Disclaimer: Ni The Flash ni sus personajes me pertenecen... o Iris West se habría mudado a la Conchinchina hacía ya tiempo.

Aviso: Este fic contiene spoilers sobre la trama de Ronnie hasta el episodio 1x14, vamos, el último que se ha emitido.


Desde otra perspectiva

Barry no sabía cómo había llegado ahí. Ni tampoco por qué, de entre todas las prendas del mundo, llevaba pantalones oscuros, camisa blanca y chaleco de cuero negro... Un momento... ¿Era la ropa de Han Solo? Bueno, pensó haciendo una mueca, desde luego era algo mucho mejor que el traje rojo que solía llevar cuando salvaba Central City, algo así como todos los martes. Tenía mucho más estilo.

Espero que Cisco no se entere de que he llegado a pensar eso.

Avanzó por el extraño local, donde estaban pasando el rato todos los metahumanos a los que había dado caza. Todo aquello era rarísimo. ¿Qué narices estaba ocurriendo? ¿Le habrían golpeado la cabeza? ¿Estaría enfrentándose a un metahumano que manipulaba la mente o algo por el estilo? ¿O acaso el doctor Wells había vuelto a realizar un súper experimento que había terminado fallando?

Al final, llegó al fondo de la sala.

Ahí estaba ella.

¡Madre mía, madre mía! Seguramente no debería estar mirando. No mires, Barry, no mires... ¡¿Pero por qué no dejas de mirar, depravado?!

La respuesta a esa pregunta era sencilla, la verdad: básicamente porque era imposible. Una parte de él, una muy, muy pequeñita que por algún motivo resistía a la imagen, pensó que seguramente habría una explicación científica para lo que estaba ocurriendo. Incluso estaba convencido de que la conocía, pero no podía recordarla. De hecho, no podía ni pensar con claridad en aquel preciso momento.

Porque Caitlin Snow le había robado cualquier atisbo de razón que pudiera tener.

Barry ya sabía que Caitlin era preciosa. Lo había sabido desde el primer momento en que la vio, cuando el dolor todavía la tenía sumida en tal lace que parecía la reina del hielo. Incluso tal hecho le había golpeado aquella noche en el que habían terminado en el karaoke, la noche en la que la salvó del vestido malvado.

Definitivamente aquella noche no la iba a salvar de dicho vestido.

Ni de ninguno, en realidad.

Pues Caitlin no llevaba ningún vestido, sino el bikini más absolutamente impresionante que había visto nunca. Lo único que era más impresionante que el bikini era el cuerpo de Caitlin... y Barry se sonrojó nada más pensar eso. Debía de ser alguna clase de traición. Eran amigos, colegas, trabajaban juntos, Caitlin era su médico... ¿Cómo podía pensar esas cosas de ella?

Por si Barry no estaba lo suficientemente apurado, por si ya no supiera donde mirar, Caitlin decidió empezar a bailar en ese preciso momento. De pronto, Barry se vio hipnotizado por las curvas que trazaba su cuerpo, por la sensualidad que emitía cada poro de su piel... Estaba tan sumamente hechizado por la danza de Caitlin, que ni siquiera se percató de que, a su lado, había una especie de híbrido entre Jabba el Hutt y el doctor Wells.

Finalmente, Caitlin decidió acercarse lenta, muy lentamente, en dirección a él. Se movía como las femme fatales que cantaban en las viejas películas que Joe le hacía ver ahora que volvían a compartir piso. El corazón de Barry latió a tal velocidad que hasta la luz parecía ir lenta, incluso él parecía la tortuga de la fábula al lado del ritmo de sus latidos. De pronto hacía mucho calor... mucho... calor... demasiado... ca...

De algún modo, Caitlin había llegado hasta él.

–Barry... Barry...

Algo le sacudió, probablemente el Ewok-Oliver que llevaba un buen rato correteando por el local con un arco de juguete entre las manos. Un momento, ¿desde cuándo Oliver Queen era un Ewok?

–Barry, despierta.

