Advertencias: Esta historia es vulgar y por su alto contenido de incoherencia, nadie debería leerla.
No, mentira D: léanla, me esforcé ;-;
ADVERTENCIAS REALES: Semi-Modern AU/ Lemon / Malas palabras /BL / Fluff / Riren (Rivaille x Eren) / Trama no muy lógica porque lo único que importa es el porno / Etc.
Empecemos…
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Pinocho y las tres cervezas
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Diciembre, 1990
En algún lugar de Estados Unidos.
Mierda… ¡mierda! - Pensaba un joven castaño mientras corría desesperadamente por las calles nevadas y bastante transitadas de la avenida principal – ¡Voy a llegar tarde!
Con suma agilidad e ignorando el pequeño entumecimiento de sus extremidades, dobló treinta grados y se escabulló por un pequeño callejón, esquivando a las multitudes que alentaban su paso. Saltó sobre varios botes de basura y se contorsionó para pasar por estrechos pasillos en esa serie de callejuelas sucias, hasta que por fin vio la luz de una vía poco conocida para algunos, pero totalmente familiar para él. Menguó el trote, sabiendo que a un par de metros más adelante estaba el taller.
Se detuvo en la puerta trasera, y antes de tocar, se sacudió los restos de polvo y telarañas que consiguieron colarse en su traje cuando hizo su recorrido por aquel improvisado atajo. Cuando se creyó lo suficientemente limpio, dio un profundo suspiro y plantó dos pequeños golpeteos a la superficie de madera.
Escuchó un par de ruidos desde adentro y la luz prenderse. Estaba comenzando a nevar más fuerte y el frío calaba en sus manos y piernas aún a través de la ropa. Bueno, no es que de todas formas estuviera con una indumentaria lo suficientemente abrigada para esas épocas, pero no era de esas personas que son friolentas… en serio debían estar bajo cero como para que le afectara así el clima. Se sobó los brazos intentando con ello conseguir un poco de calor. En eso abrieron la puerta.
Sonrió.
El hombrecillo del otro lado del marco lo vio primero con algo de sorpresa, alzando una ceja, para luego tornar su expresión a una de molestia.
- Llegas tarde – dijo en un gruñido, pero haciéndose a un lado para que el castaño ingresara.
El menor entendió la indirecta y se adentró a la vivienda, agradeciendo internamente la tibieza que lo azotó ni bien puso un pie adentro. Inhaló profundo, embriagándose con el olor a madera, barniz y aserrín. Para él, ése era el aroma de la felicidad.
Dejó el ligero abrigo que lo cubría en un perchero y prosiguió a seguir a su jefe, aquel hombre de baja estatura, cabellos cortos, negros, piel lechosa y tersa y mirar asesino. Sonrió con más ganas mientras veía su espalda. En serio que le gustaba su trabajo. Y su jefe.
- ¿No te vas a quitar esa mierda? – irrumpió sus pensamientos la voz ronca del pelinegro.
- ¿Le molesta? – preguntó tranquilo en respuesta.
- Sí, es ridículo – espetó agriamente el otro.
- Lo siento, olvidé la muda que tenía para cambiarme allá… - mintió.
- Tsk… al menos quítate esa maldita nariz.
- Claro…
Obedeció de inmediato, pero haciendo un puchero. En parte entendía la molestia de Rivaille, a él mismo le avergonzó un poco salir a la calle con esas pintas, pero, vamos, ¡era navidad! Y él había participado en una obra de teatro callejera para los niños huérfanos… era entendible que después de un rato, con la motivación de esos críos, hasta le haya gustado el traje y por eso decidiera quedárselo y llevarlo puesto al trabajo. Sólo para que él lo viera.
Pero tal parecía que Rivaille no era fan de Pinocho…
Sí, porque ahora mismo, Eren estaba disfrazado de Pinocho. Su vestimenta consistía en un suéter amarillo con un chaleco pequeño negro encima, una corbata de moño azul, pantaloncillos cortos hasta la cintura rojos, suspensores del mismo color, zapatos cafés y un sombrero alpino tirolés* amarillo con una cinta celeste rodeándolo y una pluma roja de adorno. ¡Ah, claro! Y la falsa nariz de madera que llevaba hasta hace unos instantes. Todo bastante leal a la figura del cuento.
- Apura, mocoso, tenemos dos entregas que hacer antes de las diez – bufó su jefe.
- Ya voy – respondió, aún alegre.
En dos zancadas el ojiverde estuvo al lado del mayor y lo ayudó en su labor de tallar la madera.
¡Ah! Por si no lo sabían, Rivaille era dueño de una pequeña carpintería, y Eren era su ayudante. Trabajaban juntos desde hace más de ocho meses.
Volviendo al presente, el castaño veía sorprendido como, con una destreza envidiable, el pelinegro le daba forma a aquel figurín, hasta que poco a poco adquirió la figura de un pajarillo. Aún no lograba entender cómo aquel hombre amargado se mostraba tan dedicado y concentrado cuando debía ejercer su labor. Eso era pasión. Y a él le encantaba esa faceta del de ojos grises.
Cuando hubo terminado otras aves, le pidió a Eren el pedestal ahuecado donde se supondría que irían colgando. Con algo de torpeza, el ojiverde alzó el enorme pedazo de caoba previamente tallado por él y lo llevó hasta una mesa no tan alta que estaba a un costado del taller.
