El panorama era espléndido, pintado con un cielo despejado, con sólo un par de nubes blancas manchándolo por aquí y allá. Era una mañana cálida, soplaba aire tibio y el hombre suspiraba fastidiado, tirado en el suelo de la habitación que había sido dispuesta para él. Un día perfecto para zarpar, pero tenia que estar en tierra atendiendo sus labores como señor de Shikoku.

Había llegado hacía un par de días a las tierras del Tigre de Kai para atender a una reunión de señores feudales. Le parecía hipócrita, pues a fin de cuentas todos deseaban conquistar las tierras del otro; pero, incluso estando seguro de su poder y de que jamás huiría de una pelea, prefería evitar encuentros innecesarios.

Sus pensamientos, siempre de aventuras en el mar, fueron interrumpidos por uno de los sirvientes de Takeda, que iba a informarle que al fin habían llegado todos los invitados y que la reunión se efectuaría en una hora. El tiempo pasó rápido y, al llegar a la habitación, pudo ver al grupo ya listo para dar inicio. Notó la ausencia de quien ahora era sustituido por un joven arrogante y orgulloso; pudo ver, de alguna manera, más arrugas en el rostro de su anfitrión; la falta de sake, la tensión en el aire... Vaya que sería un fastidio.

Comenzó como cualquier otra reunión; quejas por aquí, peticiones por allá. Él escuchaba todo muy aburrido hasta que un golpe de sorpresa lo sacó de su estupor, tanto a sí como a todos en la sala. El nuevo representante del clan Date retaba abiertamente a Takeda de un modo altanero y desafiante, el aludido contestaba con perspicacia y reía por la fuerza de los jóvenes. Todo terminó sin problemas.

Cuando algunos líderes ya se retiraban a descansar, Motochika pudo detener a solas al orgulloso Motonari, que se mostraba frío e irritado hacia la actitud del pirata.

–Mmh, Motonari-kun, siempre es un placer verte –dijo con sorna, mientras arrinconaba al Hijo del Sol contra un muro–. El tiempo sólo acentúa la belleza de tu cara.

–No entiendo como puede hablar con tanta confianza a alguien que es a fuerzas de necesidad un aliado y, en un plano más personal, le apuñalaría mientras duerme si no fuera necesario en las fuerzas –comentó el otro, sin moverse un centímetro de su lugar.

–Tuviste esa oportunidad un par de noches antes de que esta supuesta alianza siquiera existiera, pero supongo estabas muy ocupado aferrándote a mi espalda y pidiéndome más –contestó el de pelo cano, acercando su mano para tomar por la barbilla a su antiguo amante; pero ésta fue repelida con un golpe lleno de ira.

–Los tiempos antes de convertirme en amo y señor de mis tierras desaparecieron junto con cualquier sentido de irracionalidad –replicó Mouri amargamente mientras se alejaba del pirata dándole la espalda. Tras un par de pasos, se detuvo–. Abstente de acercarte a mí, Motochika... o te hare pedazos tanto a ti como a esa patética isla que haces llamar tu hogar.

Como respuesta, el pirata sólo pudo reír sonoramente, aumentando el enojo en el hombre castaño que se retiró con una mueca de irritación. Amaba molestar a Motonari en lugares donde sabía que no se atrevería hacer nada, no podía desperdiciar nunca la oportunidad de molestarlo y disfrutar de sus ganas de partirlo en dos, sin poder hacerlo por los asuntos diplomáticos de las alianzas. Pero tampoco podía negar que aquellos días habían sido de lo mejor, ver el lado deseoso y pasional del "Hijo del Sol" lo había hecho muy feliz por mucho tiempo... Mas todo tenía un final, y el de ellos había sido cuando el poder se había convertido en el único deseo de Mouri Motonari.