Al abrir los ojos, regresando a la realidad, la cara de Caitlin se dibujó frente a la suya. El cabello castaño le caía a ambos lados del rostro, sus ojos estaban muy abiertos... aunque no tanto como la boca de Barry al verla. Sin quererlo, emitió un alarido, al mismo tiempo que se agitaba y acababa perdiendo el equilibrio. Se cayó con silla incluida, sin poder pensar, sin poder reaccionar. Se quedó en el suelo, mirando como Caitlin se había llevado una mano a los labios, tras dar un pequeño respingo.

–¿Ca-Caitlin?

–Sí, soy yo –la chica soltó una risita, poniéndose en cuclillas; Barry no pudo evitar fijarse en que llevaba falda y también tacones. Los zapatos de tacón le habían unas piernas todavía más bonitas. Se sonrojó. ¿Pero por qué pensaba eso? Ajena a sus ridículos pensamientos, Caitlin apoyó la carpeta en sus muslos, mientras le tendía la mano derecha–. Cualquiera diría que, en vez de a mí, has visto al Flash Reverso –apretó levemente los labios–. No le digas a Cisco que he usado ese nombre.

Barry aceptó la mano de Caitlin. Algo le recorrió, algo como chispas. Se apartó con rapidez, cayéndose de nuevo, haciéndola reír... otra vez. Desde luego, alguien debería darle un premio por ser tan ridículo delante de las chicas. ¿Existiría el récord Guiness al imbécil que más tonterías hacía delante del género femenino? Tenía que investigarlo porque, dado su historial, lo conseguiría de calle.

–¿Pero se puede saber qué te pasa?

–He tenido un sueño muy raro.

–¿Ah si? ¿Qué ocurría en él?

Barry se incorporó echando mano de su supervelocidad, mientras Caitlin lo hacía con normalidad, aunque sus movimientos eran más gráciles, más fluidos y calmados. Siempre le había gustado cómo se movía, aquella sensación que emanaba de ella. Caitlin siempre le ofrecía tranquilidad, dulzura, era como un bálsamo en la locura en la que se había convertido su vida tras que el acelerador de partículas se encendiera.

–Es muy ridículo... Te vas a reír...

–Oh, venga ya, ahora no puedes dejarme con la incógnita –él seguía sin estar muy seguro, por lo la chica ladeó la cabeza–. Vamos, Barry, anda, cuéntamelo. Mira, te prometo que no me reiré, ¿de acuerdo? –alzó una mano con actitud ceremoniosa–. Palabra de científica.

–¿Palabra de científica?

–Ya sé que se dice de boyscout, pero nunca lo he sido y jurar algo con una mentira pues no parece lo mejor, ¿no crees? –Caitlin se recostó en la mesa donde solían trabajar su equipo para ayudarle mientras lidiaba con el malo de turno. Barry miró en derredor, ¿dónde estarían los demás cuando los necesitaba? ¿Y por qué los malos nunca actuaban cuando le venía bien a él?

–Vale –cedió al fin, pasándose una mano por él pelo. Definitivamente no podía contarle que la había visto con el bikini de la princesa Leia, que la había visto bailar con la misma sensualidad que Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer. Qué vergüenza. De pronto, se encontró mirándola, preguntándose cómo sería su cuerpo debajo de aquel vestido azul que llevaba. ¡¿Pero por qué ahora se preguntaba eso?!

–¿Barry?

–Eh, ah, sí, el sueño, el sueño... Pues... a ver... ¿por dónde empiezo? Por el principio, claramente. Sí, lo sé –quiso salir corriendo, dejar su estela dorada tras él y dejar a Caitlin y los sentimientos que estaba despertando en él. Siempre se había sentido muy cercano a ella, era muy fácil hablar con ella y confiarle todo lo que le pasaba por la cabeza. De hecho, se encontraba mucho más cómodo junto a Caitlin que con Iris... al menos hasta ese momento, cuando no conseguía quitarse la imagen de la chica bailando–. Es bastante tonto en realidad. Yo era Han Solo e iba a salvar a la princesa Leia y de repente pues... pues me encontraba con un Ewok, que era Oliver.

