Capítulo 1:

Desde hacía días, una lluvia apenas perceptible, pero constante e intermitente cubría las calles de Nueva York. Aquella mañana, sin embargo, se había desatado una tormenta que parecía vaticinar peor tiempo, si es que esto fuese posible.

Kate Beckett se había levantado temprano. El furioso golpeteo de la lluvia sobre los cristales del apartamento la había mantenido en vela desde las seis de la mañana y ya no había conseguido conciliar el sueño. De pie junto al enorme ventanal del hall, sostenía su taza de humeante café entre las manos mientras observaba el amanecer de Manhattan

Kate tomó un sorbo de café y fijó la mirada en las calles que se extendían abajo, donde el tráfico se aglutinaba en todas las intersecciones y avenidas habidas y por haber. Las inclemencias obligaban a todos a acudir al trabajo con excesiva antelación.

Su mirada vagó al cielo y lo escudriño mientras las gotas de agua seguían cayendo a través de los cristales, consiguiendo atraer la atención de la detective. Se sentía igual de gris y apagada que aquel típico día de invierno. Suponía que debía sentirse dichosa, ese debería ser el sentimiento correcto, ya que el hombre que yacía en la cama le había pedido que se casara con él cuatro noches atrás, sin embargo el desánimo la embargaba.

¿Y no debería estar dando saltos de júbilo pensando en los preparativos?, ¿con una sonrisa tonta en la cara?

Debería, pero en cambio, allí estaba ella cuestionándose su pasado y su futuro, desmenuzando minuciosamente su presente en busca de la pieza que no cerraba el puzle.

Su pasado todavía la perseguía, aunque ella ya aceptaba que había sido demasiado ingenua con Will. Durante meses se había colocado una venda en los ojos, con la cuál dejaba pasar el progresivo acercamiento entre Sorenson y una de sus amigas de intercambio. Se había agarrado a Will y lo había acabado amando de verdad, había confiado en su amiga como si fuese una hermana, pero para cuando quiso darse cuenta y retirarse esa venda autoimpuesta, ya era demasiado tarde.

Pensaba que había dejado atrás esa etapa de su vida, que junto a Demming, ya no habría días grises ni tristes. De hecho empezaba a percibir todo lo que le reportaba esta nueva relación y se había aferrado a todo ello con ilusión. Pero ahora, no eran más que flashes de colores que de inmediato desaparecían sumiéndola de nuevo en las tinieblas.

La proposición de Tom había sido totalmente inesperada. Nada vaticinaba ese momento, esa proposición de matrimonio, con la pedida de mano a su padre.

Le había respondido que sí con un suave titubeo que podría haber herido la autoestima de cualquier hombre, excepto la de Tom.

Robin, su pequeño ShihTzu, dio un salto sobre el sofá para acaparar su atención. Ladró en busca de afecto y Kate acudió a su lado para acariciarle detrás de las orejas. El cachorro se tumbó y cerró los ojos placenteramente

Sobre las siete y media de la mañana abandonó el cálido confort de su piso para integrarse en aquella larga hilera de coches en que se había convertido la Décima Avenida. La comisaria no estaba lejos y en condiciones normales no tardaba más de veinte minutos en llegar, pero anticipándose a las circunstancias, salió de casa unos minutos antes.

Detenida en medio de la avenida, se sintió agobiada mientras la lluvia seguía aporreando sin piedad las calles de esa ciudad. Los coches aparecían desde todos los rincones y lanzaban estridentes bocinazos que no tenían otro efecto más que el de irritar los nervios. Estaban atascados y el avance era tan lento que todos los peatones terminaban por adelantarles. Tras unos minutos más de tediosa espera, la cola avanzó y empeoró al llegar al cruce con la avenida en la que se encontraba la comisaria. Kate se detuvo en la intersección y esperó impaciente a que algún conductor solidario la dejara pasar. Muy cerca de la esquina había un par de coches de bomberos y comprendió la causa de ese embotellamiento, una tubería subterránea había reventado y los bomberos todavía no habían logrado sellar el potente chorro de agua sucia que provenía del alcantarilladlo y que impactaba contra los parabrisas de los vehículos que circulaban cerca.

Alguien que conducía un Ferrari de color negro le hizo un gesto con la mano y la detective aceleró agradecida. Al incorporarse a la avenida, el sucio aluvión de agua subterránea colisionó contra los cristales delanteros de su coche. Perdida la visibilidad, Kate pisó el freno tan bruscamente que las ruedas delanteras se bloquearon y patinaron sobre la superficie de la calzada. Tuvo que dar un volantazo para no estrellarse contra un camión de reparto que circulaba delante de ella.