Caída la noche, se veía a los hombres de Oushuu entretenidos con las historias del mar contadas por un montón de piratas que decían ser subordinados de Chousokabe Motochika. Reunidos alrededor de un fuego en las tierras que circundaban la mansión Takeda, parecía que el jolgorio se prolongaría por varias horas. El pirata se encontraba apartado de los demás, observando ausentemente a todos mientras se divertían. Tan perdido estaba en sus pensamientos que no notó la botella de sake que le presentaban a escasos centímetros de su nariz.

–Hey!

Motochika levantó la cabeza, observando a su interlocutor con una expresión entre sorprendida e inocente. El otro hizo caso omiso de aquella cara y volvió a agitar la botella frente a su rostro.

–Parece que mis muchachos se llevan bien con tu hato de bandidos... creo que deberíamos dejar que jueguen juntos mas a menudo –dijo, sonriendo de costado–. Date, Date Masamune. El Dragón Tuerto de Oushuu.

Motochika aceptó el sake y acercó sus labios a la boca del jarro, bebiendo un buen trago de un solo golpe.

–Eso es beber –murmuró Date, silbando de asombro–. ¿Y bien? ¿Quién eres?

–Chousokabe Motochika, señor de los piratas de la Isla Shikoku.

El canoso devolvió el jarro al joven Dragón y éste, por alguna extraña razón que Motochika no alcanzó a dilucidar, pasó lentamente su lengua por la boca del recipiente.

–Good taste –susurró Date, parpadeando despacio.

El pirata no supo cómo reaccionar cuando vio aquello. Sin embargo, dando un pequeño espacio al beneficio de la duda, le arrebató de la mano la vasija al otro tuerto y volvió a beber un largo trago de una sola vez. Pero, en vez de devolver la vasija a Date, la volvió a acercar a su boca y hundió su lengua en ella.

–¿Así está mejor? –preguntó, relamiéndose lentamente.

Date le quitó el jarro y lo miró con su único ojo entrecerrado.

–Quieres jugar, eh –murmuró, acercando su rostro al del pirata–. Bueno, Chika-chan... Juguemos.

El pirata sólo sonrió, con su único ojo destellando en la semioscuridad del campamento. Levantándose sin prisa, rodeó a Date y se dirigió hacia unas matas oscuras. Observó al joven Dragón con expresión retadora y luego se dejó caer entre los arbustos.

Divertido por aquella muestra de tontería, Masamune lo siguió y pronto se halló reptando entre las hojas junto al pirata.

–I can't see a shit –se quejó, tanteando con las manos a su alrededor. Topó con una masa de músculos que pronto lo sujetaron, y se encontró con que un par de labios ásperos lo asfixiaban repentinamente. La lengua del pirata estaba hirviendo y no cejaba en sus intentos de separar sus dientes y meterse de lleno en su boca.

Date sólo trataba de respirar mientras las manos de Chousokabe lo recorrían todo. Desordenaron su corto cabello castaño, hurgaron dentro de sus pantalones, por debajo de su camisa... El joven Dragón no pudo evitar, entonces, la obvia reacción de su cuerpo. El pirata se percató de aquel súbito endurecimiento en la entrepierna de su presa, y sin ninguna clase de pudor reptó hasta estar a la altura del bajo vientre de Masamune.

Éste no era capaz de decir o hacer nada más, las manos de Motochika eran tan fuertes y firmes que no lograba resistirse a ellas. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando sintió que los labios y la lengua que hasta hacía un momento sofocaban su propia boca se hallaban ahora casi a punto de tragar su miembro.

–Hey... –susurró.

Chousokabe despegó sus labios llenos de saliva para decir en voz baja:

–Tranquilo, Dragón... No te haré daño.

Comenzo a lamer la punta, dejando caer la saliva acumulada por toda su extensión. El Dragón atinó a sujetarse de la tierra y hojas que estaban a su alcance, soltando el aire de a poco cuando ambos escucharon una voz profunda que sonaba interrogante:

–¿Masamune-sama...? Creí haberle oído... ¡Oye, tú! ¿No has visto a... –la voz se perdió entre el gentío.

–Debo volver...

–¿Tu niñera?