–¿Oliver? ¿Oliver Queen?

–Sí.

–¿De verdad? –a duras penas Caitlin logró contener una carcajada. Se apartó el pelo del rostro, como fingiendo no reírse. Barry curvó los labios sin querer, le gustaba aquella forma en la que se colocaba el pelo detrás de las orejas–. Qué curioso. Nunca habría imaginado a Oliver como un Ewok.

–¿Ah no?

–Hombre, Oliver Queen no tiene mucho que ver con un adorable osito de peluche. No con esos músculos, ni ese aire trágico de tener que soportar el peso del mundo él solo.

–¿Te has fijado en sus músculos?

Fue entonces cuando llegó el turno de que Caitlin se sonrojara. Miró un momento al techo, con las mejillas sonrojadas, antes de añadir con un tono ligeramente a la defensiva:

–Como doctora. Interés profesional, ya sabes. Quiero decir, por mucho que hubiera estudiado anatomía no había visto tanto músculo junto en mi vida –mientras ella hablaba, Barry se miró a sí mismo. Estaba en muchísima mejor forma que antes, cuando sólo era un forense flacucho que llegaba a todos los sitios tarde, pero... Bueno, si no tuviera poderes, Oliver Queen podría doblarlo y jugar con él como si fuera un cubo de Rubik. Por algún motivo, eso le hizo sentirse incómodo, incluso molesto–. Y no es como si Felicity me hubiera enviado un video de Oliver entrenando, porque no. Para nada. Ni hablar.

–Si trabajaras con él, no tendrías que conformarte con vídeos –refunfuñó.

–Eh, Barry... –Caitlin parecía confusa. Entrecerró los ojos, abriendo la boca sin llegar a formular la pregunta, aunque, conociéndola, no tardaría en hacerlo. Caitlin no era de las que se guardaban las preguntas para sí misma–. ¿Estás molesto? Porque yo no quería molestarte, de verdad. Yo... no lo entiendo.

–No, no estoy molesto –su tono, en realidad, contradecía aquellas palabras, algo de lo que ambos se dieron cuenta. Como no sabía qué hacer a continuación, qué decir, y como no podía dejar de pensar en el dichoso sueño que había tenido, Barry se encontró con que sólo tenía una opción: comprobó su teléfono móvil–. Me necesitan en la comisaría.

–Barry.

–¡Hasta luego!

–Espera, Barry...

Caitlin no tuvo oportunidad de terminar la frase, pues en el momento en que empezó a decir su nombre, Barry ya estaba llegando a la comisaría.


–¡No es justo usar tu velocidad para huir de una discusión! ¡Buff!

Sabía que Barry ya no la escuchaba, pero le dio igual. Se sentía frustrada. No le gustaba sentirse así. Se dejó caer en su silla giratoria, suspirando. ¿Qué narices acababa de suceder? No lo entendía. Caitlin era una experta bioingeniera, siempre encontraba las respuestas a las extrañas dudas que se encontraban desde que el doctor Wells cambiara el mundo con su acelerador de partículas. Sin embargo, en aquel momento el enfado de Barry –alguien que nunca se enfadaba y menos con ella– le había cogido desprevenida y no sabía a qué se debía.

Bueno, a decir verdad ella nunca había sido muy buena en aquel campo. Sentimientos. Los tenía, por supuesto, pero sencillamente no se le daban bien. A veces le costaba lidiar con las personas y sus reacciones más allá de sus conocimientos como doctora.

Era en momentos como aquel cuando más añoraba a Ronnie.

Ya no era como antes, ya no se quedaba sin respiración y creía que el corazón se le iba a detener en cualquier instante de tanto como dolía. Pero sí que echaba de menos lo que tenían, el modo en el que se había sentido. Con Ronnie todo era fácil, él le había enseñado muchísimo sobre las relaciones y siempre la comprendía, incluso cuando no lo hacía ni ella. Barry, por otro lado, había supuesto un reto desde el principio y no precisamente por aquel coma que no habían sabido explicar, sino porque siempre la presionaba; no era algo malo, pues lo hacía con dulzura, con aquel encanto tan suyo, pero la había obligado a abrirse, también a superar la pérdida de Ronnie.

