Los caminos de la vida son caprichosos. Tal vez demasiados podrían decir algunos. Estos caminos son los que cada persona recorre mientras viven. En ellos aprenden cosas útiles e inútiles, conocen personas buenas que los ayudaran en la vida y les dejara una marca de luz, como también conocen personas malas que solo querrán destruirlos dejándoles una huella de oscuridad. Caminan seguros, dan pasos temerosos, siguen derecho, se caen, se levantan, se quedan en el suelo preguntándose si vale la pena continuar. Encuentran rosas, espinas, piedras, charcos de esperanza y sequias de desilusión.
Pero son gracias a esos caminos, que una persona ya sea para ser el mal o para el bien, es formada, forjada por las llamas del destino para ser útil en lo que está destinado a ser. Todo para desempeñar su rol en la obra llamada sociedad, dar su pincelada en el cuadro en lo que muchos llaman vida. Algunos caminos son paralelos entre sí. ¿Cuántas personas caminan uno al lado del otro sin ser consciente del que camina junto a él? ¿Sin ser consciente del dolor y felicidad ajena? No obstante, algunos se entrecruzan de manera tan íntima y compleja que una relación entre ellas, no importa la naturaleza, es inevitable.
¿Qué pasara con esos caminos, tan distintos entre si? ¿Dos caminos llenos de sangre y lágrimas podrán encontrar la felicidad o están destinados a arrasarse entre ellos? ¿Qué será de aquellos que no soportaran que el control de destinos tan gloriosos se les escape de sus manos?
Prologo
(Francia- 1416)
Se inclino por última vez para recoger los restos de heno que quedaron libres de su purga en el suelo. Usando la última redoma de su fuerza, llevo el asador con la carga hasta el montón que ocupaba calladamente en una esquina del establo. Al final su última tarea del día, se apoyo contra una de las vigas que sostenían el precario techo para normalizar su respiración y restaurar fuerzas. Buscando un trapo con los ojos, paso su mirada para asegurarse que los caballos estuvieran tranquilos y tuvieran todo lo necesario para pasar la noche.
Estos estaban calmados, mirándola con una intensidad que casi se podía leer la gratitud de sus cuidados en los ojos de los animales. Al ser una de las pocas, por no decir única, que se encargaba de sus necesidades, tenían una conexión con la joven que se encontraba ahora sentada en el piso. Sabían que antes de irse, les obsequiaría una última cepillada y alguna zanahoria.
La chica tomo un lugar en el suelo para asearse un poco antes de volver a la casa principal. Como no encontró nada decente con que limpiarse, usaba la tela de la falda de su vestido verde musgo, sabiendo que de igual manera se debería cambiar para la cena con su familia. Se desato su larga cabellera castaña de la trenza apretada y dejo que se meciera con libertad por el aire, antes de caer como cascada entre su cuerpo. La tela, eliminaba los restos de mugre y sudor que cubrían su delicada piel blanca.
Un suspiro se escapo de sus labios rojos para después levantarse con algo de dificultad, debido aun a su marcado cansancio. No era la tarea del heno lo que mermo sus reservorio de energías, sino el numero de tareas que le toco llevar a cabo esa tarde. Tareas como labrar el campo, recoger las frutas y verduras de su huerto, dar de comer a los animales y limpiar distintas zonas del caserón que era su hogar.
A pesar de ser de una familia acomodada, debido a una extraña enfermedad la mano de obra y servil estaba bastante escasa y tocaba a algunos miembros de la familia cumplir con la tarea para mantener el ritmo de vida a la que estaban acostumbrados. Esos miembros eran por supuesto, su padre, su hermano mayor y ella. Nadie esperaba que su madre dejara su rutina social para trabajar en cosas tan frugales como labores campestres. Sin mencionar que no aportaría ninguna ayuda en concreto por lo que simplemente lo dejaban pasar. Hablar de su hermana mayor era casi lo mismo. Además, tampoco hacía falta recordar el discurso histérico que su madre había dado cuando la idea apareció el aire.
