Pues hola, otra vez xD Si algunas de vosotras me seguís, más o menos, o leísteis mi Pequeña Emma, quizás recordéis que puse una especie de votación para ver con qué fic seguiría. Y, en tal caso, podréis ver que no le hice ni caso. Lo siento *emoticono del mono que se tapa la cara* Pero las musas quieren lo que quieren y esta historia llego a mi mente sin dejar hueco para ninguna otra.

Ay, estas musas siempre tan caprichosas...

De todas formas, creo que es una historia que puede ser muy bonita, eso espero al menos. Las sinopsis se me dan muy mal, pero creo que lo básico que tenéis que saber es que es una historia sobre dos almas perdidas que se encontraron en un muno de locos.

Ah, bueno, es AU, claramente, y los personajes no me pertenecen, lo estoy negociando con alguno quizás xD pero no, nadie me pertenece.

No necesito poner dedicatoria porque ya sabes a quiéne está dedicado ;)

Espero que os guste :)

DE ROCA Y CRISTAL

PRÓLOGO

Los paisajes se sucedían uno tras otro, demasiado deprisa como para que los ojos pudieran definir lo que veían. Imágenes difusas, una mente dispersa, pensamientos que se sucedían con la misma velocidad con la que pasaban los árboles, y el traqueteo del tren al fondo del todo, tanto que casi podría pasar desapercibido entre el atronador silencio en el que me sumían mis demonios. Casi. Pero no. Porque aquel sonido era el que me recordaba qué era lo que hacía sentada en aquel lugar.

Tantos recuerdos, tantos momentos que volvían de golpe, sin haber sido invitados. "Salta al tren, salta conmigo" Resultaba irónico ahora. "Somos como roca y cristal", "eres preciosa", "has alejado mis fantasmas", "me has dado esperanza"…su voz, mi voz. Su piel y la mía.

"Princesa…"

Pero ahora yo estaba aquí, en el tren. Esperando. Haciendo lo que nunca me creí capaz hacer: rezar. Rezar para que viniera a por mí.

¿Cómo iba a sobrevivir sin ella ahora? Todos aquellos años pasados en los que estuve sola parecían una invención de mi mente. No sería posible regresar a un mundo en el que no estuviera. ¿Debía aceptar que era el final? No vendría a buscarme. No la volvería a ver. No podría aparecer por aquella puerta de la que no lograba despegarme, como salida de la nada, gritando mi nombre, devolviéndome a un mundo sin fantasmas.

El frío del cristal envió un escalofrío por todo mi cuerpo, al tiempo que me acurrucaba contra la ventana, rodeando mis rodillas para no sentir el gélido abrazo de la soledad. Si aquello era lo correcto, ¿por qué dolía tanto? Mi pecho se colapsaba, incapaz de volver a respirar cuando pensaba que la había perdido.

Si al menos nuestra historia se redujera tan solo a este momento. Si pudiera abstraerme y olvidar. Si aunque mi cuerpo permaneciese, mi mente lograra huir de este tren. Si la vida hubiera sido distinta o nosotras distintas. Si tuviéramos una segunda oportunidad o ella apareciera por aquella puerta…

CAPÍTULO 1

Pasos. Susurros. Ecos. Gritos. Demasiadas voces para una sola mente, demasiados gritos para una sola persona. Que no me dejaban, que no paraban. Demasiadas pesadillas, demasiados fantasmas que se empeñan en aparecer, demasiada oscuridad… incluso en la luz. Por ser cierto que no hay descanso, ni en el último ocaso terminará esta, mi canción desesperada.

SQ-

Ella era la chica nueva, misteriosa, oscura. La que se sentaba en la última fila y se alejaba del resto de la clase.

Yo era la chica tímida y empollona a la que nadie hablaba a menos que necesitaran un favor con los deberes.

A ella la temían. De mí se burlaban. De ella huían. A mí me perseguían para recordarme que eran más fuertes.

Teníamos, por aquel entonces, diecisiete años y, si algo nos unía era que despertábamos los más bajos instintos de la población que nos rodeaba. Supongo que hay dos tipos de personas que despiertan la rabia de los demás: aquellas personas a las que no comprenden y, por tanto, temen; y aquellas más débiles y a las que pueden mangonear a su antojo.

Para mí era un misterio, un enigma sin solución, siempre callada, apartada de todos los demás. Aunque nunca pensé que llegaría a juntar las piezas de aquel puzle, demasiado aislada en mi propia torre como para considerar el acercarme a ella.

