Por los largos y blancos pasillos se podía escuchar el eco de los tacones al chocar contra el suelo, su impecable bata se movía al compás con ella mientras estudiaba detalladamente la información que se había recopilado durante los últimos 10 años. Al lado de la rubia caminaba el doctor Marsh, quien lucía nervioso al ser su primera vez en una reunión informativa con el jefe de área.

La puerta corrediza se abrió al sentir el peso de los dos permitiendo que entraran a una sala de reuniones generales. La investigadora Barbara Stevens caminó a paso confiado hasta una de las sillas que rodeaban la larga mesa de granito oscuro, acomodando todos los papeles. El doctor Stanley Marsh inspeccionaba asombrado el lugar, las baldosas blancas del suelo contrastaban con el resto de la sala que pintaba un negro grisáceo, rodeado de grandes muebles a los costados repletos de libros y enciclopedias.

La mujer lo observó por breves segundos con una ceja levantada ante su actitud mientras preparaba su presentación digital.

—Doctor Marsh, cabe aclararle que el señor Cartman puede oler la inexperiencia, así que preparese.—Le comentó extendiéndole varios documentos para que estudie.

El hombre las tomó leyéndolos instintivamente. Su presentación debut hablaría sobre los mejores casos que se encontraban en el área. Había información de tres niños, actualmente adolescentes de 12 años. Stan conocía a lo chicos, había leído sobre ellos, más aún no obtenía el permiso para formar parte del caso.

Varios minutos transcurrieron hasta que el robusto hombre se hizo presente en la sala.

—Bien, comiencen.—Les ordenó mirándolos severamente mientras tomaba asiento.

La mujer aclaró su garganta antes de empezar.

—Buenas noches general Cartman. Soy la investigadora Barbara Stevens, es un privilegio poder compartirle la siguiente información. El hombre a mi lado es el doctor Stanley Marsh.—Dijo señalandolo con la mano.

El azabache quien mantenía una recta postura, la rompió entregandole unas copias de la información.

—Stanley Marsh, doctor especializado en enfermedades excéntricas. El día de hoy le presentaré tres casos interesantes que son considerados éxitos científicos.

—Basta de charlas, hablame de ellos.—Contestó poco interesado el castaño.

Detrás del pelinegro, se empezó a proyectar la imagen de un niño en silla de ruedas.

—Primer caso, 21 de octubre del 2009, espécimen número 0275. Timothy Burch, padece de parálisis cerebral y sindrome de Tourette de carácter hereditario. A la edad de sus tres años se descubrió su alto coeficiente intelectual en su guardería especializada.

—¿Y eso qué?—Interrumpió fastidiado el general.

—Durante su estancia en el lugar, el pequeño demostró habilidades de comunicación a través de la telepatía con fluidez verbal. Este caso fue reportado al Laboratorio Nacional Oac Raige quien cedió sus permisos a la RAH.—Ante el silencio del comandante, el doctor Marsh continuó.—Según investigaciones, se considera que el niño al tener la discapacidad de comunicación, desarrolló la habilidad de la telepatía como parte de la supervivencia.

—¿Y han logrado hacer que otra persona pueda hacerlo?—Cuestionó Cartman.

—N-no. Aún no, señor.—Contestó dudosa la científica.

—Insignificante. Siguiente caso.—Ordenó el castaño.—Kenneth McCormic, ¿Regeneración instantánea?, Eso es interesante.

Stan respiró hondo para continuar con su presentación. El aura del comandante Cartman era intimidante, así que tenía que esforzarse el doble si quería formar parte del equipo de investigaciones. En la presentación digital se visualizó la imagen de un niño rubio lleno de cicatrices en el cuerpo.

—19 de marzo del 2014, espécimen 0640, Kenneth McCormic proviene de una humilde familia. A sus ocho años recibió diez balas alrededor de todo su cuerpo después de intentar atacar a siete policías locales al momento de escapar de la escena de crimen.

El jefe de área los veía inexpresivo, cosa que paralizó al doctor Marsh, quien enmudeció con poco color en el rostro. Barbara giró a verlo ante su silencio. Con solo observar la expresión de su cara, supo que había sido intimidado.

—Había robado una tienda de ropa.—Acompletó la rubia.—El chico sobrevivió a dicha cantidad de plomo en su cuerpo. La policía local cedió sus derechos del preso a la RAH. Según especulaciones del joven, descubrió y utilizó su anomalía cuando tenía seis años.

—He escuchado de esa rata. Intentó escapar unas seis veces de acá, ¿No?—Habló con más interés el castaño.

—S-sí. En su primer intento se descubrió que logra sobrevivir a quince balas. Afortunadamente, el oficial Donovan detuvo el ataque.

El hombre se recostó en la silla sonriente.—Ese niño me interesa.—Dijo señalando a la mujer.—Hagan que su poder se pase a otras personas. Eso o me llevo al niño a la milicia, sería muy útil.