- ¡Isabela, es muy delicada para cumplir con esas tareas insignificantes! ¡Sin mencionar que es el futuro de la familia, ya que su casamiento traerá más beneficios a la familia y no podemos dejar caer su reputación, degradándola a una simple esclava!
Habían sido las palabras de la mujer con porte de reina al defender a su hija mayor, recordándoles por milésima vez que la chica en cuestión era la joya de la familia y que no había que escatimar en su protección. Las palabras de la mujer eran ciertas, debido a la palidez de su hermana y el color rubio de sus cabellos (herencia materna) le daba cierto aire enfermizo. Todo realzado con una actitud lánguida y pasiva que su madre había inculcado en ella, perfectamente segura de que era lo mejor para señorita de clase.
-Creo que es mejor dejar que Madeleine se ocupe de ayudarte. Ya sabes cómo es, es más fuerte y casi raya lo salvaje. Todo por esa costumbre que tiene de andar por los bosques con su hermano. Nunca tendrá un buen futuro, seguro que lo más que podrá aspirar será a ser la amante de un duque.
Madeleine, llamada comúnmente May, podía notar el rencor de su madre cada vez que se dirigía a ella y esa ira mal disimulada detrás de esos ojos, tan azules como los de ella. Con sus dieciséis años, ya no le importaba no contar con el amor materno debido a que tenía en su reemplazo el amor de su padre, hermano y demás familiares, entre los que tampoco se podía contar a su hermana mayor. Con una madurez muy adelantada, May podía entender por qué.
Isabela podía ser considerada hermosa de acuerdo a los estándares básicos de belleza de la sociedad en la que vivían. Pero su actitud postrada sumada a un cuerpo que se destacaba mas por su esbeltez y porte que por curvas, incentivaba una actitud de protección más que de amor o pasión en sus pretendientes. Sin mencionar que era una persona bastante aburrida y superficial, debido a que no sacaba proyecto a las clases impartidas por los tutores, convencida que con solo su belleza podría salir adelante.
Muy por el contrario de May, que succionaba los conocimientos como esponja decidida a no ser más que un rostro bonito. Era más baja que su hermana y quizás con un rostro más infantil pero su cuerpo estaba más desarrollado que el de Isabela. Con su cabellera castaña (herencia paterna), un cuerpo de ensueño y una personalidad ingeniosa y graciosa era una de las estrellas de las cenas de sus padres, a rabia de su madre y hermana.
Sin embargo, no tenia pretendientes, debido a la baja dote que daba su familia por ella en comparación a la fortuna que daban por su hermana. En las pocas noches que pensaba en su futuro, se convencía que a menos de que encontrara a alguien que mirara por encima del dinero (cosa que ella no creía que pasara) terminaría de amante de alguien, tal como su madre no se cansaba de predecir.
Como aun no estaba en edad casamentera, decidió que disfrutaría de su vida hasta que las leyes de esa sociedad le cayeran encima y pasara a ser la propiedad de un hombre ya sea con el titulo de marido o amante. Levantándose de donde estaba sentada, sacudió su vestido de sirvienta del polvo y las briznas de heno que pudo habérsele pegado. Su vestido verde musgo encima de una camisola blanca, era uno de los muchos intentos de su madre para minar la atención que la muchedumbre masculina le daba sin saber que aumentaba su aureola de amazona salvaje que no se podía comparar a los elegantes vestidos de matrona que usaba su hermana.
Riéndose de lo ingenua que era su madre, procedió a darles su esperada cepillada a los caballos tarareando una canción. Amaba los caballos, por lo que no le molestaba encargue de ellos en lo más mínimo. Casi todas las tardes, ensillaba su caballo favorito llamado Fox y acompañaba a su hermano en la cacería. No era ni remotamente buena en ello, pero le gustaba esos momentos de libertad lejos de su asfixiante hogar para reír como una más. Sin mencionar que adoraba a su hermano mayor, Máxime.