–Tch... No has ganado... Seguiremos con esto, pero ahora debo irme –masculló, tratando de ponerse de pie y acomodarse la ropa.

Distraído en arreglar su traje, le sorprendió el beso fugaz que le dio el pirata.

–Eso espero, Dragón...

Desde la oscuridad pudo seguir con la mirada al joven que se alejaba a pasos seguros, con su porte orgulloso e imponente. Su actitud desafiante lo había atrapado rápidamente, quería saber más de ese jovencito al que llamaban Dokuganryu.

Siguió observando cada uno de sus movimientos, hasta que pared de acero que apareció de la nada lo hizo volver en sí.

–Sin duda es interesante el heredero del clan Date, ¿no lo crees así, Chousokabe? –comentó el dueño de la casa, en un tono que el aludido supuso como más que un simple comentario. Un simple "Mmm" fue todo lo que Takeda obtuvo por respuesta–. Con la misma pasión e impertinencia de su padre –cerró el viejo, riendo a carcajadas.

–No se le puede comprar con su predecesor, le aseguro que el hará grandes cosas, viejo Takeda –contestó el pirata con una media sonrisa, dándole la espalda para incorporarse a lo que ya parecía una fiesta.

En medio de la cena, Katakura no paraba de reprender por lo bajo al Dragón. Que se sentara derecho, que comiera con cuidado, que no derramara su bebida... Date ya comenzaba a poner una expresión tal de hastío que los demás comensales no paraban de reír en voz baja. Takeda, notando que Kojuurou estaba algo tenso, lo invitó a beber con una generosidad cuantiosa y el estratega no pudo negarse.

Kenshin y otros señores feudales se sumaron al improvisado brindis y acto seguido Keiji Maeda, que se hallaba allí por obra de su tío Toshiie, comenzó a bailar estrambóticamente en medio del salón, dirigiendo todas las miradas hacia él.

Date vio la oportunidad perfecta para deshacerse de su niñera, y gateando como el mejor de los niños se escabulló de la sala por una de las puertas laterales.

Una vez fuera, con los gritos de algarabía resonando a sus espaldas, respiró profundamente el fresco aire de la noche y comenzó a caminar en dirección al bosque.

Iba a internarse entre la maleza cuando oyó, por casualidad, a dos voces que discutían.

–Te pedí que me dejaras en paz, te lo pedí de mil maneras... ¿es que no lo entiendes? No quiero que me toques de nuevo...

–No puedo verte ahí y quedarme quieto sin más, como si no me pasara nada...

–¡Aguántate las ganas! ¿Vamos a empezar de nuevo con esto?

Un súbito silencio se hizo entre los dos hombres.

–Déjame... Déjame sólo una vez más... Te juro que no volveré a molestarte si me lo permites.

–¡Lo mismo dijiste la última vez y mírate, ya estás de nuevo acosándome!

Masamune se escondió detrás de un árbol, por puro instinto. Aunque estaba oscuro, podía escuchar pisadas que se acercaban.

–Regresaré ad...

Unos pasos pesados y un duro golpe, como un saco cayendo al suelo.

–No irás a ninguna parte –cortó la voz más fuerte y áspera.

–No... –susurró la otra, ahogada. Date no podía verlos, pero sabía que esa asfixia sólo podía obedecer a una lengua que sofocaba su garganta.

–Motonari... –la voz rasposa era tan sensual que el mismo Dragón se sintió algo excitado.

–No... ¡No...! –se quejaba la otra–. ¡Motochika, basta!

Masamune abrió el ojo de súbito, apretándose la boca con una mano para que no se oyera su respiración agitada.

Un cachetazo cortó el aire. Un entrecortado jadeo y las reiteradas negativas, pero el atacante no cedería a las quejas de su víctima.

Conteniéndose para no gritar, Mouri soportó el castigo con la mayor entereza que pudo, pero en un momento ya no logró resistir la excitación que el pirata le provocaba y acabó cediendo a sus jugueteos.

