Escribo para tí, pero sólo si realmente me quieres escuchar. Mi alma se rompió en mil pedazos y con ellos pude escribir estas palabras. -Del libro Cameron, de Cristóbal Terrer Mota.


Lluvia.

La piedra rezaba "Hermione Granger, ministra de Magia". Blaise se había reído la primera vez que había visto la frase en una firma al final de la carta de Navidad. Le encantaba bromear con la idea de que ella gobernaba no sólo el mundo mágico sino que también a él. Lo curioso era que en secreto, Draco pensaba lo mismo, y no se sentía incómodo con la idea.

Recordaba perfectamente la primera vez que la había visto «en serio». Ojos grandes coléricos, una vena palpitante surcándole la frente y la boca que no paraba de hablar sobre los argumentos completamente sólidos que estaba obstinada en hacer conocer al ministro acerca de la liberación inmediata de un ex-mortifago redimido que había hecho explotar sin querer una gasolinera muggle en medio de un ataque de pánico comprobado por el psiquiatra de San Mungo. Ella exigía no sólo su liberación sino también ayuda y seguimiento médico.

"¿Tú qué opinas, Draco?"

Dejó de admirar los labios de Granger que habían detenido sus movimientos para mirar los ojos oscuros del ministro Shacklebolt que lo observaban con expectación.

"¿Cómo dijo?"

"¡Por Merlín!" Exclamó ella, levantando las manos al aire. "¿Es que no has oído nada de lo que dije, Malfoy?"

Él se ajustó la corbata con cierto nerviosismo. "Lo he oído perfectamente, Granger. Estamos en una sala de 4x4, cualquier murmullo que profieras con esa irritante vocecita tuya penetra hasta lo más hondo de mi cerebro".

Ella cruzó los brazos. Antes de que pudiera contestar el ministro carraspeó evitando una nueva discusión.

"¿Qué me dices de McCain, Malfoy?"

Sonrió ante el recuerdo. El maldito McCain. Él había estado de acuerdo con ella aún sin saber qué rayos había dicho en realidad. No sabía porqué habría obrado de esa forma, al menos no en ese momento; se daría cuenta meses más tarde después de haber estado trabajando codo a codo con ella en el seguimiento de la salud mental del ex-mortifago.

Trabajaban juntos en el departamento de Seguridad Mágica, por lo que Kingsley los había asignado a ambos para supervisar los movimientos financieros del hombre, sus actividades diarias, a su familia, sus empresas y claramente su estado de salud mental. McCain, sospechoso de ser miembro de una banda de pseudomortífagos liderados por Graham Montague, quienes pretendían resucitar al Señor Tenebroso, y se encargaban de sembrar el pánico de vez en cuando en el mundo mágico; cargaban en sus espaldas la muerte de diez personas sin contar a veintidos muggles en tres años. Kingsley estaba seguro de que grandes empresarios del mundo mágico financiaban al grupo de rebeldes y entre ellos destacaba el nombre de McCain, de lo cual no se tenía prueba alguna más allá de la corazonada del ministro y el jefe de aurores Harry Potter, por si fuera poco.

Pasó los dedos bordeando el nombre en el mármol. Hermione...

"Granger"

Ella rodó los ojos al verlo parado en la puerta de su oficina. "¿Qué demonios quieres ahora Malfoy?"

"¿Esa es forma de tratar a las visitas?" Él puso una mano sobre su pecho simulando dolor.

"No te invité y no eres bienvenido". Gruñó ella.

Él sonrió de lado y entró, sentándose cómodamente en la silla frente al escritorio de ella. Le había dolido un poco lo brusca que había sido pero no podía culparla, y jamás se lo demostraría.

"McCain movilizó una suma de dinero para un banco muggle en Austria" Desplegó los papeles frente a ella.

La chica tomó las hojas y la mirada de él viajó desde sus dedos sosteniendo los papeles hasta sus ojos moviéndose presurosos sobre las letras impresas. De un raro color avellana, pestañas largas. ¿Cómo era posible que él no hubiera notado aquello cuando estaba en la escuela?

"¿Hiciste el seguimiento de esta cuenta?" Preguntó ella sin despegar los ojos del papel.

Draco tomó aire. Ese era el momento. Lo haría. La invitaría a cenar y luego volver a la oficina para terminar el trabajo pendiente.