Dejo con pena a los caballos, preguntándose porque las personas no son tan fáciles de tratar como los animales pero se encogió de hombros ante los misterios de la vida. Guardo las herramientas de trabajo, limpio todo lo más que pudo y se volvió a limpiar ella misma para intentar reducir al mínimo los gritos que le daría su madre solo por el placer de darlos.
Abandono la caballeriza, preguntándose cuando había oscurecido sin haberse dado cuenta. Se interno en la noche, su blanca y fina silueta perdió sus contornos dándole una apariencia fantasmal, realzada por un viento leve que mecía su cabello suelto. Camino con parsomia, la distancia hacia su casa, pensando que solo el hambre la conduciría a la cena, en vista que no podría robar comida de la cocina. Sus ojos azules miraron con placer a la noche, deteniéndose en los animales propios de la hora y deleitándose con el sonido que solo la noche puede llegar a regalar.
Detuvo su paso, admirando la luna llena que iluminaba tenuemente la oscuridad. Desde chica se quedaba hasta tarde mirándola, con los pensamientos llenos de los cuentos que su nodriza le contaba donde ese astro nocturno era símbolo de amor y esperanza. May amaba los cuentos y leyendas locales por lo que disfrutaba de un buen relato como si fuera el beso de un amante. Ya resignada a que esa noche no podría hacerlo, continuo con su camino, tirada además por su hambriento estomago.
Sin prestar atención a un leve tinte rojo que comenzaba a llenar la blancura de la luna.
Tan pronto vislumbro con claridad los límites del edificio al que llamaba casa, un presentimiento golpeo su corazón con tanta fuerza que la dejo sin respiración. Asustada, volteo a mirar a su alrededor sin encontrar nada que justificara su miedo por lo que se tranquilizo un poco y apuro el paso para resguardarse en la seguridad de los muros de piedra. Cada paso que la acercaba a su casa, hizo que el presentimiento crecería, dándole tintes cada más oscuros.
Llegando a la puerta, supo sin entrar que algo andaba mal. Su casa estaba oscura y sin ningún sonido. Olvidando el sentido común que la imperaba a que huyera, entro en el lugar queriendo confirmar la salud de su familia. Recorrió con cautela los oscuros pasillos, buscando una señal de vida o de peligro. Guiándose por su conocimiento y el tacto en las paredes, llego al comedor donde para alivio pudo ver una leve luz de velas que mostraba a su familia sentada en la mesa de roble.
Quiso llamarles para aliviar su corazón, pero su mutismo e indiferencia ante la comida la puso sobre alerta y avanzo con cuidado hasta ellos. Al llegar a la silla de su madre, la toco con cuidado pero no dio señales de vida sino más bien que se desplomo sobre la mesa. Asustada, la toco un poco más fuerte, llegándole a sacudirla pero una sustancia pastosa lleno le la mano. A la luz pudo ver que era sangre.
Toda su familia presentaba muestras de haber sido desangrada hasta la muerte por lo que estaba viendo una colección de cadáveres. Horrorizada, no pudo ni escapar, solo mirar el macabro espectáculo que el verdugo de su familia había montado al ponerlos en esa situación.
-¿Qué paso? ¿Qué paso?- repetía como un mantra, mientras las lágrimas inundaban sus ojos y mojaban sus mejillas- ¿Quién hizo esto?
-Yo- respondió una voz proveniente de las sombras. Estaba calmada para ser la voz que confesaba a haber cometido un asesinato.
May miro con asombro la silueta del hombre, desdibujarse de la oscuridad para adquirir forma real. Era alto, de ojos verdes al igual que su pelo. Su piel era de un blanco, rayando lo enfermizo. No sabía que ropa usaba porque una enorme capa negra cubría su cuerpo.
-¿Quién eres?
-Soy alguien que sabe que tu belleza se debe preservar por toda la eternidad.
(Osaka- Japón 1995)
El parque de esa zona de la cuidad estaba a mas de rebosar de gente que conformaban entre ellos distintas familias que se disponían a compartir el fin de semana entre ellas. Los niños corrían felices por los juegos como las almas inocentes que eran, mientras que los padres se dividían los quehaceres para preparar la comida porque el mediodía estaba en su cenit y todos estaban hambrientos.
