En la primavera donde florecen las ideas.
Llegaban al ocaso de sus años universitarios, siempre fieles el uno al otro dentro de su propia libertad y haya sido por casualidad o destino, compartían el mismo campus universitario. A él le molestaba la distancia entre la facultad de letras con la de educación, sólo por el hecho de tener que recorrer una gran distancia para verla aunque fuese unos minutos pero a ella no le desagradaba del todo. No tenerlo cada a segundo a su lado le daba el aire necesario para poder seguir respirando cuando estuvieran juntos, lo que incluía todo tipo de interpretaciones, aunque eso jamás se lo reconocería y por ello a sus oídos iba la respuesta de que le gustaba ser libre.
Ambos estaban próximos a terminar sus respectivos trabajos de tesis e Hikari estaba a las puertas de empezar a trabajar como educadora de párvulos. Por otro lado, la situación de Takeru era un tanto distinta. A pesar de que su trayectoria académica fuese muy noble y pulida, al momento de comenzar su trabajo de tesis su actitud comenzó a cambiar, partiendo por el hecho de que demoró mucho en encontrar un tema que llenase completamente sus expectativas. Paralelo a sus estudios publicaba una pequeña columna de opinión en un diario la que también se vio afectada poco a poco, aunque sin perder la objetividad de sus frases. Estas se fueron adornando de poesía naturalmente, lo que en un principio fue del agradado del editor y los lectores, pero terminó abusando de ello, peleando con el editor y dejando la revista por coartarle su libertad creativa. Hikari fue la primera en enterarse y el tema se convirtió en un gran disgusto para ambos pues ella estaba de acuerdo con el editor. Una completa traición de su parte, según Takeru.
— ¡No me entiendes! De todas las personas, creí que al menos tú me apoyarías…
— ¡Sí te entiendo! Lo que pasa es que no sabes por dónde puedes volar. Cuando se te pase el enojo puedes venir a verme.
Algo andaba extraño con ella y esa fue la razón por la que no le dijo nada cuando se retiró de su apartamento. Es que ni un atisbo de portazo dio; cerró la puerta con delicadeza pero con el rostro implacable y fue eso lo que le llevó a pensar que tal vez ella sí le entendía y era él quien no sabía de qué iba el mundo. Hace unos meses Yamato ya le había dado a entender lo mismo aunque Sora fue más conciliadora.
—Lo que pasa es que tienes cara de niño.
Fue al baño a mirar su reflejo y también creyó lo mismo. Sus facciones relajadas, casi sonrientes acompañadas de su rostro siempre bien afeitado le quitaban tal vez unos dos años a su apariencia pero no es como si eso importara, ¿no? Frunció el ceño molesto y comprendió la sutileza de su cuñada: no era la apariencia sino la actitud.
Apenas lo había entendido y su enojo había cesado. Haría caso a Hikari y la iría a ver a su departamento, pero antes caminaría por las calles, ordenaría sus pensamientos, compraría unas galletas recién horneadas, compartirían la hora de la once, se perdería en ella y sólo después de eso hablarían de su enojo. Le parecía un buen plan.
Prefería la primavera por sobre el otoño, le gustaba la luminosidad que traía consigo, la vida y la alegría serena, llena de quietud y abrigo. Así como Hikari que en primavera florecía, a él le pasaba que su imaginación fluía en las más románticas expresiones, llenando el cielo de aviones de papel maché manejados por soldaditos de juguete en una misión confidencial de la que dependía el destino del planeta. Gustaba de caminar entre medio de los parques, observar parejas de enamorados, ver crecer las flores y el vuelo de los insectos, algunos sigilosos y otros torpes. Era la fecundidad creativa y estaba llegando a creer que ese día todos habían acordado estropear su imaginación con comentarios dignos del amargado de su hermano. Al pensarlo de esa manera, caía en cuenta de que cada vez se refería más a él con ese peyorativo. Detuvo su andar en plena calle y cada vez se le metía en la cabeza la idea de que se iba alejando más y más del mundo real, como si quisiera vivir en sueños, lejos, allá donde nacen y mueren las estrellas.
Decidió terminar inmediatamente su caminata urbana e ir directo al local de galletas. Era un jueves por la tarde y el día era idóneo para una once en pareja en la privacidad del acogedor departamento de su enamorada, su mayor luz e inspiración.
Hikari sonrió divertida al escuchar el timbre de su apartamento. Con toda la calma del mundo terminó de regar la última de sus plantas, tomó una última inspiración del aire en el balcón y abrió la puerta. Él se veía sonriente y tranquilo pero pudo notar inmediatamente su nerviosismo al darse cuenta de que llevaba algo en las manos ocultas tras su espalda. Cada vez que él le tenía algún regalo simplemente se lo daba como si fuera lo más natural del mundo… Tenía la esperanza de que las últimas palabras que le dirigió le hayan llegado en su real significado.
—Traje unas galletas —le extendió la bolsa.
—Y yo tengo listo los preparativos para el té o café —le guiño un ojo divertida. Takeru besó sus labios sin pensarlo mucho, ávido de alguna respuesta a lo que ella no se negó.
—En realidad sólo preparé el té. Tomas café en cada mañana y en las noches que necesitas inspiración y como sé que no vienes por eso… Señor enojón.
Takeru no pudo evitar sonrojarse, se sentía como un niño, tan obvio y predecible, pero a Hikari aquello no parecía importarle demasiado mientras lo arrastraba de la mano hacia el departamento.
Terminaron de ordenar la mesa y cuando el rubio se sentó fue que su acompañante le abrazó por detrás con una mezcla de emociones que era difícil de ponderar para él. Una combinación entre melancolía, alegría, burla y hasta resignación confundida con esperanza, que sentía podía arruinarle la once.
