Bullying
Uno, dos, tres… pronto se cansarán pensó. Un empujón lo había hecho trastabillar, un golpe al estómago lo doblegó, el golpe siguiente lo mandó al suelo. Después de que patearan lejos su mochila, se cubrió la cabeza con los brazos y el estómago con las rodillas. Había que admitirlo, nunca lo golpeaban en zonas visibles. Al menos mamá no lo sabrá. Era la tercera semana en la nueva escuela. Lo que hacía ésta su tercera paliza.
No valía la pena preguntar el por qué, lo hizo la primera vez y no obtuvo respuesta. Era obvio que no obtendría ninguna. Era nuevo, venía de la ciudad, debía ser eso...
-Pero qué… ¿¡Qué demonios están haciendo!? – resonó una voz de hombre a la distancia y los golpes cesaron de repente.
-¡Corre! -. Escuchó pasos apresurados. Sus acosadores se alejaban. Después pasos más lentos… paso… paso y tap, paso, ¿paso-tap? La curiosidad lo invadía, pero no se atrevía a dejar su posición en el suelo o a relajar músculo alguno. El sobresalto vino cuando sintió una mano apartándole sus brazos del rostro.
-Está bien. Tranquilo -dijo aquel hombre con voz suave y apacible. -Vamos, ya se han ido. Déjame verte, chico.
Poco a poco, asomó su rostro por entre sus brazos y relajó sus piernas. El rostro del hombre era tranquilo, como su voz. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios cuando se sentó sobre sus rodillas.
-¿Estas bien?- dijo examinándolo con la mirada.
-Sí, gracias- ¿en qué momento había comenzado a llorar? Rápidamente se secó las lágrimas con el dorso de la mano, para evitar que aquel extraño las viera. Podía sentir como la vergüenza teñía sus mejillas de rosa.
-Ten, usa esto – diablos. El hombre le ofreció un pañuelo. Rojo, de tela muy suave. -Mi nombre es Gold, ¿cómo te llamas, chico? ¿Y quiénes eran tus amigos?
-Hmm, me llamo Gideon y no son mis amigos – respondió él regresándole su pañuelo con el ceño fruncido. El hombre soltó una risa burlona.
-Supongo que no. -Gold se levantó con cierta dificultad, apoyándose en su bastón. Le tendió una mano para ayudarlo a levantarse. Una vez ambos en pie, se sacudieron el polvo de la ropa. Gold se inclinó un poco soportando su peso en una sola pierna mientras tomaba el bastón al revés para enganchar la mochila con el mango. La alzó del suelo con un movimiento grácil y certero, la mochila se deslizó por el bastón y hasta llegar a su mano la tomó y la sacudió.
Gideon la recibió una vez que éste se la tendió.
-Corre a casa, Gideon- él asintió ajustándose la mochila rápidamente, murmurando un "gracias" se alejó de ahí corriendo.
Gold lo vio alejarse en dirección a la calle principal. Sacudió la cabeza con desaprobación, el chico estaba hecho un ovillo cuando lo encontró. Rodeado por esos acosadores, tendría que reportarlo a la escuela. El chico no tendría más de 7 años. Y sus bullies tendrían unos 10. Los niños pueden ser tan crueles.
Se dio la vuelta para seguir su camino, pero algo en la acera lo hizo mirar hacia abajo. Un libro. Tal vez fuera del chico. Bien. Se inclinó para tomarlo, era un libro de pasta dura, azul, cuyo título leía Su valiente héroe. (Her Handsome Hero).
Gold iba retrasado. Le era necesario llegar pronto a la tienda, no es que esperara muchos clientes. Pero era fin de mes. Y sus inquilinos podrían pasar a saldar la renta.
Al llegar a la tienda el alegre sonido de la campana sobre la puerta lo recibió, cambio el letrero de la puerta a "abierto" y se dio la vuelta. Hacia el fondo de la tienda, dejando en el mostrador el libro encontrado. Sin más, se retiró a la parte de atrás. Así iniciaba su día en la tienda.
Gideon trotaba hacia la calle principal, había tenido suerte. Si el señor Gold no hubiera aparecido, aún seguiría en el suelo, hecho bolita y soportando golpe tras golpe.
-Mira nada más, córtale más–el pelo de la nuca se le erizó, conocía esa voz chillona. Gideon volvió la cabeza hacia el callejón por el que pasaba. Ahí estaban el trío de bastardos que lo había tomado como saco de boxeo preferido. Dos de ellos estaban recortándole los bigotes a un pobre gatito color negro con una mancha blanca en un ojo izquierdo y otra en el derecho.
El animal se retorcía entre los brazos de uno, mientras el otro, el cabecilla del trío, le recortaba los bigotes hasta el ras de su piel. Gideon quería correr. Debía correr. Si lo veían seguramente terminarían por derribarlo de nuevo.
-Deberíamos cortarle una la cola- dijo el de voz rasposa -mi hermano mayor dice que si se las cortas no pueden caminar.
