Muchos le habían advertido que tuviera cuidado, que lo suyo había sido demasiado rápido. Tsubasa, joven, idiota y enamorada, ignoró dichas advertencias, porque quería creer que aquello que hacía bombear su pecho no podía estar equivocado acerca de la persona que había escogido. Hoy día, Kazanari Tsubasa, una mujer hecha y derecha a sus veintiséis años, sólo miraba al pasado y escupía sobre la cara de ambas, es decir, la suya y la de ella, María Cadenzavna Eve, la mujer que más amaba en el mundo, y a la vez, la que más odiaba también.

Bebió otro trago de vodka casi de golpe y se recostó sobre la barra de su mini-bar. Cerró los ojos al sentirlos llorosos, queriendo así que ninguna lagrima desbordase, pero falló, esto causó que estrellara el vaso contra la pared, rompiéndolo en miles de pedazos.

— ¿Por qué apareces cuando estoy por sepultarte? —Reclamó a los fragmentos del vaso, como si ellos tuviesen la culpa, como si ellos fuesen María.

Cinco años habían pasado ya desde que María le utilizó a su antojo por el único motivo de quedarse con su 7dinero, y ella se veía tan libre de todo remordimiento que le asqueaba, ¿a cuántos más había engañado para que al volver tuviese el mismo renombre que tenía ella, si cuando se conocieron no era nadie?

¿Por qué ella fue la única estúpida que no podía olvidarse de todo aquello?

Ah, es verdad, porque Tsubasa olvido que María era una excelente actriz, tanto como para convencerla de que los "te amo" eran reales, que esos brillos en su mirada eran por su causa.

¡Idiota! Se gritaba una y otra vez, las señales de su próxima traición también eran demasiado evidentes, pero de nuevo, estaba ciega y continuaría siéndolo si dejaba que sus viejos sentimientos decidieran cómo actuar en lugar de su razón.

—Control, Tsubasa... Control—Se dijo mientras recargaba su frente contra su puño.

Había podido actuar con total indiferencia hace un par de horas, pero su autocontrol había mermado en cuanto la velada terminó. Su familiar más preciado, su prima, Amou Kanade, había anunciado su compromiso con aquella misteriosa mujer que conoció mientras viajaba, grande fue sorpresa al notar que se trataba de la hermana menor de María, Serena Cadenzavna Eve. María apareció solo unos minutos después, viéndose nerviosa, y como no, si ahora resultaba que sería familiar de la mujer a la que engañó descaradamente.

"Espero que nos llevemos bien ahora que seremos cuñadas"

Tsubasa había puesto su mejor sonrisa y acató aquello cuando lo que quería hacer era gritarle y reprocharle, pero tenía que comportarse como siempre, calmada y elegante.

Tomó otro vaso y bebió más todavía.

—No es justo que solo yo me sienta así. —Dijo— ¿Porque a ella le va tan bien?

Su queja se ahogó en una risa.

—Cierto, ella nunca me amó—Se burló.

¿Y si ella le hubiera amado? Si le hubiera amado tal vez no se le hubiera acercado, nadie es capaz de hacer tales bajezas con una persona a la que ama.

— ¿A cuántos más habrá seducido? —Se preguntó perdiendo la movilidad correcta de su cuerpo y cayendo sobre la barra y comenzándose a reír. — ¿Qué número habré sido?

Las risas continuaron unos minutos más.

— ¿Qué sentirá destruir los sentimientos de una persona que sabes que te ama? —Preguntó en voz alta una vez sus risas se apaciguaron.

—Tsubasa-san, aquí estaba. —una joven de dieciséis años entró a escena, sintiéndose extraña de ver a la heredera de los Kazanari en tal deplorable estado.

— ¡Akatsuki, ven, siéntate! —Palmeó la silla a un lado suyo, la rubia de orbes jade le hizo caso, escuchándole murmurar un montón de cosas sin sentido hasta que se quedó dormida, y mejor así, Tsubasa al recobrar la conciencia agradecería que nadie más que ella sabía de lo que su mente estaba maquilando.


Me voy a ir al infierno, lo sé...