La casa de Rivaille era pequeña, de dos pisos; en la base se encontraba el taller junto con la chimenea y una improvisada salita detrás de bambalinas por así decirlo, donde él o Eren descansaban cuando la jornada se tornaba muy agotadora o recuperaban fuerza con algún bocadillo, allí mismo también había un refrigerador, una cocina chiquita y una alacena. En el segundo piso estaban las habitaciones, una de huéspedes y la otra del pelinegro, junto con el baño obviamente. La vivienda era bastante simple en sí, pero acogedora.
Después de una reprimenda de parte de Rivaille por su mediocre desempeño, y teniendo que él mismo retallar algunas partes, procedieron ambos a embarnizar las piezas para así después acomodarlas correctamente y dar por terminada la pequeña escultura de madera.**
Una vez finalizado ese trabajo, aún les quedaban unas sillas que entregar, pero esas eran cuestión de sólo darles brillo con el barniz y esperar a que fueran a recogerlas. Aun así, siendo el ojigris tan minucioso como era, se tomó su buen tiempo en pasar la brocha a los cuatros asientos, cubriéndolos totalmente con la pintura transparente y procurando no dejar excesos. Rivaille se encargó de tres, puesto que Eren a duras penas acabó una porque se le quedaba mirando, totalmente extasiado por la dedicación que el pelinegro ponía en sus obras. Gracias a ello también se ganó otro regaño y un coscorrón.
Terminaron a las diez y media de la noche, cuando las sillas fueron retiradas al fin. El mayor colocó el letrero de cerrado y migró hasta la sala, donde se encontraba Eren descansando.
Se sentó en el pequeño sofá, a su lado.
- Cerramos – declaró con monotonía el mayor.
- ¡Uff! fue un día largo – ronroneó el ojiverde mientras se desperezaba.
- Para mí, tú recién llegaste a las seis y cuarto – le recriminó.
- ¡Le pedí permiso! – chilló Eren en su defensa y sentándose recto
- Sí, pediste permiso… HASTA LAS SEIS.
- ¡No es mi culpa! La obra comenzó tarde…
- Tsk…
- Es un amargado – dijo en un murmuro el más joven mientras hacía un puchero.
- Te escuché – espetó Rivaille mientras le veía con molestia.
El castaño se tensó.
- Lo siento – balbuceó.
- Está bien, ya me acostumbré a tu insolencia – soltó con simpleza a la vez que se levantaba del sofá e iba al refrigerador a sacar una cerveza.
Eren se sonrojó.
Pasaron unos minutos en silencio, mientras el pelinegro se sentaba de vuelta y bebía pequeños sorbos de su botella.
- Bueno, ya cerramos, ¿qué esperas para irte? – rompió la afonía Rivaille y mientras procedía a mirar directamente al menor.
- Uhm, la verdad… – tartamudeó el aludido – no hay nadie en casa…
- ¿Tu hermana? – preguntó alzando una ceja intrigado pues sabía lo apegada que era esa mujer al castaño y no podía creerse que lo dejara solo en la víspera de navidad.
- Va a pasarla con su novia Christa…***
- ¿Tu amigo rubio?
- Con su novio Jean…
- Tsk…
- ¡Ah! – se percató de que estaba siendo un estorbo – P-pero no se preocupe, algo idearé… ¡m-me voy! – exclamó e hizo el amago de levantarse, pero la mano de Rivaille en su muñeca le detuvo.
- No… – el pelinegro suspiró con pesadez – está bien, puedes quedarte.
- ¡¿Q-qué?! – farfulló el ojiverde, con los ojos totalmente abiertos y las mejillas cubiertas por un ligero rubor.
- Sí, qué más da, quédate… además está nevando fuerte y anunciaron tormenta para esta noche.
- P-pero no quiero molestarlo – dijo, sin embargo cualquier intención de irse ya había desaparecido de su cabeza.
- Bien, entonces vete.
Recordó que el ojigris no era una persona de mucha paciencia, y ya de por sí, estaba siendo DEMASIADO generoso.
- Me quedo – declaró desviando la mirada y sintiendo su cara arder de la vergüenza.
- Ajá.
El pelinegro volvió a dirigirse a la nevera y sacó otra cerveza. Se la alcanzó al muchacho.
- Gracias – murmuró apenado.
- Tsk… es para que pases el rato. Llamaré a alguna de esas mierdas de comida rápida y pediré una pizza.
- ¿Eh?
Sin decir una sola palabra más, se dirigió a donde estaban las escaleras y se perdió de vista.
Una vez solo, Eren dejó de contener el aliento.
Llevó sus manos a la cabeza y comenzó a jalonearse ligeramente los cabellos. Estaba que se moría de la vergüenza. Era la víspera de navidad, afuera estaba nevando como la mierda y él pasaría la velada con su jefe. ¡Solo con su jefe!
No sabía si estallar de alegría o pegarse un tiro por lo nervioso que se encontraba.
Optó por ahogarse en alcohol. Bebió desesperadamente el contenido de su botella, buscando en cada trago un poco de autocontrol y calma. En menos de un minuto, no quedaba una sola gota del contenido.
Pero no era suficiente.
Después de ocho meses trabajando para alguien como Rivaille, había tenido que aprenderse todas sus mañas para poder sobrevivir. Y es por eso mismo que sabía que el pelinegro compraba las cervezas al por mayor. Así como también sabía que el ojigris no le permitiría consumir más alcohol por las buenas.
Se levantó rápidamente, procurando no hacer ningún ruido y, caminando de puntitas, se dirigió al refrigerador, de donde sacó no una, sino dos botellas más. Se las bebió ambas al lado del electrodoméstico, a un ritmo demasiado violento, inclusive chorreándose un poco por la barbilla y el cuello.
