LOBO
Draco se agarró la cabeza y la metió entre sus piernas. No pudo evitar gemir y clavar sus uñas en sus tersos muslos.
Sonrojado, brutalmente excitado, terriblemente avergonzado. ¡¿Cómo había llegado él a ese punto?! No pudo evitar recordar…
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Estaba trabajando en una reserva para dragones. Amaba a esos animales y quería tener un reserva en Inglaterra para — el día que decidiera tener o adoptar un hijo — poder llevarlo a ver a esos magníficos seres que tan poca gente tenía la suerte de ver.
Se había puesto en contacto con el único especialista en dragones que había en Londres: Charlie Weasley. Este se había mostrado muy entusiasmado en poder volver al ruedo, ya que la guerra lo había alejado definitivamente de Rumania y de su amado trabajo, por lo que había aceptado sin dudar desde el principio.
Llevaba varios meses tratando con él, y habían encontrado (no sin esfuerzo) el lugar perfecto para la reserva, fuera del Londres Mágico, al linde del bosque Oscuro, que era tan o más tétrico que el Bosque Prohibido.
Draco admiraba profundamente el trabajo del pelirrojo, y había aprendido rápidamente sobre esas criaturas que tanto le apasionaban. En más de una ocasión, en un viaje a Rumania, Weasley le dijo que le sorprendía lo cómodos que parecían estar los dragones con la presencia del rubio. De ese viaje tan gratificante habían escogido los primeros especímenes que querían trasladar a la nueva reserva de dragones en Londres.
Luego se les había sumado Granger y sus ideas reformistas acerca de la cacería y el maltrato de dragones. Él en un principio no había estado muy de acuerdo con su incorporación, pero ella tenía contactos en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas y les ayudó a conseguir todos los permisos.
El rubio no podía estar más agradecido con ambos, ya que cuando el Ministerio pidió más dinero del que tenía, Charlie y Granger habían convencido a la familia Weasley —ahora asquerosamente rica — de invertir en el proyecto del rubio.
Hasta ahí todo bien, sus socios eran demasiado honestos para su gusto pero coexistían sin problemas. El problema… no, el PROBLEMA no eran ellos, era su cuarto socio.
Tenían el terreno listo, los papeles de importación, el dinero acordado, el especialista que estaría a cargo de las criaturas… En fin, todo en regla. Pero el Ministerio inglés no veía la utilidad de criar y proteger a una de las especies de criaturas mágicas más poderosas de su mundo, y esa falta de apoyo los obligó a buscar un peso pesado en el Ministerio que les apoyara, su cuarto socio: Harry Potter.
Cuando Granger llegó hasta él corriendo emocionada, Draco pensó que se había vuelto loca, el abrazo que ella le dio se lo confirmó. Lamentablemente no pudo internarla en San Mungo, ya que lo que ella sufría no era un episodio de demencia, simplemente era felicidad.
"¡Lo hemos conseguido!" le había dicho emocionada. Él estúpidamente preguntó si habían conseguido las ansiadas firmas de los miembros del Comité de Regulación de Reservas de Criaturas Mágicas. "Por supuesto que no" respondió ella con enfado. "Ya tengo al cuarto socio que conseguirá esas firmas para nosotros" le aseguró con una mirada pícara. Él — de nuevo estúpidamente — le creyó y confió sin preguntar.
No fue hasta dos horas antes de la reunión donde lo conocería que a Draco se le ocurrió preguntar su nombre. Charlie se carcajeó con la pregunta, insinuando que era un idiota por hacer tratos con personas de las que no tenía idea. Más tarde el rubio descubriría que sí, el pelirrojo tenía razón, y demasiada.
Granger, Hermione, se obligó a recordar, le había respondido con toda naturalidad que era un antiguo compañero de ambos y que era amigo suyo. Él insistió en saber su nombre y una repentinamente tímida Hermione susurró una sola palabra: Harry.
La guerra no había sido clemente con nadie, pero fue feroz con el bando perdedor, y Draco prácticamente tuvo que huir de las masas embravecidas y refugiarse en el mundo muggle, donde había logrado forjarse un pasado, un presente y un futuro. La única razón por la que había vuelto fue la carta de Charlie, quien ¡oh, sorpresa!, aceptaba colaborarle para armar la reserva. Ocupado como estaba en sobrevivir en un mundo al que era totalmente ajeno, Draco no se preocupó por informarse sobre el mundo mágico y sus celebridades, por lo que Harry Potter apenas ocupaba una difusa imagen de un joven sobre una escoba, rescatándolo del fuego maldito, ubicada en el último recoveco de su mente. Ahora aquella imagen volvía y los seres de sus más oscuras pesadillas tendrían los ojos verdes. Esos ojos que le persiguieron durante los seis meses de su estadía en Azkaban; acusadores, llenos de odio.
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Tembló los diez minutos anteriores a la hora prevista para la reunión, y también los diez minutos de retraso de su socio. Para cuando la puerta se abrió Draco parecía más una gelatina aterrorizada que un mago serio y respetable.
Fingió mantener la calma mientras esa enorme figura atravesaba el lindel de su oficina y clavaba sus orbes penetrantes, desnudos, en él, sin muestra de sentimiento.
Quizás no debió sentirlo, pero la vergüenza y el miedo corrieron por sus venas como veneno, obligándole a esquivar la mirada. Harry Potter seguro opinaba lo mismo que la muchedumbre que le odiaba. ¿Qué estaría haciendo allí, ayudándolo?
— Bueno, ahora que estamos todos podemos comenzar —Habló Granger intentando aligerar el ambiente.
¿Y sus gafas?, se preguntó el rubio antes de zambullirse en los asuntos de la reserva.
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La reunión fue tranquila y sin contratiempos. Hermione habló todo lo que quiso sobre el precedente que marcaría esa reserva en relación al cuidado y respeto que debían tener los magos sobre las criaturas mágicas. Sólo paró cuando los cabeceos de Charlie fueron indisimulables y la pila de pergaminos de Draco se había convertido en cientos de grullas que revoloteaban de aquí para allá. Potter parecía no haber oído una palabra, con sus ojos siempre clavados en él.