Sentado al pie del árbol tras el que se resguardaba, el joven Dragón oyó todas y cada una de las cosas que Chousokabe le hizo a Mouri. No podía ver nada, pero los gemidos del Hijo del Sol eran lo suficientemente gráficos como para lograr que lo imaginara a la perfección.

Tan fuerte fue la provocación que tuvo que escarbar en sus propios pantalones para masturbarse, incapaz de resistir la intensa oleada de calor que le recorría el cuerpo.

Tocarse en silencio era complicado, pero sabía que valía la pena el intento. Motochika había hecho gritar de mil maneras diferentes a Motonari, y el Dragón sólo tenía cabeza, mientras su mano subía y bajaba a una velocidad pasmosa, para pensar en lo que sería estar dominado por los poderosos brazos del pirata, sujeto por sus manos varoniles.

Deseó intensamente estar en el lugar de Mouri; quien, jadeante, despeinado y con la ropa desarreglada, sólo atinaba a arrastrarse por el pasto para alejarse del pirata.

–Te detesto... Te detesto con todo mi ser, Motochika... –gimoteó, tragándose las lágrimas.

–No seas así. Te gustó...

Motonari se mordió los labios.

–Si me vuelves a tocar sin mi permiso, te juro que te hago pedazos. Y sabes que lo haré.

A medias gateando y a medias de pie, el maltrecho líder de Aki logró salir de entre la maleza. Masamune, que apenas lograba atarse los pantalones, se apretó contra el árbol para que Mouri no lo viera. Éste, sin embargo, desesperado como estaba por recuperar la compostura, ni siquiera se percató de que había alguien más allí.

–¿Disfrutaste del espectáculo? –rugió la voz de Motochika, una vez que los pasos de Mouri se perdieron entre los ruidos del bosque.

Date volvió a abrir mucho su único ojo y a cubrirse la boca, aunque no tenía escapatoria. Arreglándose la ropa desordenadamente, se puso de pie y enfrentó al pirata.

–Gemía de una forma tan excitante que no pude contenerme –dijo, sin un rastro de vergüenza.

–Dragón... –murmuró Chousokabe–. ¿Eras tú...?

La escasa luz que se filtraba entre las hojas de los árboles bastó para que ambos tuertos pudieran verse.

Motochika tardó en procesar lo que tenía enfrente, pero Date se le acercó rápidamente y lo besó con sus labios delgados.

–Quiero sentirlo –susurró al oído del pirata, pasando su lengua por la oreja de Chousokabe mientras hablaba–. Quiero sentir tu peso sobre mí, tus manos, quiero que me toques...

–¿Estás seguro de lo que estás diciendo? –murmuró el pirata.

El corazón le latía frenéticamente por la declaración del chico, amenazando con salir de su pecho. La excitación era extrema, pero tenía que estar seguro de lo que había escuchado.

–Sí... –Date se aferró a él y respiró suavemente contra su cuello–. Nunca nadie me había incitado de esta forma, nunca había deseado tanto...

Se quitó los guantes, tocando la espalda sudada del pirata con los dedos desnudos.

–Quiero sentirte dentro de mí, pirata... –su voz era un susurro inaudible.

Las palabras del chico junto a la delicada caricia dispararon una serie de reacciones por todo su cuerpo, como descargas eléctricas. Lanzó al Dragón con brusquedad contra un árbol y comenzó a besar su boca con desesperación, quería consumirlo de un solo beso. Masamune sentía que aquella lengua lo ahogaba, pero también despertaba en todo su cuerpo un ardor que nunca había conocido. Desatando su ropa de la forma más desordenada, casi arrancó la chaqueta de Motochika para pegar su torso, en el que se dibujaban suaves marcas de músculos, contra el poderoso abdomen de Chousokabe.

El roce de la piel hirviente del hombre de cabellos claros hizo que algo cosquilleara en su columna.

–Realmente eres algo... electrizante –murmuró el pirata entre jadeos, apretándolo al árbol para besar y morder con fuerza sus hombros.