"Aún no. Estaba pensando, esta noche tenía pensado cenar fuera, tal vez comida italiana, y quería saber si tú querrías..."

Los ojos de ella se abrieron sorprendidos y casi en pánico. Fue solo un segundo. Enseguida sus facciones cambiaron y levantó una ceja para mirarlo fijamente.

"¿Estás invitándome a cenar, Malfoy?" El tono cuasi burlón que había utilizado y la sonrisa haciéndose presente lentamente le alertaron que debía salir de allí antes de que ella pisoteara su dignidad.

"¿Qué dices?" Exclamó él en el mismo tono de ella. "Sigue soñando Granger. Quería saber si tú podrías investigar lo de la cuenta de Austria por mí mientras salgo a mi cita".

El rostro de ella cambió abruptamente. Sus mejillas se tiñeron de rojo escarlata y su cuello se llenó de manchas rosadas.

"¡Oh, por supuesto!" Exclamó. "¡Y también podría lavarte las sábanas luego de que acabes de follar con la zorra que llevarás a cenar!" Estampó los papeles que él le había dado contra la mesa y le señaló la puerta con la varita.

Él sonrió arrogante, tomó los papeles y se marchó, solo un poco contento con la manera en que ella había llamado «zorra» a su cita inexistente. Años después se enteraría cuánto había llorado la gryffindor por aquella falta de valentía suya.

Hoy le tocaba llorar a él. Pero ahora recordaba el sonido de su risa como campanillas en el aire el día que él finalmente había tomado al toro por los cuernos y la había encarado como hacía tantos meses debía haberlo hecho esa noche en su oficina.

Era noviembre 27. Lo recordaba perfectamente. Se había convertido en su fecha favorita. Desde aquella vez se encargaba de celebrarla todos los años. Habían seguido a McCain desde su oficina en el callejón Diagon hasta Fulham, distrito muggle de Londres. Según un informante, el mago se encontraría con Helen Dawlish, mano derecha y pareja de Montague.

Ellos habían estado cerca de tres horas vigilando a McCain, el hombre no hacía otra cosa que estar sentado en su automóvil, nueva moda entre los magos, leyendo el periódico sin más. De vez en cuando comía algún caramelo de regaliz y lo masticaba durante unos minutos. Solamente estaba estacionado en una calle poco concurrida mientras ellos observaban impacientes detrás de unos botes grandes de basura, bajo una capa de invisibilidad.

"Me lastimas, Malfoy" Se quejaba ella.

"Haber traído tu capa, Granger".

La capa de Draco no era tan grande, no lo suficiente para cubrir a dos personas cómodamente. Estaban muy pegados. Ella tenía la espalda contra el pecho de él, quien era diez centímetros más alto que ella y podía descansar el mentón sobre la cabeza de la chica, cosa que la irritaba en sobremanera.

"Maldición, Malfoy" Decía sacudiendo la cabeza para que él se apartara.

Él lo disfrutaba. Realmente le gustaba hacerla rabiar. Sus mejillas tomaban un agradable color cuando se enojaba y sus ojos centelleaban. Le gustaba discutir hasta que a ella le saltaban las venas por los nervios e impotente no podía más que emitir gruñidos por lo bajo. Generalmente se pasaban el día entero peleando. A veces le llevaba la contraria solo para que ella se explayara con interminables argumentos demostrando su punto, así él escuchaba el sonido de su voz y la observaba mover las manos y gesticular cada palabra.

"Malfoy" Murmuró ella. "Malfoy". Ninguna respuesta. "¡Malfoy!".

Él despertó de su ensoñación. "No estoy tocandote ahora Granger, por un demonio".

"¡No es eso!" Le dijo ella. "McCain se bajó del auto. Por Merlín, Malfoy, en qué rayos estás pensando que no prestas atención a la única cosa que debes hacer".

Efectivamente el mago había abandonado su auto para recostarse contra el capot y mover impacientemente los pies bajo el tibio sol otoñal.

Pasaron unos quince minutos sin novedades. Draco volvió a hundir la cara en el cabello de ella para inspirar el aroma a manzanas que despedía la chica. Hermione bufó y se removió.

"Eres insoportable".

"Pero te encanta" Replicó él. Solía hacer esos comentarios y ella solo bufaba en respuesta. Esta vez no había sido diferente.