En una zona cubierta por arboles, por lo que las sombras inundaban todo el lugar, una peculiar familia de tres personas preparaban su alimento. Una era una mujer joven pero con rasgos ya maduros preparaba unos emparedados y distribuía algo de jugo en un vaso. Cercano a ella, estaba un hombre algo más joven pero de todas maneras en edad adulta, con los mismos cabellos pelirrojos que la mujer pero de distinto color de ojos. Este miraba a la mujer con algo de hambre mal disimulada.
-¡Satoshi!- grito cuando termino con su labor de ordenar la comida- ¡La comida esta lista!
De entre las sombras salió un pequeño niño. Recién cuando comenzó a moverse se pudo separar de las sombras porque su ropa de color negro, le cubría cada centímetro de piel, dejando al descubierto solo su rostro y un poco de la punta de sus dedos. Su cabello negro, también estaba tapado con una gorra.
Se movió hacia donde estaban los dos chicos pero sus movimientos eran algo torpes. En ellos se notaba un gran cansancio y sus inseguros pasos detonaban una fuerte debilidad. Sin embargo, ninguno de los adultos hizo nada por ayudarlo, conociendo el carácter independiente del niño. Su cuerpo infantil, albergaba una fuerte personalidad y madurez impropia de su edad.
-¿Cómo te sientes, amor? – le pregunto con disimulo, pasándole su vaso y dándole un emparado cuando se sentó.
-Como siempre, a esta hora siempre me arde la piel y tengo mucho sueño- respondió soltando por un momento su comida y refregándose las manos en los ojos- Además de que mis ojos recienten la luz del sol.
-Deberías usar tus gafas tintadas- le indico mientras regañaba con su mirada a su hermano menor que estaba por agotar la bandeja de comida sin consideración a los demás- Eso ayuda mucho.
-Odio usarlas, me veo idiota- replico pero igual se las puso. En vez de comer, se quedo mirando el horizonte donde muchos niños jugaban despreocupadamente- Madre, ¿Por qué no soy igual que lo demás niños?
-Es por tu enfermedad, ya lo sabes. En eso eres igual que tu padre- le sonrió para alejarlo de pensamientos funestos- ¿Por qué no mejor comes algo?
-¿La carne esta medio a cocer? ¿El pan es de trigo natural? ¿Sazonado con aceite?- al ver que la mujer asentía, mordió tentativamente pero al ver que todo esta bien, siguió comiéndolo hasta acabarlo completamente. Después miro su vaso- ¿Eso es…?
-Sí, tibia como te gusta- le dijo su madre. El hermano de ella, hizo un gesto de asco pero siguió comiendo y bebiendo.
-Desearía no tener que tomarla- pero aun así llevo a sus labios el vaso que contenía el misterioso líquido. Su madre sonrió con pena, deseando que las cosas fueran diferentes pero ella no elegía la vida.
-Sabes que te hace bien- le respondió levantándose para ir a tirar los restos a un basurero cercano pero que salía de la zona de sombras- Quédate aquí, ya vengo.
Lo siguiente, años después, Satoshi lo describiría como una película en cámara lenta.
A los pocos segundos que su madre salió de la zona de sombras, un estallido sonó en el aire, mezclándose con los gritos de susto que automáticamente comenzaron a sonar. La mujer quedo estática unos segundos hasta que su pecho estallo visiblemente, destrozando tela y carne por igual para caer al piso. La tierra marrón comenzó a teñirse de rojo.
El niño escupió con fuerza el líquido rojo que estaba tomando para levantarse en una fracción de segundo para ir corriendo a donde estaba su madre. Al salir de las sombras, la poca piel que tenia al descubierto comenzó a arder al punto que salía algo de vapor y miles de ronchas llenaron su piel.
Pero eso no le podía importar menos.
-¡Mama!- gritaba sin consuelo.
Pero no importaba, su madre había muerto y el estaba solo.
