Los personajes de esta historia, así como las características de los Cullen y detalles de los vampiros son obra y gracia de la espectacular mente creadora de S. Meyer, yo sólo me limito a jugar con ellos.
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Los días pasan sin nada nuevo que mostrarme. Las noches son testigo de mi regreso a la realidad. Cada gota de lluvia que cae es un recuerdo que muere para mí y cada ráfaga de viento me trae los ecos de momentos vividos, de mejores o peores tiempos que fueron y no volverán pero que siguen siendo, simplemente, algo más para apuntalar en mi mente.
Sí, tristeza y melancolía son lo único que tengo en esta vida...o existencia.
Sí, soy inmortal...
Sí, soy un vampiro.
Mi nombre es Isabella Cullen y nací en Londres, no recuerdo el año exactamente pero viví mi niñez alrededor del año 1650. Pocos recuerdos de aquella época son verdaderamente nítidos para mí. Recuerdo que quedé huérfana cuando todavía era un bebé y fui adoptada por una mujer soltera que trabajaba en la casa de un pastor anglicano. Dicho hombre tenía un hijo, Carlisle, que fue como un hermano mayor para mí. Crecí con ellos como mi única familia y, finalmente, cuando la mujer que me había recogido murió, el pastor me tomó bajo su tutela. Así me convertí en una Cullen. Tenía apenas catorce años pero ya era la mujer encargada de la casa y Carlisle siempre se tomaba su tiempo para enseñarme cosas nuevas.
Todo cambió cuando los protestantes subieron al poder y los Cullen se unieron a la persecución contra los católicos y las personas de otros credos. Nuestro padre creía a pies juntillas en la realidad del mal e incluso encabezó partidas de caza contra brujos, licántropos...y vampiros.
La mayoría eran inocentes ya que las criaturas que perseguían no eran fáciles de atrapar. Tiempo después, Carlisle fue puesto al frente de los grupos. Pude ver al principio que su padre estaba bastante decepcionado porque su hijo no se precipitaba en lanzar acusaciones ni veía demonios por doquier...pero Carlisle era persistente y mucho más inteligente que el viejo Cullen. En los últimos días anteriores a mi transformación, mi hermano localizó un aquelarre de auténticos vampiros que vivían ocultos en las cloacas y sólo salían de caza durante las noches. En aquella época, cuando los monstruos no eran meros mitos y leyendas, ésa era la forma en la que debían vivir. ¡Como me alegro de que eso haya cambiado!
La gente reunió horcas y teas y se apostó allí donde mi hermano había visto a los "monstruos" salir a la calle.
Después de mucha espera, uno de ellos salió. Debía de ser viejo y estar debilitado por el hambre. Carlisle oyó como avisaba a otros en latín cuando detectó el efluvio del gentío y empezó a correr por las calles. Yo permanecía junto a Carlisle, quien se precipitó tras él encabezando la persecución. El vampiro podía habernos dejado atrás con facilidad, pero se revolvió y, dándose la vuelta, nos atacó. Primero se lanzó sobre mi hermano pero él se defendió y había más hombres cerca. Mató a dos de ellos y luego se volvió a mí. No tuve tiempo de reaccionar. Mi vista seguía sobre mi hermano malherido y sangrante en el suelo. Me tomó en brazos y se escabulló conmigo entre las calles. Allí, en su marmóreo abrazo, supe que moriría.
Lo último que recuerdo es un fuerte dolor en mi cuello al ser desgarrado por sus dientes y luego...más y más dolor.
Me desperté en las cloacas, rodeada de un grupo de vampiros que me miraban con expectación. Al parecer una de las mujeres me había "salvado" de los dientes del vampiro que me había atacado.
Me dijeron que ahora era una de ellos y me pusieron al corriente de todo lo que debía saber sobre mi condición.
Sin embargo parecían perturbados. Yo no era lo que ellos esperaban y cuando les cuestioné, sólo dijeron que mis ojos no habían cambiado, que por alguna razón seguían conservando el tono 'humano'.
Lloré al conocer mi realidad, que ya no podría volver con mi familia, que Carlisle probablemente estaría muerto y que mi padre me repudiaría si volvía a él convertida en un demonio. Lloré porque tendría que matar para vivir, lloré por mi corazón muerto e inerte, lloré porque no habría un final para mí, porque ya no podría amar ni ser amada y sólo quedaba ante mí la fría, oscura y solitaria eternidad.
