RECUERDALO, TÚ LE AMAS

Capitulo 1: Lágrimas y una oportunidad

Por: Okashira Janet

Bueno antes que nada Rurouni Kenshin le pertenece al buen Nobuhiro Watsuki, ese hombrecillo que pasea en bicicleta por las calles de Japón.

Este fic comienza después de los Ovas pero dará un cambio radical (así que no se traumen por el principio desolador) aclaraciones al terminar, comenzamos.

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-Yahiko pedazo de alcornoque, ábreme, me estoy congelando-

-¿Quién me hablara?, seguro un mosquito molesto-

-¡Yahiko!- la voz juvenil de un hombre gritó con fuerza y el moreno se encogió de hombros para pasar a abrir la puerta de su hogar.

-¡Eres el peor amigo de todos los peores amigos que puedan existir!- un joven de cabello castaño y ropaje extranjero entró temblando a la estancia.

-Y tú eres la peor molestia que me pudo haber caído encima Yutaro, mira que venir a molestar tan temprano-

-Cállate- el castaño giró la cabeza orgulloso.

-Ya consíguete un perro o algo así para que te haga compañía- el moreno negó con la cabeza divertido al tiempo que se recargaba con una mano en la pared, hacía frío y por lo tanto traía un gi de mangas largas y no el tradicional de manga corta que solía usar a menudo.

-Que manera de tratar a las visitas- el castaño bufó –Sigues siendo igual de grosero que cuando éramos niños-

-Mira, mira, yo por lo menos tengo a alguien a mi lado querido amigo-

-¿Por lo menos?- una voz femenina se dejo oír tras ellos y Yutaro saltó al tiempo que Yahiko se rascaba la cabeza intentando zafarse de esa conversación.

-¡Tsubame, querida!-

-Que cruel eres Yahiko- la joven mujer hizo un mohín con la boca y ni tardo ni perezoso su flamante esposo la tomó en brazos y empezó a dar vueltas con ella por toda la habitación.

-Sabes que te amo, lo dije solo para amargar a ese tonto-

-Yutaro-kun- la chica sonrió amablemente –Que alegría que hallas venido a vernos-

-Ah, sí, gracias Tsubame-chan- el castaño se sonrojó apretando los dedos de sus manos y bajando la vista al suelo, Yahiko ante este acto bajó a su esposa y le plantó un beso en la frente con cierto deje de tristeza, él no era tonto, sabía que Yutaro su gran amigo había estado enamorado de su mujer desde que había vuelto a Japón, era algo sumamente desafortunado porque para él Yutaro era como su hermano, le hubiera gustado que fuera feliz, que encontrara el verdadero amor pero el castaño había estado enamorado a tal punto que después de que Tsubame y él se casaran había optado por vivir en la soledad.

-Bueno, bueno- Yahiko tomó a la chica por una mano y avanzó hacía la cocina seguido de su amigo, bien podrían ser casi hermanos pero eso no quitaba que él amara a Tsubame con todo el corazón y sintiéndolo mucho no se la dejaría a nadie más.

-Yahiko…- Tsubame se llevó una mano a la boca y ahogó un suspiro -¿Sabes como se encuentra Kenji-kun?-

-¿Kenji?- el moreno sacudió la cabeza, era muy temprano para pensar en cosas tan tristes pero no porque dejara de pensar sobre eso sus problemas desaparecerían.

-Por eso mismo he venido- Yutaro escondió las manos en los bolsillos de su chaleco y bajó la mirada al suelo –Es por Kaoru-san, ella…-

-¡¿Qué le ha pasado?!- Yahiko saltó y Tsubame ahogó un gemido porque su esposo le había apretado la mano con demasiada fuerza.

-Ya lo sabes…- el castaño bajó la voz y por un momento pareció que fuera a quebrarse por dentro –Esta muriendo-

-Sí, lo sé- el joven ahora maestro del estilo Kamiya Kasshin apretó los dientes casi hasta quebrárselos, claro que lo sabía, que Kaoru esa mujer que tanto lo había querido, esa chica que había salvado su vida y lo había acogido en su hogar ahora moría, lenta, cruel y amargamente.

Que terrible destino para alguien que había sido tan buena en vida, Kaoru merecía morir de anciana en su cama, viejita y feliz, no así, no joven y contagiada por una enfermedad que su marido le había dejado de herencia antes de partir al otro mundo, a veces en la noche Yahiko se aferraba al cuerpo de su esposa y lloraba, lo hacía como si fuera un niño, sollozaba y gemía y ella lo acariciaba también llorando porque ambos compartían el mismo dolor.

