e imponente castillo de la organización Varia era lo suficientemente espacioso como para que sus habitantes no tuvieran que cruzarse por horas, o incluso días; no obstante, cada que Xanxus decidía dejar la paz de su trono y recorrer los pasillos que lo separaban de la bodega, se encontraba con aquella molesta mirada en cada rincón, ¿o acaso sólo lo imaginaba?
Sea como fuere, la presencia de aquella basura ya era algo constante en el castillo, al igual que la duela rota del segundo escalón del sótano, o la mancha -vaya a saber de qué- del vidrio de la ventana de su estudio. Eso lo fastidiaba a niveles insospechados, pero no tanto como las estúpidas 'fiestas de té' que la escoria de Lussuria y la chiquilla organizaban en su precioso jardín, con la participación de todo Varia; en aquel vasto jardín que tantas vidas había visto cegarse, y que ahora servía como un maldito centro de estúpidas fiestas de té. ¡De té, maldita sea!
Estaba verdaderamente harto de esa mocosa. Harto de verla en la sala, en el patio, en la biblioteca, en todos los malditos rincones de su maldita casa. Incluso, la muy estúpida se había metido en sus sueños. Oh, sí. Ya ni siquiera podía cerrar los ojos sin que ella lo acosara, y, para colmo, cuando desistía de intentar dormir y salía de su habitación en busca de más vino, tenía que verla deambulando por los corredores, insomne al igual que él, y siempre con una endemoniada sonrisa para brindarle, la muy estúpida. Xanxus sólo pasaba de ella, pero siempre se detenía al final del corredor para verla alejarse. Pues, claro, debía asegurarse de que la pequeña escoria no tocara nada indebido. Sólo después podía regresar a su habitación y dormir hasta la mañana siguiente.
Todo en ella le molestaba, pero, sin duda, lo que más lo enfurecía era esa mirada.
Cualquiera con sentido común temblaría con la sola mención de su nombre; evitaría cruzarse con él con cualquier artimaña o, de ser eso imposible, intentaría ni siquiera respirar en su presencia; se amedrentaría ante su mirada letal como el fuego o se haría en los pantalones al verlo enfadado. Pero no esa mujer. Ella no sólo le sostenía la mirada unos segundos, sino que osaba pasarlo por alto como si su presencia no fuera más importante que la de las escorias de Levi o Squalo. ¡Mujer estúpida! ¡¿Cómo osaba distraer su atención para luego ignorarlo?! ¡Estaba harto de ella; hastiado de encontrársela en cada habitación a la que iba, y comenzaba a notar que eso sucedía con cada vez más frecuencia.
¿Acaso la maldita sabía siempre adónde se dirigiría? Quizás sí, como en ese preciso momento.
Sentado en su trono, con una copa de vino en una de sus manos y una botella en la otra, la miraba leer uno de aquellos polvorientos libros de su colección personal como si él no estuviera allí, perfectamente tranquila, como si fuera incapaz de percibir el peligro que inundaba el ambiente. ¡Que osadía! Xanxus carraspeaba con molestia a modo de advertencia de tanto en tanto, pero la chiquilla sólo alzaba la vista un segundo y sonreía. ¡Sonreía, a él, al maldito Xanxus di Vongola! ¡¿Es que esa chiquilla además de estúpida era suicida o qué?! Entonces, completamente asqueado, el hijo adoptivo del Noveno volteaba el rostro y salía por más vino, encontrándola en la misma posición cada vez que regresaba; porque siempre regresaba.
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Esta historia no termina!
Gracias por leer.
H.S.
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