Un auto color negro estacionó unos metros alejado de la calle. Ninguno de los dos podía ver bien de quién se trataba porque los botes de basura que les servían de pared obstaculizaban su vista. Draco se puso en puntillas sosteniéndose de los hombros de Hermione, mientras que ella intentó inclinar la cabeza a un costado para observar mejor.

El mentón de él chocó contra la cabeza de ella. Indignada y muy molesta, Hermione giró sobre sus pies, harta, completamente decidida a encarar al rubio de una vez.

Draco sintió el movimiento brusco de ella. Al estar sostenido en sus hombros perdió equilibrio y dió un paso más cerca. Demasiado cerca. Los ojos de la castaña brillaban furiosos y sus labios se abrieron para proferir algún improperio en su contra.

Nunca le había parecido más hermosa. El calor que emanaba de su cuerpo lo embargaba y hacía que su espíritu se elevara, sonaba asquerosamente cursi pero se sentía increíblemente bien. Los ojos avellana de ella hacían que se perdiera dentro y quisiera quedarse admirándola eternamente. Sus labios rosados y carnosos lo incitaban a besarla hasta dejarla sin aliento. Ella le gustaba, le gustaba en demasía.

"Eres un maldito imbéc..."

Hermione no llegó a terminar la frase. Los labios de él se estamparon contra los de ella y sintió las manos fuertes del rubio tomándola por la cintura.

Draco casi entró en pánico cuando no le correspondió luego de unos cinco segundos. Estaba por retroceder, y desaparecerse allí mismo. Pero entonces ella movió los labios contra los suyos y subió lentamente las manos hasta rodearle el cuello.

Era la gloria.

Sus labios se movían al compás, como guiados por una melodía. Un beso placenteramente casto, sin cruzar límites, sin incitar a nada más que al encuentro de dos bocas que llevaban deseándose por un largo tiempo.

Ella metió los dedos entre el cabello de él, Draco respondió al gesto atrayendola más a su cuerpo y abriendo levemente los labios para dar paso a un beso más provocador. Ella emitió un leve sonido que podría haberse confundido con un ronroneo.

Entonces se oyeron dos motores. Uno acelerando y perdiéndose en las calles, y otro arrancando la marcha. Se separaron rápidamente, recordando su misión y sus horas de sacrificio parados en una sucia calle londinense vigilando a un ex-mortifago metido en oscuros negocios. Cuando miraron hacia la calle, McCain ya se alejaba, y no había rastro alguno del auto negro que había llegado a su encuentro.

Hermione no pudo más que reir. Y su risa quedó grabada por siempre en la mente del rubio, esa risa amortiguada contra su pecho, dulce, cantarina, prometedora de muchos años de felicidad.

Felicidad que había volado lejos, para no volver nunca más. Recordaba como si fuera ayer el dolor de piernas que había tenido la mañana siguiente de aquel día, después de haber estado parado inútilmente toda una mañana. Hoy también le dolían las piernas, pero por el entumecimiento de haber estado horas en la misma posición, arrodillado sobre la tierra húmeda y fría. Se miró las manos, sucias y heridas. Se había clavado las uñas en medio de interminables crisis de rabia y dolor. Tenía las manos en el mismo estado que cuando su madre murió y Hermione lo había curado.

Habían pasado unas cuantas semanas del primer beso. No habían habido muchos más, tal vez unos cuantos furtivos que podían contarse con los dedos de una mano. Trabajaban mucho, casi todo el día, apenas tenían tiempo de comer y dormir. A ella la habían ascendido de puesto en el Ministerio y él había quedado en su lugar, se le había asignado un nuevo compañero para el caso McCain. En esa ida y venida, mudanza de oficina y traspaso de papeles fue que la carta de San Mungo llegó hasta su nuevo escritorio para desarmarle el alma y dejarlo indefenso. Su madre había fallecido, después de luchar incansable durante años contra una enfermedad del corazón.

"Malfoy, sientate aquí. No vuelvas a cerrar las manos. Espérame un momento".

Él obedeció como un autómata.

La escuchó como a lo lejos abrir y cerrar cajones buscando quién sabe qué, revolver sus cosas, murmurar por lo bajo, realizar unos hechizos. Alzó sus ojos hacia ella cuando arrastró una silla y se sentó frente a él.

"Déjame ver tus manos" Pidió en un susurro, como si él fuera un niño asustado que acabara de perder a su madre en una tienda comercial.