-Pero Kaoru-chan…- Tsubame tembló ligeramente, todos los días al despertar rezaba porque Kamiya Kaoru, esa persona que tan buena había sido con ella continuara con vida, rezaba porque el dolor disminuyera, porque su vida se salvara mágicamente, pero sabía que era imposible.

-Ella esta muy grave y muy débil como ya saben- el joven castaño apretó los pliegues de su pantalón –Por eso Megumi-san me ha pedido que estemos preparados para lo que viene y tratemos de estar cerca de ella cuando… cuando…-

-Sí, entendemos- Yahiko asintió levemente con la cabeza -¿Y Kenji?-

-Él esta con ella- el castaño suspiró y una sonrisa triste apareció en su rostro –Escuche que Misao-dono esta por llegar-

-Más bien llega hoy- Yahiko alzó los ojos al techo sonriendo tristemente él también, se preguntaba como conservaría su sonrisa optimista la ninja en esas tristes condiciones.

-¿Será buena idea ir a esperarla en la parada del tren?- la vocecita tímida de Tsubame se dejo escuchar y Yahiko la acercó a él dándole un beso en la mejilla.

-Conociendo a Misao lo más seguro es que no este allí- y así en silencio los tres jóvenes presentes bajaron la mirada al suelo, afuera el viento aullaba y gemía, justo como sus corazones hartos de tanto dolor.

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-Himura, he venido a verte, lamento haber llegado tan tarde- la mujer se detuvo, sus ojos azules observaron con nostalgia la lapida donde se podía leer el nombre de su amigo, la fecha de su nacimiento y la de su muerte.

-Ni siquiera pude ver tu cabello rojo una vez más, de seguro que mis vaticinios eran ciertos y te salieron un montón de canas- la ninja sonrió dulcemente y acomodó con elegancia un gran ramo de flores sobre la lapida de quien había sido llamado en otros tiempos "Battousai".

-Quise venir a tu entierro pero ya sabes que mi trabajo cada vez es más exigente- poniendo un mechón de cabello tras su oreja la mujer continuó –Hace unos ocho años me reconocieron finalmente como Okashira, los ninjas seguimos vivos en esta era, siempre que haya guerras ahí estaremos, creo que eso nunca cambiara- el viento pasó tras ella aullando e inexplicablemente sintió un fuerte deseo de llorar, pero no podía llorar frente a la tumba de su amigo, no, su mejor arma siempre había sido su espíritu, no se desmoronaría ahora.

-Estamos en guerra contra China ya sabes, recientemente he tenido más trabajo que en los últimos quince años- la mujer dejo escapar una ligera risa y su cabello negro que ahora le llegaba a los hombros ondeó tras ella –Pero no todo es emoción, he perdido muchos hombres, muchas mujeres, muchos ninjas, muchas vidas penden de mis hombros, a veces quisiera algo de ayuda, que alguien me dijera si mis decisiones son las acertadas, pero Okina hace tiempo que se te adelantó y Aoshi…- la okashira ladeó la cabeza y cerró los ojos –no he vuelto a saber nada de él desde hace cinco años, se fue y no supe a donde, espero que siga vivo aunque muchos dicen que ha muerto- ¿Qué hacía contándole sus penas a una piedra?, bueno, no era una piedra cualquiera, su mejor amigo descansaba ahí abajo.

-Tu maestro se ha enfermado, Shiro-kun y yo lo obligamos a ir con un doctor… bueno esta bien, llevamos al doctor a él porque hacer las cosas al revés hubiera sido imposible, nos dijo que estaba enfermo y que le quedaba poco tiempo de vida, que tenía dañado el hígado y el riñón por beber tanto sake- la ninja se echó hacía atrás, que ironía que un hombre tan fuerte como ese muriera de una enfermedad y no en una batalla.

-¿Supiste que el bastardo de Saito murió el mismo día que tú?- riendo la mujer pasó un dedo silencioso por encima de la lapida –Lo sé, no era tan malo después de todo, igual él tampoco murió luchando, el doctor dijo que lo había acabado el cigarro, creo que fue por culpa de sus pulmones- guardando silencio la ninja se sentó en el suelo con las piernas abiertas como cuando era joven, que raro se sentía estar en esa posición, ahora ya no era la chiquilla escandalosa de hace tantos años, ahora era Misao Makimachi okashira del clan Oniwabanshu, treinta y un años, soltera, sin familia y con los escasos amigos que le quedaban muriendo.

-Bueno, no gano nada quedándome aquí a contarte mis penas- la aún joven mujer se puso lentamente de pie y sonrío por ultima vez al amigo fallecido –Volveré a verte después- y sin agregar más reemprendió el camino hacía el dojo Kamiya, el viento le pegaba en la cara, se notaba que ya era invierno.