- ¡Ah~! – exclamó una vez hubo finalizado.
- Eren – escuchó el llamado del mayor, que probablemente venía bajando las escaleras.
Con premura, trató de esconder ambas botellas en la alacena, pero al dar un brusco movimiento para llegar más rápido, trastabilló y se sintió mareado. Irremediablemente cayó sentado, tirando en el proceso los envases y su sombrero tirolés saliendo volando hasta un rincón.
Rápidamente trató de incorporarse, pero el persistente mareo se lo impidió. Volvió a caer, pegándose en el trasero.
Se sobó la parte adolorida y entonces sintió un aura oscura detrás de él. Un escalofrío recorrió su columna vertebral.
- No realizan entregas a domicilio con esta nieve – habló con ira contenida el pelinegro.
- Q-que mal… - balbuceó el castaño, volteando la cabeza.
- No, ¿sabes qué es mal? Que uno no pueda dejar ni cinco minutos solos a mocosos como tú sin que terminen ebrios – dijo el mayor con dientes entrecerrados y destilando veneno en cada palabra.
- ¡No estoy borracho! – se defendió el menor.
- Párate.
Siendo retado de esa forma, el ojiverde se puso en pie inmediatamente. Se arrepintió de haberlo hecho así de golpe. Su cabeza comenzó a darle vueltas y su visión se tornó borrosa.
¡Carajo! Se había emborrachado con sólo tres míseras cervezas.
Se tambaleó y trató de apoyarse en alguna pared, pero pasó de largo, yendo a dar directo al piso, de cara. Bueno, casi. Antes de que pudiera colisionar, fue sujetado por unos fuertes brazos y se sintió próximo a un cálido cuerpo.
- Tsk… maldito mocoso.
Eren alzó la vista.
Era una imagen de ensueño. Estaba allí, sujeto por el pelinegro que amaba, con sus rostros a escasos centímetros de distancia, viéndose fijamente, perdiéndose en los grises y afilados ojos del mayor, entreabriendo los labios, dejando escapar su aliento y aspirando el aroma que emanaba aquel hombre. Poco a poco fue acortando la distancia, totalmente llevado por aquella fantasía.
Pero Rivaille la rompió.
El jefe, percatándose de las intenciones del ojiverde, lo separó, prácticamente de un empujón.
Eren sólo le vio, aturdido.
- ¿Tratabas de besarme? – preguntó, directo como siempre.
- ¿Qué? ¡NO! – gritó el castaño, pero con un enorme sonrojo cubriéndole hasta las orejas, delatándolo.
- Tsk, estás ebrio – sentenció.
- ¿Eh?
- Escucha mocoso, te prepararé un café y luego te vas a dormir, te prestaré mi habitación de huéspedes.
- No, espere.
- Silencio.
Eren no entendía… ¿Rivaille pensó que era un malentendido? ¡No! Él estuvo a punto a de besarlo, sí, pero ¡porque lo amaba!
Estaba completa y perdidamente enamorado de su jefe.
Se dio cuenta apenas hace unos meses atrás. Nunca supo a ciencia cierta cuándo comenzó a brotar aquel sentimiento, cuando comenzó a amarle. Quizás con los pequeños detalles que revelaban la amabilidad del pelinegro, quizás por las pequeñas muestras de confianza que le brindaba, quizás por su dedicación al trabajar, quizás por su aspecto tan guapo, quizás por su mal carácter, quizás por sus manías, quizás porque él lo aceptaba tal como era, quizás porque no lo juzgaba… quizás por todo junto. Pero no había vuelta atrás. Había caído. Y se sentía dolorosamente bien.
Vio como el ojigris se dirigió a la pequeña cocina y comenzó a preparar el café.
Estaba algo confuso por la cerveza, sí, pero si de algo nunca iba a dudar, era que sus sentimientos eran verdaderos.
Se decidió. No iba a dejar que las cosas quedaran así. No desaprovecharía esta oportunidad. Iba a declarársele hoy. Ahora. Ya.
Un poco, recurriendo al valor que siempre proporciona estar pasadito de tragos, se acercó por detrás al mayor y lo abrazó. Apoyó su cabeza en su cuello y aspiró su esencia. Olía a limpieza y lavanda.
Bajo sus brazos, Rivaille se tensó.
- ¿Qué mierdas haces? – preguntó, conteniéndose de golpear al mocoso.
- Lo amo – declaró Eren mientras le daba vuelta bruscamente, quedando cara a cara.
Era una suerte que en cuanto Rivaille se sintió rodeado, hubiera soltado los implementos que estaba agarrando, de lo contrario, ahora hubieran acabado estrellados contra el suelo.
Eren le besaba. Torpe e inexpertamente. Juntando sus labios primero en un roce simple y casto, pero luego arriesgándose a lamer y restregar su lengua contra la boca del contrario, buscando una entrada. Babeándolo.
Rivaille estaba un poco en shock, pero se quedó quieto, dejándose hacer. Más nunca separó sus labios.
Cansado, el castaño se separó, dejando un delgado hilo de saliva como prueba de su unión.
Entonces el pelinegro le plantó un puñetazo en toda la cara.
Eren salió volando, cayendo estruendosamente contra el suelo y chocando contra la pared. Se llevó la mano a la mejilla, mareado, confundido, TREMENDAMENTE ADOLORIDO.