Aunque nunca le había visto así.

–Al menos podrías haberme explicado qué he hecho –susurró, agitando la cabeza, antes de enterrarla entre sus manos.

–No creo que el ordenador te responda.

El familiar ruido que hacía la silla de ruedas del doctor Wells acompañó a su voz. Caitlin dio un respingo, pues creía que estaba sola en los laboratorios, pero no tardó en agradecer su presencia. Siempre había admirado a Harrison Wells, su fe en él se había mantenido hasta después del accidente, pese a lo que ella había perdido aquel fatídico día, pero últimamente le apreciaba aún más. El doctor Wells le había prometido que salvaría a Ronnie, que lo recuperaría y así lo había hecho, aunque él hubiera terminado por marcharse igualmente al fusionarse con Martin Stein.

El hombre le sonrió, mientras se acercaba a ella. Sus ojos azules brillaban a través de sus gafas de montura cuadrada, con cierto cariño. Caitlin, por su parte, se irguió, mientras volvía a suspirar.

–Quizás yo pueda ayudarte, Caitlin.

–No lo creo, doctor Wells, no es algo laboral precisamente.

–Las personas no sólo somos sabias en una materia, Caitlin.

Ella asintió, distraídamente. La verdad era que nunca había tenido muchas amigas. De hecho, lo más parecido que tenía a una amiga era Iris West, pero ni tenía confianza con ella, ni podía hablarle de Barry. Caitlin conocía mejor que nadie los sentimientos que Barry sentía por la chica, algo que desde hacía tiempo le reconcomía. No comprendía por qué Barry seguía colado por Iris que, claramente, no era capaz de descubrir lo especial que era Barry, lo mucho que se merecía ser correspondido.

Tampoco podía hablar con aquello de Cisco. Cisco era su mejor amigo, pero también estaba muy unido a Barry y no quería que se viera en una situación incómoda. Además, Cisco también había adorado a Ronnie y una parte de ella no se atrevía a tocar aquel tema con él, no quería molestarle... o quizás esa parte de ella no quería admitir lo que había sabido tras la explosión en la que había creído que Ronnie había muerto: que, aunque siempre le amaría, se había acabado, que no sería el protagonista de la ridícula idea romántica del cuento de hadas que ella había tenido desde niña.

Ahora que lo pienso... ¡Cuántas veces he creído que Ronnie moría, wow!

–He tenido una discusión con Barry... más o menos... o no. No lo sé –admitió, rindiéndose a la evidencia: si podía hablar con alguien de lo sucedido era con el doctor Wells, por raro que sonase. Bueno, también podía llamar a Felicity, pero una nunca sabía cuando Starling City necesitaba ser salvada. Le contó todo lo que acababa de pasar: el comportamiento distraído de Barry, su sueño y finalmente la conversación que él había interrumpido al salir corriendo–. Creo que lo he ofendido, pero no he dicho nada que pueda ofenderle... Creo.

El doctor Wells se rió con la mirada, aunque tuvo el tacto suficiente de no empezar a carcajearse. Bastante extraña se sentía con todo lo que había sucedido como para que encima su mentor acabara pasando un rato de lo más divertido gracias a ella.

–Creo que lo que le ocurre al señor Allen es que ha visto como su orgullo ha sido herido.

–Pero si no he dicho nada malo sobre él.

–Ah, el ego de un hombre es un terreno misterioso, Caitlin. Quizás lo que ha molestado al señor Allen es que pienses que el señor Queen es un atractivo héroe de películas de aventuras, mientras que él es un tierno y adorable Ewok.

–Yo no pienso que Barry es un Ewok.

–Pero él puede pensar que sí.