Las calles estaban vacías, los civiles estaban asustados, la guerra con China era inminente, ahora que lo recordaba a la joven se le había pasado contarle a su amigo que Enishi Yukishiro también había muerto pero él sí en acción. Como penitencia por sus pecados pasados el joven había entrado como espía a China, como antiguamente había sido el líder de la mafia los chinos no habían dudado de él pero en una batalla llevada a cabo en Taiwán el peliplateado había sido obligado a mostrar su verdadera cara y como consecuencia había sido eliminado de la faz de la tierra.

Aunque no se lo contara a nadie la verdad Misao sentía algo de pena por quien anteriormente hubiera sido su enemigo, la guerra estallaba y en esta ocasión a la okashira le parecía que Japón era el malo ¿Qué ganaban ellos conquistando lugares lejanos?, ¿Qué ganaban queriendo quedarse con territorios chinos?, ¿No era suficiente territorio esas cuatro hermosas islas que conformaban su país?, pero aunque no estuviera de acuerdo seguía peleando por Japón, por su tierra y su gente.

-Al parecer si soy una sentimental- sonriendo apenas la ninja tocó lentamente la puerta que marcaba la entrada del dojo.

-¡Van!- una voz varonil pero joven se escuchó y Misao ni siquiera se sorprendió cuando una versión joven de Kenshin le abrió la puerta.

-Misao-san- el muchachito abrió grandes sus ojos azules.

-Kenji…- ella a su vez le sonrió dulcemente aguantando las ganas de tirarse encima de él y abrazarlo ¡Era tan parecido a Kenshin!, verlo era como ver de nuevo a su amigo, la única diferencia eran sus ojos, claro, algo de Kaoru tendría que haber sacado.

-Misao-san ¿Cuándo llego?- el muchachito se hizo a un lado dejándole espacio para entrar a la ninja.

-Hace poco- sin prisas, con calma recorrió al muchacho de arriba abajo con la mirada, los brazos musculosos, el cabello rojo un poco más oscuro que el de Kenshin recogido en una coleta alta, el gi azul oscuro, la espada de su fallecido padre a la cintura… y entonces lo entendió, que Kenji por fin había perdonado a su padre.

-Si viene por mamá…-

-Entiendo- con cariño Misao le pasó una mano por el cabello y él sonrió tristemente en respuesta, nunca le había molestado que ella lo tratara como un niño porque ella misma a veces actuaba como una chiquilla, pero si era sincero lo que más quería en esos momentos era a alguien que lo mimara.

-Megumi-san esta en estos momentos con ella-

-Kitsune…- saboreó el sobrenombre recordando mejores épocas, mejores momentos.

-Bueno, yo le digo Megumi-san- el muchacho se encogió apenado y la ninja le pasó un brazo por los hombros.

-Cierto, cierto, no te preocupes ¿Yahiko no esta por aquí?-

-Sí, llegaron hace un momento, Megumi-san cree que…- el pelirrojo entonces se quedo mudo, claro que lo sabía, entendía que su madre agonizaba, que sufría mucho, que lo mejor para ella era morir pero eso no quitaba el hecho de que fuera doloroso porque entonces él se quedaba solo, sin padre, sin madre, completamente a la deriva.

-Bueno…- Misao entonces lo sujetó de una mano -¿Dónde esta Kaoru?-

-En el ultimo cuarto- el jovencito empezó a caminar jalándola –Se alegrara de verla-

-Eso me gustaría pensar- recordó momentos pasados en ese dojo, en esos cuartos, las risas, la alegría, las bromas y luego cerró los ojos dejándose guiar por el hijo de quienes habían sido sus mejores amigos.

-¡Misao!- un grito y luego un abrazo, la Okashira no pudo hacer otra cosa que dejar atrás toda su madurez de mujer adulta para abrazar con fuerza a su amigo de la juventud, ese muchacho bajito y gamberro que ahora era más alto que ella y tan guapo como el que más.

-¡Yahiko!- lo abrazo tan fuerte y él a ella que por un momento les falto aire a sus pulmones.

-Creí que no llegabas- el maestro del estilo Kamiya dio un paso atrás contemplando a su amiga, vestía un kimono blanco abierto de las piernas al estilo ninja y su cabello suelto y corto a los hombros, la sonrisa seguía siendo alegre pero los ojos eran tristes, el presente los golpeaba con fuerza a ambos y de la niña alocada ya no quedaba nada, frente a él se encontraba una mujer aguerrida, tenaz, golpeada por la vida, era ni más ni menos que Misao Makimachi Okashira del clan Oniwabanshu.

-Ha pasado un tiempo- ella a su vez lo observó aguantando las ganas de chiflarle solo por consideración a Tsubame que se encontraba a escasos pasos.