-Dijiste lo mismo de los bigotes- dijo el cabecilla, aventando las tijeras al suelo -¡ahh maldito animal!- el gatito había encontrado oportunidad de zafar una de sus patas con la que arañó al niño. Pero no fue suficiente para escapar. Con gran fuerza el cabecilla, cuyo nombre era James, sometió al pequeño animal contra el suelo, quien soltó un sonoro aullido de dolor.
Era suficiente. Gideon tomó una decisión. Apretó los puños a sus costados y cerró los ojos. Inspiró profundamente y comenzó a correr. Arrojó su mochila a la cara de Peter, el de la voz chillona, y arremetió contra James y Scott, empujándolos y haciéndolos caer de sentón. El gato salió disparado a la primera oportunidad, y lo mismo hizo Gideon. Otro día recuperaría la mochila.
Entonces el suelo giró, tuvo el instinto suficiente para meter las manos antes de que el suelo subiera a impactarse con él. El golpe lo sofocó.
-Pagarás por eso, lagartija- la voz de James resonó en el caos de su mente nebulosa. Entonces sintió como lo arrastraban por el suelo. Una vez más, se hizo bolita.
¡Por todos los dioses! ¡¿Quién fue responsable de éste caos?! Pensaba para sí Belle French, mientras reorganizaba los libros en sus estantes. Retirando los que no tenían nada que hacer ahí. Tendría que rehacer el inventario. De eso no tenía duda.
¡Como si la limpieza no fuera suficiente! Tres semanas y aún no terminaba de sacudir cada libro. Pero ahora que sabía que estaban sin orden alguno, eso había colmado su paciencia. Mientras estuvo en nueva York, por más que pequeña que fuera la librería nunca se había topado con semejante desorden. La alcaldesa había dejado en claro que el lugar estaba abandonado desde hacía mucho tiempo, las ediciones de cada libro eran prueba fehaciente, pero nunca le dijo que el sistema de inventario usado en la biblioteca fuera caótico y mucho menos inexistente. Aún tenía mucho trabajo por hacer. Y la inauguración estaba planeada para la siguiente semana. Por suerte contaba con Gideon.
Belle dejó los libros que tenía en los brazos, saliendo del pasillo para echar una ojeada al reloj que yacía arriba de la recepción. Ya pasaba la hora de la comida. ¿A dónde se habrá metido? Era bastante después de su hora de salida. Tendría que haber llegado a la biblioteca hace casi una hora. Y como convocado por sus pensamientos el pequeño apareció. Dejó que la puerta cerrará por si sola mientras salía disparado hacia la escalera que llevaba al departamento.
-¡Hey! -Belle lo siguió, no sin antes asegurar la puerta de la entrada. Al entrar al departamento encontró tirada en la entrada la mochila de su hijo, la recogió y la puso en el desvencijado sofá que estaba cerca. Aunque inmediatamente la bajo al suelo, la mochila estaba sucia. Muy sucia. Se sacudió lo que pudo de las manos y las refregó en el delantal que llevaba. Escuchó como Gideon se movía en su habitación -Claro, hola mamá, ¿cómo estuvo tu día? El mío perfecto ¿y el tuyo?- canturreó de forma sarcástica acercándose a la puerta de su habitación, recargándose en el marco de la puerta -¿Gid? ¿Está todo bien? -.
Gideon abrió la puerta, estaba ahí plantado con camiseta de manga larga y pantalones limpios. En sus brazos, hechas bolas estaban las prendas de su uniforme. Pasó aún lado de ella sin mirarla, con la cabeza baja, hacia el cuarto de lavado. Belle lo siguió "Gideon, lavando su uniforme, entre semana, no me la trago" antes de que el niño llegará al depositar cualquier cosa en la lavadora, tomó las prendas y las examinó.
-¡Mamá!- exclamó Gideon cuando ella le arrebató las prendas de las manos.
-¿Donde te metiste? -preguntó a Gideon, quien mantenía la cabeza baja y seguían sin mirar hacia ella. – ¿Gideon? – él torció la boca en una mueca de desagrado.
-Jugando, mamá- respondió arrastrando las palabras y en un leve murmullo.
-¿Jugando?- ella separó las prendas. El pantalón estaba arruinado. Una rodilla rasgada y estaba manchado de tierra y lo que parecía aceite. Gideon comenzó a salir disimuladamente de la habitación, mientras su madre dejaba de lado el pantalón para echarle una ojeada a la otra prenda. La camisa no podía quedarse atrás, era todo un poema, manchas de aceite en una manga y espalda, y por la parte de delante -¿Sangre?-.
Casi lo había logrado, pero entonces su madre dejo de lado la camisa y se plantó de rodillas frente él. Lo tomó por la barbilla obligándolo a mirarla. Fue entonces que notó la herida en su ceja izquierda. Un corte no muy profundo, pero si bastante largo, rodeado de sangre ya seca y suciedad. Todo su rostro estaba sucio. Acarició sus brazos, lentamente, pero su rostro se contorsionó en una mueca de dolor.
Belle se puso en pie, tomó su mano y, sin decir nada, lo llevó al cuarto de baño. Lágrimas silenciosas empezaron a resbalar por el rostro de su hijo mientras ella lo desvestía. Está enojada? Su madre comenzó a llenar la bañera.