- No digas esas pendejadas así como así – le gruñó el ojigris, pasando de largo y dejándolo allí tirado.
- ¡Pero es cierto! – gritó el castaño, y ocasionando que Rivaille se detuviera donde estaba.
- Repítelo – lo retó amenazadoramente.
- Lo amo. En serio lo amo. Lo amo desde hace mucho tiempo. Me gusta. Me gusta todo en usted. Salga conmigo, por favor.
Afonía.
- Eres, sin duda, una mierdecilla muy ambiciosa – habló, al fin Rivaille, veneno inyectado en cada palabra mientras se acercaba peligrosamente hacia donde estaba Eren.
- Sí, sí lo soy, pero también soy honesto. Deme una oportunidad – prosiguió el menor, poniéndose de pie, limpiándose la boca por donde escurría un poco de sangre y cerrando la distancia con el mayor – Por favor – finalizó.
Se veían fijo, retándose. Peleando por ver cuál mirada era más intensa, mostraba más determinación y era más honesta.
Permanecieron así unos minutos, apenas pestañeando, hasta que Eren se sintió demasiado expuesto y desvió sus ojos.
Quemaba. La mirada de Rivaille le quemaba por dentro. Le hacía arder en deseo. En pasión. En miedo.
El pelinegro aprovechó aquel momento de debilidad del menor y lo agarró del cabello, jalándolo y chocando sus labios. Adueñándose de su boca. Lo besó con desesperación, con rabia contenida. Comenzó lamiéndole los labios, mordiéndolos suavemente, incitándolo a que los separara. Y así lo hizo Eren. Entonces deslizó obscenamente su lengua dentro de la cavidad ajena, usándola para recorrer sus rincones más inexplorados, sacándole gemidos ahogados y restregándola contra la propia del castaño. Succionando y presionando. Guiando el ritmo de aquella danza mojada y erótica. Arrebatándole el aliento. Poseyéndolo.
Se separaron cuando sus pulmones gritaron por oxígeno. Eren jadeó sonoramente, apoyándose en los hombros del ojigris.
Rivaille no perdió el tiempo. Lo empujó con violencia contra la pared y volvió a besarlo. Adentrando lo más posible su lengua en la boca ajena. Saboreándolo con lascivia.
Eren sólo de dejaba hacer, nublado por aquellas nuevas sensaciones.
El pelinegro no se detuvo allí. Abandonó con algo de pesar los dulces belfos del castaño y bajó hasta el cuello, depositando suaves caricias y logrando estremecerlo. Estuvo allí un buen rato, besando y mordisqueando, sin ocasionar daño ni marcas. Se separó para ver la expresión de su víctima.
Aquella imagen quedaría impresa en su retina para siempre.
El castaño tenía el rostro arrebolado, pequeñas lágrimas juntándose en las comisuras de sus brillantes ojos verdes, los labios entreabiertos, cálido e irregular aliento brotando de su boca.
Un poco de cordura y culpa golpeó en su razón. ¿Se estaba aprovechando del menor?
- Eren – le llamó sin verle, posando la mirada en las manos temblorosas del susodicho, que se aferraban con fuerza a su suéter.
- ¿S-si? – tartamudeó apenas, tratando de recuperar el control sobre su respiración.
- ¿En serio quieres esto?
- ¿E-eh?
- Soy mucho mayor que tú.
- ¿Y eso qué? – cuestionó algo ofendido y ya más recuperado.
Rivaille se tomó su tiempo para pensarlo y responder.
- Aún eres un mocoso – soltó sin ánimos de ser ofensivo, más bien con preocupación – Y estás bebido.
Eren sonrió. Aunque en un principio se molestó por lo que trataba de decirle, todo cobró sentido al ver los orbes de Rivaille, (sí, al decir lo último le vio a la cara), denotaban temor e inquietud. Se sorprendió y le enterneció ver que su jefe dudaba, no porque le rechazara, sino porque estaba preocupado.
A veces las miradas hablan. Y a veces los actos otorgan.
Con infinita delicadeza, y ya sintiéndose menos afectado por la maldita bebida, depositó un casto beso en la frente de Rivaille. Un mínimo roce que sin embargo decía mucho.
El pelinegro buscó sus pozos verdes para confirmar sus sospechas. Eren se lo permitió mientras asentía lentamente, dándole permiso para proseguir.
No hizo falta más.
Se volvieron a unir en un beso, suave al comienzo pero que terminó tornándose en fogoso y necesitado.
Eren migró sus brazos y los pasó por detrás del cuello del mayor, separando a las vez las piernas y dejando que una traviesa rodilla se posicionara en medio de estas, casi tocando su entrepierna.
Rivaille guió todas las caricias. Desde las marcas en el cuello del joven, chupando y succionándolo para dejar manchas rojizas que simbolizaran que él era suyo y de nadie más, hasta su diestra rodilla, moviéndola y frotándola contra la ingle del mocoso, ocasionándole estremecimientos y robándole ligeros gemidos.
Sabía que el castaño era virgen. Y quería ser él quien le enseñara todo. Quien le arrebatara sus primeras veces. A quien le pertenecieran sus suspiros. Quería serlo todo para Eren.
- ¡Aahh! – gimió alto el ojiverde, logrando sacar a Rivaille de sus pensamientos egoístas.
- ¿Te gusta? – preguntó sabiendo la respuesta de antemano, pues comenzaba a notar un pequeño bulto en los pantalones del menor.
- S-sí… Nnmm… - jadeó apenas, totalmente avergonzado.
- Vamos a mi habitación.