Luego de una merecida siesta, es decir, de la interesante exposición de la castaña, Weasley propuso salir afuera a despejarse y a mostrarle a Harry los terrenos. En el camino Charlie habló de la parte práctica, de lo que le hacía falta a la reserva, lo que necesitarían los dragones y las medidas de seguridad. Draco volvió a preguntarse —Por milésima vez —Cómo Potter podía admirar el paisaje si seguía acuchillándolo con la mirada, amenazante.
Casi seis horas después, con el cielo ya moteado de estrellas, la reunión terminó sin complicaciones y los cuatro quedaron de volver a juntarse en dos semanas para visitar por segunda vez las hectáreas de la reserva, que estaban —Por supuesto— Encantadas para que nadie no deseado se acercara a la zona.
Los despidió con una sonrisa forzada y se volteó para fingir que estudiaba unos papeles. Sólo cuando escuchó la puerta cerrarse el rubio pudo respirar con tranquilidad. Aún estaba vivo, todo un logro.
— ¿Cómo fue tu temporada en Azkaban? —Preguntó una voz grave, ronca y sexy, desde su cuello. El oxígeno se atrancó en su garganta, estaba muerto—. ¿Malfoy?
—Sin altercados —Consiguió decir en una exhalación—, no fue la gran cosa. Sé valerme solo, ¿vale? —Dijo reuniendo valor y volteándose a verlo. Quizás fue la proximidad entre ambos, pero el cuerpo del moreno se veía inmenso frente a él, imponente. Sus ojos brillaban sin las gafas y le miraban desde una altura considerable. Y entonces se dio cuenta… No tenía miedo, miedo no. Era otra extraña sensación entre el vértigo y un no—sé—qué cosquilleándole bajo la piel.
Sus latidos golpeaban fuerte en su sien y su sangre, cual lava hirviendo recorría su cuerpo. Sentía la adrenalina viajar por sus brazos y piernas y acumularse en sus dedos y tobillos. Se sentía cual conejo frente a un lobo: listo para correr.
— ¿Valerte solo? —El tono violento lo puso en alerta máxima al instante —. Me costó mucho protegerte, Draco. Esos hijos de puta de los aurores querían… ellos querían…— Fuera lo que fuera lo que ellos querían Potter no lo dijo. Acarició una sonrosada mejilla, Draco se apartó espantado. Sonrió—. Tuve que hechizar a algunos para que a los otros les quedara claro lo que les pasaría a aquellos que intentaran tocarte. —Se acercó de nuevo y el rubio volvió a retroceder. Esta vez el moreno avanzó contra él, acortando la distancia. — ¿Tienes miedo? —Preguntó con voz calma. Potter se veía diferente, se veía peligroso. Como si el crío de la escuela se hubiera evaporado en el tiempo, y ahora un hombre serio e imponente usurpaba su lugar.
— ¿Debería? —Respondió tratando de ganar tiempo ¿Dónde estaba su varita? ¡Cierto! Desde que había salido de Azkaban limitaba el uso de la magia para que no le molestaran. Su varita estaba muy contenta en el último cajón del aparador de su habitación, muy lejos de allí.
Potter no dejaba de acercarse, de robar su aire, de arrinconarle contra el archivero de la oficina. Puso sus manos en el duro y bien formado pecho del moreno, intentando alejarlo de sí.
—Potter, ¿qué…?
—No te esfuerces Draco —Advirtió sensualmente sobre su oreja—. Eres mío —Sentenció. El rubio se estremeció, las palabras se deslizaron por su columna vertebral, provocándole escalofríos y debilidad en las piernas. Negó repetidas veces—. Tranquilo… —El tono de Potter era suave, pero al rubio se le hizo más peligroso aún. Agachó la cabeza para no verlo, esperando una mordida fatal. El ojiverde con un movimiento rápido le levantó la barbilla, acunando su rostro con cariño, usando parte de su fuerza cuando Draco intentó zafarse—. Ya no te preocupes, estarás conmigo y yo te cuidaré. —El rubio negó e intentó alejarlo de sí de nueva cuenta, mas sus piernas dejaron de responderle y cayó sobre él, Harry pareció enternecido—. Eso, ven aquí — Los brazos de Potter le envolvieron la cintura en un agarre firme y seguro. De pronto su cuerpo se quedó totalmente sin fuerzas, rendido ante el aura del mago, apoyó la cabeza sobre su hombro. ¿A salvo con el enemigo?
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La aparición lo desconcertó terriblemente y un mareo lo dejó más tirado sobre el otro cuerpo si se podía. Sentía su cuerpo lento y pesado, incapaz de sostenerse. Potter seguía mirándole, y su cercanía le asustó. Agitado se obligó a pararse, pero el mundo comenzó a girar a su alrededor.
¿Potter le había drogado?
— ¿Dónde…? —Preguntó de repente lúcido, dándose cuenta de que lo habían secuestrado sin que él hubiera puesto resistencia—. ¡Por Merlín, Potter no me mates! — Casi gritó aterrorizado. ¡Mierda! ¿Y si Potter era un asesino, psicópata y sádico?, ¿y si quería vengarse con él de todas las muertes de la guerra? ¿Y si…? Intentó desaparecerse para darse cuenta de que una barrera se lo impedía —. Potter, déjame salir de aquí, tengo que volver a la oficina…tengo papeleo…tengo…—Musitaba, su voz descendiendo a cada paso de Potter hacia él. Se encogió en una esquina de la habitación, buscando alguna ventana abierta para poder escapar.
—No te irás —Habló el moreno, ya frente a él. Se agachó hasta quedar de su altura y le miró unos segundos, sus ojos habían dejado de brillar verde para volverse pozos oscuros profundos, sus irises expandidas al máximo.
Y él se sabía en peligro; aun así su cuerpo no quería reaccionar.