Y mis lágrimas espantaron a todos los monstruos que me rodeaban. Huyeron al ver la humedad bañar mis pálidas y frías mejillas y me quedé sola.
Permanecí inmóvil durante días, acostumbrándome a mis nuevos sentidos y pensando que hacer.
Una noche al fin salí y corrí, sin permitirme inhalar, hacia el bosque. Estaba sedienta y mi garganta ardía en llamas. Me senté en un tronco caído y contemplé el encapotado cielo londinense entre las copas de los árboles, maravillándome con la afinada visión que ahora poseía para observar todo a mi alrededor.
De pronto, un débil olor llamó mi atención y me moví sigilosa cerca de su procedencia. Sentí también un corazón latiendo en aquella posición. Quise huir para no tener que cometer una atrocidad. No estaba preparada para ver morir a nadie en mis brazos, por muy necesitada y hambrienta que estuviese. Mi cordura era algo que seguía estando presente.
Pero cual fue mi sorpresa al darme cuenta de que era un animal. No olía demasiado bien, pero serviría.
Sí, así empezó mi nueva vida. No tendría que matar a ningún humano para sobrevivir y de todas formas, incluso los humano se alimentaban de animales asique no sería una monstruosidad enorme.
De eso hace casi 460 años y yo sigo aparentando mis diecisiete de entonces.
Estudié casi a escondidas, absorbiendo todo lo que podía de los libros y viajé por Europa después de cruzar a nado hasta Francia. Pasaba la mayor parte del tiempo en lugares alejados de la civilización, temerosa de tener un fallo y lanzarme sobre algún humano. Pasé casi doscientos años viviendo de esa forma.
Pero yo quería establecerme, recuperar algo de la normalidad que había tenido en mi vida como humana, asique me instalé en Suecia y viví allí hasta finales de 1890.
En mi camino me encontré con algunos de mi especie, el cual más diferente a los demás. Supe así que existía entre nuestra especie la posibilidad de tener ciertos dones o cualidades que ya siendo humanas hubiesen resaltado y ahora se hacían sobrenaturales. También supe de la existencia de un grupo que se encargaba de controlar las leyes de nuestro mundo, ahora que los monstruos y leyendas habían pasado a ser sólo eso, mitos. Los Vulturi tenían su residencia permanente en Italia, en Volterra para ser exactos. Muchas veces estuve tentada a visitarles pero algunos comentarios y el descubrimiento de mi poder me orillaron a mantenerme al margen.
Sucedió en la primavera de 1897. Viajé a Egipto, aunque demasiado arriesgado para mi condición bajo el sol también cargado de demasiada historia y cultura como para resistirme.
Me encontré con un aquelarre de vampiros al poco tiempo de llegar. Insistieron en hablarme y mostrarme su casa y les acompañé un tanto desconfiada pero curiosa.
Uno de ellos tenía el poder de controlar los elementos, la naturaleza y mientras me mostraba su poder, me vi sorprendida haciendo lo mismo que él.
Si, puedo decir que soy uno de los vampiros más poderosos que existen. Después de años de estudio y experimentos concluí que poseo una especie de escudo que detiene, filtra y absorbe los dones vampíricos mientras están a mi alrededor. Una maravilla...(nótese el sarcasmo).
Con cada nuevo vampiro que me encontraba, él o ella siempre quedaba fascinado con mi capacidad de llorar o anonado con mis ojos, tan humanos y tan imperecederos a la vez.
Aventuré que mi don había actuado de manera inoportuna (u oportuna, según como se mire) durante mi transformación y por ello seguía manteniendo rasgos humanos. Y eso que ninguno sabía que todavía era fértil...
Después de Egipto, vino América. Pronto me cansé y viajé a Asia y allí permanecí hasta hace poco más de cuatro días, cuando algo llamó mi atención y me sacó de mi rutinaria y aburrida existencia.
Me encontraba en el vestíbulo de uno de mis hoteles en Tokio, uno de los muchos negocios que había sacado adelante y formaban parte de mi cuantioso capital.
Flash Back
-Señorita Cullen, el contrato está listo y la esperan en la sala de juntas para firmar.-informó mi asistente en un japonés fluido.
-Bien.-asentí distraída mientras pasábamos frente a la sala de congresos.