La castaña no esperó que él realizara movimiento alguno, tomó sus manos y las extendió hacia ella. Colocó debajo un recipiente y derramó sobre sus palmas un líquido transparente que hizo que sus heridas burbujearan. Limpió la sangre, quitó el exceso, cerró los cortes mediante hechizos, colocó un ungüento para la cicatrización, un hechizo para el dolor y vendó sus manos. Finalmente depositó un suave beso en cada palma y no retiró las manos de él de su propio regazo.

Draco se sintió conmovido ante el gesto. Nadie había sido tan amable con él fuera de su madre. Su madre...

"Ya no me queda nadie" Murmuró, hundido en el dolor.

La escuchó suspirar. Sintió la mano de ella subir por su rostro hasta envolver cariñosamente su mejilla. Él inclinó la cabeza hacia su mano casi por instinto.

"Me tienes a mí" Susurró Hermione.

Draco cerró los ojos mientras reproducía las palabras de su castaña en su mente. Un trueno resonando en el cielo lo hizo removerse en su lugar y otro recuerdo lo asaltó, transportándolo a las vacaciones de primavera, cuatro meses después de la muerte de Narcissa.

El inesperado deceso de McCain a causa de un sospechoso infarto lo habían obligado a dejar el caso en manos de los aurores. Kingsley le pidió que dejara unos días la oficina y se tomara una semana libre para despejar la mente y relajarse un poco. Él casi se había negado, pero había aparecido ella tentándolo con una semana entera encerrados en su departamento y entonces la idea del ministro no se veía tan mal.

"Malfoy, debes soltarme" Rió ella cuando él la apresó por la cintura sin dejar que saliera de la cama. "Debo estar en casa de los Weasley en una hora".

"Que se pudran los Weasel" Murmuró él con los labios subiendo por su espalda desnuda.

"Sabes que no puedo dejar de ir. Le prometí a los niños Weasley que buscaría los huevos de pascua con ellos".

"A quién le importan los malditos huevos de pascua" Refutó él mientras sus manos vagaban entre su cintura y el vientre de ella desviándose peligrosamente hacia el sur.

Ella movió ligeramente las caderas facilitándole el acceso. "¿Podrías dejar de ser tan malhablado?" Pidió entre suspiros. "A mí me importan los huevos de pascua. Iré a la Madriguera aunque no quieras, y nada de lo que hagas podría hacerme cambiar de opinión".

El rubio la volteó hasta dejarla boca arriba en la cama y se posicionó sobre ella, le abrió las piernas e hizo que le rodeara la cadera.

"Tal vez podría intentar un par de cosas" Murmuró mientras entraba en ella.

Hermione arqueó la espalda y arrugó las sábanas en sus manos, mientras pronunciaba el nombre de Draco, olvidando cualquier cosa que la separaran de su cuerpo y el placer.

Casi cuarenta minutos después la discusión acerca de ir a la Madriguera volvió al ruedo entre besos y manos indiscretas.

"¿No te cansas nunca?" Lo interrogó ella riendo. Él negó. "Esta vez no lograrás convencerme, Malfoy".

Le apartó de un suave golpe la mano de sus senos y se zafó de su cuerpo en un rápido movimiento.

"Vamos, levántate, tú vienes conmigo".

"¿Estás loca?" Le dijo él, acomodándose impunemente en la cama con una mano bajo la cabeza y palmando el lugar que ella había dejado vacío invitándola a seguir con sus actividades hedonistas mientras exhibía su desnudez. "Vuelve".

Hermione desvío la vista de sus partes nobles, que la tentaban a dejar olvidados a los pelirrojos para perderse con el slytherin sin restricción alguna, pero su sentido de la responsabilidad era más grande que sus deseos carnales.

"No. Vienes conmigo" Decidió. Tomó su varita de la mesita de luz y con un ágil movimiento una pequeña pero poderosa tormenta se formó sobre la cama, con sonido de truenos y una fuerte lluvia empapando a Draco.

"¡Estás loca!" Afirmó esta vez mientras se levantaba tan rápido como podía, al tiempo que la figura desnuda de Hermione se perdía entre risas en el cuarto de baño.

Efectivamente, él la había acompañado ese domingo a casa de los Weasley, quienes lo habían recibido mejor de lo que jamás hubiera esperado. Potter y la comadreja se habían comido entera la noticia de que ellos estaban saliendo cuando los vieron llegar tomados de la mano, pero Molly no había dejado que reclamaran ni un solo segundo. Al año ya se trataban con cordialidad y para la época actual podría decirse que eran buenos amigos.