— Por favor, Potter. No volví para hacer nada malo —Intentó explicarse—, de verdad… Ya no soy tan malo, por favor ¡déjame salir de aquí! —Gimió sintiendo la adrenalina hervir en su cuerpo, embotándole la cabeza, a punto de estallar.
—No te haré…
—Sé que hice mal al reparar el armario evanescente, pero no hice nada más. No levanté la varita contra… Ningún mago… En la guerra… Yo…yo sólo— Tartamudeó —, sólo…
Potter se levantó luciendo sorprendido.
—Estás asustado —Observó dando un pequeño paso hacia atrás.
— ¡Por supuesto que lo estoy, imbécil! —Gritó Draco—. ¡Has estado todo el día buscando la oportunidad para secuestrarme y matarme! —Reclamó. El nimio espacio que Potter le concedió le permitió escabullirse hasta la otra punta de la habitación. Vio una mueca disgustada aparecer en su rostro e intentó desaparecerse de nuevo. Potter le cogió de los hombros con fuerza.
—Oye, tranquilo, no te haré daño —Le aseguró el ojiverde. Draco no paró de intentar escapar—. Intento protegerte.
— ¡Suéltame, Potter! —Exclamó forcejeando inútilmente —. Yo no quería morir, eso es todo. ¡Lo hice porque no quería que el Señor Oscuro me matara!
— ¡Para! —Le detuvo el pelinegro—. ¡Escucha! Hace cinco años, luego de la batalla contra Voldemort tuve un…
—No estoy planeando nada oscuro, no intento ser un nuevo Lord, no haré… —Se excusaba. Un dedo sobre sus labios le detuvo. Harry le abrazó con fuerza y él nuevamente no fue capaz de negarse. Sus manos presionadas sobre el pecho del moreno comenzaron a cosquillearle y no supo qué hacer para calmarlas. Sus piernas de nuevo dejaron de sostenerle y Harry detuvo su caída. Los temblores de su cuerpo no cesaron.
—Déjame marchar, por favor —Imploró sin mirarle.
— No. —Le respondieron fieramente—. No quiero que te vayas, ¿no escuchaste que dije que iba a protegerte? —El rubio levantó la mirada, suplicante. Potter frunció el ceño y suspiró—. Te llevaré a descansar, aún no estás listo.
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Despertó horas más tarde en una cama que no era suya, en una habitación que no reconocía, en un lugar desconocido.
Los recuerdos se agolparon en su cabeza y forzó a su cuerpo a no moverse por si Potter andaba cerca, para que no se diera cuenta de que había despertado. Se mantuvo duro como una tabla por uno o dos minutos, consciente de que si hubiera alguien en el dormitorio su rígida posición lo hubiera delatado al instante. Afortunadamente estaba solo.
Vio que la cama era inmensa y que el cuarto estaba magníficamente decorado. Posó sus pies en el suelo y la suave alfombra acarició sus plantas. No había sillas ni mesas en la habitación, tan sólo dos mesitas de luz al lado de la cama, una tenía un reloj y un velador, la otra nada.
Buscó su ropa pero había desaparecido, allí cayó en la cuenta de que estaba completamente desnudo. Con un gemido asustado recorrió su cuerpo en busca de alguna marca, de algún dolor o escozor. Pero al parecer no había nada y el espejo de cuerpo completo se lo confirmó.
Había un armario labrado de caoba, amurallado a una de las paredes laterales de la alcoba. Quiso probar suerte y abrió una de sus puertas. Dentro se amontonaban decenas de prendas, muggles y mágicas, de colores oscuros y la más fina tela. Descolgó una túnica azul y la puso sobre su cuerpo, ¡qué curioso!, era de su medida. Encontró algunas camisas, pantalones, ropa interior, todo a medida.
Ya vestido se dirigió apresurado a una de las ventanas, consciente de que no estaría solo por mucho tiempo más. El pasador de la ventana cedió sin esfuerzo y la abrió de par en par. Se asomó al pequeño balcón pero no se detuvo a contemplar la vista, sino a medir la altura que lo separaba del piso. Debían ser cuatro o cinco metros…saltar no parecía muy seguro, pero permanecer rehén de un desequilibrado era mucho menos saludable. Se subió a la baranda y cerró los ojos un momento para darse fuerza.
Se arrojó rogando por permanecer lo más entero posible, pero cuando sus pies y trasero tocaron suelo firme se dio cuenta de que no aplastaron la suave grama, no, estaba sobre la alfombra de la habitación.
— No, no, Draco —Dijo una voz seria y enfadada. Potter estaba frente a él, bajo el marco de la puerta, tapando toda la entrada. Su figura parecía más enorme que nunca desde su desventajosa posición y se esforzó por no gritar del susto—. Te he dicho que no quiero que te vayas, ¿no me has oído? —Preguntó acercándose hasta él, tirando de uno de sus brazos para levantarlo—. Dije que te protegería desde ahora, no te dejaré marchar.
— Su… ¡Suéltame Potter! —Exclamó—. ¡Esto es un secuestro, maldición!, —Decía removiéndose del fuerte agarre—. No te he hecho nada, Potter. ¡No puedes encerrarme aquí!
— Pero Draco… —Se quejó el moreno—, No puedes irte así nada más, necesito que estés aquí conmigo. No puedo protegerte ni cuidar de ti si estás lejos.
Draco zamarreó su brazo hasta soltarlo, un arranque de ira y la adrenalina cosquilleando en su cuerpo le sonrojaron las mejillas.
— ¡Escúchame, Potter, y escúchame bien! —Advirtió señalándolo con un dedo—. No sé qué demonios pasa por tu cabeza ni quién te crees que eres, pero no pienso permanecer ni un minuto más en esta casa, así que levanta tus barreras ¡y déjame salir de aquí! —Exigió furibundo, golpeando el pecho del ojiverde con cada reclamo.
Harry frunció el ceño, contrariado y pasó una mano por su rostro, como llamándose a la calma.