-Misao-dono- Yutaro realizó una inclinación de cabeza y luego Tsubame también pasó a abrazarla.

-Acerca de lo que te pedí…- Yahiko la observó con aprehensión y ella soltó un suspiro.

-Por más que lo busqué no encontré a Sanosuke, mis fuentes me dicen que esta en China pero sabes bien que la guerra ha estallado y buscar un hombre en semejante caos es…-

-¿Esta muerto verdad?- el muchacho la observó con los ojos del que se sabe engañado y ella tentada estuvo de reír ¿Seguía siendo tan mala mintiendo?

-No lo puedo asegurar a ciencia cierta, solo sé que estuvo en la batalla de Cantón-

-Él no tiene nada que pelear en esta guerra-

-Ese es el problema, al parecer se vio en medio, después de eso ya no supe nada-

-Entiendo- el joven maestro apretó los puños y Tsubame acudió a él consolándolo en silencio, Yutaro desvió la mirada y Misao tuvo que pellizcarse a si misma para no dejarse arrastrar por la ola de malas noticias que los abrumaban.

-Misao-san…- Kenji jaló ligeramente a la ninja por el brazo y ella sonrió dándose un golpecito en la cabeza.

-A sí, tu mami ya lo había olvidado- despidiéndose por unos momentos la ninja siguió dócilmente al muchachito a otro cuarto.

-¡Misao!- Megumi giró el rostro sorprendida.

-Megumi- la Okashira le sonrío en respuesta.

-¿Es Misao?- una voz apagada y casi exánime se escuchó en medio de ese cuarto oscuro y la ninja sintió como su corazón se detenía, no quería creerlo, no quería creer que su amiga estuviera tan mal, se había hecho a la idea de que no podía ser posible, de que Kaoru era fuerte, pero viendo a ese fantasma que apenas y si intentaba una mueca en forma de sonrisa sobre el futón su estomago se contrajo.

-Kaoru- avanzó tambaleante hacía ella, sí, Misao Makimachi que había peleado cien batallas, que había liderado mil hombres, que había sufrido cinco atentados y había salido con vida, que había peleado en una ocasión con las costillas rotas y en otra con el brazo dislocado, esa misma mujer que se lanzaba a la batalla con un grito de guerra en los labios ahora temblaba y tragaba saliva conteniendo las lagrimas frente a la mujer que había sido su más preciada amiga a lo largo de su vida.

-Sabía que vendrías- sus labios estaban resecos, sus ojos apagados, la piel de sus brazos manchada.

-Estoy aquí- la sujetó de una mano intentando sonreír y Kenji se arrodilló del otro lado con un nudo en la garganta.

-¿Sabes que?- en la voz de la anteriormente joven kendoka se vislumbró un ligero toque de alivio –Estaba soportando el dolor solo para verte a ti-

-¿Pero que dices?- la Okashira río sin soltarle su mano –Te ves mas fresca que una lechuga, si Himura te viera se volvía a enamorar de ti-

-Sí…- Kaoru cerró los ojos disfrutando la broma, quizás la ultima de su vida –Pero… ahora quiero reunirme con él- en los ojos de Kenji brilló el terror y Misao apretó los dientes sintiendo que algo como una bola de dolor se alojaba en su garganta.

-Oye…- intentó sonar alegre a pesar de todo –No creo que Himura este tan deseoso de verte, se puede esperar un ratito más el infeliz ¿No?-

-Nunca pierdes tú sonrisa- Kaoru intentó sonreír pero un dolor agudo invadió su cuerpo como si le quemara.

-Llamare a Megumi- Kenji hizo el intento de pararse y llamar a la doctora que había salido para darles unos momentos a solas pero su madre lo detuvo jalándolo débilmente.

-Escuchen, me quedan pocas fuerzas- ambos negaron con la cabeza y ella sonrió.

-No juegues- aguantando las lagrimas Misao sonrió –Hierba mala nunca muere-

-Vamos mamá- Kenji a su vez también intentó sonreír.

-Misao…- lentamente la kendoka giró hacía su amiga –Eres la persona en quien más confío… cuida de Kenji-

-Ni siquiera tienes que pedirlo- las lagrimas se acumulaban en sus ojos.

-Kenji… lamento… de verdad lamento…- el dolor apenas y la dejaba hablar.

-No digas nada, entiendo, todo esta bien- el muchachito lloró entonces sin poder contenerse por más tiempo, pequeñas lagrimas que escapaban de sus valientes ojos azules que sin embargo miraban a su madre como quien ve un acto cotidiano de la vida.

-Lamento que tu padre y yo no hallamos hecho un buen trabajo contigo pero… te amo, te amo más que a nada en este mundo-

-Y yo a ti- los jóvenes ojos azules se dulcificaron, las lagrimas corrían como un río.