El murmullo de una conversación en inglés entre dos hombres de mediana edad llamó mi atención.
-...además. Deberías ver como todas las enfermeras se le quedan mirando. Creo que no hay ninguna mujer en el hospital que no esté enamorada de él. Y sí, vale, Carlisle es atractivo pero es que ¡ni siquiera los hombres se resisten al encanto Cullen!-decía uno de ellos muy sonriente.
¿Cullen? ¿Carlisle? ¿Carlisle Cullen? Tenía que ser un error.
Me paré en seco y Shaska, mi ayudante, me miró interrogativamente. Volví sobre mis pasos y me acerqué a los hombres. Su cara no tuvo precio cuando me aclaré la garganta ruidosamente a su lado y ambos me miraron.
Si algo cambia en esta nueva vida es la apariencia, lo atractivo que te vuelves. Tampoco es que no fuese hermosa antes de transformarme, simplemente era normal. Ahora mis facciones estaban estilizadas, mi pelo caoba brillaba de forma natural y la elegancia de mis movimientos era envidiable. El vestido demasiado apretado de Dolce & Gabanna negro con cuello de tortuga y a medio muslo también pudo haber ayudado... o los zapatos demasiado altos pero que resaltaban mis piernas...el hecho es que sus mandíbulas casi tocaban el suelo...
-Disculpe caballero, -le hablé en perfecto inglés, marcando mi acento como siempre.-creo haber oído el apellido Cullen en su conversación.-seguí un poco ansiosa y mirando al hombre con esperanza.
Me miró confuso y deslumbrado por un segundo pero se recompuso y tosió para disimular su atontamiento.
-Sí señorita. Le hablaba a mi colega de un compañero que tengo en el hospital donde trabajo en Washington, el doctor Cullen. ¿Lo conoce?
-Bueno, primero mis disculpas por entrometerme en una conversación ajena-ambos negaron restándole importancia y sonrieron, -y segundo, en verdad me sería más fácil averiguar si se trata de la misma persona si me lo describen. ¿Carlisle Cullen?
Asintió y me miró curioso antes de continuar.
-Carlisle es...bueno, es un hombre atractivo: piel pálida, cabello rubio, metro ochenta, quizás menos, de complexión fuerte pero no exagerada...ah! Y unos extraños ojos dorados sí ese es...
-Carlisle.-terminé.
Por como hablaba de él antes y su descripción cabía la posibilidad de que fuese él. El detalle de los ojos lo hacía más probable. ¿Y si no había estado muerto? ¿Y si lo habían convertido como a mí?
Tenía que salir de dudas.
-¿Lo conoce entonces?-volvió a preguntar.
Le miré con una gran sonrisa, esperanzada por encontrarme con mi hermano, y extendí mi mano.
-Isabella Cullen, un placer.-le dije mientras estrechaba la suya.
Parpadeó y miró a su compañero para regresar la vista a mí.
-¿Es usted familiar?
-Algo así, pero llevamos mucho tiempo sin vernos. ¿Dónde ha dicho que se encuentra ahora?
-En Forks, Washington. Es uno de los mejores doctores del hospital. Habría venido él al congreso -señaló la puerta del salón- pero prefirió irse de acampada con su familia.
¿Su familia? Bueno, aquello restaba posibilidades.
Me alejé de los hombres después de charlar un rato más y Shaska me apremió hacia la sala de reuniones.
El día transcurrió tranquilo. Paseé por las atestadas calles de Tokio durante horas y al anochecer regresé a mi suite y llamé a mi asistente.
-Quiero que preparen mi jet. Voy a ausentarme una temporada de modo que necesitaré que el señor Scott se haga cargo de todo.-le hice saber.
-¿Destino?-preguntó profesionalmente, sabiendo que no había replica posible a mis decisiones.
-Seattle.
Fin Flash Back
Pero después de haber tomado con tanta determinación aquel vuelo, ahora no hacía más que caminar en círculos por el salón del dúplex que había adquirido en Seattle. Al fin, después de dos días de barajar posibilidades, decidí que no tenía nada que perder. Hice la maleta y la llevé al coche que Shaska había adquirido por mí, un Ferrari F480i, un tanto llamativo, pero no el más fabuloso de mi colección. Si algo me gustaban eran los coches y tener una inmensa fortuna en crecimiento debía servir para algo. Aunque no tuviese una vida plena y feliz como humana, podía darme algún lujo.