—Está bien, veo que estás muy nervioso todavía —Habló con voz suave, alejándose unos pasos para mostrarle que no tenía intenciones de hacerle daño—. Hagamos una cosa, te dejaré descansar un rato más, creo que aún estás un poco conmocionado por lo de ayer, me disculpo —Dijo en tono formal—. Vendré más tarde con el almuerzo y si estás mejor hablaremos —Se despidió yendo hacia la puerta.
— ¡Y un cuerno que hablaremos! —Le gritó el rubio yendo tras él, envalentonado—. ¡Lo único que quiero es salir de aquí! ¡Potter! —Exclamó aún más furioso por ser ignorado—. Potter te estoy hablando. ¡Oye, no cierres la puerta! ¡Abre, abre Potter! ¡POTTER!
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Ese tipo estaba loco.
Y él debía salir de allí.
Pese a sus intentos, la puerta no cedió un ápice y tuvo que enfurruñarse sobre la cama, a falta de sillas.
Inventó mil y una razones por las que Potter lo tendría allí. Obviamente pasó por alto su vergonzoso espectáculo de la noche anterior. Él no era una chiquilla asustada, ¿vale? Había actuado como cualquier otro cuando un sicópata lo secuestra y lo encierra sin explicaciones.
Con el paso de las horas comenzó a aburrirse y se preguntó a qué estúpida hora de la mañana se habría despertado. Decidió curiosear un poco por la habitación y abrió todas las puertas del closet. Descubrió que la gran mayoría eran de su talla y gusto, sólo había algunas pocas túnicas, camisas y pantalones que le iban demasiado grandes para su estrecha figura. También notó que no había zapatos por ningún lado, sabia decisión si se quería mantener el buen estado de la alfombra.
Observó que no habían retratos ni nada que le dijera de quién era la habitación. Solamente la mesita de luz tenía un cajón protegido con hechizos, prueba de que alguien más solía dormir ahí. Bueno, el cajón y las prendas limpias pero usadas en el armario. Aunque se preguntaba por qué sólo las ropas de talla grande eran las usadas. Se le ocurrió en un determinado momento que quizás Potter era alguna especie de acosador. Desechó el pensamiento al instante, no. Si Potter lo secuestraba no sería para vestirle con ropa de primera marca, probablemente tendría motivos más oscuros…
Cabeceó un par de veces, intentando planear algún modo de escapar. Al final se rindió, sabía que desde esa habitación no podría hacer nada, tendría que esperar a ir al baño o a la cocina y desde ahí buscar alguna falla en la seguridad.
La puerta se abrió sin ruido y por ella entró un despreocupado mago, cargando insensatamente una bandeja con ambas manos.
"¡A la mierda!" Pensó Draco y se le echó encima de él, intentando derribarlo, lo logró. Se levantó con ademán patizambo, y trastabillando alcanzó la puerta abierta. Apenas traspasaba el umbral cuando una fuerza le devolvió dentro.
— ¿Pero qué…? — Esa vez no era una fuerza mágica, sino los brazos de Potter alrededor de su cintura. Una vez más sintió la adrenalina correr en sus sangre como si fuera una inyección de delirio, cosquilleando en su cuerpo, robándole las fuerzas. Se dejó hacer dócilmente entre los brazos de Potter.
— ¿Qué haces, Draco? —Preguntó con voz suave, sosteniéndolo contra su cuerpo, presionándolo contra su pecho, erizando cada vello de su cuerpo. La salsa de la comida esparcida por la camisa de Potter impregnaba la túnica que vestía.
— Me…me voy, Potter —Consiguió responder, jadeante. Aquella adrenalina corroyendo su sangre, enrojeciendo sus mejillas.
—No, no, Draco —Dijo Potter y con fuerza pero sin atisbo de violencia lo devolvió a la cama. Un movimiento de varita y el estropicio sobre sus ropas y sobre la alfombra blanca fue limpiado—. Aún no has almorzado —Argumentó ante un boquiabierto y de repente agotado rubio.
— ¡¿Pero qué coño…?! —Dos dedos sobre sus labios frenaron el insulto. De nuevo Potter lo miraba insistentemente, sus irises expandiéndose rápidamente, una mirada intimidante.
—Shh, Draco —Jadeó el moreno delineando los tibios labios bajo sus dedos—. He esperado mucho para traerte aquí —Confesó. Se perdió unos instantes mirando su dedo sobre los labios pálidos, y de pronto estaba forzando su índice dentro de la boca del ojigris—. ¡Auch! —Se quejó cuando Draco le mordió con saña.
—No sé qué mierda te pasa Potter, pero notarán mi ausencia, ¡no puedes tenerme aquí para siempre! —Indicó más asustado que molesto. Potter hizo un gesto herido y se llevó una mano al pecho, estrujando su camisa celeste. Movió la varita y una nueva bandeja con comida apareció sobre la mesita de luz vacía.
—Come, Draco —Pidió volviéndose de nuevo hacia la puerta, cerrando al salir.
— Mierda… —Gimió.
—Por cierto, Draco —Habló el ojiverde asomando la cabeza desde la puerta, sobresaltando al rubio—. Me encanta como te queda la ropa, la hice hacer especialmente para ti. —Y con eso salió.
"¿Ropa hecha para mí?" se preguntó. "¡Maldito acosador!"
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Calculó tres horas desde que Potter se había ido, estaba mortalmente aburrido y necesitaba ir al baño. Se levantó de la cama mirando con indignación la bandeja ahora vacía que reposaba sobre la mesita de noche, estúpida ternera deliciosa. Si no hubiera sido por el tentador aroma, por la suavidad de la carne, por la perfecta sazón de la salsa él hubiera podido resistir y mirar a Potter con dignidad, sin haber caído en la tentación.
Más por cansancio que por albergar alguna esperanza fue hasta la puerta y giró el pomo. Resistió el impulso de golpear su cabeza contra la pared cuando la madera cedió. Potter no había cerrado la puerta con llave ni con hechizos.
Se deslizó fuera con el objetivo de escapar lo más pronto posible, el mismo cambió en cuanto vio la puerta del baño entreabierta.
Minutos más tarde su principal objetivo fue retomado.