-Misao…- la ninja la observó asintiendo, su rostro se había serenado, sin darse cuenta estaba asumiendo la actitud que tomaba como Okashira, sufriendo en silencio, sin que sus subordinados lo notaran, como todo un buen ninja.

-Dime-

-Dile a Yahiko…- la mirada azul de la kendoka por un momento volvió a brillar –Dile que lo quise como a un hermano-

-Él lo sabe- acarició entonces su cabello –Pero se lo diré-

-Y si vuelves a ver a Sano… lo quise mucho-

-También lo sabe- y esta vez no dijo que se lo diría porque dudaba de volver a verlo.

-Misao…- apretó su mano, Kenji saltó porque la presión en su brazo estaba aumentando como si las ultimas fuerzas de su madre se concentraran en ese fugaz momento.

-Nos volveremos a ver- la Okashira entonces inclinó lentamente la cabeza –Kamiya Kaoru, maestra del estilo Kamiya Kasshin, esposa de Kenshin Himura y mi mejor amiga-

-Así sea- y entonces como si la mascara de dolor que había permanecido sobre su rostro se volviera humo en el viento la kendoka sonrío y su cara se iluminó de paz.

-Nos volveremos a ver…- temblando, con el corazón en la garganta Misao se inclinó y besó el frío rostro.

-Adiós… adiós mamá- y entones Kenji Himura, el chico que había huido de su casa para aprender la técnica del Hitten Mitsurugi, el mismo que había declarado que odiaba a su padre y que no volvería con su madre se echó sobre el cuerpo inerte de la kendoka sollozando, revolcando su corazón en el dolor, ahogándose con sus propias lagrimas, pero Misao no le pudo decir que resistiera como los hombres, no pudo regañarlo como lo haría con uno de sus ninjas, porque seguía siendo un niño, porque había perdido lo único que le quedaba en la vida y porque al mismo tiempo su corazón se había quebrado sin remedio.

Ninguno de los dos supo en que momento sus cuerpos se encontraron y se abrazaron pero cuando Yahiko abrió la puerta para ver que sucedía un joven pelirrojo lloraba sobre el pecho de una mujer ninja que le acariciaba lentamente los cabellos con la mirada fija en la nada y entonces una lagrima traicionera resbaló por la mejilla de Yahiko Myoujin, porque no tenían que darle explicaciones, había sentido como su corazón se estrujaba casi hasta hacerle daño hace un momento, ya todo había acabado.

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La noche siempre había sido su aliada, en la noche todos dormían pero ella estaba despierta, sus ojos azules brillando en la oscuridad como los de un gato, era el momento mas adecuado de un ninja para atacar, porque las sombras eran su medio natural… pero a Misao la oscuridad también le servía como el momento en donde sus mascaras caían al suelo y la verdadera mujer que en realidad era salía a flote.

La Misao que lloraba, la Misao que rabiaba, la Misao que pateaba, arañaba y rugía.

-¡¿Por qué?!- golpeó con un puño la pared mas cercana, en esos años su kempo había sido perfeccionado y como consecuencia causo una abolladura pero eso no le importo.

-¡¿Qué demonios hicimos para merecer esto?!- le gritaba a todos y a nadie, era una replica a los cielos y al viento, porque sabía que nadie tenía la culpa de lo que había pasado mas que la época, esa era que les había tocado vivir.

La era había obligado a Kenshin a volverse Battousai, matar y arrepentirse por sus pecados y finalmente morir por ellos.

Eran esos años los que habían vuelto Okashira a los quince años a Aoshi, la guerra lo había vuelto frío y atormentado, la muerte a su alrededor lo había hecho enloquecer.

Si hubieran vivido en otra época quizás las cosas no hubieran pintado tan mal, tal vez todos hubieran terminado sus vidas felices, pero eso no era posible, habían nacido en el Bakumatsu, presenciado la era Meiji y ahora volvían a sumirse en la guerra, tal vez era preferible morir ahora que vivir en esa nueva época de mierda, donde los samuráis se volvían ladrones, donde el ejercito peleaba contra los demás, donde el emperador se había vuelto una figura decorativa.

Sí, tal vez había sido mejor que todos cerraran sus ojos a esa nueva y deprimente realidad porque ¿Qué habría sentido Kenshin al ver que el Japón por el que tanto había peleado se sumía nuevamente en el caos?, ¿Qué diría Kaoru al ver que la muerte era el pan de todos los días en el frente?, ¿Qué diría su querido Okina si la veía al frente de una batalla de la que ya ni siquiera sabía que era lo que peleaba, agonizando sin haber muerto aún?

