¡FELIZ CUMPLEAÑOS, AMIGO WOLFGANG! ¡ESTE ES TU 'VERDADERO REGALO'!

Como te lo había prometido, he empezado mi nueva historia de Saint Seiya, Chapter: Zeus, por supuesto y esta vez será una continuación de la historia que vimos en Chapter: Hades. Para ti, amigo Wolfgang y todos mis lectores, disfruten de esta nueva historia y dejen reviews.

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Awake I: Olympic Dream

Habían pasado siete años desde la cruel batalla contra Hades, emperador del Inframundo. El mundo gozaba de paz finalmente. O al menos eso era hasta hacía un par de días, porque en el santuario de Atenas, un grupo de jóvenes arqueólogos estaba a punto de desenterrar un milenario secreto, un secreto que jamás debía ser revelado…

Santuario de Athena

La arqueóloga que estaba a cargo de la exploración del santuario se llamaba Seika y era una chica tan entusiasta que, a pesar de que habían acampado durante un mes sin encontrar nada que valiera la pena, se negaba a abandonar Grecia sin haber desenterrado el que ella llamada 'Tesoro del Zodiaco'.

– Ya ríndete, Seika – se quejó uno de sus colegas, un joven de cabello púrpura – Todos estamos exhaustos y ya has visto, aquí no hay más que ruinas, no sé de dónde sacaste la absurda idea de ese "Tesoro del Zodiaco".

– Eres un holgazán, Ushio – lo reprendió Seika – Pero ya verás cuando encuentre el tesoro.

– En serio, Seika, creo que deberías dejar de leer tanta mitología – replicó Daichi, un chico de baja estatura y cabello verde.

– Ushio, Daichi, ya deberían saber que no vale la pena discutir con Seika – intervino Sho, el más alto de los tres muchachos, de cabello azulado – Mejor volvamos al trabajo, de todos modos, ya casi se nos acaba el presupuesto para esta excavación.

Los dos chicos asintieron con desgana y regresaron a su trabajo. Seika por su parte estaba más que furiosa. Se había graduado de la universidad como la primera de su clase, e inmediatamente había conseguido que aprobaran su proyecto de excavación en el santuario de Athena, ya que todos los eruditos de la universidad de Atenas estaban interesados en descubrir los misterios que ocultaba ese recinto sagrada, ahora reducido a escombros. Sin embargo, el proyecto que Seika pensó sería el que la convertiría en una arqueóloga famosa, estaba resultando ser, aunque odiara admitirlo, un verdadero fracaso.

Seika se alejó del sitio donde sus colegas excavaban y entonces cayó en la cuenta de que faltaba alguien. Sí, no había visto en un buen rato a Flare. Alarmada, regresó al campamento, donde los muchachos descansaban.

– ¡Chicos! ¿Han visto a Flare?

– ¿Flare? Pensé que estaba contigo – respondió Daichi.

– Pues no, es por eso que les estoy preguntando.

– Estará por ahí, excavando sola – añadió Ushio – Después de todo, ella estaba tan entusiasmada como tú por este proyecto.

– ¡Seika, Seika! – exclamó una voz a sus espaldas. Una chica había entrado súbitamente en la tienda, haciendo que los presentes se sobresaltaran – ¡Tienen que ver esto! ¡No van a creer lo que Flare descubrió!

Se trataba de Hilda Ivanov, la hija mayor de los patrocinadores del proyecto de excavación, una joven historiadora nacida en Rusia, apasionada por los mitos de la antigua Grecia. Tenía un largo cabello plateado y piel blanca, que ahora estaba bronceada, debido a su trabajo de campo en Atenas. Hilda era la hermana mayor de Flare.

Los cuatro arqueólogos se miraron y se precipitaron fuera de la tienda, siguiendo a Hilda. Ella los guió hasta el sitio donde antiguamente se erguía orgullosa la enorme estatua de la diosa de la guerra. En el sitio donde antes estaba la escultura, había ahora un enorme agujero.