Caminó con cuidado por el pasillo hasta las escaleras, bajó peldaño por peldaño, rezando a Merlín que ninguna tabla estuviera floja.
Ya abajo se topó con otro pasillo que se perdía en un recodo la izquierda, del lado derecho había un escalofriante cuadro de varios magos de la Orden del Fénix. Lo escalofriante en sí no eran los magos, sino el hecho de que todos estuvieran siendo —a la vista — dolorosamente apretujados entre las manos de un gigante, que los hamacaba de izquierda a derecha. A un costado, Hagrid sonreía y se limpiaba una lagrimilla con su sucio tapado. Los magos no sonreían, pero por lo menos se notaba que respiraban.
Remprendió su camino hacia su libertad y esquivó una salita de la que se escuchaban voces. Vio con inmensa alegría la puerta de entrada, y a punto estuvo de correr hacia ella pero una voz nombrándolo lo detuvo.
¡Hermione!
Era Granger y seguramente estaría ahí porque sospechaba de Potter y había ido a rescatarlo, y obviamente él quería ser rescatado.
Volvió sobre sus pasos hasta la puerta entornada y escuchó parte de la conversación que tenían los amigos.
—Me sorprende que no estés preocupado por lo que acabo de decirte —Decía la castaña suspicaz.
— ¿A qué te refieres Mione? —Preguntó el moreno con gesto inocente. Ella le miró desconfiada.
—Tú sabes algo, sabes dónde está —Adivinó. Harry intentó reprimir su mirada culpable, falló—. ¡Por Merlín, Harry! —Le gritó la mujer—. ¡Has sido tú! —Le acusó.
— Mione, ¿qué dices? ¿Cómo crees que yo…? —Intentó defenderse el ojiverde.
— ¡Merlín, Mordred y Morgana! —Exclamó—. ¡Le secuestraste! —Draco, tras la puerta, le dedicó varios aplausos mentales. Ahora Granger iría por él—. ¿Cómo se te ocurre hacer eso, Harry? —Preguntó espantada, haciendo aspavientos con las manos—. Se suponía que ibas a intentar conversar con él en la reunión, no que ibas a raptarlo. ¿Así es como quieres que te acepte?
Y a Draco le cayó un caldero en la cabeza. ¿En serio Granger ni siquiera iba a preguntar si estaba bien? ¿Si le tenía en esa casa? ¿Si había comido? ¿Si Potter le había maltratado? Un momento, ¿Él aceptar a Potter? Merlín…
—Lo sé, soy un idiota —Gimió el moreno enterrando su rostro en sus manos—. ¡Lo intenté pero no pude resistirlo! Él estaba ahí esquivando mi mirada… —Tomó la mano de su amiga y la apretó con fuerza—. No lo entiendes, Mione, estoy a punto de enloquecer. No tienes idea de cuánto he esperado para tenerlo aquí, sólo puedo pensar en…
¿En qué? Draco no lo supo, Granger le interrumpió.
— ¡Ni se te ocurra Harry Potter! —Advirtió con tono peligroso—. Ese tipo de unión es demasiado fuerte, requiere de tiempo, de aceptación. No puedes simplemente arrojarlo sobre la cama y… t—tomar lo que deseas. —Dijo media sonrojada.
Así que era eso, hubiera querido no enterarse.
— ¡Es que ya no puedo más! — Decía Potter removiéndose en el sofá—. No puedo pensar en otra cosa… Su perfume, ¡Mione su perfume! Ha inundado toda la casa, hasta aquí puedo sentirlo —Dijo y el rubio dejó de respirar por un instante—. Huele tan bien, huele a bosques vírgenes, huele a hombre, huele a él. — Ambos, Hermione y Draco, se sonrojaron furiosamente ante aquellas palabras, el anhelo palpable en cada sílaba pronunciada—.
—Sé que es difícil para ti, Harry —Le consoló la castaña abrazándolo con cariño. El ojigris se regodeó en el pensamiento de que esos no eran los brazos que el moreno quería—. Pero tendrás que ser paciente, necesitas que confíe plenamente en ti para poder unirte a él.
— Hermione —Gimió lastimeramente Potter, hundiendo su rostro en el suave cuello femenino—. Va a volverme loco, no puedo más, no puedo tenerle aquí sin desearlo debajo de mí —Jadeó—. Él no puede resistirse, lo he sentido, se derrite como chocolate al fuego entre mis brazos, su cuerpo responde al mío y no puede evitarlo. Es mío, Mione, mío. —Aseguró separándose de ella, su expresión miserable lo fue aún más cuando dijo: — Necesito que sea mío.
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Había corrido escaleras arriba, olvidando su plan de fuga. ¡Mierda! Potter le deseaba, y eso no era lo peor; Potter sabía que él se deshacía en sus manos. Aquella maldita adrenalina que hacía galopar a su corazón y que encendía su sangre.
Se arrojó en la cama, temblando y esperando que de un momento a otro Potter fuera a recoger lo que deseaba de él.
Harry no fue.
Durante los interminables minutos en que esperaba que aquella bestia morena irrumpiera en su habitación, también se dio tiempo para pensar.
Al parecer Potter quería follárselo, obviamente no era correspondido. ¿Quién de entre todos los magos gays (los muggles no contaban) hubiera querido meterse en los pantalones de la figura del siglo y del milenio? ¿Quién hubiera querido encamarse con ese hombre con rostro afable y cuerpo de semental? ¿Quién, en su sano juicio, hubiera encontrado satisfactorio estar bajo su cuerpo, ser víctima de sus caricias y de su desenfreno,…o de su amor?
Obvia e indubitablemente él no. ¡Que él no! Jamás caería tan bajo como para permitirse algo así. Después de todo él no era superficial…que—no—era—superficial, y Potter no significaba nada para su persona.
Creía recordar que habían coincidido en el colegio, y quizás habrían ido al mismo año. No podía asegurar nada, con mucho esfuerzo conseguía evocar algunas imágenes de un adolescente escuálido y poca cosa. Nada importante para él, que jamás había reparado en su presencia.
