EL MURMULLO DE LOS MUERTOS
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CAPÍTULO 1:
Esperaba pacientemente las indicaciones de aquel hombre de bata blanca que la miraba con un aura de superioridad que le molestaba, la veía como si él supiera algo que ella no, lo cual al ser verdad, la hacía rabiar más. Miró la sala donde llevaba aproximadamente cuatro horas, pintada de blanca con cuadros de poco estilo, sillones rojos y una mesa de madera bastante rayada que revelaba los años que llevaba ahí; ese escenario la deprimía. Su ánimo variaba conforme el tiempo pasaba, a veces apretaba los labios en un gesto amenazador y con la mirada entrecerrada para acentuar más ese gesto, y otras simplemente mantenía los ojos en el piso y las manos en el regazo pero casi siempre procuraba observar al niño a su lado quien evidentemente estaba en peor condición que ella. No era de extrañar después de todo él era su hermano. Con un movimiento automático y del cual casi no se percató, le pasó la mano por la cabeza negra, despeinándolo aún más; el chico levantó la vista, lanzándole un claro mensaje con esos iris azul marino, suplicándole silenciosamente que le dirigiera unas palabras tranquilizadoras pero no fue capaz de hacerlo.
¿Por qué les pasó eso? Era una pregunta que constantemente se hacía, a veces la repetía en su mente como un mantra silencioso pero luego salía a borbotones, la gritaba a los cuatro vientos como una desquiciada, se halaba el cabello, lloraba histéricamente pero nunca encontraba una respuesta. Antes todo iba tan bien, el mundo se movía con una gracia inigualable, parecía tan perfecto sin embargo comenzó a desmoronarse, lo que comenzó como tensión que podía disiparse con unas vacaciones terminó con su prometido internado en un hospital. Ishizu se sentía vacía, los días parecían tan grises, oscuros, absurdos y agrios; las horas no parecían tener principio ni fin.
Su vida completa giraba en torno a los turnos de visita, a lo que un galeno le decía, a la esperanza de algún atisbo del hombre que amaba porque a pesar de los chismes a su alrededor realmente lo hacia, no era ninguna viuda negra, caza fortunas, ofrecida, bruja o ninfomana como les gustaba decirle sino simplemente una mujer que se enamoró de la persona más fría, desconfiada y, debía aceparlo, con un ego del tamaño del universo pero las cosas se dieron así, desde que se lo presentaron en una fiesta hasta el día en que él le entregó un anillo de diamantes preguntándole si quería ser su esposa.
Miró una vez más al pequeño hermano de éste y volvió a acariciarle la cabeza. Le tenía tanta ternura como si fuera su propio pariente, además le agradecía todo lo que había hecho por ella. Durante su romance con el mayor de los Kaiba aquel niño se volvió su más acérrimo aliado para conquistar el corazón y superar todas las barreras que aquel hombre construyó a su alrededor. Seto, podía decir ese nombre por la eternidad sin cansarse. El corazón le golpeaba el pecho cuando oía sus pasos o su voz, no se cansaba de verlo, era tan varonil; en la cama le gustaba palpar sus espaldas anchas y fuertes procurando no despertarlo, su cabello castaño, sus músculos de las piernas y el cuello le hacían sentir que el vientre le hervía. Le agradaba su olor a jabón importado combinado con colonia y con el aroma mismo que despedía. Ishizu vivía pendiente de sus estados de ánimo, siempre hizo lo posible por hacerle la vida agradable a cambio de eso le fascinaba escucharlo decirle que a donde ella fuera él la seguiría, palabras que uno nunca creería que Seto pudiera decir. Ishizu sonrió con amargura al recordar aquello porque ella no podía alcanzarlo a dónde él partió.