–Los hombres sois muy complicados, aunque luego digáis de nosotras –apretó los labios, todavía un poco confusa. En ningún momento había dicho o insinuado algo así, sobre todo porque no lo pensaba. ¡Pero si Barry era fantástico! No sólo era guapo, sino que era inteligente y divertido y cantaba bien y sabía escuchar y siempre quería hacer del mundo un lugar mejor y cuando él sonreía, Caitlin creía que todo iba a salir bien.

–No creo que sea una cuestión de géneros, sino de celos.

–¿Celos? ¿Crees que tiene celos de Oliver Queen?

–No, creo que le molesta que puedas encontrar al señor Queen más atractivo que a él –el doctor Wells suspiró, antes de coger sus gafas; se apretó el puente de la nariz con ambos dedos, mientras agitaba la cabeza–. Debo de estar haciéndome más mayor de lo que creía si tengo que aconsejaros sobre vuestra vida sentimental.


Al llegar a la comisaría, Barry había acudido directamente al laboratorio que tenía en la azotea. No tenía que hacer nada, pues aquel maldito día no sólo los metahumanos parecían en huelga, sino que los criminales en general también. Barry no quería que hubiera un asesinato o algo así, desde luego que no, pero le vendría bien enfrentarse a un robo, por poner un ejemplo. Lo que fuera para mantenerse ocupado, para no pensar en Caitlin bailando, ni en su cuerpo, ni en que seguramente la chica tendría fantasías con Oliver Queen como si protagonizaran la portada de una novela erótica.

Maldito Oliver Queen, ¿es qué tienes que seducir a todas las chicas que me gustan?

Primero había sido Felicity. La chica le había gustado nada más conocerla, aunque ella ya estaba enamorada de él. Vale, para ser justo, siempre había sabido que nunca vería a Felicity de aquella manera, pese a que eran almas gemelas. Pero no le parecía nada justo que todas las chicas que le gustaran acabaran alucinando con aquella dichosa musculatura imposible. No era justo. Los hombres así sólo debían existir en la literatura, no en la vida real, pues los torpes que eran poca cosa no tenían nada que hacer en contra de ellos.

Espera... ¿acabo de decir que me gusta Caitlin?

¿Gustarme Caitlin? ¡Menuda tontería!

Fue entonces cuando la realidad le golpeó como si fuera un maldito camión que le hubiera arrollado. Sentía algo por Caitlin y no era sólo deseo, por mucho que el sueñecito hubiera ayudado a estimularlo. No sabía cómo había ocurrido, pero al pasar tiempo con ella, había acabado enamorándose de ella. Tantas conversaciones, tantas confidencias, lo chispeante que podía ser ella cuando se dejaba llevar...

En ese momento, además de sentirse un poco ridículo por no haberse dado cuenta antes, se dio cuenta de que, a pesar de lo unidos que estaban, la situación no había sencilla. Desde que Caitlin le había explicado lo que había sucedido con Ronnie y, sobre todo, desde que habían descubierto que Ronnie no estaba muerto, había considerado que Caitlin tenía novio. De hecho, aquella relación parecía sacada de un romance de esos que Iris siempre le había obligado a ver. Pero, claro, Ronnie se había ido y Caitlin no sólo había sobrevivido, sino que no la había visto tan destrozada como cuando la conoció.

–Yo no la hubiera dejado nunca...

–¿Hablando solo otra vez? –Joe estaba recostado en el quicio de la puerta. Había estado tan concentrado rumiando todo aquello, contemplando el mural sobre el asesinato de su madre sin mirarlo. El hombre se acercó a él hasta sentarse en una de las sillas que Barry tenía en torno a su mesa, le dedicó aquella sonrisa tan familiar, la que tantas veces le había calmado desde que era niño–. Creo que reconozco esa cara.

–¿Ah si?

–La tenías el día del baile de graduación, cuando Iris fue con otro –Joe se echó hacia atrás en la silla, entrecerrando los ojos como si Barry fuera el nuevo caso a resolver–. También cuando veías a Iris con Eddie, pero hacía tiempo que no te la veía. Imagino, entonces, que no es por Iris.

–Gran deducción, inspector.

–Es mi segundo trabajo, el primero es cuidar de ti.

