Desde el borde

¡Soly, feliz cumpleaños! Eres una de las personas más importantes que he conocido en fanfiction. He pasado muy buenos ratos gracias a ti y a este foro que has creado y también leyendo tus maravillosas historias. Estuve pensando en hacerte algo sobre Competición, también cruzaron por mi cabeza Stannis y Viserys e incluso Sansa, pero finalmente recordé tu indignación con el trato que le han dado a Elia en la serie y decidí regalarte algo sobre ella. Espero que te guste.

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I

Cuando era niña solía sentarse junto a las piscinas de los Jardines del Agua a observar como los otros niños jugaban y se salpicaban. A veces ella jugaba también subida en los hombros de su hermano. Formaban un buen equipo. Oberyn era rápido nadando y ella era astuta, sabía dónde debía golpear para que los chicos cayeran. Sin embargo, la mayoría de las veces debía quedarse sentada y observar. "Problemas de salud" decía el maestre "mi princesa, estáis demasiado débil para un juego tan violento".

Oberyn subía entonces a sus hombros a otra niña, una tal Jeyne, la hija de uno de los criados de su familia. Jeyne no era tan buena como ella en el juego, pero era ágil e igualmente Oberyn y ella solían ganar.

En esos momentos, mientras Elia observaba desde el borde como su hermano alzaba a Jeyne en sus brazos para celebrar su victoria, como Jeyne sonreía triunfante y abrazaba a Oberyn y como este le devolvía el abrazo con una mirada rebosante de orgullo, Elia sentía que las palabras del maestre eran ciertas, que ella estaba débil, que ella era débil, y su corazón dolía más por la victoria de su hermano sin ella de lo que lo había hecho en las escasas ocasiones en que Oberyn y ella habían sido derrotados.

No obstante, Elia permanecía serena y quieta, sin que nada en su rostro delatara sus sentimientos. Se mostraba sonriente y alegre y celebraba con gritos de simulado júbilo tanto como los demás. no decía nada a su hermano, mucho menos a la pobre Jeyne, que no tenía culpa ninguna de su situación y que al terminar el juego siempre corría junto a Elia y le decía con la sonrisa sincera y la mirada inocente "Me he esforzado mucho por ganar, princesa, me he esforzado por vuestro hermano pero sobre todo por vos". Elia siempre le sonreía y le decía que había disfrutado mucho viéndola jugar y Jeyne se marchaba feliz dejándola sola con un más que satisfecho Oberyn que la abrazaba y comentaba que al día siguiente, cuando Elia estuviese bien, su victoria sería aún más aplastante, y Elia no podía evitar creer que sería verdad, que al día siguiente estaría más fuerte, sería más fuerte, y ninguna estúpida enfermedad podría impedirle disfrutar.

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II

Con el paso de los años, Elia Martell comprendió que la fortaleza no radicaba en su salud, siempre frágil y quebradiza a pesar de las palabras de ánimo de su hermano. Su verdadera fortaleza, Doran se lo había explicado, recaía en su espíritu, en su voluntad. La misma voluntad que le hacía permanecer tranquila e inalterable cuando algo iba mal, el mismo espíritu que la hizo aprovechar sus días de cama para leer, en lugar de quedarse quejándose sin hacer nada.

Elia Martell podía encontrarse débil, pero nunca se sentiría como tal, nunca lo sería. Por eso cuando se sentía bien caminaba por los pasillos de Lanza del Sol con la cabeza alta y la sonrisa en los labios, siempre ofreciendo palabras de consuelo a quien lo necesitara, siempre dispuesta a reír y a bromear y siempre dispuesta a ayudar a su madre y a su hermano mayor con el gobierno de dorne o al menor cuando se metía en un lío. Elia Martell se sentía fuerte y dichosa y cuando su madre le habló del viaje que ella y Oberyn harían en busca de matrimonio su corazón saltó de felicidad y emoción.