Vale, puede que sí supiera quién era el zaparrastroso ese, pero nada más. ¿Intentar hacerse su amigo? ¡Já! ¿Intentar que lo notara, a él que era Draco Malfoy, sangre pura hasta la última gota y el mejor partido para cualquiera en el Mundo Mágico? ¡Já!
No, no, él no sentía el más mínimo interés por el idiota cegatón.
Toda su niñez escuchando las historias de su madre sobre el heroico bebé Harry Potter. Toda su adolescencia viendo desde lejos sus gloriosas hazañas. El estúpido miope se había enfrentado a: un asqueroso parásito anidado en la cabeza del raro profesor de defensa, a una serpiente de ocho metros, a una manada de dementores hambrientos, a un dragón y al mismo Voldemort; a los mortífagos y a un intento de posesión por parte del engendro, a otra manada (pero esta vez de Inferis), a más mortífagos y otra vez a Voldemort —El monstruo no se moría nunca—, ¡y había sobrevivido!
¿Por qué él iba a interesarse en semejante poca cosa? Como si ese cretino fuera noble, valiente, de buen corazón… Como si lo hubiera salvado de una muerte segura a causa del fuego maldito. Como si le importara…
Bajó la vista a sus manos y suspiró. Y sin embargo no dejaba de temblar mientras pensaba en él.
Toda su vida pendiente de él, queriéndolo a él, ¡¿y recién ahora el desconsiderado quería algo con él?! Estúpido idiota que le hizo perder el tiempo…
Aburrido de buscarle insultos extraños volvió a dormirse, su último pensamiento le sacó una sonrisa maliciosa.
"¿Potter, me deseas?" se preguntó. "Potter, ven por mí".
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El ruido del agua lloviendo sobre los cerámicos le despertó, o quizás solamente estaba cansado de dormir. De nuevo tenía que usar el baño, y una ducha no le haría daño.
Caminó hasta el baño sabiéndolo ocupado, se dijo que si era Potter el que estaba allí podría robarle la varita y largarse, y si era Granger… Si era ella se ganaría un buen bofetón. Confiaba en que fuera Potter.
La puerta se abrió sin sonido. Benditas puertas silenciosas, no como las de Hogwarts. Definitivamente aquel inmenso cuerpo detrás de la cortina no podía ser Granger, Potter se estaba duchando.
Exhaló suavemente el aire que retenía en sus pulmones y dio un par de pasos hacia el montón de ropa.
—Lo siento, Draco —Habló la silueta envuelta en vapor—. Debí suponer que necesitarías usar el baño. En un momento termino y te dejaré lo necesario para que puedas bañarte —Le dijo con voz suave. Draco arqueó una ceja, ¿estaba Potter siendo tímido?—. ¿Podrías salir? —Definitivamente sí.
—No te molestes —Respondió con el único motivo de fastidiarlo un poco—. Puedo esperar aquí. —Hubo un instante de silencio en el cual pensó que no había sido escuchado.
— Creo que deberías esperar fuera, quizás quieras ir a buscar tu ropa en lo que termino… —Intentó de nuevo el pelinegro.
Él lo meditó. Bien podía hacerlo, podía fingir ir a buscar ropa y apresurarse hacia el piso de abajo. Podía fácilmente forzar la puerta de entrada a la manera muggle, así ningún hechizo lo detectaría y se iría felizmente a su piso en Portugal. — Un pequeño departamento secreto que previsoramente había adquirido en caso de tener que huir—. Calculó que tendría al menos cinco o siete minutos antes de que Potter comenzara a preocuparse por él. Definitivamente huir por la puerta era un mejor plan que robarle la varita a otro mago… Más aún si ese mago era Harry—Jodido—Potter, seguramente su varita era insoportable.
O quizás podía no huir, y ver cuánto quería Potter con él.
—No sé tú, Potter —Pronunció con voz pausada —Pero yo suelo bañarme desnudo— dijo remarcando sus palabras. Vio a la figura tras la cortina quedarse inmóvil.
—…La necesitarás más tarde —Insistió la voz, repentinamente ahogada.
—Pero no aquí dentro, para un baño lo correcto es no llevar nada —Susurró Draco mordiéndose el labio inferior, aunque sabía que el moreno no iba verlo. La lluvia de la ducha cesó y de nuevo hubo un momento de silencio.
—Draco —Jadeó Potter en una advertencia.
— ¿Sí,…Harry? —Preguntó él con voz complaciente.
Potter gruñó disconforme y farfulló un inteligible, curiosamente sonaba a algo como "Lo siento Hermione".
La cortina repentinamente se corrió bajo el impulso de un brazo fuerte, eso fue lo primero que vio. Luego estaba su rostro serio y maduro, con una sombra de barba adornando su mandíbula. Sus ojos oscurecidos atravesándolo y su boca entreabierta, desde donde asomaba la punta de su lengua, que lujuriosa bebía una gotita que se deslizaba por la comisura de sus labios.
El pecho firme plagado de vello rizado y suave. Sus hombros rectos, la espalda ancha, el torso rociado de pequeñas gotas prendidas a su dermis. Las caderas estrechas, las piernas gruesas y de músculos definidos, recubiertos de hebras negras que ahora húmedas formaban pequeños ríos en el laberinto de su piel.
Le atrajo poderosamente su vientre, quizás porque debido a la postura de su dueño este se movía con cada inhalación. Un triángulo invertido, enmarcado en los huesos de la cadera. La cordillera vertical de una mata de vello, que comenzaba en su ombligo y descendía hasta el valle de su pelvis para formar un bosque pecaminoso. Y allí, al asecho, el pene grueso y oscuro, apenas despierto.
Por las borlas colgantes de Merlín… Potter era sexo, sexo, sexo.
— ¿Intentas seducirme, Draco? —Inquirió con una sonrisa mordaz. El rubio notó que cualquier rastro de timidez había desaparecido de su rostro y de su cuerpo, que se mostraba impúdico y deseable frente a él. Y él era un hombre de fierro, pero… Vale, más bien su polla estaba poniendo dura como un fierro.