–Caitlin cree que Oliver Queen debería ser Han Solo y estoy seguro de que cree que yo sería un Ewok. Ya sabes, esas criaturas canijas y peluditas que las chicas creen que son monas y, como mucho, tendrían en su cama a modo de peluche –Barry no supo ni cómo dijo todo eso sin filtro alguno delante de Joe, así que enterró la cara entre las manos.

Joe parecía confuso. No le extrañaba nada.

–He de admitir que todo el tema de La guerra de las galaxias me desconcierta un poco –admitió, haciendo un gesto con la mano–, pero creo que he captado la idea principal: crees que Caitlin nunca te verá como un chico.

–Estupendo, ahora ya ni siquiera soy un chico.

–No seas melodramático, ya me has entendido –Joe soltó una breve carcajada, agitando la cabeza. Entonces, arrastró la silla hacia delante para acercarse un poco–. De todas maneras, Caitlin es muy lista. Quiero decir, la gran mayoría de cosas que dice suenan a chino para mí, con esa verborrea científica y demás. Y si es tan lista como creo, estoy seguro de que se habrá dado cuenta de que tú también podrías ser Han Solo –hizo una pausa, acompañándose de un ademán–. Ahora bien, seguramente lo que ocurre es que tú solito te has metido en la temida zona de amigos.

–Yo no... Arg, ¿a quién quiero engañar? Soy un especialista en hacer eso.

–Es lo que ocurre cuando te aferras a un ideal, Barry.

Comprendió al instante lo que quería decirle. Llevaba tanto tiempo empeñado en lo que sentía por Iris que, quizás, fuera más una quimera que algo real. No podía ni recordar un instante de su vida en el que no estuviera ella, ya fuera físicamente, ya fuera en su pensamiento. Querer a Iris había sido una costumbre más, algo que le salía tan natural como respirar, pero empezaba a creer que había malinterpretado su amor por ella. Iris nunca le había hecho sentirse tan acalorado, ni tan nervioso, como Caitlin aquella mañana con una simple mirada.

–¿Y cómo puedo arreglarlo?

–¿No has aprendido nada de esas películas cursis que Iris nos obliga a ver desde que tiene uso de razón?

–¿Un gran gesto romántico?

–Un gran gesto romántico.


Ahora que conocía el problema, Caitlin esperaba encontrar la situación. A fin de cuentas era lo que mejor se le daba. Pero, claro, de nuevo se hallaba en la misma disyuntiva de siempre: ¿un problema biológico o de metahumanos? Sin problemas. ¿Un problema del corazón? Eso ya era una cuestión completamente diferente, algo que no manejaba con soltura, aunque no por eso iba a rendirse. Ella no se rendía. Menos con las cuestiones importantes y Barry lo era, definitivamente lo era.

Había llegado a su casa hacía un par de minutos, lo suficiente como para que se quitara los zapatos y dejara el bolso sobre su cama. Recordó la noche que Barry había pasado a su lado, cuidando de ella tras que se le fuera la mano con las copas. Sonrió. Se divirtió mucho aquella noche. Si algo le había enseñado Ronnie, se había algo de su relación que se había quedado con ella, era que los desafíos y el probar cosas nuevas era algo divertido, algo que debía hacer aunque no estuviera en su naturaleza.

El timbre sonó, sobresaltándola.

Había estado ocupada rememorando aquella noche, acariciando distraídamente la suave y delicada tela del vestido que ella misma había bautizado como diabólico. En ese momento decidió que, tras deshacerse el vecino pesado de turno, se lo enfundaría para ir en búsqueda de Barry y pedirle una oportunidad para ellos dos. Se lo merecían.

Acudió a abrir con rapidez, pronunciando ya una excusa para poder librarse de tal oportuna visita, cuando las palabras murieron en sus labios. No era ninguno de sus vecinos, no era ningún testigo de Jehová que se había colado en el edificio, sino el chico cuya sonrisa le hacía creer que podría salvar el mundo si se lo propusiera: Barry Allen.

Barry estaba ahí.