– Pero si ayer revisamos este sitio y no había nada – dijo Ushio.

– No creo que eso pueda catalogarse como "nada" – dijo Sho. Y era cierto, pues del interior del agujero brotaba ahora una intensa luz dorada.

Hilda y los jóvenes arqueólogos observaban, asombrados, cuando la voz de una chica los hizo despertar:

– ¡Hilda! ¿Estás ahí?

– ¡Estamos aquí, Flare! – exclamó la peliplateada.

– ¡Vamos, bajen, tienen que ver esto!

Seika fue la primera en aventurarse y lanzarse en el agujero. Hilda, entusiasmada, la siguió. Sho, Ushio y Daichi se miraban, no muy convencidos, pero entonces Seika les gritó:

– ¡No sean cobardes! ¡No es profundo!

Los tres arqueólogos, resignados, se arrojaron al agujero. En cuanto tocaron tierra, los tres jóvenes se vieron cegados por una intensa luz dorada. Fueron incapaces de abrir sus ojos, hasta que, después de unos minutos, se encontraron ante ellos una imagen maravillosa. Un tesoro increíble se mostraba ante sus ojos. Allí estaba, aquello que Seika tan insistentemente llamada "Tesoro del Zodiaco". Se trataba de doce cajas de oro, cada una de ellas grabada con el símbolo de una de las constelaciones del Zodiaco.

– Con que sólo ruinas ¿eh? – dijo Seika – Creo que alguien me debe una disculpa.

– Debo estar soñando – balbuceó Sho – Que alguien me pellizque. ¡Ay! No lo decía en serio, Flare.

– Como sea, ¿de dónde rayos salió todo esto? – protestó Ushio – Ayer estuvimos aquí y no pudimos encontrar nada.

– Bueno, la verdad es que descubrí este lugar por accidente – respondió Flare – ¿Recuerdan que ayer estuve en la ciudad con mi hermana? – los demás asintieron – Pues no sabía de este lugar. No hasta hoy. Esta mañana, me alejé de sus absurdas disputas y decidí investigar por mi cuenta. Estaba algo distraída tomando notas, cuando caí en este agujero. Al principio no podía ver nada, pero de pronto todo comenzó a brillar y ¡voila!

– Pero ¿qué significa esto, Seika? – preguntó Hilda, entusiasmada – Siempre has hablado del Tesoro del Zodiaco, pero nunca has dicho exactamente qué es.

– Una vez escuché una leyenda: – respondió la aludida – cuando el mal se cierne sobre la Tierra, la diosa Athena renace y junto con ella sus valientes caballeros, que representan las 88 constelaciones. Entre todos esos guerreros, existen doce que están por encima de los demás, se dice que estos caballeros, que representan a las doce constelaciones del Zodiaco, son los más fuertes de todos y tienen el honor de vestir las sagradas armaduras de oro.

– Entonces ¿estás diciendo que estas son las doce armaduras de los caballeros dorados? – intervino Sho – Si es cierto, ¡es todo un hallazgo!

– Pero eso no es todo – añadió Flare.

La rubia retiró con sus manos un poco de tierra del suelo sobre el que se habían parado y pudieron ver unas agarraderas de oro. Sho y Ushio se adelantaron y las halaron. Unas escaleras parecían conducir al subsuelo. Seika se adelantó y empezó a descender, encendiendo una pequeña linterna de bolsillo. Su equipo la siguió momentos después.

Entre más bajaba, más iluminado se volvía el lugar. Seika apuró el paso, deseosa por descubrir qué otros secretos ocultaban los dioses. La joven arqueóloga se detuvo súbitamente, casi tropezando con unas rocas. Boquiabierta, la chica avanzó hacia lo que sería su más grande descubrimiento. Frente a ella, descansaban doce cajas. Eran aún más ornamentadas que las de las doce constelaciones del Zodiaco. Hechas de oro y plata, decoradas con miles de piedras preciosas. Cada una tenía el nombre de un dios Olímpico, en griego, además de una imagen representativa de cada dios.