Se pasó sus delgados dedos por la cabeza hasta acomodar su cabello, de pronto vio que el médico se dirigía hacía ellos, aguardó hasta que fue innegable su presencia pues se detuvo a unos pasos y le indicó que se acercara. Ishizu dudó un poco pero al levantarse sintió que recuperaba poco a poco su fuerza y su temple, se paró delante de él con una actitud desafiante cómo si él fuera su enemigo. Mokuba se asomó desde atrás con interés
–¿desea qué el niño escuché esto? – inquirió el galeno con las cejas levantadas en actitud de incredulidad
–es el ser que más ama a mi prometido y tiene derecho a saberlo – respondió Ishizu con voz seca, Mokuba asintió dándole la razón pero sin atreverse a decir algo, aún estaba afectado por los últimos acontecimientos. El médico no dijo nada más respecto a ese punto, sacó un expediente y procedió a explicarle
–el señor Kaiba se encuentra en este momento sedado, esperamos que cuando recobre la consciencia este más tranquilo; reaccionó perfectamente al tratamiento pero esté declive lo ha dejado en un estado inconveniente, lo reanudaremos en cuanto se encuentre mejor – soltó el galeno de un solo tirón, luego miró a Ishizu con expresión de intelectual
–¿y con eso se curara? – se animó a decir por fin Mokuba, rompiendo el tedio con su voz
–esperamos que sea así – contestó
–¿podemos verlo? – inquirió está vez Ishizu, deseaba hacerlo, aunque sólo fuera unos escasos momentos pero el docto negó exponiéndole que era arriesgado entrar en contacto con él además de que la hora de las visitas ya había terminado y en ese punto fue inamovible. Ishizu comprendió que era hora de marcharse, tomó el hombro de Mokuba y lo apretó levemente para indicarle que debían partir pero antes de que dijera algo el médico se le adelantó
–por cierto el señor Kaiba hizo una anotación ¿significa algo para ustedes? – y le tendió un papel bastante arrugado a Ishizu. Ella lo recibió con manos temblorosas, que ella supiera hacía días que Seto no tomaba papel y pluma para redactar algo por su cuenta, sonrió pensando que quizás fuera un atisbo de algo prometedor, desdobló el pliego pero de inmediato su perfecto rostro moreno se desencajó. Entonces sacudió aquella nota con enojo, el dichoso mensaje que ella esperaba sólo era una palabra con caligrafía apresurada y que no tenía nada que ver con la estilizada de su prometido
Atem
Lo estrujó con ira maldiciendo aquel nombre. Observó al galeno que de pronto dio un paso hacía atrás intimidado por su mirada pero pronto recuperó la compostura, respiró hasta tranquilizarse un poco. Mokuba la observaba con expresión curiosa, debió reconocer su comportamiento porque dijo
–es él ¿verdad? – Ishizu asintió sintiendo que la cólera volvía a recorrerla.
Él arruinó su vida, la de Mokuba y la razón de Kaiba. Su prometido insistía en que aparecía, le hablaba, lo hacía enojar, incluso Seto había protagonizado una pelea campal con él en su oficina a la vista de la secretaría pero no había nadie ahí, nunca. Pero lo que más odiaba era cuando trataban a ese sujeto como si existiera, el primer psicólogo al que acudieron platicaba con ellos de él como si fuera parte de la familia, por eso lo despidió. Si realmente fuera real, ella ya lo hubiera estrangulado.
Kaiba despertó y no vio a nadie en la habitación lo que sin duda lo alegró. Dejó escapar el aire de sus pulmones lentamente, desde hacía unos días que cada una de sus acciones las realizaba de esa manera, intentando con ello matar el tiempo que se empeñaba en ponerlo peor. Estaba encerrado en una habitación pequeña, blanca para no alterarlo, y los muebles eran de plástico lo cual hacía que se riera porque la última cosa que la pasaría por la cabeza era suicidarse, una idea atroz y de cobardes porque no dejaría jamás solo a Mokuba. Las cortinas permitían que una luz nítida se colara por la ventana con barrotes. Pensó en lo que aconteció en las últimas veinticuatro horas, había golpeado a un guardia hasta que lo sujetaron con firmeza entre otros dos sujetos, pero el tipo se lo merecía, no entendió su deseo de salir de esa pieza lo más pronto posible porque él estaba ahí de nuevo. No lo había visto en casi tres semanas y de pronto se apareció sonriéndole con autosuficiencia, esa mueca lo hacía rabiar.
Pensó en su hermano pequeño, extrañaba ver su sonrisa y escuchar sus comentarios, también le preocupaba su empresa porque estaba en manos de esos ineptos miembros del consejo ejecutivo, los mismos que lo declararon incapacitado y que le arrebataron su corporación pero ya se vengaría de ellos. También se acordaba de su prometida, extrañaba su temple, sus silencios que decían tanto y su repentina y muda pasión. Para estar con ella había tenido que abatir varias barreras que los separaban, y vaya que aún quedaban unas cuantas. Estaba vestido con un pijama azul claro de botones negros pero tenía encima una camisa de fuerza, eso lo hacía enojar porque no era un sujeto maniaco que intentó asesinarse. Estaba consciente de que unas enormes ojeras adornaban sus ojos, que sus pómulos se marcaban y que sus nervios no estaban del todo bien.