Se quedó tan sorprendida que no pudo articular palabra alguna, simplemente se quedó mirando a Barry que, además, llevaba un enorme ramo en una mano; en la otra, un DVD cuyo título alcanzó a leer: Grease.

–Hola –saludó él, acompañando la sonrisa con su mirada.

–Hola...

–Lo primero de todo sería pedirte perdón. No debería haberte dejado con la palabra en la boca, ni debería haberme enfadado... Seguramente no has entendido lo que ocurría y creo que la culpa es mía porque no te he dado ninguna señal. No soy bueno con las señales: no las veo, ni tampoco sé enviarlas, al parecer. Vamos, que soy un desastre.

–Barry, no lo...

–Espera, déjame terminar. Porque, sinceramente, si no digo todo esto ahora, no sé si podré hacerlo después o no sufrir un ataque... Bueno, en realidad lo estoy sufriendo ahora mismo, pero no importa. Tú eres más importante –se removió un poco, como intentando acumular todo el aire posible–. Vale, a ver, ya he pedido perdón, que era lo primero, me falta lo segundo. Caitlin, yo... Me gustas. Mucho. Siempre me has gustado, no me entiendas mal, siempre he sabido lo sumamente maravillosa que eras. Pero, bueno, digamos que no veía la situación desde la perspectiva adecuada, que tenía ciertas... ataduras o empecinamientos, lo que quieras, y no me había parado a pensar en lo que ocurría. Poco a poco he empezado a sentir algo por ti. Ya, ya sé que está Ronnie y que lo has pasado mal y que te he dado la paliza con Iris... y tampoco creo que ayuden los metahumanos empeñados en delinquir, pero... Bueno, es que nunca me había sentido así por nadie, Caitlin. Es raro y no sé explicarlo. No hay nada más real que esto, contigo todo parece real, de verdad, pero al mismo tiempo es como un sueño y... Es curioso porque todo esto lo ha comenzado un sueño.

Barry había hablado deprisa, aunque no tanto como seguramente podía hacer. De hecho, Caitlin había comprendido cada una de las palabras sin dificultad. Y cada una de ellas había calado hondo en ella, como una chispa, como una magia que estaba despertando mariposas en su estómago, por mucho que sonara a cliché.

Dio un paso hacia delante, sonriendo como una nota, mientras le sujetaba del brazo.

–Barry, vas a ahogarte.

–Creo que también puedo respirar súper rápido.

–Bueno, pero si no te callas, no podrás escuchar mi respuesta.

–Eso tiene sentido, sí –los dos rieron y él acabó agitando la cabeza, mientras admitir a media voz, con tono confidencial, como si estuvieran compartiendo un secreto–: Es que estoy muy nervioso. Perdona.

–Yo también lo estoy. Creo que eso es bueno.

–Yo también lo creo.

–Si me hubieras preguntado hace unas semanas, seguramente te diría que nunca jamás iba a decir esto, pero... Bueno, las cosas cambian. Eso lo sabemos mejor que nadie, ¿verdad? Estamos descubriendo todo un mundo nuevo –se retiró un mechón de pelo tras las orejas, intentando calmarse, aunque de pronto sus manos se le antojaron unos apéndices inútiles que únicamente le molestaban. Se olvidó de ellas, cruzándose de brazos, mientras proseguía con su explicación. Necesitaba aclararle ese punto–. Lo que quiero decirte es que Ronnie siempre será una parte importante de mí. Mi primer amor. Pero lo que tuvimos se perdió con la explosión y, sin darme cuenta, he pasado página. Creo que empecé a hacerlo cuando despertaste y te empeñaste en estar ahí para mí, con esa estúpida alegría tuya, rescatándome de mi frialdad, de mi tristeza.

–No eras fría, sólo estabas muy triste.

–Y me rescataste de eso.

–Barry Allen, superhéroe desde hace seis meses.

–Y hasta eso me encanta de ti.

–¿De verdad?