El ojigris tomó su mano y lo condujo escaleras arriba, a la primera puerta, justo enfrente. Ya estaba entreabierta.
Ingresaron. Eren sintió ansiedad y un poquitín de miedo. Sabía que dolería. ¿Podría soportarlo? ¿Rivaille se lo haría duro? ¿O sería gentil?
- ¿Quieres lavarte la cara? – lo interrumpió el pelinegro.
- Ah, sí.
- El baño está en el pasillo. Puerta blanca.
Sin más, se condujo hasta donde le indicaron. En parte agradecido, pues con un poco de agua fría se le irían los restos de borrachera.
Después de pensarlo un poco, llegó a la conclusión de que las cervezas le habían caído tan fuertes porque no tenía nada en su estómago. Su última comida fue un sándwich que devoró en el desayuno. Lo achacó a eso, ya que de por sí, él era un chico que aguantaba bastante bien el trago.
Dejó esos pensamientos inútiles y abrió el grifo. El baño era bastante espacioso, tenía hasta una tina. Todo era color blanco, impecable.
Dejó que el agua corriera un poco, había estado demasiado sofocado por el calor que le provocaba Rivaille y ahora que estaba solo, se percataba de lo frío que estaba el ambiente.
Pero no era momento de ser llorica. Reunió valor y metió las manos al agua helada. Luego se echó un poco en el rostro, congelándose pero a la vez despejándose.
Para cuando volvió a la habitación, Rivaille estaba al lado de la cama, desvistiéndose.
Eren se sonrojó con la vista.
El pelinegro traía la camisa blanca a medio desabotonar; el cinturón negro, de cuero colgando a un costado, el pantalón de vestir desabrochado; tampoco llevaba zapatos, pero sus medias azul marino seguían allí.
Se relamió los labios y comenzó a desnudarse de igual forma.
Se sentó a los pies de la cama y comenzó a quitarse el calzado con parsimonia, tomándose su tiempo. Luego los calcetines. Aprovechó para tocar sus piernas. Estaban frías. Aunque el pantaloncillo le llegaba a las rodillas, tenía todo la tibia al descubierto, abajo no sentía nada, pero aquí, el calor de la chimenea no estaba para ayudarlo.
Pero si había otra cosa caliente.
Dio un respingo al sentir una lengua lamiendo su nuca. Y luego una voz ronca en su oído.
- Tardas mucho – dijo con tono sensual Rivaille.
- ¡Hmm!... – gimió extasiado el castaño cuando los lametones en su cuello fueron acompañados por una mano traviesa frotando su entrepierna.
Al ojigris no le gustaba desperdiciar minutos, y al ver a Eren en esa pose tan desprotegido, decidió tomar ventaja.
Con sigilo se le acercó por detrás y comenzó a darle suaves caricias a su nuca usando la lengua. También decidió estimularlo un poco.
Poco a poco los ruiditos que emitía el menor fueron llenando la habitación, al igual que aquel bulto en su entrepierna crecía más y más.
- Hey, Eren… quítate los suspensores – mandó, deteniendo su toqueteo.
- S-sí…
Algo frustrado, el ojiverde obedeció; soltó los ganchos que mantenían la prenda sujeta al pantaloncillo y pasó ambas tiras para atrás. Rivaille se encargó de desabrocharlo por detrás.
- Pon ambos brazos en tu espalda, juntos.
- ¿Eh?
- Obedece.
- S-sí.
Eren hizo como le indicaron y de inmediato sintió que era apresado. Rivaille aprovechó la elasticidad de los suspensores para amarrar sus antebrazos, uno sobre otro, inmovilizándolo.
- ¡¿Qué demo…?! – trató de preguntar el ojiverde pero – ¡Ah!... hh… - el regreso de las atenciones a su palpitante miembro bastó para acallarlo.
Rivaille le había bajado de un solo tirón tanto el ridículo short rojo como los ya húmedos bóxer, dejando así su falo descubierto.
- Es más excitante de esta forma… -dijo con voz ronca el pelinegro, mientras permitía que Eren apoyara la cabeza en su cuello.
Permanecieron así unos minutos más, el ojigris masturbando con una mano a Eren y la otra entreteniéndose en pellizcar sus erectos pezones, aún por sobre aquel suéter amarillo.
El menor no hallaba qué hacer, estaba totalmente entregado a las caricias que le proporcionaba su jefe. Sus únicas posibilidades eran retorcerse, abrir más las piernas, arquear la espalda y gimotear descontroladamente contra el cuello y oído del mayor. Se sentía perdido en el placer.
Cuando vio que era suficiente, Rivaille se detuvo y se quitó de detrás de Eren.
El castaño bufó en señal de frustración y se volvió, dispuesto a reclamarle al pelinegro por dejarle así. ¡Ya faltaba poco para que se viniera!
Pero antes de que pudiera articular nada, fue jalado más al centro de aquel lecho y volteado, quedando la cara contra el colchón.
Extrañado por aquel cambio brusco de posiciones, buscó a Rivaille con la mirada, pero acabó dando un respingo y soltando un agudo gemido cuando sintió algo húmedo y caliente posarse demasiado cerca de su entrada.
El ojigris había acomodado a Eren de tal forma que quedase con el rostro pegado a las sábanas, la espalda algo curva y el trasero levantado, al menos lo suficiente como para que él tuviera un fácil acceso a aquel sonrosado ano. Cuando estuvo conforme con el resultado, no pudo contenerse de dar una rápida lamida desde el final de los testículos hasta el borde de aquel pequeño anillo de músculos.