-Maldita sea- y todas las lagrimas que había callado salieron de sus ojos como un ciclón, porque estaba cansada de ausentarse de sus sentimientos, porque estaba aferrada a la vida aunque le doliera, porque veía caer a sus amigos uno tras otro, porque su corazón se quebraba pedazo a pedazo.

-A la mierda todos- dejo su papel de Okashira para volver al de mujer, se olvidó de su serenidad para regresar al papel de una niña abandonada, porque frente a todos se mostraba grande, fuerte y valiente pero en realidad se sentía débil, tan frágil como una hoja al viento.

-¡¿Y ahora que hago?!- se sentía perdida, sola vacía, triste.

-¿Dónde están ahora que los necesito?- y esta vez su suplica si iba dirigida a alguien, desde niña había tenido el poder de ver a los que ya no estaban, pero no era algo que pudiera controlar, los muertos se presentaban ante ella solo cuando así lo querían.

-¡Okina!, ¿No dijiste que estarías a mi lado?, ¡Hannya!, ¿Por qué me dejas ahora que te necesito?, ¡Shekiho!, ¿no puedes ayudarme?- ya no sabía si sus lagrimas eran de tristeza, de coraje o de locura.

-¡Beshimi!, ¡Hiottoko!- sacudió la cabeza de un lado a otro, nadie iba a ir, nadie la oiría, siempre había sido así.

-¡Himura!, ¿Cómo quieres que cuide a tú hijo?, ¡Tú debiste haberte quedado aquí!, ¡¿Por qué demonios te fuiste?!, ¡¿Crees que es muy bonito nada más regresar a morir?!- su delgado cuerpo temblaba, su pecho subía y bajaba de la rabia que estaba sintiendo.

-¡Aoshi Shinomori!, ¡¿En realidad te has muerto?!, ¡¿Por qué me dejaste?!, ¡Maldición!- por primera vez aceptaba que su tutor estaba muerto, lo aceptaba con la ira carcomiéndole las entrañas, con la tristeza brotando en lagrimas.

-¡Kaoru, Sanosuke, Saito, incluso el bastardo de Enishi!, ¿Qué creen dejándome sola?- poco a poco la ira iba disminuyendo abriéndole paso a un hondo dolor.

-Omasu… ¿Dónde estas?, Kuro ¿Por qué tuviste que morir?- la voz se le iba apagando, lentamente se hacía un ovillo en una esquina, su momento de histeria se le pasaba rápidamente pero las lagrimas que tanto había acumulado a lo largo de su vida se desbordaban de sus ojos como un mar.

-Siempre he estado sola, desde pequeña, ¿Dónde están los padres que nunca conocí?, ¿Dónde la familia? Y abuelo… ¿Dónde estas abuelo?- cerró los ojos y hundió la barbilla entre las rodillas, se sentía miserable como nunca en la vida, la muerte de Kaoru había sido la gota que había culminado el vaso, ya no podía fingir, ya no podía seguir adelante con una sonrisa en la cara, ya no había nadie por quien aparentar lo que no existía.

Debía cuidar a Kenji, sí, pero el muchacho estaba tan lastimado que dudaba mucho de poder hacer algo por él y si se lo llevaba consigo ¿Qué podría enseñarle que no fuera muerte y destrucción? ¡Estaban en medio de una guerra carajo!

-Quisiera cambiar… si pudiera cambiar todo esto…- pero no podía regresar el tiempo atrás, no podía mágicamente volver atrás los años.

-Misao- alzó los ojos, una luz resplandeciente frente a ella.

-Ah… estupidos muertos, vienen cuando les place- se pasó una mano por la nariz limpiándose el rastro de lagrimas, solo por si se trataba de su Aoshi-sama.

-Sigues tan grosera como te recuerdo- la voz sonaba alegre pero algo cascada así que Misao descartó que se tratara del ninja.

-¿Okina?- sacudió la cabeza intentando enfocarse correctamente.

-Casi pero no…- el viejo sonrió y entonces Misao lo recordó, tenía un recuerdo vago y medio borroso de él en su mente.

-¿Abuelo?-

-Te has convertido en una digna sucesora- entonces lo pudo ver claramente, vestido con todo su esplendor de Okashira, brillando bajo la luz de los muertos.

-Los ninjas somos objetos más que nunca en esta era- la actual Okashira se secó torpemente las lágrimas de las mejillas.

-Escuche tú llamado-

-Ah…- una sonrisa triste apareció en su rostro –Lamento molestarte después de tantos años, es solo que…-

-Ustedes no merecían este destino- el rostro del viejo se volvió serio.

-Sí, eso creo…-

-Los de allá arriba también opinan lo mismo-

-¿Los de allá arriba?- repitió la frase porque nunca había sido de los que siguen una fé y ese terreno era medio escabroso para ella.