De hecho había sido Weasel quien lo había ayudado a tomar la gran decisión de pedirle matrimonio a Hermione.

"¡Cinco años!" Exclamó el pelirrojo en su oficina esa noche. "¡Llevan saliendo cinco años, por Merlín!".

"Sí, te aseguro que sé contar Weasel".

El pelirrojo bufó y dió media vuelta a su escritorio. "Sabrás contar pero eres un idiota, hurón".

Draco se removió en su silla. "No me hables así".

"¡Te hablo como me de la puta gana! ¡Estamos hablando de mi mejor amiga, joder!"

"¡Tu mejor amiga que es mi novia!" Exclamó el rubio levantándose.

"¡Ese es el maldito problema! ¡Es tu novia, no tu maldita esposa!".

Draco se pasó las manos por el cabello despeinándolo.

"No es tu jodido problema, comadreja. Tú no lo entiendes".

Ron terminó de rodear el escritorio quedando cara a cara con el slytherin. "¿Qué es lo que no entiendo Malfoy? ¿Acaso no la amas? ¿Hermione es solo un maldito polvo más en tu estúpida lista de amantes?".

"No tengo una maldita lista de amantes" Se sacudió el rubio. "Y no es un maldito polvo, estoy con ella hace años, claro que la amo!".

"¿Entonces cuál es el problema?" El gryffindor alzó las manos hacia el cielo en señal de desesperación.

"¡Soy un mortifago, joder! ¿Es que no lo recuerdas?!".

Ronald se quedó en silencio unos segundos para luego montar en cólera. "¡Un cretino! Eso es lo que eres. ¡Has demostrado ser inocente ante el Wizengamot más de una ocasión! Eres un completo imbécil pero por Morgana que no eres un jodido asesino. ¡Hermione lo sabe! Y aunque lo fueras, no le importa. Está contigo porque te ama. ¡Y estás haciendo que ella crea que tú no la amas!".

"¿Ella dijo eso?" Preguntó Draco, asustado.

Ron suspiró. "Lo ha comentado con Daphne y con Ginny unas veces, especialmente después de lo de Navidad".

Draco se aflojó la corbata. La maldita fiesta de Navidad. Molly había preguntado en la cena si tenían planes de matrimonio, y él había dicho fuerte y claro «Por Merlín que no». Sí que era un idiota. La amaba, con todo su corazón, por eso no quería hacerle daño. Él no se merecía a alguien como ella, mientras que Hermione se merecía a alguien muchísimo mejor. Él tenía un pasado oscuro y lleno de errores. Ella aspiraba al puesto de Ministra de Magia y tenía un futuro más que prometedor. ¿Qué podría darle él? ¿Riqueza, un apellido? Ella no necesitaba de aquello. Era mejor que todo lo que él podía ofrecerle por sí sola.

"Amor" Respondió el pelirrojo a su pregunta no formulada. "Ella necesita que la ames y se lo demuestres".

Draco sonrió mientras las primeras gotas de lluvia caían sobre él. Giró el anillo de boda en su dedo anular izquierdo y anheló sentir el tacto de la mano de Hermione siempre aferrada a la suya. Se habían casado para la siguiente Navidad después de aquel encuentro con Weasley en su oficina. Él y su esposa Daphne habían sido los padrinos de boda.

Luego de aquello todo había sido un viaje de ida. Cinco años después Hermione se postuló para el puesto de Ministra de Magia, con él como asesor político. Había sido elegida con más del 50% de los votos de los ancianos del Wizengamot. Su matrimonio había sido clave en las elecciones, el apellido y el status que la antigua familia Malfoy le brindaba la habían ayudado para terminar de convencer a los ancianos más duros y tradicionales.

Hermione subió con ideas claras y modernas. Renovó algunas leyes, recortó presupuesto donde era necesario, combatió la corrupción imperante en varios departamentos del Ministerio, ordenó la búsqueda y captura de varios sospechosos de estar implicados en grupos revolucionarios; y lo más importante, ordenó la caza con recompensa de Graham Montague y una extensa lista de pseudomortífagos aliados a él. A tan sólo un año de su ascenso al poder, Montague fue cazado, capturado, juzgado, encontrado culpable y condenado a cadena perpetua en Azkaban.