El estremecimiento y chillido lascivo que obtuvo en respuesta fue más que suficiente para instarlo a seguir jugando en aquella zona.
Con parsimonia trazó un recorrido alrededor, circuncidando y bordeando, pero nunca adentrándose en aquella cavidad.
Separó con ambas manos aquellas nalgas, masajeándolas al mismo tiempo. Dejando más expuesto al menor. Se dedicó a tentar al mocoso, humedeciendo cuanto podía y presionando en ciertos puntos sensibles, haciéndole arquearse cada vez más y más.
Cuando sintió las caderas de Eren moviéndose y una punzada en su propia entrepierna, decidió que era tiempo de preparar realmente al castaño.
Plantó una mordida traviesa a uno de sus glúteos y luego se dedicó enteramente a lamer su entrada, lubricándola bien y deslizándose dentro de ella.
- ¡KYAA! – gritó Eren ante aquella repentina intromisión.
El pelinegro sintió los músculos tensarse y cerrarse sobre su apéndice. Le plantó una no tan suave nalgada al ojiverde.
- ¡Hey! – le recriminó cuando se vio libre – relájate…
- E-está bien… – respondió con la voz temblorosa el joven.
El mayor se dedicó a embadurnar de saliva aquellas dos bolitas, chupandolas ocasionalmente, haciendo que el castaño vibrara de placer; todo como una forma de que el susodicho se calmara y pudiera dilatarlo apropiadamente.
Cuando notó a Eren más relajado y sus jadeos perdieron cualquier rastro de pudor, llegando como una sonata morbosa hasta sus oídos, decidió que era hora de volver a intentar.
Esta vez probó con sus dedos. Llevó dos de sus dígitos a la boca del menor.
- Mójalos bien – ordenó.
Eren obedeció, mamándolos como un recién nacido, humedeciéndolos completamente, como el pelinegro quería.
Cuando lo sintió suficiente, retiró sus falanges de aquellos labios, una pequeña telaraña de saliva rompiéndose conforme se alejaba.
De inmediato llevó uno de sus dígitos al palpitante ano del ojiverde, metiéndolo con relativa facilidad.
Eren se sintió extraño ante aquella nueva sensación. Era incómodo, pero no por ello menos satisfactorio.
El ojigris no perdió el tiempo y empezó a mover su dedo. Adentro y afuera. A un ritmo constante, simulando embestidas.
Trató de llegar lo más profundo que pudo dentro de Eren. Él, en respuesta, le gemía con los ojos entrecerrados, totalmente entregado a su toque.
No tardó en adjuntar el otro dígito. Y penetrarlo más rápido.
El castaño por su parte jadeaba y gemía, incapaz en ese punto de hablar o decir cualquier cosa coherente. Era un manojo de "Ahhs", "Nnghs" y "Hmms". Cada sonido que emitía más erótico que el anterior. Su miembro se sentía a punto de estallar también, totalmente empapado en su propio líquido preseminal. Palpitante e hirviendo.
Cuando Rivaille curvó sus dedos, tocando accidentalmente aquel punto dulce dentro de él, el castaño se vino irremediablemente. Convulsionando en un violento y potente orgasmo. Derramando su semilla tanto en su pecho como en las pobres sábanas que cubrían la cama.
- Ge-geppetto… –jadeó extasiado.
- ¿Qué mierda? – preguntó Rivaille consternado y alzando una ceja con mala cara. ¿En qué carajos estaba pensando ese niñato?
- L-lo siento – murmuró Eren totalmente sonrojado. Se había dejado llevar.
- ¿Geppetto? ¡¿Es en serio?! – gruñó ronco.
- E-es que… t-tú sabes… yo soy Pinocho, un niño malo… y… y… - se mordió el labio, inseguro de si debía continuar o no.
- ¿Y? – le instó a proseguir el otro.
- Y… tú eres Geppetto… y me estás castigando – terminó en un suspiro, pero aún así llegó a ser oído por el mayor.
- Eres todo un pervertido, mocoso. Uno muy enfermo por cierto.
Eren ocultó su rostro entre la tela, totalmente abochornado por haber revelado esa pequeña y morbosa ocurrencia a su jefe. Genial, el hombre ahora debía pensar que era un desviado con fetiches enfermizos…
Pero toda suposición ilógica abandonó su mente cuando sintió algo caliente y grande rozarse desvergonzadamente contra su ano. No pudo evitar ronronear ante la deliciosa fricción.
- Bueno, si quieres ser castigado, te castigaré – se acercó el pelinegro hasta quedar a escasos milímetros de la oreja del menor y posando sus manos en la cadera del aludido – Pi-no-cho – deletreó cada sílaba con extremada lascivia, causándole un escalofrío al castaño por la proximidad y el contraste de temperaturas. Rivaille tenía las manos frías.
- Aahhh… – gimió quedito cuando sintió su lóbulo ser mordisqueado con delicadeza.
Sin previo aviso, el ojigris aprovechó que Eren estaba distraído y lo penetró de una sola estocada, sintiendo aquellas deliciosas paredes cerrarse contra su necesitado miembro, casi exprimiéndolo. Un gruñido gutural abandonó sus labios a causa de la exquisita sensación.
Eren gritó y se removió cuando sintió aquel grueso falo adentrarse en su cavidad. Dolía. Y MUCHO. Mordió las sábanas en un desesperado intento por desviar el dolor; abundantes lágrimas recorrieron sus mejillas mientras su respiración se tornaba más y más dificultosa. Sabía que debía calmarse, que el daño pasaría, pero en serio en esos momentos no tenía cabeza para otra cosa que no fuera aquella intensa punzada que le hacía pensar que en cualquier momento se partiría en dos.