-Hace un momento escuche que querías cambiar esto-

-¡Cambiarlo, volverlo inexistente, molerlos a palos para que no mueran si es necesario!- la ninja saltó aún con los ojos enrojecidos.

-No es fácil-

-Lo sé, ¿Pero no intentaría usted cambiarlo abuelo?, si le dieran la oportunidad ¿No volvería a vivir lo vivido solo por amor a sus amigos?-

-Lo haría- el viejo se inclinó, uno de sus dedos rozó apenas la nariz de la mujer –Sangre de mi sangre al fin y al cabo-

-¿Me ayudara?-

-Debo imponerte varias condiciones-

-¡Lo que sea!- una nueva fuerza la invadió, una emoción imposible de describir.

-En primera debo advertirte que no será nada fácil, al lugar a donde vas nadie podrá entenderte, aunque les cuentes la verdad no te creerán-

-No entiendo-

-No puedo explicarte más-

-Esta bien, no importa- se levantó sacudiendo su kimono.

-La segunda cosa que vas a tener que sufrir es la regresión de los años-

-¿Qué tanto?- la perspectiva de volver a vivir lo vivido no le era muy agradable por increíble que pareciera.

-Regresaras a tener diecisiete años-

-¡¿Diecisiete?!-

-Y no solo físicamente, también mentalmente-

-¡¿Qué?!- la Okashira casi se fue de espaldas ¿Volver a tener la mentalidad arrojada, temeraria, estupida y gamberra de cuando era una adolescente?

-Será necesario, no podemos darte la sabiduría que tienes ahora-

-Pero…- estaba por replicar pero pensándolo bien prefirió guardar silencio, le estaban dando una segunda oportunidad para cambiar lo incambiable, no podía quejarse.

-La tercera condición y la más importante es la siguiente, Misao Makimachi, tu misión imperante como Okashira del Oniwabanshu, como amiga y como mujer será regresar las memorias perdidas a tus amigos, recordarles su destino y cambiar su trágico final-

-No tienes ni siquiera que decirlo- los ojos azules se iluminaron de alegría y de pasión por la vida como en los viejos tiempos -¡Yo Misao Makimachi juró por mi abuelo que lo haré!-

-Ah…- el anciano cerró los ojos –No recibirás ayuda por un tiempo así que buena suerte-

-¡Gracias!- intentó sujetar las manos de su fallecido abuelo aún con los ojos húmedos pero no pudo hacerlo, todo a su alrededor se volvió luz, sintió como su cuerpo se perdía en una extraña sensación de adormecimiento y luego nada.

………..

.

..

.

-¡Ay, ay, ay!- Misao gimoteó débilmente y luego abrió lentamente los ojos, algo calido y suave estaba bajo ella y una sabana blanca cubría su cuerpo.

-¿Dónde estoy?- sentía la cabeza medio perdida.

-¡Jovencita, mire hacía acá!-

-¡Jovencita! ¿Podría decirnos quien es usted?-

-¡Jovencita!-

-¡Ah!- la chica aferró las sabanas aterrada, no entendía que pasaba pero había un montón de gente en la habitación apuntándola con extrañas maquinas negras, extendiendo hacía ella unos extraños bastoncitos que volvían la voz más fuerte como si gritaran y luces blancas aturdiéndola por todos lados.

-¡Jovencita!, ¿Es cierto que intentaba suicidarse?-

-¿Suicidarme?- Misao hizo una mueca sin entender -¿Por qué querría suicidarme?-

-¡Usted cayó del cielo!- otro reportero extendió hacía ella su micrófono pero Misao por toda respuesta abrió grandes los ojos ¿Qué había caído del cielo?

-Un muchacho que pasaba por ahí la atrapó en brazos pero si no fuera por él usted habría muerto irremediablemente-

-¡¿Qué me habría muerto?!- la chica saltó enfurecida, vaya bromas que se gastaba su abuelo mandándola a ese lugar desde el mismísimo cielo y si no pasaba el muchacho ese que decían seguro y se partía toda la… eso.

-Jovencita ¿Entonces no era su intención suicidarse por problemas familiares?-

-Yo no…- Misao no sabía ni que decir, ¿Dónde estaba?, ¿Qué era ese lugar y esas cosas?

-Jovencita, ¿Será que le entró una depresión con este año nuevo y la crisis mundial que se avecina?- ¿Crisis mundial?, a la chica se le abrió la boca de la impresión, era cierto, ellos estaban en guerra con China ¿Sería que la guerra se había vuelto mundial?, ¡¿Pues a que maldita época la había mandado su abuelo?!

