¡Hola, sempais! Sean bienvenidos a mi primera historia de Shiki. La verdad es que no tiene más de dos días que terminé la serie y simplemente no pude evitarlo: Natsuno y Tohru me partieron el alma de mil maneras diferentes y debía escribir algo de ellos, así que este es el resultado. Espero, de todo corazón, que valga su tiempo y quizá, un review (x'D)
Shiki no es de mi propiedad, pues fue creado por Fuyumi Ono y cuyo manga fue escrito y dibujado por Ryu Fujisaki (a quien decidan darle más crédito, el caso es que no soy su dueña, o quizá, habría tenido un final muy diferente). Mi propósito únicamente es entretenerme a mí y a ustedes (nwn)
Advertencias: Posible OoC en Natsuno (porque vamos, intenté hacer un shonen-ai) y, creo que eso podría ser lo único. ¡Oh! Y supongo que si no han visto el final del anime, podría considerarse un fic con SPOILER.
Dedicado a nightlyblue, porque es tu culpa que haya llorado como mariquita en la serie (7-7) y porque de todos modos te amo por mostrármela (x'D); en serio haré una no tan triste la próxima vez.
En fin, ¡espero la disfruten!
((*~*[Leave never to return]*~*))
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« DON ÁLVARO: Yo le amaba […] ¡Con que noble gentileza, entre un diluvio de balas se arrojó, viéndome en tierra, a salvarme de la muerte! ¡Con cuánto afán y terneza pasó las noches y días sentado a mi cabecera! ».
Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino.
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« Natsuno ». Su nombre jamás había encontrado un mejor lugar hasta conocer a Tohru. Aunque pasara el tiempo riñéndole por utilizarlo con tanta confianza, en el fondo siempre que evocaba el recuerdo del rubio llamándolo, las comisuras de sus labios se levantaban en una pequeña insinuación de sonrisa que el mismo Yuuki sólo notaba cuando relajaba los músculos faciales (los que, desacostumbrados a tal gesto, terminaban ligeramente adoloridos).
De cualquier manera, el por qué no soportaba que Tohru lo llamara por su nombre de pila, era por una razón muy distinta a la usual: Natsuno sentía un desagradable cosquilleo en la boca del estómago y su corazón se agitaba igual que las alas de un colibrí, batiéndose frenético sin razón aparente. Odiaba lo dulce que se tornaba la voz del otro cuando le hablaba y, al mismo tiempo, se había convertido en su pasatiempo favorito saborear las letras de su nombre que en otras circunstancias, sólo le despertaban cierta aversión.
« Natsuno ». Era una canción que nunca, iba a cansarlo por más que la escuchara, pero que ahora se había destruido y borrado de la faz de la tierra.
La noche en que todo terminó, él se había colado entre las sombras —tenebrosas y frías— del bosque. Se sentía aprisionado por ellas, igual que las garras del águila cuando arrebatan una serpiente de la tierra. Resultaba doloroso, como un látigo descargándose una y otra vez en su cuerpo desnudo, abriendo la piel hasta mostrar el hueso.
Yuuki experimentó una triste melancolía por el delicioso aroma del bosque: Los abetos y la tierra húmeda que se transformó en el aroma metálico de la sangre y los cuerpos en putrefacción. Es cierto que jamás le había gustado ese pueblo y cada día miraba la inmensidad de la carretera, anhelante por largarse de un sitio que, desde su llegada, parecía construido por ruinas en las que habitaban muñecos sin rostro. Lo ponían enfermo esas marionetas que sólo cuchicheaban palabras vacías, perdiéndose en la aburrida rutina y el gran sinsentido de su existencia. Por eso, no lamentaba en lo más mínimo descubrir que era imposible salvar la villa de Sotoba; esa posibilidad ya estaba contemplada, aunque nunca fue su plan reducir el pueblo a cenizas en busca de su venganza.
Porque revancha es lo único que le interesaba. Después de la muerte de Tohru no existió nada más, porque aun alzándose de la tumba como Okiagari, el rubio no era el mismo que conoció alguna vez: Su sonrisa se había extinguido y aunque su característica gentileza permanecía, su Tohru había desaparecido en el miedo y las penumbras de la noche. Por eso, cuando le quitaron la persona a la que más quería, por la que —literalmente— dio la última gota de su sangre, Natsuno les declaró la guerra a esos monstruos.