—No… Exactamente —Exhaló preso de esos ojos esmeralda, incapaz de apartar su vista. Potter avanzó unos pasos fuera de la ducha, dejando un reguero de agua como huella, acercándose a él.
Por instinto retrocedió, cual presa acorralada, hasta la puerta cerrada del baño. Se pegó a la madera pintada de blanco, esperando. Potter llegó hasta él. Un brazo se apoyó en la pared y su rostro invadió su espacio personal, llegando hasta su oreja, exhalando aire caliente, tan caliente como se sentía él.
— ¿A qué te refieres con "exactamente", Draco? —Preguntó la voz grave, pegando su mejilla y su pecho contra él, presionándolo contra la puerta—. ¿Quieres seducirme?
—N—no — contestó el rubio con el poco oxígeno que aún había en sus pulmones. Inhaló desesperado una bocanada de aire y el aroma de Harry invadió sus sentidos, atontándolo. Era su aroma, sin descripciones posibles. Simplemente era Harry—. Y—yo…no.
— ¿Te sientes un poco mareado, cierto? —Quiso saber el moreno—. ¿Sientes como tu sangre hierve? ¿Sientes tu corazón desbocado? —Y Draco lo sentía, galopaba como caballo salvaje en su pecho. Drogado por aquel aroma masculino el rubio supo que de no ser porque le presionaban contra la puerta él ya habría caído—. Responde, Draco.
Y tuvo que hacerlo. No quiso, tuvo que. Era culpa de esa voz gruesa y grave, de esos ojos casi negros, de su aroma y de todo su cuerpo contra el propio.
—Sí,…sí —Dijo. Entonces Potter sonrió con aquella mueca mordaz que Draco le había visto momentos antes y de pronto sintió como todo Potter se presionaba contra él. Todo incluía su erección de toro. El rubio estuvo seguro que de no ser por la poca cordura que aún conservaba se hubiera venido en sus pantalones.
Harry le tomó del cuello de su túnica y lo jaló la ducha. Abrió el grifo y una lluvia de agua caliente los bañó en instantes.
—Para un baño lo correcto es no llevar nada, ¿cierto? —Inquirió el moreno jalando los botones de la túnica.
—Potter,…Potter, ¿qué…? —Preguntó el rubio intentando apartarlo. La vestimenta cayó y aunque debajo Draco llevaba camisa y pantalones, se sintió desnudo, ¿Por qué Potter le hacía perder el control de esa manera?
—Vas a tomar un baño, Draco —Respondió Potter a centímetros de sus labios—. Lo correcto es no llevar nada —Dijo antes de besarle.
Sus ojos se cerraron al primer instante y su boca fue arrasada por aquella lengua demandante. Sus labios fueron mordidos delicadamente y perdió el aliento cuando Harry comenzó a besarle con desesperación.
Nunca supo cuándo sus brazos se enredaron alrededor del cuello del moreno, o cuando dejó al descubierto su cuello para que Potter lamiera, besara y mordiera. Pero eso no importaba, al menos no cuando Potter volvió a besarle y sus manos recorrieron su torso con deseo.
—Joder…—Susurró el ojiverde al sentir debajo de sus dedos una pequeña protuberancia. Se separó un momento del rubio y bajó la vista. ¡Jodida mierda! Era un pezón.
Rosadito, pequeño y erecto, el pezón se transparentaba a causa del agua a través de la camisa blanca de su dueño. Lo tocó suavemente y después lo pellizcó. Draco gimió y su mundo se volvió rojo lujuria.
Bajó la cabeza y atrapó al lascivo pezón entre sus labios. Chupó con suavidad y luego mordió con hambre. Un nuevo gimoteo, esta vez más alto resonó en el cuarto. El rubio estiraba de su cabello, perdido en el placer.
— Potter… —Gimió.
— ¡Merlín Draco! —Harry volvió a buscar su boca, esta vez sus manos pellizcaban ambos pezoncitos, ahora rojos e hinchados—. Draco, Draco, Draco —Decía como un mantra—. ¡Merlín, quiero… necesito…! —Jadeó, mordiendo su cuello con fuerza.
Sufrió un escalofrío y por su columna subió un rayo puro de deseo. Dejó de pensar y su cordura se esfumó. Harry era el cazador, él la presa… Una presa dispuesta a ser cazada.
— ¡Ah, Potter! — El moreno le arrancó la camisa mojada y la arrojó lejos, pronto pantalones y bóxer le hicieron compañía —. Potter… —Repitió Draco cuando el moreno se quedó de pie, observándolo, haciéndose desear, sin tocarlo—. Tócame, ¡Merlín!, tócame —Suplicó sollozante, estirando sus brazos para atrapar los hombros de aquel hombre.
Harry dejó que Draco se estampara contra su pecho y le acarició el cabello, alzándole la cabeza para poder besarle. Pero se detuvo cuando vio que aquellos ojos grises se veían perdidos y fuera de foco.
— ¿Draco? —Preguntó. Cuando el rubio siguió con la mirada ida, Harry intentó palmear sus mejillas—. ¿Draco, estás bien? —El rubio le sonrió ebrio.
—Fóllame Potter, fóllame… —Susurró.
Harry entendió. Frustrado y algo preocupado le sacó de debajo de la ducha hacia un costado, donde el vapor no era tan espeso, así el rubio podría tomar un poco de aire.
—Tranquilo, —Dijo y le sonrió suave —. No tienes idea de lo que estás pidiendo, aún no sabes nada. —Pero al rubio eso le importaba un pepino y bien se lo hubiera demostrado si Potter no le hubiera esquivado su beso—. Lo digo en serio, Draco —Le frenó.
— ¡Joder Potter! Sólo te estoy pidiendo que me folles —Gruñó intentando alcanzar los labios carnosos.