-¿Qué… que año es?-

-¿Año?-los reporteros se miraron entre sí confundidos y nuevos flashes cegaron a la joven por un momento.

-Pues estamos en el 2009 por supuesto ¿Por qué?-

-¡¿Dos mil nueve?!- y así sin remedio, sin pena ni gloria se fue hacía atrás mientras unas rayas moradas aparecían bajo sus ojos, buena la había hecho su abuelo, la había mandado a un año equivocado, cuando lo viera lo iba a matar.

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Un muchacho de cabello negro y ojos azules observaba la televisión sentado en un sillón con las manos sudorosas sobre las rodillas, sus zapatos negros golpeaban el suelo como si estuviera nervioso.

-¡Hey Aoshi!- otro joven de cabello rojo recogido en una coleta baja y con tenis entró sonriendo -¿Tan temprano y ya estas viendo la tele?-

-Que raro- otro joven brincó el sillón y se sentó al lado de Aoshi aplastándolo en el proceso –Por lo general nuestro buen cubo de hielo no ve televisión y menos tan temprano-

-Sanosuke, apártate ahora- el de ojos azules gruñó contrariado.

-¡Nada, nada!- el castaño negó con un dedito –El sábado por la mañana me toca a mí el control remoto ¡Y quiero ver Dragon Ball Z!-

-Espera un momento idiota- Aoshi le arrebató el control y volvió a concentrar su mirada en el televisor para gran confusión del pelirrojo y Sanosuke.

-¿Qué le pasa a éste?-

-No lo sé amigo Kenshin- el castaño entrecerró los ojos –Pero no dejare que nadie me impida ver como Goku le patea el trasero a Majin Boo-

-Sano… has visto ese episodio por lo menos diez veces…-

-¡Pero es genial!- el castaño explotó feliz y en ese momento hizo acto de presencia un muchacho con el cabello blanco aún mojado y sin playera secándose con una toalla aún medio dormido.

-Ey- el peliplateado señaló el televisor –Esa es la muchacha de la que hablan ¿No?-

-¿La muchacha?- tanto Sanosuke como Kenshin parpadearon sin entender.

-Sí la que cayó del cielo-

-¿Del cielo?- ahora sí todos giraron la vista hacía el televisor donde una chica de ojos azules, larga trenza negro azabache y carita de estar completamente perdida decía incoherencias acerca de que venía de la era Meiji que era una Okashira y que la oyeran con un demonio.

-¿Cómo que esta medio mal de la cabecita, no?- Sanosuke se acercó al televisor y lo sujetó de ambas esquinas pegando la cara a la pantalla.

-Yo escuche que la persona que la salvo de matarse esta en esta escuela- el peliplateado dejo caer la toalla a la cara del pelirrojo quien se quejo ruidosamente pero el joven no le hizo caso y clavó la mirada en su compañero de ojos azules.

-¿No sabes nada Aoshi?-

-No…- y siguió viendo la televisión con el semblante frío de siempre pero con mil dudas por dentro, esa muchacha ruidosa, ¿Por qué habría caído del cielo?, ¿Por qué en sus brazos?

-¡Hey Enishi!- Kenshin sujetó a su compañero por un brazo y lo jaló con aprehensión hacía fuera -¡Son las nueve y cinco, Hiko-sensei nos va a matar si volvemos a llegar tarde al entrenamiento!-

-¡Ciao, ciao!- Sanosuke se despidió muy feliz de verse libre de sus amigos y Aoshi siguió observando la televisión donde la muchacha escandalosa había amenazado a un reportero con patearle el trasero si volvía a cegarla con una de esas lucecitas blancas que le aventaban a la cara… había que ver lo que pasaba en ese loco mundo.

Notas de Okashira Janet: Bien un nuevo fic y ahora sí que completamente diferente a lo que he escrito antes, si soy sincera me da un poco de miedito la reacción que van a tener cuando lean así que por favor ¡No sean malitos y apóyenme en esta nueva locura que ahora si estoy temblando!

Ahora si nos vamos a las aclaraciones, todo esto surgió de mi afán de cambiar el destino cruel de los Ovas, además de que si sacamos cuentas en la fecha en que Kenshin muere estaba empezando la guerra de Japón contra China y más tarde se desataría la primera guerra mundial, en fin que históricamente a nuestros queridos personajes no les iba a ir muy bien en aquella era.

Si debo mencionar un fic que me ayudo a inspirarme sería "Por amor a mis amigos" una traducción de un fic de Naruto (aunque en este caso Naruto viaja al pasado), pero si yo regresaba a Misao al pasado la era seguía siendo la misma y no podría cambiar muchas cosas que digamos.

En fin, me despido esperando que le den una oportunidad a esta historia, besos. Ciao

11 de Enero del 2009 Domingo