"¡Te mataré! ¡Te mataré maldita sangresucia!" Gritaba el hombre encadenado mientras se removía desesperado entre las manos de los tres aurores que lo sujetaban. "¡Mataré a toda tu maldita familia de impuros, traidores a la sangre, a tí y a todos tus malditos bastardos!"

Draco, principal encargado de la seguridad de la ministra, saltó frente a Montague cuando el reo escupió hacia Hermione e hizo fuerza para lanzarse sobre la mujer en la silla principal encabezando el juicio, a pesar de estar fuertemente sostenido.

"¡Maldito traidor!" Gritó el preso cuando Draco se posicionó frente a él. "¡Tú también morirás! ¡Maldito traidor a la sangre! ¡Asqueroso follaimpuras!"

Su puño fue más rápido que sus propios pensamientos. Antes que pudiera terminar de procesar la rabia que Montague despertaba en él, Draco vió y sintió su propio puño impactando contra la mandíbula del mortifago. Los aurores se apresuraron a llevarlo hacia la salida y los ancianos del Wizengamot hicieron la vista gorda ante el arrebato de ira del esposo de la Ministra, mientras que ella misma observaba angustiada a Draco quien parpadeaba rápidamente frente a los flashes de los periodistas que no dejaban de cegarlo.

Cuando el juicio terminó ella se retiró a su oficina, él la siguió. "¿Estás bien?" Preguntó ella.

"Sí". Contestó él, escueto.

"¿Qué es lo que pasa?" Las manos de ella acunaron su rostro y lo obligaron a mirarla.

"Solo estoy preocupado".

"¿Por lo que dijo Montague?" Él asintió. Ella suspiró. "No te preocupes, cariño. Él no saldrá de Azkaban jamás, sus amenazas son de humo".

Pero la sensación de malestar no se fue en muchos días, incluso meses. Al año apenas recordaba el nombre del hombre, y con los años que pasaron su mente lo había olvidado por completo.

Si él pudiera retroceder el tiempo lo haría sin dudar. Tal vez solo una semana para verla otra vez, tal vez quince años para alertar a su mujer de que la pena de muerte a Montague hubiera sido mucho mejor que dejarlo vivo acumulando odio en la cárcel.

Volvió a pasar los dedos bordeando el nombre de Hermione, «ministra de Magia, heroína de guerra, madre abnegada y amante esposa». La lluvia lo empapaba pero poco le importaba. Le hubiera importado siete días atrás, cuando las luces eléctricas de su casa se apagaron con la tormenta afuera.

"¿A dónde vas?" Le preguntó ella mientras lo abrazaba más fuerte en la cama.

"A ver los fusibles" Le contestó él. Ella rió enterrando la cara en el pecho de él. "¿Qué es tan gracioso?".

"Mírate ahora, sabes de fusibles, tu mansión tiene conexión eléctrica, te comunicas con tu hijo por aparatos móviles y hasta conduces tu propio automóvil. ¿Qué diría el Draco de quince años si te viera?"

Él rió. "Diría «oh Merlín cómo hago para conseguir a Granger en mi cama sin tener que desearla en secreto por tantos años?»"

Ella lo golpeó en el pecho mientras reía. Él amaba el sonido de su risa. "Eres un mentiroso, no me deseabas en esa época".

"Pero suena genial, no?". Ambos rieron y la luz de un relámpago alumbró la habitación.

"No bajes a ver los fusibles" Le pidió ella. El sonido de los truenos amortiguó un poco el sonido de su voz.

"¿Crees que Scorpius esté bien en Hogwarts?" Preguntó él, preocupado por el miedo irracional de su hijo a las tormentas.

Ella asintió. "Sabes que sus amigos lo contienen en noches así". Él aceptó aquello. "Despreocupate. ¿No te parece una noche estupenda para otros menesteres?" Su mano se aventuró en la oscuridad y rozó la entrepierna de su esposo, él reaccionó rápido al contacto y estrechó a su mujer entre sus brazos mientras empezaba a besarla y se calentaban mutuamente.

Pero había alguien más en la casa que tenía otros planes completamente diferentes para los dos. La puerta de la habitación voló producto de un hechizo justo cuando Hermione se deshacía de la parte superior de su pijama sentada en las caderas de Draco.