Rivaille notó su sufrimiento y de nuevo la culpa lo carcomió. Trató de ayudar al castaño y empezó a depositar pequeños besos por toda su espalda. Luego lamió tiernamente sus lágrimas e, increíblemente, le ronroneó palabras dulces al oído.
Eren se sorprendió ante aquellas muestras de afecto y preocupación. Su corazón latió rápido y un calorcito reconfortante llenó su pecho. Lo sospechaba, y después lo confirmaría, pero estaba casi seguro de que Rivaille le correspondía los sentimientos.
Cuando escuchó al ojiverde respirar normalmente, el pelinegro afianzó su agarre en las caderas ajenas e inició un vaivén de suaves estocadas.
El castaño resintió un el ritmo, pues aún sentía cierta incomodidad, pero pronto se dejó llevar, como siempre, frustrándose mayormente porque ahora requería de sus brazos, que aún seguían firmemente atados en su espalda. Jaló y jaló, pero el amarre no cedió y él sólo podía gemir y jadear en resignación.
El cuerpo de ambos no tardó en cubrirse por una fina capa de sudor a pesar del clima tan malo. La habitación ardía, producto de su excitación.
Pronto el pelinegro se vio nublado por la necesidad y empezó a embestir con más violencia al mocoso.
El lugar se llenó en segundos de "Ahhs" y "Nnghs" desvergonzados. Algunos en forma de chillidos agudos, otros en forma de susurros roncos.
Cuando el mayor sintió que la cavidad de Eren empezaba a contraerse, supo que el menor estaba a punto de venirse otra vez. Pero aún no era tiempo.
Se detuvo de golpe y salió de su interior.
Eren abrió los ojos previamente entrecerrados y se volteó a verlo con rabia infinita. El ojigris sólo sonrió ladinamente y llevó sus manos a los atados antebrazos del más joven. Deshizo el amarre y los soltó.
Eren estaba confundido. Se sentó y se sobó ambas extremidades, rojizas por la fuerza de los suspensores. En eso, Rivaille se tendió cómodamente en la cama, pasó ambos brazos detrás de su cabeza y todo altanero se dirigió al castaño.
- Móntame – ordenó sin una pizca de vergüenza.
- ¿Q-qué? – tartamudeó totalmente ruborizado el ojiverde, aún sin creerse lo que acababan de decirle.
- Sí, me cansé. Te toca hacer el trabajo. Móntame.
Algo tembloroso y totalmente abochornado por lo que iba a hacer, Eren obedeció, posicionándose a la altura del pene de Rivaille, una pierna a cada lado de las caderas del susodicho. Se inclinó un poco, apoyando una mano en el muslo de su jefe y la otra tomando el miembro del pelinegro, listo para autopenetrarse.
Tragó en seco y buscó los afilados ojos del contrario, excitándose aún más ante lo que vio.
Rivaille le miraba con deseo. Con lujuria. Con pasión.
Eso fue todo. El menor se dejó caer en aquel húmedo falo, resbalándose con facilidad y suspirando cuando se sintió totalmente lleno.
Sin esperar más empezó a moverse, subiendo y bajando sobre toda la extensión y golpeando en cada estocada aquel punto que le hacía ver estrellas. Pronto todo su cuerpo comenzó a temblar, recuperando su frustrado entusiasmo anterior.
El pelinegro veía encantado como aquel mocoso cabalgaba sobre él; sus ojos entrecerrados, llorosos y llenos de morbo, sus mejillas arreboladas y labios entreabiertos, jadeando y gimiendo más y más fuerte conforme aceleraba el ritmo. Perdiendo la cordura a causa suya.
Cuando los músculos internos de Eren volvieron a estrecharse, aprisionando más el miembro de Rivaille, supo que ya era momento de ponerse salvajes.
Llevó sus, hasta ahora reposadas, manos a la cintura del castaño, obligándolo a brincar más rápido y más profundo. Haciendo que su falo calara más y más hondo en su interior y obligándolo a arquear la espalda y gritar incoherencias como "Geppetto más… ¡más!" o "Ahí… dame más ahí".
Impuso su ritmo, brusco, violento, tornándose las embestidas erráticas y jodidamente placenteras.
Con una última estocada, pegando bien fuerte en la próstata del menor, ambos se vinieron, acallando su orgasmo en tierno beso.
Eres sintió su cavidad ser llenada con un líquido espeso y caliente y eso fue la última gloria que necesitó para correrse él mismo, salpicando ambos pechos y la cama.
Se separaron jadeando aún.
Eren, sin importarle una mierda el desastre que había hecho, se recostó en Rivaille, apoyando su cabeza a la altura de su cuello e impidiéndole también que saliera de dentro de él.
Estuvieron así unos largos minutos, debatiéndose entre la somnolencia y el cansancio.
Al final fue el pelinegro quien apartó a Eren, lo tomó de la cintura y, muy despacio, sacó su miembro ahora flácido de su interior. Depositó al castaño en la cama y se levantó en dirección al baño.
El ojiverde se acomodó entre las sábanas, algo pegajoso aún, y se estaba dejando caer por el sueño, cuando escuchó (y sintió) al mayor volver a la habitación. Traía consigo toallitas húmedas. Y se había puesto ropa interior.