Conduje hasta Port Ángeles sin rebasar los límites de velocidad, lo cual era raro en mí. Llegué al atardecer pero decidí que debía ser valiente y dar el paso de una vez por todas. En menos de una hora me encontraba en la calle principal de aquel pequeño pueblo llamado Forks, cuya tasa de habitantes no superaba los 4000. Paré en el primer establecimiento que vi abierto, que resultó ser una cafetería casi desierta.
Caminé pausadamente, observando los humanos a mi alrededor y dándome cuenta de que todas las miradas estaban en mí. La camarera detrás de la barra tenía una jarra de café en la mano que estaba a punto de visitar la baldosa si su mano no dejaba de temblar.
-Disculpe, -hablé con voz suave- ¿sabría indicarme como llegar a la casa Cullen?
Abrió la boca intentando articular palabra pero ningún sonido salió. Un hombre sentado a mi derecha que mantenía la vista fija en la barra se giró para encararme.
-Creo que no encontrarás a nadie en el pueblo que te diga exactamente como llegar, preciosa. Tal vez encuentres al doctor en el hospital o allí puedan darte alguna indicación. ¿Para que quieres llegar a la casa de los Cullen, niña?
Su tono fue amable pero hosco a la vez. Era normal que me hablase como a una cría porque ahora que estaba libre de los trajes de empresaria modelo, los jeans, la sudadera y las zapatillas de deporte que llevaba no ayudaban a darme una apariencia formal.
Extendí mi mano hacia el desconocido y él la estrechó.
-Isabella Cullen, un placer. ¿Y usted es...?
-...-balbuceó un rato sin poder hacer nada con la sorpresa y luego se aclaró la garganta ruidosamente.-Soy el Doctor Snow, trabajo con Carlisle en el hospital.
-¡oh! Bien, entonces tal vez usted podría acompañarme hasta allá para ver si puedo conseguir alguna información. Es que quería darles una sorpresa a todos y la verdad es que no conozco el pueblo.-mentí actuando lo mejor posible.
Finalmente la jarra de café colisionó contra el suelo.
El doctor Snow fulminó con la mirada a la empleada a mis espaldas y asintió en mi dirección mientras dejaba un billete en el mostrador y salía del establecimiento. Caminó hasta un viejo Ford y abrió la puerta.
-Le seguiré de cerca.-le dije señalando mi coche.
Su boca se abrió pero negó fuertemente antes de meterse dentro de su automóvil, supongo que para intentar no dejarse llevar por la emoción al ver el modelo.
Diez minutos después estábamos en el estacionamiento del hospital. El doctor Snow insistió en llevarme adentro para ayudarme a conseguir alguna información o llevarme hasta Carlisle si este estaba de guardia. Los nervios empezaron a hacer mella en mí a medida que avanzábamos por los pasillos del hospital. Nos detuvimos frente a un mostrador vacío y el doctor Snow se coló y tecleó en el ordenador.
-Sí, Carlisle está de guardia.-dijo levantando la cabeza y sonriendo.
-¡Genial!-murmuré para mi.-¿Podría averiguar donde está? Quiero sorprenderle de verdad.
El hombre me miró un rato con ternura y luego tomó el teléfono.
-Está en su despacho. En la segunda planta...mejor te acompaño y te indico la puerta.-me guiñó y me condujo al segundo piso.
Antes de bajar del ascensor ya pude captar a la perfección el olor a vampiro. Si mi corazón latiese, en este momento estaría a punto de estallar.
Caminé más despacio de lo normal, incluso para el paso humano. El doctor Snow pareció captar mi nerviosismo y no dijo nada. Al pasar ante el puesto de enfermeras se detuvo.
-Es esa puerta de ahí. -señaló una única puerta al final de una pequeña sala de espera.-Que tengas suerte, niña.
Le sonreí agradecida y seguí al frente. Me paré con la mano aferrada al picaporte y respiré hondo, como si eso fuese a calmar mis nervios.
Estaba segura de tres cosas:
-El doctor Carlisle Cullen era un vampiro.
-Me había hecho demasiadas ilusiones y si no se trataba de la misma persona, me costaría recuperarme y...
-Si él resultaba ser mi hermano, mi existencia tendría significado al fin.
REVIEW?