—Y dime… ¿Cómo fue que se te pasó tan rápido el enojo? —Le susurró tranquilamente.
— ¿Es por eso que no has querido formalizar nada conmigo, Hikari-chan?
—Sí.
—Eres un niño, Takeru-kun. Me gusta que seas así, tan soñador… Pero nosotros ya no tenemos ocho años como cuando nos conocimos, ¿me entiendes?
—Lo entiendo pero… Cuando comenzamos nuestra —dudó— relación tampoco quisiste que formalmente fuéramos novios, pero a pesar de eso tampoco lo escondías a los demás. De hecho hacías todo lo que hacía una novia.
Hikari lo estrechó con la delicada fuerza que sólo ella podía hacer mientras suspiraba risueña. Le daba la impresión como si al fin se pudiera liberar una carga y tranquilamente fue a sentarse mientras sentía sobre sí la mirada confusa del rubio.
—Junto con mi familia, Takeru-kun es lo más importante que tengo —sonrió con melancolía—. Lo del inicio de nuestra relación era básicamente porque no me gusta la idea de las formalidades, por un lado. Creo que nos viene a ambos y en particular, siempre quise cuidar tu libertad… De que pudieras extender tus alas por la vida y por el mundo, porque siempre creí que te dedicaras a lo que te dedicaras necesitarías de eso…
— ¿Entonces?
—A lo que quiero llegar —hizo una pausa para servir el té— es que eres tan libre en tu día a día, en tu pensamiento, que no sabes qué es lo que quieres hacer con tu vida. Vives el presente y no creo que esté mal, pero si no piensas en el futuro… Eso te traerá problemas si es que ya no los tienes. Nos traerá problemas.
—Sé que tienes razón… Pero me siento tan cómodo lejos del mundo, que cada vez que vuelvo a él me estreso y sulfuro. No te miento si te digo que irá peor. ¿Pero por qué no me lo dijiste antes?
—Porque no pude. Te veo tan feliz en tu abstracción que no me atrevo a interrumpirte, aunque también siento que no hago bien con eso, así que aproveché tu enojo, perdón por eso —juntó sus palmas suavemente.
Si había algo que no entendía Takeru era que incluso viéndose en situaciones complicadas, la belleza de Hikari lo embelesaba aún más. No respondió y comieron con tranquilidad, en silencio cada uno inmerso en sus propias cavilaciones. No pretendía hacerlo sentir mal pero era necesario ponerle una pausa, se lo imaginaba a ese ritmo peleando con cuanto editor se cruzara por su camino y descartar toda oferta académica para seguir especializando sus estudios. Además estaba casi segura que jamás se había cuestionado su futuro mientras que ella buscaba desde ya su propia estabilidad. ¿Tendrían problemas cuando ella comenzase a trabajar?
A pesar del silencio no fue una once incómoda para ambos, incluso podría decirse que fue provechosa en su comunicación muda. Sumido en sus pensamientos, con las manos entrelazadas y la mirada fija en quién sabe qué, con una seriedad que parecía inmutable a Hikari se le hizo la idea de que había logrado un pequeño cambio en su actitud… y en su apariencia. De pronto se veía demasiado atractivo, con un encanto de una persona establecida, que no pudo evitar que el sonrojo alcanzara hasta sus orejas. Él se dio cuenta de aquello y sonrió, lo que terminó de desarmar a la castaña quien lo fue a buscar a su asiento.
—No sabes cuán guapo te ves así.
Su respuesta fue llevarla a la pieza entre caricias y besos con sabor a miel, despojándose las ropas y entregándose al candor bajo las sábanas. A la castaña le costaba hilar sus pensamientos entre las embestidas que recibía, junto a aquellas manos que recorrían sus piernas con avidez, llenas de una dulce malicia un poco atípica en él. Sabía que alguna idea lo estaba poseyendo nuevamente y la verdad era que en ese momento poco le importaba porque a pesar de su seriedad, veía su propio reflejo en esa mirada tan exquisita y podía sentir su sincero enamoramiento, en una tarde donde todas las maniobras del joven escritor eran sólo para ella.
Hikari despertó en medio de la noche y notó que se encontraba acurrucada en el pecho de Takeru, quien había prendido la pequeña lámpara del velador y mantenía su mirada fija en el techo, aún serio pero ya más tranquilo.
—Es bueno que te hayas quedado… Después de lo de hace algunas horas no me hubiera gustado despertar sola.
—Te veías preciosa, aún más. Era imposible dormir lejos de ti —seguía observando el techo.
—Gracias por el cumplido —besó su mejilla— pero dime qué es lo que piensas. Desde hace mucho que me tienes con la duda.
—Que tienes razón, no sabía dónde volar pero ya sé cómo arreglarlo. Al menos una parte.
— ¿Desde cuándo que es tan fácil convencerte? —Rio— Digo… ¿Cómo lo arreglarás?
—Lo sabrás en unos días… —y con una sonrisa traviesa volvió el Takeru risueño al que estaba acostumbrada—. Bésame.
No, no era el mismo Takeru.
—Me gustas —y atacó su cuello.
Sin apuros ladeó los besos hacia sus hombros y prosiguió con diligencia por su pecho. Lo que ella desconocía era que cada caricia, cada beso para Takeru era un mundo de imaginación y sueños, que el único respiro que en verdad necesitaba para soportar el mundo presente no era más que ella misma, quien era capaz de hacer salir cada día el sol tras las montañas tan solo con una sonrisa.
~ o ~
Mi primer Takari! Espero que les guste.
Siempre me he imaginado a Takeru como un soñador sin límites y a Hikari como su cable a tierra por lo que quise desarrollar un poco esta idea. Siempre un review o sugerencia es bienvenido. Saluditos!