La caja más majestuosa decía "Zeus" y tenía la imagen de un trueno. A su derecha, con el dibujo de un pavorreal, estaba la de "Hera". Athena, Hefesto, Afrodita, Deméter, Apolo, Artemisa, Hades, Poseidón, Ares, Hermes. Todo indicaba que se trataba de las sagradas armaduras de los Dioses Olímpicos.

– Vamos, date prisa, Flare – apuró Ushio – ¿No ves que…?

Pero Ushio también se quedó boquiabierto. En cuanto los demás bajaron al subsuelo, ninguno de ellos pudo pronunciar palabra alguna. Sin necesidad de que Seika se los explicara, los jóvenes comprendieron de qué se trataba. Era cierto entonces que ese destruido santuario ocultaba más de lo que cualquiera pudiera imaginarse.

– Esto es… simplemente increíble – fue Seika quien rompió el silencio. La chica colocó su mano sobre la caja de Hera y al instante, una intensa luz inundó la habitación.

– ¿Qué diablos…? – protestó Sho.

Todos se quedaron helados cuando escucharon la risa de Seika, pues no sonaba como la misma Seika que ellos conocían, no, esa risa era perversa. En cuanto la luz disminuyó, apareció ante ellos la imagen de Seika vestida con una esplendorosa armadura. Estaba completamente hecha de oro, con incrustaciones de rubíes por doquier; en su espalda, la armadura se abría, formando lo que parecía ser la cola de un pavorreal.

– ¿Seika? – preguntó Hilda, con temor.

– ¿Seika? – rió – ¿Cómo puedes llamarme así, hermana? ¡Soy Hera! ¡La diosa suprema del Olimpo! – los demás la miraron, como si se hubiera vuelto loca – Y creo que es momento de que ustedes despierten también.

Una intensa aura dorada rodeó a Seika y envolvió a sus camaradas. Entonces, cuando la luz se desvaneció, todos se encontraban vistiendo una armadura sagrada. Seika, complacida, empezó a llamarlos por su nombre de dioses:

– Hefesto.

Daichi había sido cubierto por una armadura de oro. La parte inferior era larga y tenía forma de llamas de fuego y en sus manos llevaba un martillo y una antorcha. El joven arqueólogo se había transformado en el dios herrero.

– Hermes.

Sho había sido llamado como el dios mensajero, Hermes. Su armadura de oro dejaba al descubierto sus abdominales y era bastante más ligera que la de Hefesto. Sus botas aladas eran su característica más llamativa.

– Afrodita.

La armadura que vestía Flare era bastante atrevida. La parte superior apenas cubría su pecho, mientras que la inferior consistía en una protección en su cintura, dejando sus piernas al descubierto, excepto en la parte donde las botas de oro las cubrían.

– Ares.

La armadura de Ushio protegía cada parte de su cuerpo. Tenía unas enormes alas de oro y el casco era similar al de los antiguos guerreros griegos. En su mano derecha llevaba una lanza y en la izquierda, un amplio escudo.

– Deméter.

Hilda se había convertido en la diosa de la agricultura. Su armadura tenía una larga e imponente falda, que caía formando una flor. Llevaba, al igual que Hera, la corona de las grandes diosas, la llamada polos.

– ¡Qué bien me siento! – exclamó Ushio, ahora Ares – Finalmente pude librarme de esa absurda consciencia humana.

– Debo decir que ese chico, con su personalidad, – le dijo Hilda, ahora Deméter – se parecía bastante a ti, Ares.

– ¡Oh, cállate! – replicó el dios de la guerra – Como sea, si hemos despertado, significa que el momento llegó – se dirigió a Seika, ahora Hera – ¿Lo has conseguido?

– En efecto – respondió Hera, con una sonrisa – He encontrado a Zeus.

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Algunas aclaraciones, la Seika que utilizo aquí es, en efecto, la hermana de Seiya, así como Hilda y Flare son las chicas de Asgard y Daichi, Sho y Ushio son los Caballeros de Acero que salieron en el anime.