De pronto se dio cuenta que ya no estaba solo en la habitación. Sentado al final de la cama estaba ese muchacho moreno, de figura firifira y con unos iris vinos que le arrebataban poco a poco la vida, vestía ropas blancas, era mucho más bajo que él y Seto estaba seguro de que si lo atacaba podría vencerlo fácilmente sin embargo nunca se le había acercado demasiado para tocarlo; no lo escuchó entrar
–la rabia si que hace que pierdas la razón – comentó el otro con esa voz grave, su sonrisa tenía cierto dejo de burla –no tenías que ponerte tan sensible por volverme a ver –. Seto trató de no contestarle, se dijo a sí mismo que no se encontraba ahí y que estaba alucinando como la psiquiatra le recomendó hacerlo pero le molestó tanto su petulancia que irremediablemente terminó hablando con él
–¿a qué se supone que volviste? – replicó bruscamente, con ese tono de voz que le indicaba a los demás a su alrededor que debían retroceder pero no funcionaba con él. Atem, maldecía el momento en escuchó su nombre. El brillo en los ojos del chico le indicó a Kaiba que había estado esperando que le hiciera esa pregunta. Atem se levantó y paseó un poco por la alcoba
–anduve vagando por ahí en busca de lo que ya te había mencionado, lo encontré pero necesito que me ayudes – le reveló con fascinación, sin poder ocultar su propia felicidad. Kaiba soltó una risa despectiva
–¿ayudarte? Por si no te has dado cuenta estoy encerrado y déjame recalcar que es por tu culpa, además sea lo que sea no me interesa – Atem sabía que no tenía demasiado tiempo como para encima desperdiciarlo en charlas innecesarias pero también era consciente de que si ofendía a Seto perdería toda posibilidad de lograr lo que se proponía, así que se calmó un poco. Se aproximó a Kaiba y lo arrinconó contra la pared, nunca habían estado tan cerca
–apóyame en esto y no volverás a verme en la vida – dijo Atem, sabía bien que eso era lo que Seto más anhelaba en el mundo –yo me encargaré de que salgas de aquí – dicho eso el moreno se alejó dándole el espacio que tanto le gustaba al empresario
–no lo haré – refunfuñó Seto. Si ese tipo menudo podía ser necio él lo era más –¿sólo querías eso? – inquirió mientras se recostaba contra la cabecera del lecho
–no vine antes porque tu prometida ha estado amenazando con matarme en cuando me aparezca así que no planeo dejarme ver por ella – contestó Atem mientras jugaba con el tablón donde estaban los últimos estudios de Kaiba
–¿cómo planeas sacarme de aquí? – de pronto le entró la curiosidad a Seto aunque en realidad no creía que el moreno pudiera hacerlo
–¿interesado? – dijo Atem sonriendo –pronto lo verás, vendré de nuevo cuando los guardias se distraigan así que procura recuperarte – eso fue como una patada en el estomago para Kaiba pero antes de que pudiera decir algo más Atem retrocedió unos pasos hasta acercarse a la puerta, le echó una de sus miradas enigmáticas y después se marchó.
Kaiba gruñó un poco, ni siquiera había aliviado cuando se alejaba porque era la única persona con la que perdía la paciencia, con el único que revelaba su carácter difícil e increíblemente él jamás retrocedía sino que embestía tan duro como él, provocándolo aún más. No era como Ishizu y su complacencia pero después de ese pensamiento Kaiba se sintió mal, no podía compararlos. Las veces en que estuvieron juntos todo a su alrededor pasaba demasiado rápido y vertiginoso. Además nadie más parecía poder verlo, lo que lo catalogaba a él como un enfermo mental. Negó con la cabeza, Atem no existía. Atem no existía. Atem no existía, eso le había dicho el doctor pero a él eso no le cuadraba, para él estaba ahí, lo veía tocar cosas, era real ¡estaba ahí! Hizo un esfuerzo para sacar de su memoria el instante en que lo conoció hacía unos tres o cuatro meses cuando todo comenzó.
CONTINUARÁ…
Notas de la autora: Atem es el verdadero nombre de Yami, por aquellos que aún no se hayan enterado. Gracias.
