La traición.
Miré a mi General, su mirada perdida en la aldea que ahora ardía en llamas. Quise estar dentro de su cabeza y ver que pensaba. Su expresión marcaba agonía, y sus nudillos estaban cómo amenazando a salir de la piel. Estaba frustado, creo yo. Derrepente giró su cabeza y saqué mi mirada, avergonzado.
—Sebastian, tienes algo que decirme?—Dijo, sin contener su ira, el General. Sacudí la cabeza tanto que me mareé—Bien, entonces, dejáme de mirarme fijo, me exaspera— Se levantó, murmuró algo por lo bajo, sacudió un poco de pasto de sus pantalones de cuero y se fué caminando dando pisotones.
Volví a perder mi mirada en la aldea en llamas y sentí una sensación horrible de culpa y espanto. No era la primera aldea que reducíamos a escombros, claro que no, pero esta era... diferente. No había necesidad de castigar de semejante manera a los humanos. Faustus pasó, bromeó un poco conmigo y al ver que no reaccionaba se marchó, murmurando que era un malhumorado. A lo lejos veía a Kain indicando a un grupo algo sobre un mapa, entrecerré los ojos y agudicé el oído. Escuché débilmente una marcha de planes de ataque:
—El equipo de Zachary atacará la aldea que esta junto al Río Norte, ya sabes, no hay compasión... El equipo de Viggo...—Y ahí dejé de escuchar, y una ira se apoderó de mí.
—Esto no puede continuar así. La cosa ha ido demasiado lejos. —Gritando al aire me levanté de un salto y empuñé mi espada—Tengo que sobreponerme, acabar con esta locura.
Me encaminé hacia Kain, cada vez con mas ira, cuándo llegué le toqué la espalda y se dió vuelta y ví me reflejo en sus ojos encolerizados.
—A qué se debe la interrupción en este momento tan inoportuno, Sebastian?—Dijo, cómo gastándome.
—Quiero que dejes de masacrar pueblos, esto no tiene sentido!— Grité, enojado. Hubo un silencio en el cuál vi que Kain me miraba fijo, pensando que estallaría en risas, al ser una broma, pero no fuí yo el que estalló en una sonora y larga risa sino él, seguido de todos los vampiros que estaban alrededor de la mesa dónde estaba el mapa. Largo unas risitas más y dijo: —Eres muy estúpido, Sebastian. Demasiado.— Lo miré encolarizado y traté de pegarle un puñetazo en la cara, pero el desgraciado fue rápido y me atrapó la mano en pleno trayecto. Su semblante se oscureció y me mostró los colmillos. No me retracté, y salté hacia su cuello, y de un segundo a otro sentí la tierra abajo mío y el peso de el vampiro más poderoso de Nosgoth encima de mi cuerpo aplastando todos mis huesos. Él apretaba mi cuello cómo si fuese aire. Me defendí pegandole en el estómago aprovechando el momento de debilidad le pegué en la nuca con mi espada. Me paré y ví cómo mis compañeros y tenientes de Kain me miraban boquiabiertos a mí y a nuestro general, de uno en uno. Kain se levantó y me dijo: —No te mato aquí y ahora por que me eres útil, que quede bien en claro.— Y se retiró apretándo los puños y dando grandes zancadas a su tienda. Todos seguimos con la mirada al vampiro y cuándo vimos que se cerró la cortina, sentí miles de ojos encima mío. Algunos me miraban sorprendidos, otros con miedo, algunos con respeto y varios con odio. Me dí media vuelta y me fuí.
Habré caminado bastante, por qué cuándo levanté la vista del suelo ya estaba amaneciendo y me dije a mí mismo que sería mejor encontrar refugio, por el sol. Repasaba la escenas en mi mente, durante varias horas. Y a la única conclusión que llegué fue que Kain no era el vampiro más poderoso, ni fuerte de Nosgoth.
Yo lo era.
Estaba indignado por lo que hacia, y lo podía derrotar. Tenía un plan que no fallaría, lo derrotaría y la locura al fin acabaría. Miré entre las ventanas de la casa abandonada dónde pasé el día y ya era el crepúsculo, la hora en que las criaturas de la noche salían.
Me encaminé hacia la Fortaleza de los Sárafan, sin dudar.