Fue más bien una conjunción del destino, una fácil de prever de cualquier modo, cuando el nuevo profesor de historia, el señor Gold, intervino. Aquel hombre, que parecía haber visto siglos de historia por sí mismo, tuvo la nada oportuna idea de mandar un trabajo en grupo. Máximo cinco, mínimo dos. Eran las reglas generales. Siempre le había tenido cierta fobia irracional a los trabajos en grupo y no era por el trabajo o por si el trabajo de otra gente me bajara la nota. Sino por aquel momento, justo aquel momento en el que todos saltaban emocionados de sus asientos para aferrarse a sus mejores amigos y encontrar el grupo ideal y nadie se acercaba a mi mesa.

Ya estaba acostumbrada. Debería estarlo, aunque seguía doliendo sentirme siempre aislada de cualquier otro ser viviente sin saber exactamente qué era lo que había hecho para ganarme aquella asfixiante soledad. De todas formas, no importaba, a aquellas alturas ya había acabado por aceptar que siempre sería la rara, que siempre estaría sola y tan solo me quedaba aprender a soportarlo lo mejor posible.

Acercarme al profesor Gold, decirle que no quedaban más personas libres y prometer que no me importaba hacer el doble de trabajo que los demás por la misma nota. Sería más fácil que suplicar a alguna de aquellas personas que me miraban sin verme.

— Profesor Gold, disculpe. — Casi por reflejo me aferré a la montaña de libros que cargaba entre mis brazos cuando la severa y afilada mirada de aquel enjuto hombre se encontró con la mía. — No quedan grupos libres. Me preguntaba si podría hacerlo sola.

— Señorita Mills, ¿es consciente de que de este trabajo dependerá su nota final?

— Sí, señor.

— ¿Y de que he pedido un trabajo de investigación exhaustivo?

— Sí, señor. No me importa.

— Quizás a ti no, querida, pero aún así es demasiado trabajo para una sola persona. Sin embargo, hoy debe ser tu día de suerte. —Me dijo y yo fruncí el ceño sin creer que pudieran salir buenas noticias de aquella viperina boca. —La chica nueva, Emma Swan, tampoco ha encontrado grupo.

Me detuve en seco con los ojos peligrosamente abiertos y el cuerpo inmóvil.

— Señorita Swan, venga aquí.

La chica nueva se despegó sin ganas de su asiento y se acercó hasta la mesa de Gold, donde yo seguía tan inmóvil como antes. La mente casi en blanco. Y lo único que podía pensar era que, por favor, por favor, por favor, ella se pusiera en otro grupo y pudiera hacerlo sola. No necesitaba más insultos también en horario extraescolar.

— ¿Qué quiere? —Dijo ella colocándose las gafas con un mohín de tedio.

— ¿Ha escuchado algo de lo que he dicho hoy en clase?

— No, señor, estaba demasiado ocupada luchando contra el sopor mortal que me producía su voz.

Lo primero que pensé fue que si la hubiera escuchado mi madre responderle así a un profesor, estaría muerta. Lo siguiente que pensé fue que era estúpidamente valiente.

— Encantador, señorita Swan. De haberme escuchado, quizás habría oído que la mitad de su nota depende del trabajo de investigación que hay que hacer en grupo y hubiera podido encontrar compañeros. Como no ha sido así, deberá hacerlo con la señorita Mills.

Me señaló y ella me miró como si se acabara de percatar de mi presencia allí. Yo sentí como si mis mejillas comenzasen a arder con violenta furia y a punto estuve de ocultarme tras los libros que portaba entre los brazos. Y se volvió hacia Gold.

— Puede suspenderme ya, Gold, no hay necesidad de que ninguno de nosotros pierda el tiempo.

— Estoy decepcionado con su actitud, Emma Swan. Le he pasado muchas así, pero de esta no se librará. Debe hacer este trabajo. Y no hay más que hablar. Van juntas y su nota dependerá de esto. Les aconsejo que empiecen a trabajar en ello. Buenos días, señoritas.

Gold se marchó. Y yo, que me había quedado inmóvil observando la escena que había tenido lugar ante mí como si de un partido de tenis se tratase, me giré buscando a mi nueva y forzada compañera.

Claro que, para cuando quise hacerlo, Emma Swan ya parecía haber decidido que la cosa no iba con ella y había comenzado a recoger sus escasas pertenencias para abandonar la clase.

Me acerqué a ella, con mis libros todavía aferrados como si fueran un escudo, sin saber exactamente qué decir.

— Hola, perdona, yo soy Regina. —Dejé unos segundos esperando a que respondiese. Nada. —¿Quieres que decidamos ya el tema del trabajo? Así podemos empezar. No me gusta dejarlo para última hora.