No les dió el tiempo suficiente de tomar sus varitas, ni siquiera de procesar que alguien había irrumpido en la mansión Malfoy traspasando todas las barreras de protección ancestrales, las de él mismo, las de Hermione y las del ministerio. Un hechizo pasó rozando la cabeza de ambos, quienes se habían protegido el uno al otro. Mientras Draco tanteaba en la oscuridad la mesa de luz para encontrar su varita, otro hechizo fue pronunciado y una fuerza superior separó a Hermione de él y la acercó hasta el atacante. El rubio vió impotente como su mujer semidesnuda era arrebatada de sus brazos para ser tomada violentamente del cabello y desaparecer en su misma habitación. Otro relámpago alumbró la habitación y Draco pudo ver por solo una milésima de segundo el rostro de Graham Montague perdiéndose en el remolino que representaba la aparición mientras que esquivaba un avada que había salido de la varita del mortifago en el mismo instante.

Luego de aquello todo había pasado demasiado rápido y confusamente. Los detalles en su mente no estaban muy claros, Potter lo llamaba shock postraumático. Él había sido la primera persona a la que Draco había llamado. Al día siguiente todos los periódicos encabezaban sus ediciones con la noticia del secuestro de la Ministra de Magia, y la fuga de Azkaban de Montague y lo que quedaba de su séquito de mortifagos que consistían en cuatro magos.

Nada estaba claro. Todo era demasiado confuso. Era tan obvio que había mucha más gente implicada, desde la huída de Azkaban, que había sido reforzada pocos años atrás, hasta el ingreso a su propia mansión. Demasiada gente traicionando a Hermione. Él no podía confiar en nadie, los unicos con los que compartía información eran con Potter y Weasley, jefe de aurores y auror mayor respectivamente, al último le confió la misión de traer de Hogwarts a Scorpius y ponerlo a salvo en casa de Bill y Fleur, bajo el encantamiento Fidelius.

Habían sido cinco días de intenso trabajo y una búsqueda extrema, habian barrido con toda Inglaterra e iban a extenderse a Europa entera. Hasta que el quinto día sucedió.

Draco apenas podía entenderlo. Mucho menos aceptarlo.

Una casa en Cornwall, al suroeste del país. Rastros de magia oscura en todos los rincones de la casa. Sangre en la sala, en la mesa del comedor, en la cama del dormitorio. Un cadáver calcinado en el sótano. El anillo de bodas de Hermione en el dedo anular de la mano derecha del cadáver.

Los brazos de Potter sosteniéndolo. El pecho de su amigo Blaise siendo golpeado ante su ira descomunal. El abrazo de Molly Weasley para calmar las lágrimas que no cesaban.

Todo era demasiado doloroso.

Y allí estaba ahora. Bordeando el epitafio en la lápida de su esposa. Su Hermione.

Muerta.

Él no podía aceptarlo. Ella no volvería y él se negaba a entenderlo ni quedarse tranquilo con esa idea. Aquello debía ser imposible. ¿Cómo podía haberla tenido en sus brazos tan sólo unos días atrás y ahora no volvería a sentirla nunca más? ¿Qué sentido tenía seguir viviendo si ella no estaba más?

Él no había visto el cadáver. El forense, un mago desconocido, había dicho que sería mejor así, que estaba demasiado desfigurado. Draco tampoco había insistido, no quería tener esa imagen en su mente.

¿Qué sería de él y de Scorpius sin ella? Ni siquiera podía vengar la muerte de su esposa, Montague y otros tres habían sido reducidos y asesinados por los aurores a solo doce kilómetros de la casa.

Metió la mano en el bolsillo y encontró el anillo que simbolizaba el punto cúlmine de su amor. Recordó los detalles de nuevo. El anillo en el dedo anular derecho del cadáver. ¿Hermione no solía llevarlo en la mano izquierda?

Se paró y dió una última mirada a la lápida. Debajo de la tierra yacía el amor de su vida, y él mismo. Ahora no era más que un muerto en vida. Él había muerto con ella.

Cerró los ojos por última vez evocando su imagen. Oyó un grito en la tormenta, "Draco", su nombre con la voz de ella. Miró a su alrededor, la lluvia caía copiosa sobre él y la visibilidad era mínima, el cementerio se encontraba vacío a excepción de él.

"Draco". Su nombre otra vez. Suspiró. Caminó hacia la salida. Él escucharía su nombre en labios de ella por toda la eternidad.

"¡Draco!". Un grito más fuerte surcó el aire y él detuvo sus pasos.

Fin?


Con cariño, Anna.