—Ni tanto, señor.—Habló la investigadora Stevens.—Así como sus células se regeneran de manera apresurada, su energía también se agota. No tendría tanta resistencia en el campo de guerra.

—¿Y pueden hacer que si?—Cuestionó levantando una ceja.

Los dos empleados compartieron una mirada entre ellos, guardando silencio. Después de unos segundos la científica Stevens habló.

—No podríamos asegurarlo, tendríamos que llevar a cabo una serie de experimentos en él.

—Inservible. Siguiente caso.—Demandó restándole importancia mientras ojeaba los documentos.—¿Control meteorológico?, ¿Qué es eso?

—Tercer caso, espécimen número 0606. 14 de agosto del 2012, Tweek Tweak fue un caso que impactó todo Estados Unidos. Cuando tenía 6 años estalló una gasolinera de South Park, Colorado, cuando hizo caer rayos del cielo.—Informó el doctor.

Erick Cartman lanzó una carcajada. Los otros dos mantuvieron silencio ante la reacción del hombre a mando.

—¿Me están jodiendo? Eso es increíble. ¿Cómo lo hace?

—Las teorías señalan que su glándula pineal logra producir altos niveles magnéticos al centro de la Tierra. Más fuertes que los de un humano promedio, eso lo ayudaría a controlar el cambio meteorológico que lo rodea.—Dijo Stanly seriamente.—La RAH lo ubicó. Tuvimos que comprarle el niño a sus padres con una suma de tres millones de dólares.

Cuando concluyó respiró hondo, sosteniendo el aire en su pecho por los nervios. El general a mando continuo leyendo la información que le habían otorgado, después de tal acción lanzó los papeles a la mesa de forma despreocupada.

—Esos casos podrían llamarse "éxitos científicos" si pudiesen traspasarse a otras personas.—Rectificó haciendo comillas con las manos.—Sin esos resultados, lo que me acaban de decir solo son casos ignotos.—El castaño se levantó de su asiento golpeando la mesa con las palmas de sus manos.—¡Quiero resultados o mandó a esas ratas a la guerra!

Marsh y Stevens brincaron ante tal acción. El comandante Cartman caminó hacia la salida de la sala sin voltear a verlos refunfuñando lo inútiles que eran.

—Barbara, manda a ese novato a la sala de operaciones.—Dijo levantando perezosamente su mano. Después le dirigió la palabra al hombre.—Me das resultados o te saco ratita.

Cuando el gordo se retiró, Stan soltó el aire que estaba conteniendo en sus pulmones sonriendo. Lo había logrado.

—Bienvenido a bordo, doctor Marsh.—La rubia le palmeó el hombro caminando a la salida.—Acompañame, te llevaré a la sala de experimentos.

Stanley sonrió orgulloso. Había pasado de la formación externa, al equipo de control central. Al fin tendría reconocimiento por sus logros.


A 300 km bajo tierra, se encontraba un pequeño de doce años recostado en una estrecha cama fría, cubriéndose la cara con su brazo. El lugar estaba completamente vacío y frío, que cada vez que exhalaba salía vapor de su boca.

Su débil cuerpo temblaba ante la temperatura baja que había en la habitación y la escacez de ropa que llevaba puesta. La cual solo era una camisa gris desgastada con el número 0606 grabado y unos shorts cortos del mismo color.

Estaba agotado de todas las pruebas biológicas que le practicaban. Extracción de sangre, análisis de orina, radiografías, terapias biomagnéticas y cientos de más.

El pequeño destapó sus azules ojos mirando el techo en medio de la oscuridad. Se enderezó y tocó el suelo con sus pies, erizandose ante el frío toque de las baldosas al estar descalzo.

—Pronto será la hora del almuerzo.—Susurró con la vista en una esquina, tomando fuertemente su brazo por el dolor de las inyecciones.

El joven caminó hasta la armada puerta de metal, tocándola insistentemente. Después de estar así por varios minutos, un viejo hombre abrió la ventanilla de golpe, asustando al pequeño niño.

—¡Cállate anormal!

Sin prestarle atención a su agresión, el pequeño le habló.—¿Cuánto falta para la hora de la comida? Me estoy muriendo de hambre.

El hombre se rio del niño, cerrando la ventana sin contestarle su pregunta. Enfadado, Tweek golpeó con más insistencia la puerta. Como iban pasando los minutos la iba golpeando con más fuerza gritándole al hombre de afuera que le dejara salir.

Al no obtener resultado alguno, el pequeño se rindió y fue alentando los golpes hasta que cesaron, dándole la espalda a la puerta para apoyarse en ella, y dejandose caer lentamente hasta que quedó sentado en el suelo.

Supuso que aún faltaba mucho para salir, y sin poder hacer nada más, guardó su rostro entre sus piernas cerrando fuerte sus ojos, imaginando que no estaba ahí. Imaginando que no estaba en el infierno.