Acabo por quedar atravesada en medio de la avenida y sin espacio suficiente para maniobrar. La caravana de coches que tenía justo detrás hizo sonar las bocinas.

"No pierdas la calma" se dijo cara sí

Con la mano en la llave de contacto intentó arrancar el motor, pero éste empezó a toser lanzando al aire una pequeña nube de humo negro.

Insistió con impaciencia, golpeó el volante con la palma de la mano. En su cabeza empezó a formarse una plegaria, hacía siglos que no rezaba, pero creía que la situación lo requería y cuando finalmente arrancó, pensó con ironía que tal vez debería volver a intentar recuperar la fe.

Dio marcha atrás y se movió unos centímetros, giró el volante hacia la derecha y trató de enderezarlo, pero había un contenedor de basura que le impedía el paso. Estaba encajonada entre ese contenedor y el coche de bomberos, calculo que salir de allí le llevaría unos cuantos minutos, si no terminaba por perder la calma antes. El apremio con el que todo el mundo la hostigaba no ayudaba. La detective contó hasta diez y trató de conservar la calma, pero la histeria rugía por sus venas y el conglomerado de bocinazos, finalmente la hizo estallar.

Beckett abandonó su coche y cerró la puerta con violencia. Con el primer paso sus zapatos se hundieron en un inmenso charco. El agua fría le mordió los pies y una avalancha de gotas cubrió su cabeza, haciendo que empezase a gotearle el pelo.

Agradecía no hacer uso del maquillaje para el trabajo.

Los truenos restallaban y parecía que quisieran romper el cielo en mil pedazos y con idéntica furia que la empleada por la madre naturaleza, Kate se dirigió hacia el Ferrari que le había cedido el paso.

Richard Castle dejó de tocar el claxon cuando la señorita del coche salió a la intemperie. ¿Qué se proponía aquella demente?

Se encaminó directamente a él, comenzando a aporrear el cristal de la ventanilla con el puño. Rick accionó el elevalunas eléctrico y bajó el cristal. El frío cortante de la calle se coló en el interior del vehículo y la lluvia impactó contra su cara mientras contemplaba a aquella desquiciada mujer que le gritaba en medio de la calle bajo el diluvio

-¡¿No te has dado cuenta de que no tengo espacio para maniobrar?! – gritaba para hacerse oír, pero también porque la furia le recorría de arriba abajo.

Él la miro intrigado, como si le sonase de haberla visto en foto. No caía así que decidió contestar en el mismo tono beligerante

-¡Hay espacio suficiente, así que endereza el coche de una jodida vez y deja de entorpecer al resto!

-¿Espacio suficiente? – replico la mujer taladrándole el oído - ¡¿Quieres que salte por encima del contenedor?!

Kate lo fulminó con la mirada al tiempo que reparaba en lo atractivo que era, aunque lamentablemente el lado idiota ganaba a este primero

-Los conductores como tú sois los que provocáis los atascos, cuando no los accidentes. No debí cederte el paso.

Kate se retiró el agua de los ojos y escupió con furia sus palabras:

-¿Así que soy una conductora inepta, no? ¡Pues veremos cómo te las apañas ahora! – e introduciendo la mano por la ventanilla, con asombrosa rapidez se hizo con las llaves del contacto y las lanzó lejos, muy lejos de su alcance. La cara de asombro del hombre le indicaba a la detective que él jamás habría adivinado sus intenciones.

-¡¿Pero qué coño haces?, ¡¿Estás loca?! – el asombro se trasformo en ira

El tenía una expresión amable, Sin embargo, y teniendo en cuenta lo que acababa de hacer, Beckett no se habría sorprendido si él la hubiera agarrado del cuello y hubiera tratado de asfixiarla con sus propias manos. Cuando estuvo frente a él, comprobó como aún con tacones, él le sacaba unos centímetros, pero esa desventaja física no la amilanó.

¡Que te den! – mascullo. Y giró sobre sus talones con el propósito de regresar a su coche. Lo más prudente era poner fin a toda esa actitud. Ella era una detective del cuerpo de policía

-¡Tú no te vas a ninguna parte! – exclamó furioso a su espalda el hombre del Ferrari, aferrándola por el brazo.

-¡Suéltame! – gritó forcejeando con él

-¡No hasta que busques las malditas llaves! ¡¿O prefieres que resuelvan este asunto aquellos dos hombres? – señaló Rick hacía el coche de policía sobre el que se encontraban apoyados Esposito y Ryan