Sonreí nerviosa. Emma me dedicó una mirada por encima de sus gafas y siguió sin hablar.

— Podrías decir algo. —Le dije, nerviosa por sostener su mirada.

— Hazlo de lo que quieras. No me importa.

Se puso su desgastada chaqueta de cuero, pasando por mi lado sin siquiera detenerse. Sorprendida, aunque no sé si por su rapidez o mi lentitud, salí de clase buscando algún atisbo de negro. Recorrí los pasillos sin demasiadas esperanzas. Para cualquier otro motivo no la habría perseguido, pero los estudios ocupaban un lugar muy importante en las preferencias… de mi madre.

No podía creer que alguien fuera tan desconsiderado como para marcharse así en mitad de una conversación. No es que yo fuera precisamente una experta en conductas sociales, pero al menos no dejaba a la gente con la palabra en la boca. Llegué a la conclusión, la única lógica y razonable llegados a aquel punto, de que Emma Swan era una maleducada odiosa.

Mientras seguía buscando, airada por los pasillos, despotricando mentalmente contra mi nueva compañera, percibí un ligero aroma desagradablemente conocido y algo me dijo que lo siguiera. Mi corazonada demostró ser cierta cuando, en un baño, al otro lado de la nube de humo de tabaco, me encontré a Emma Swan.

— ¿Pero a ti qué te pasa? —Grité.

— ¿Qué quieres ahora, princesita?

— Primero: no me llames princesita. Segundo: no se puede fumar en el colegio. Podrían expulsarte.

— Mira cómo me importa. —Y dio una sonora y profunda calada dejando escapar un aro de humo.

— Tú misma, son tus pulmones los que acabarán podridos, no los míos. Ahora, por favor, ¿podemos hablar del trabajo de historia antes de que mi ropa coja olor a humo?

— ¿Qué pasa, princesita? ¿No quieres arruinar tu ropa de niña mimada con olor a tabaco?

No podía decirle que lo que temía era la reacción de mi madre de captar un mínimo atisbo del aroma de una actividad que, según sus propias palabras, solo servirían para amarillear sus dientes, estropearle el pelo y terminar con los pocos atributos de belleza que podía tener.

— Bueno, no importa. —Dije. —El trabajo. Yo quería hacerlo de la Segunda Guerra Mundial. —Emma me miró con un mínimo de interés por primera vez desde que habíamos iniciado la conversación.

— ¿No es un tema un poco sangriento para una princesita como tú?

— Oye no sé qué te has creído de mí, pero yo soy prácticamente una experta en ese tema y tenemos que hacer el trabajo de algo. ¿Te parece bien o no?

— Sí. —Dijo pausadamente. —Me parece bien. ¿De algo en concreto?

— Bueno, pues no lo sé exactamente. Tenía una idea sobre hacer una investigación de los experimentos médicos llevados a cabo en campos de concentración a prisioneros y que, en muchos casos, no fueron condenados. Sobre todo, los de esterilización.

Emma retiró la mirada y yo di por seguro lo que conocía y era que me había pasado con los datos aburridos y aquella era su manera sutil de pedirme que callara.

— Les metían plomo en el útero. —Dijo mientras soltaba la última calada de su cigarro.

En aquel instante en el que las palabras abandonaron sus labios no sabía por qué estaba más sorprendida si porque conociera aquel dato o porque hubiera seguido hablando conmigo.

— Um… sí. Y lo peor es que muchos de los médicos que participaron en aquellas atrocidades siguen teniendo un nombre en la medicina moderna.

— La vida no es justa. —Fue todo lo que me dijo mientras se colocaba la chaqueta. Lista para volver a desaparecer.

— ¿Me das tu teléfono o dirección, para que pueda llamarte y hablar del trabajo? —Ella me miró, una sonrisa cínica dibujándose en sus labios.

— Mejor no, princesita. Ya lo hablaremos mañana.

— Eh, pero…

No me dio tiempo de terminar la frase antes de que desapareciera del baño dejando el perenne olor a tabaco como única prueba de que había estado allí.

Salí del baño entre confundida y enfadada por aquella nueva y extraña presencia en mi vida. No me había dado cuenta de lo tarde que era y mis ropas demasiado caras para mi propio gusto sí que destilaban un rancio aroma. Perfecto, madre iba a matarme.

Así fue como Emma Swan entró en mi vida. Un día, mucho más tarde, ella misma me diría que yo había llegado a ella para hacer temblar los cimientos de su mundo. No podía saber entonces hasta qué punto aquella frase podía ser cierta.

Pues hasta aquí por hoy. Gracias por leer :)