—Draco, —Repitió el moreno alejando los brazos pálidos de su torso—. En este momento no estás en tus cinco sentidos —Intentó explicarle—. Seguro más tarde te arrepientes. —Y eso enfureció al rubio, que se apartó con fuerza y frunció el ceño.
— ¡Y una mierda! Eso es lo que pienso de esto. — Reculó hasta la pared, donde el agua le bañaba pero no molestaba su visión y levantó un dedo acusador en su contra —. ¿Te estás divirtiendo? —Preguntó ofendido—. ¡Maldición, seguro que es divertido! — Agregó sardónico—. ¡Estúpido Potter, no puedes seducirme y luego dejarme así! Follar es follar —Argumentó—, nadie se va a arrepentir luego.
—Yo no follo por follar —Respondió Potter con voz grave. Si Draco no hubiera estado tan atontado quizás habría visto la mirada dolida de esos ojos verdes.
—Pues díselo a tu polla —Increpó—, que bien dura se te puso conmigo.
Potter frotó sus ojos con gesto serio y Draco pensó que eso era muy gracioso en él, considerando su estado de desnudez y la tremenda erección que portaba. Mejor no pensar en erecciones…
— Está bien, ha sido mi culpa — aceptó yendo por un par de batas. Se colocó una sobre los hombros y no pensó que Draco podría tener una hemorragia nasal ante la imagen de la bata abierta, el cuerpo cubierto por gotas de agua, su pene grueso erguido y aquel aroma inundándolo todo—. Ten —Le tendió la otra bata, Draco la arrojó al piso encharcado—. ¡Oye!
— ¿Por qué estás hablándome así de repente? —Preguntó aún más enfadado—. Estabas por follarme, Potter. ¡Tienes la obligación de terminar lo que iniciaste! —Exclamó indignado y queriendo llorar de la frustración. ¿Por qué siempre le negaba todo a él, cuando por fin había estado a punto de conseguir lo que deseó desde los 15 años? Y además, se sentía extrañamente completo a su lado. Curiosamente su indignación no causó culpa en aquel hombre que comenzó a desternillarse de la risa—. ¿No me deseas? —Preguntó bajito.
—Por supuesto que sí — Respondió Harry dando un par de pasos, pero se detuvo y resopló frustrado—. Este no es el momento, Draco. Ahora mismo te mueres de deseo — los ojos plata brillaron su apetito—, también lo siento. Pero más tarde te darás cuenta que esto no es lo que querías…
—Oh, eso es exactamente lo que quiero —Jadeó el rubio con la mirada en un punto fijo debajo de la cintura del moreno. Se despegó de la pared y cerró la distancia entre ambos.
—Es enserio, Draco —Le advirtió Potter aunque no se resistió a aquellas manos que se colaron bajo la bata y arañaron con necesidad la piel de su espalda. Merlín… Se moría por joderlo hasta el desmayo—. No haré nada contigo en ese estado —Sentenció separándolo unos centímetros de su cuerpo.
— ¡Pero no puedes dejarme así! — Gimió desesperado—. Debes tomar responsabilidades… — dijo y alcanzó a mordisquear uno de sus labios.
Potter le comió la boca.
Se abrazó a él sin dejar de besarle, volviendo a recorrer su cuerpo con manos grandes y calientes, encendiéndolo y volviéndolo mantequilla entre sus dedos.
—Joder, Draco —Gimió en su cuello—. Me vuelves loco, rubio.
— Ah, ¡sí! Potter… Potter házmelo, te quiero dentro Harry —Suspiraba entre beso y beso.
—Draco, Draco…
De repente Potter volvió a separarse de él, pero antes de que pudiera quejarse Harry estaba de rodillas frente a él, mirándolo. Sus ojos chispearon dorados.
"OH—MERLIN—BENDITO" alcanzó a gesticular antes de que el moreno sacara a su lengua y la acercara a su sexo.
Fue sólo una caricia, un roce húmedo y ligero, pero Draco sintió como toda su sangre bajaba hasta ese punto y supo que iba a explotar.
Se corrió con un pequeño grito y varios jadeos lastimeros. Sus piernas cedieron y pronto chocó contra el piso.
Potter lamió una gota blanca de su vientre y le dio un beso en la sien.
— Merlín, Harry… —Susurró aferrándose a su pecho, y cerró los ojos, exhausto.
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Luego de eso había despertado sobre la cama de la habitación, vistiendo apenas una bata.
Le hubiera gustado decir que se sentía humillado y violado, pero la verdad era que más que la vergüenza que le invadía, no había nada. Ni odio ni rencor, ni siquiera el deseo que había cedido. Pero eso era difícil de aceptar.
Y eso lo llevaba al presente, donde cobardemente había huido de la casa de Potter. Este había estado cocinando y Draco había corrido hacia afuera. Una vez en el patio advirtió que tampoco podía desaparecerse desde allí, pero tras un momento las barreras comenzaron a temblar. Lo último que vio fue la mirada dolida y triste de Potter desde la cocina. Él le había ayudado a escapar.
Entonces ahora —Dos días después — Portugal se presentaba lluvioso y gris. Y eso le hubiera encantado de no ser porque había salido a la calle con la intención de despejarse (y sin la varita, para variar) y la lluvia lo cogió de sorpresa.
Volvió a casa ensopado hasta la médula y no pudo evitar darse una ducha. La había estado esquivando con hechizos de limpieza, pero en ese momento se sentía tan adolorido y tenso que no pudo resistirlo.
Y sí, la ducha, la jodida ducha era la culpable de su estado.
Apenas había caído sobre su cuerpo cuando este comenzó a reaccionar, y él terminó acurrucado en el suelo de cerámicos, con su erección latiendo dolorosa en su mano, totalmente avergonzado de estar haciendo aquello, pero — y esto era lo peor de todo — sin poder venirse. Faltaban besos, caricias,…Harry.
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CONTINUARA…
NA: Hola! Bueno este el one shot más largo de la historia XD tiene 47 pg y es de la época cuando mi beta era Kohama… la extraño era genial ella :)
Espero que les guste, subiré la otra parte en la semana
Besos
Arizu Eiri