–No serías tú si no quisieras salvar el mundo –admitió con una sonrisa. Una vez más, si meses atrás le hubieran dicho que esas palabras estarían abandonando su boca, Caitlin no se lo habría creído. Ni loca, no tras todo lo que supuso perder a Ronnie. Pero si había algo que siempre había admirado de Barry era lo mucho que quería ayudar, algo que le había terminado contagiando–. Y yo quiero estar a tu lado. Siempre. Cuando pelees con locos con poderes o investigues crímenes o vayas a karaokes a demostrar que no hay nada que se te dé mal... o casi nada –reconoció, divertida.

–¿Lo dices por esto? ¡Ah, claro! –exclamó, tendiéndole los regalos y Caitlin no pudo más que soltar una risita, pues no se refería a eso en absoluto–. Quería tener un gran gesto romántico, ¿sabes? Algo como en las comedias románticas de los ochenta y se me han ocurrido muchas cosas. Se me ha ido la pinza un poco, la verdad. Estaba a punto de buscar a alguien que pudiera traerme un elefante...

–¿Elefante?

–Es una larga historia. Lo que importa es que he pensado que quizás te incomodaba... y no precisamente porque tener un elefante en este pasillo podría ser problemático. Así que he pensado en algo más íntimo, algo que me recordaba a ti.

–Y eso es Grease.

–Nunca nadie me había sorprendido tanto como tú cantando Summer nights borracha.

–Por suerte, no has empezado a cantar –admitió, divertida–. Canto fatal. Necesitaría un par de copas para sobrevivir a eso y ahora quiero estar muy sobria. Quiero recordar este momento –dejó los regalos en el mueble más cercano, para quedarse frente a él sin que hubiera nada que los pudiera separar–. Hay que ver, Barry, con lo rápido que eres para algunas cosas y lo lento para otras.

–¿Eh?

–Bésame, idiota.

Barry le sonrió una vez más, antes de inclinarse sobre ella y atraerla hacia él. Sus labios encontraron el camino hacia los de Caitlin, mientras por primera vez en su vida, la chica sentía lo que era que el tiempo se detuviera. Por una vez, era ella la que tenía la sensación de ser Flash.


Los tortolitos se estaban besando al fin, por lo que Joe emitió un sonoro suspiro, antes de volver hacia su acompañante. El doctor Wells tenía esa dichosa cara de póquer que él nunca sabía interpretar, aunque al menos en aquella ocasión sí que adivinó que el movimiento de cabeza indicaba que seguía sin creerse que hubieran acabado ahí.

–Ya os dije que lo de cantar Summer nights no era buena idea –hizo girar la silla en dirección al ascensor–. Aún no puedo creerme que Barry me convenciera para hacer los coros... Yo... Qué cosas.

–Yo también me lo pregunto, la verdad.

–¿Un copa? Yo, desde luego, la necesito.

Joe asintió con un gesto, siguiendo al científico a través del pasillo hasta acabar en el ascensor. Enterró las manos en la gabardina que llevaba, mientras le examinaba con cierta discreción. No terminaba de fiarse de él, ni de sus intenciones hacia Barry, pero el que estuviera ahí indicaba que se preocupaba por él y por Caitlin. Por eso, todavía resignado ante la posibilidad de haber hecho un ridículo digno de comedia romántica de los ochenta, decidió pasarse a un clásico mientras decía:

–Wells, presiento que este es el comienzo de una gran amistad.

–Personalmente creo que lo que nuestros jóvenes protegidos están haciendo poco tiene que ver con la amistad.

–No me refería a eso... Déjalo.

El doctor Wells se giró hacia él con una sonrisilla irónica flotando en sus labios y abandonó el ascensor, al mismo tiempo que Joe le seguía agitando la cabeza. Menudo hombre más extraño.

Aunque, al menos, sí que dos pisos por encima sí que estaba comenzando algo grande.


Y esto es lo que pasa cuando pillo un viejo episodio de Grimm en el que aparece Danielle Panabaker interpretando a una bailarina exótica ;P

Si os ha gustado, pues podéis darle a favorito y/o dejarme un comentario, que yo tan feliz.