La perspectiva de conocer otros lugares y a otras personas la fascinaba, aunque Oberyn no dejara de quejarse sobre lo aburridos que serían los nobles elegantísimos y correctísimos que se la pasarían babeando por Elia y las damiselas emperifolladas y virtuosas que caerían a los pies del propio Oberyn en cuanto lo vieran. "Quizá seas tú quien caiga rendido ante ellas" decía Elia para molestarlo, pero Oberyn siempre negaba con la cabeza. A esa edad, las damiselas no le interesaban demasiado, de hecho, las damas nunca llegarían a ser su tipo. Elia, sin embargo, estaba en esa edad en que toda joven Ponienti sueña con su caballero y la posibilidad de encontrar a su verdadero amor en aquel viaje, a un hombre que pudiera ver la fortaleza que había en ella y no solo su fragilidad exterior, la hacía soñar despierta.

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III

El día de su boda con Rhaegar Targaryen, Elia lució más espléndida que nunca, ella misma se aseguró de eso, de que toda la corte contemplara a la futura reina de los siete Reinos, digna y resplandeciente. Su señor esposo, un hombre al que había visto tan solo dos veces con anterioridad, la miraba con una expresión indescifrable pero Elia no se amilanó. Se contaban muchas cosas sobre aquel extraño príncipe de voz melodiosa y era su deber como esposa descubrir cuáles eran verdad y cuáles no. Así que Elia se esforzó en entablar una conversación poniendo toda su inteligencia, toda su agudeza y su sentido del humor al servicio de aquel propósito y cuando la mirada violeta de su marido pasó a mirarla con interés, incluso con admiración, Elia supo que lo había conseguido, que había conseguido penetrar en el corazón del príncipe, de su príncipe.

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IV

En los años que duró su matrimonio, Elia Martell aprendió a asociar los momentos de mayor debilidad física con la mayor fortaleza mental. El parto la dejaba agotada, pero la felicidad que le otorgaban sus hijos, el orgullo de saber que había conseguido traerlos al mundo, la hacían sentirse poderosa a pesar de todo. Rhaegar también parecía ser más feliz cuando sus hijos nacían, sonreía más y pasaba más tiempo en compañía de Elia. Elia había descubierto que nunca podría llegar a amar a Rhaegar, demasiado taciturno, demasiado melancólico, demasiado encerrado en sí mismo, así como Rhaegar nunca podría llegar a amarla a ella, pero disfrutaba mucho de la compañía de su esposo al igual que creía que él disfrutaba de la suya.

Elia se sentía feliz, fuerte y feliz. Recordaba su infancia, aquella sensación mientras se sentaba en el borde a observar a los demás niños jugar. La recordaba con una sonrisa, con la sonrisa condescendiente de la que sabe que nunca más la volverá a sentir, de quien sabe que ha alcanzado la felicidad y que no hay nada que pueda arrebatársela.

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Epílogo:

A Elia le gusta sentarse en la tribuna y observar a los caballeros luchar en los torneos. Le gusta especialmente ver luchar a Arthur Dayne, su antiguo compañero de juegos, a Barristan el Bravo, que a veces habla con ella cuando vigila su puerta, y a su señor esposo. Por eso este combate lo está disfrutando especialmente. Su esposo acaba de derribar a ser Barristan. Elia sonríe. La multitud estalla en aplausos y Elia los acompaña con fervor. El príncipe Rhaegar es el vencedor del torneo. Elia sonríe. El príncipe camina triunfante con una corona de rosas invernales en sus manos. Elia sonríe. El príncipe se acerca a ella y pasa de largo para depositar la corona en el regazo de Lyanna Stark y Elia sonríe y vuelve a sentirse como la niña que fue, observando desde el borde mientras otra obtiene lo que ella desea, pero a pesar de eso sonríe porque su fortaleza está en su espíritu y aunque por dentro se está resquebrajando no dejará que nadie la vea romperse.