Yuuki siguió su marcha, observando el camino mientras se escabullía entre los aldeanos sin hacer el menor ruido ni llamando la atención; lo cierto es que no resultaba muy difícil cuando todos estaban preocupados por el fuego. Y entonces, como si hubiera sido arrastrado por una fuerza superior, llegó hasta el lugar que había buscado durante el último par de horas.
No quería morir sin antes hablar con él, pero nuevamente se le privó de tener una oportunidad para despedirse. Aunque una parte de Yuuki supuso que pasaría, el corazón que dejó de latir en su pecho hace días, se rompió una vez más cuando descansó la mirada en las figuras de Tohru y Ritsuko. La imagen, pese a representar los cadáveres de su mejor amigo y la chica que amó éste, lo aliviaba sobremanera: De alguna forma, el rostro del rubio y la paz definitiva que alcanzó en algún momento del día (o quizá sólo minutos atrás), gracias a la estaca en su pecho, hicieron que Yuuki se sintiera absurdamente feliz.
Tohru estaba descansando, justo como merecía cuando le llegara su momento (muchos años después, si no hubieran aparecido aquellas despreciables criaturas).
¿Se suponía que aún ahora podía decir algo? ¿Cómo qué? ¿Adiós para siempre? ¿Descansa en paz?
« Natsuno ». El tono amable únicamente supo recordarle la sonrisa divertida del rubio, cuando lo disculpaba por su actitud hosca y casi grosera. Sin embargo, el recuerdo de su voz ya no era suficiente (en realidad, nunca lo había sido), pero se sintió tan palpable, que el joven estuvo a punto de juntar los párpados, orando porque Tohru estuviera acercándose por atrás, listo para darle una palmada a su espalda como hacía todas las mañanas al encontrarse camino a la escuela.
—Natsuno.
La voz de Ozaki rompió con el momento y él se obligó a levantar la mirada, no sin cierta decepción y culpa escondidas tras una máscara inmutable. Enfrentarse de lleno con el rostro del doctor, por alguna extraña razón trajo a Masao a su memoria; ese insufrible chico que en muchas ocasiones lo acusó de ser un tipo frío y sin sentimientos. Tal vez, el moreno estaría feliz de saber que Natsuno le daba la razón respecto a su comportamiento (al menos, estaba seguro de que se regodearía).
« Natsuno sólo es tranquilo ». Había dicho en alguna ocasión el rubio, defendiéndolo contra la perorata del mayor, luego de que éste empezara a echarle bronca por Shimizu —esa maldita superficial—.
« Yo no soy tranquilo », pensó mientras daba media vuelta: « Quiero despedazar a todos los Okiagari por arrebatarte la vida… por alejarte de mí. Deseo que sufran, chillando y rogando por piedad. Todos. Todos en este patético pueblo ».
Aún podía sentir la pesada mirada de Ozaki en su espalda, perforándolo con ella en silencio, dejándolo marchar.
« Me pregunto si los condenados van al mismo sitio al morir. Desearía encontrarte y decirte que está bien: Tú eres el único que puede llamarme Natsuno una y otra vez. Lo hiciste de todos modos, aunque siempre te dije que no… pero quisiera decirte cuánto me gusta oírlo de tus labios ».
Una vaga sonrisa se abrió paso por sus labios mientras reparaba, quizá por primera vez, en que jamás saldría de Sotoba.
No fue capaz de abandonar a Tohru y no quería vivir como un monstruo para el resto de su vida, así que debía terminar consigo mismo, como el héroe de un cantar épico.
Antes de llegarse al claro donde se encontraría con Tatsumi, Yuuki se preguntó si había sido, después de todo, una desgracia conocer a Tohru y una necedad enamorarse de quien nunca correspondió sus sentimientos mudos.
El pensamiento consiguió que riera entre dientes. Al final, decidió que se parecía en algo a Shimizu: Había disfrutado —en alguna medida—, su amor no correspondido, esperando el día que fuera aceptado…, un día que no llegó ni llegaría jamás.
FIN
A quien corresponda: ¡Mil gracias por leer y si dejan comentario, otro mil! (x'D)
¡Hasta pronto!