-Pantalones, peque- de acuerdo, no está enojada. Gideon asintió, sacándose los pantalones y la ropa interior mientras ella preparaba el baño. Ella se volvió hacia el tendiéndole una mano, para ayudarlo a entrar en la bañera sin que resbalara.
Antes de que se sentará Belle le examinó el cuerpo, aquellos parches rojos por su piel, los golpes recientes, después algunos violáceos, por último los que estaban por desaparecer, verdes. La pequeña mano de su hijo acarició su rostro siguiendo el camino dejado por sus lágrimas.
-Estoy bien, mami- ¡Oh, mi Gideon! Mi valiente y hermoso Gideon. Besó su coronilla, y lo ayudó a sentarse y sumergirse en el agua tibia, tomando una esponja lo bañó con extremo cuidado.
-Vas a decirme que es lo que te pasó?- preguntó Belle mientras le secaba el cabello. Lo había bañado, puesto ungüento en sus golpes y ahora una vez que terminara de secarle el cabello le curaría ese corte en su ceja. -Y desde cuándo? Esos golpes no son de hoy, amor.
Gideon guardó silencio. Una mueca de concentración en su rostro. Aguardó a que su madre dejará la toalla a un lado, soltando un suspiro comenzó a relatar las tres semanas pasadas.
-Mami, no sé qué hice, pero me odian. Ese James, más que nadie.- Belle lo escuchaba mientras caminaban hacia su habitación, donde tenía el botiquín de primeros auxilios.
-Siéntate en la cama, Gid- instruyó ella mientras iba al baño por el botiquín, cuando regresó Gideon estaba sobre ella cama, con las pequeñas piernas colgándose por la orilla. Sacó un par de gasas, agua oxigenada y algodón. -Ellos no te odian, solo...-soltó un resoplido -solo… ellos… están celosos.
-¿Celosos? Mamá, soy el nuevo, nadie quiere ser mi amigo, todos son más altos que yo… y grandes, por qué estarían celosos. James es el niño más popular del grado.
Belle limpiaba su herida mientras le escuchaba, no podía entender por qué otros niños molestarían a su hijo. Y si ella no lo entendía, no había manera de explicarle a Gideon. Optó por dejar esa conversación para cuándo hubiera hablado con su profesora y lo hizo continuar con su relato.
-Hoy llegaste más tarde que de costumbre- Gideon soltó un gemido de dolor cuando su madre comenzó a limpiar sobre el corte. Finalmente soltó un suspiro derrotado.
-Hoy fue peor, mamá. Fue peor, porque ya me había salvado- dijo lo último en un murmullo casi inaudible –a-a-acababamos de salir y… bueno… tú sabes… ellos me siguieron… y eso… pero un señor nos vio y ellos se fueron.
Belle colocaba sus gasas y cinta a modo de parche sobre su frente. Al finalizar besó su cabeza.
-¿Un señor?- Gideon asintió.
-Sí, un señor. Con un bastón.
-Espera...- Belle lo interrumpió -Pero, ¿entonces cómo te has hecho esto? -dijo señalando su frente. Gideon continúo.
-Pues me ayudó a levantarme, dijo que me fuera a mi casa. Pero me encontré a James, Scott y Peter otra vez. Estaban lastimando un gatito, mamá, -y-y-y yo quería correr mami te lo prometo, p-p-pero no podía y ¡el gatito mamá!- la voz de Gideon subió en velocidad, tono y urgencia.
-¿Entonces, esto fue por salvar al gato?- preguntó Belle conmovida. Su hijo asintió y ella lo abrazó con fuerza -Oh, Gid. Qué hice para merecerte, no lo sé. Y por eso te amo.
Gideon ocultó su rostro en el pecho de su madre, su abrazo nunca disminuyó en fuerza, un sollozo ahogado llegó a los oídos de Belle. Besó su coronilla subiéndolo a su regazo, meciéndolo mientras tarareaba una canción de cuna. Dejó que pasarán los minutos, para que su hijo soltará todo lo que necesitara. Al final, cuando ya había pasado de canciones de cuna a tararear "Smile". Lo que lo hizo reír y levantar la cabeza.
Belle tomó su pequeño rostro entre las manos y besó su frente sus ojos y sus mejillas. Gideon rio, tratando secarse al principio, para darse por vencido y jugar una guerra de besos con su madre.
-Gid, prométeme que nunca más me ocultarás algo así- Gideon la miró arrepentido asintiendo con la cabeza, Belle levantó el dedo meñique -¿Prometido?
El niño levantó su mano, entrelazando su dedo meñique al de su madre.
-Lo prometo, mami.
-De acuerdo -Belle bajó a Gideon de su regazo -tenemos mucho que hacer hoy- dijo mientras salían de la habitación -Pero, tenemos que comer algo, y ya es tarde, así que iremos a Granny's. ¿Tienes hambre?
-Sí, mami, ¡mucha!- el rostro se le había iluminado Ante la mención del pequeño restaurante que estaba cerca de ahí. En ese momento y como para comprobar el hambre que tenía su estómago emitió un sonoro gruñido de protesta.