En realidad no sabía en qué rato el pelinegro se había desvestido. Realmente era un ninja, ya que comenzó con pantalón y camisa a medio sacar y cuando se percató de nuevo, ya estaba totalmente desnudo.
Bueno, misterios de la vida.
Sintió el tacto frío del trapo en su pecho. Rivaille le estaba limpiando.Río como bobo ante el leve cosquilleo que le producía la acción de su jefe.
Se sobresaltó, también, cuando fue agarrado de un tobillo y obligado a estirar la pierna, dejando así su entrada expuesta para ser posteriormente limpiada con delicadeza por el ojigris.
Eren se sonrojó de sobremanera y desvió la mirada.
Cuando el mayor consideró que todos estaban limpios, le dijo a Eren que se levantara, cosa que muy a duras penas logró hacer ya que un dolor en su baja espalda le dificultaba moverse.
El pelinegro cambió las sábanas y luego se recostó en la cama, haciéndole una seña al mocoso para que se le uniera.
Así, uno junto al otro, permanecieron un buen rato en silencio, disfrutando de la compañía mutua.
- Eren – le llamó suavemente el mayor.
- ¿Sí? – respondió medio dormido el aludido.
- Te amo – soltó seco pero sin inmutarse.
- …
El menor sólo pudo ponerse rojo como un tomate y ocultar su rostro contra el pecho ajeno.
Allí, con el arrullo del latir de Rivaille, el castaño cayó profundamente dormido.
Al día siguiente.
Eren despertó en aquella amplia cama, algo confundido. Todo le dolía. Desde la cabeza hasta el culo.
Buscó con la mirada a su amado por la habitación, pero no lo encontró. Se fijó en la mesita de noche y encontró un vaso de agua, una aspirina y una nota que decía:
Iré a comprar comida para preparar el desayuno.
Tómate esto y baja hasta el taller, debajo de una manta gris está tu regalo de navidad.
Rivaille.
Pd. Puedes usar algunas de mis ropas para que no andes desnudo por ahí. Y me las devuelves otro día. Lavadas. Bien lavadas.
Sonrió ante aquello. Tan propio de Rivaille.
Aceptó su oferta y se puso una de sus camisas, la que encontró más grande y aún así a él le quedó cabal. Eso y su bóxer del día anterior.
Bajó muy entusiasmado al taller y lo primero que vio fue una enorme manta gris que cubría algo delgado y alto.
Sin esperar más, la quitó y grande fue su sorpresa al encontrarse una sillita para comer de bebés.
- ¡¿Ah?! – exclamó a la nada, consternado.
- Es para mocosos como tú – dijo una voz ronca detrás de él.
- ¡Ah! – se sobresaltó en sorpresa, no lo había sentido llegar - ¿Es en serio? – le recriminó haciendo un puchero.
- ¿Tú que crees?
- … - suspiró rendido - ¿cuál es mi verdadero regalo?
- Tsk… doble sueldo. No esperes más de mí.
- ¡Qué frío! – se quejó, pero sin ocultar la enorme sonrisa que adornaba su rostro - ¿Y si mejor lo cambiamos por un beso?
- Qué cursi.
Pero de todas formas correspondió cuando el castaño se acercó y depositó un suave beso en sus labios. Profundizaron el contacto pero se separaron a los pocos segundos.
- No tengo nada para regalarle… - murmuró el menor mientras seguía a su jefe hasta la cocina.
- No quiero nada.
- Pero usted me regaló dinero, que, aunque sea algo frío y tosco, es un regalo al fin y al cabo.
- Ni pienses en gastarlo para comprarme algo, no lo aceptaré.
- ¡Hmp! – hizo un puchero el menor.
Y ahí murió la charla. Eren se sentó en el cómodo sillón y observó mientras Rivaille preparaba el desayuno.
Aunque el mayor le hubiera dicho que no, él ya estaba pensando en qué gastar su sueldo extra y que el gustara a su amado. Se perdió en sus cavilaciones hasta que el pelinegro le llamó para que le ayudara.
Bueno – se dijo mentalmente – Aún tengo tiempo para pensar en qué comprarle. De hecho… tenemos todo el tiempo del mundo.
Y con una sonrisa boba se apresuró donde su amado para ayudar con la comida.
THE (RELATIVE) END.
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- Sí, Erencito no sabe que el 25 es el cumple de Rivi. Haré un bonus acerca de eso algún día.
Aclaraciones con asteriscos:
*Sí, tuve que buscar en internet a lo random qué clase de estilo era el sombrero de Pinocho.
**Traten de hacerse un idea a lo random de cómo WTF luce esa escultura porque ni yo misma me hice una idea concreta y mucho menos creo que haya podido describirla bien xD así que lo dejo a su imaginación.
*** Estoy drogada xD y quería crear la pareja lésbica más rara de la vida para Mikasa, y la pobre Christa fue la única que se me ocurrió xP aunque realmente prefiero a Christa con Ymir.
Comentario de una autora realizada: Es el oneshot o mierda más larga que he hecho, casi muero x.x me tomó dos días, DOS FUCKING DÍAS. Y muchas drogas (?) ok eso último no xD pero espero que les guste o algún pedo e_e pk sino habré desperdiciado toda mi vida y deberé suicidarme.
También, traté de publicar esto ayer como un regalo para mi amado Rivi uwu pero no pude… más vale tarde que nunca.
Como siempre, nunca sé cómo finalizar historias. Siempre me salen finales fomes. Ni modo.
Nos leemos (¿?) en alguna otra ocasión. Bye.