Date soltó un suave quejido al sentir los colmillos de Motochika clavándose en su piel. El sonido ssólo encendió más al pirata, que pasó sus manos por el abdomen del Dragón, subió a pellizcar sus pezones y luego se aventuró a pasear bajo el estorboso pantalón. El joven de cabellos castaños gimió ahogado, aferrándose con fuerza de la espalda del otro, que en respuesta tomó su agonizante erección e inició movimientos lentos y fuertes sin dejar de atacar su cuello y sus hombros, dejando marcas de cada mordida y beso que le daba. Los deliciosos gestos del Dragón eran hipnotizantes, se deshizo de sus propios pantalones como pudo para rozar ambas partes hirvientes en el mismo agarre.

De pronto, Masamune puso los ojos en blanco y dejó salir un hilillo de saliva que quedó colgando de su labio inferior. Respirando agitado, comenzó a deslizarse hacia abajo, hasta que sus muslos hirvientes tocaron el frío césped salvaje. Motochika descendió lentamente, sin alejarse de él.

–Hazlo... –pidió el Dragón, sujetando fuertemente al otro por el cabello y acercando su rostro. Pasó la lengua por los labios de Chousokabe y lo besó de forma desesperada–. Atraviésame de un lado al otro si es necesario...

El de cabello cano sonrió de manera depredadora y empujó casi de un golpe al exigente muchacho para dejarlo boca abajo, dándole un mas fácil acceso. Se colocó sobre él, rozando la punta de su miembro contra su trasero, mordió sus orejas y dio suaves besos por la espalda de Masamune mientras entraba lenta y agónicamente en él. Si bien el chico actuaba como un experto en la materia, era tan estrecho que le causaba dolor y aun más placer darse lugar entre su piel. El cuerpo del muchacho se puso muy tenso e hizo gestos de mucho sufrimiento, así que el pirata se detuvo y le susurro al oído:

–¿Has hecho esto antes...? Aún estas a tiempo de que me detenga.

Date sólo gruño y dejó ir su peso hacia atrás para terminar de empalarse en el miembro de Motochika, que dejó escapar un sonoro gemido.

–¡No soy una princesa! No me voy a romper... –se detuvo para respirar hondo–. Fuck, ¡sigue!

–De acuerdo... –fue la sorda respuesta del pirata, que comenzó a mover acompasadamente su cadera. El joven Dragón apretaba el rostro contra el pasto, mordiendose los labios para no gritar. El dolor era intenso y poco a poco perdía la capacidad de tolerarlo, pero no estaba dispuesto a rendirse.

Los deliciosos ruidos que Chousokabe dejaba salir de sus sensuales labios curtidos volvían loco a Masamune, hacían que su cuerpo sintiera chispazos, hacían que su miembro se pusiera más y más duro. El pirata lo montaba con destreza y casi hasta con gracia, balanceándose suavemente y presionando donde lo creía más conveniente, bajando el ritmo sólo para inclinarse sobre su joven presa y lamerle cadenciosamente la columna, pellizcar sus pezones o susurrarle cosas al oído.

–Eres estrecho como una virgen pero no importa, yo voy a domarte... eres mío ahora, Dragón...

Motochika aumentó el ritmo de su cadera, acelerando tanto que el joven sintió que sus muslos comenzaban a arder. Casi sin darse cuenta, comenzó a jadear en voz bien alta, haciendo que el otro tuerto se excitara a un punto en que también a él le causaba dolor el penetrarlo.

–Rayos, eres tan... Maldito Dragón, ya no puedo conmigo mismo –gimió Chousokabe, dejando caer el sudor de su rostro sobre la espalda hirviente de Masamune. Llevando su mano a la entrepierna del joven de Oushuu, comenzó a juguetear con sus dedos mientras no cesaba en su ataque.

–Más fuerte... ¡Más fuerte! –exclamó Date, aferrándose a las raíces del árbol que tenía más cerca.

El pirata obedeció, divertido, y pareció que un poderoso y eléctrico trueno lo recorría de la cabeza a los pies, hasta que sintió un chispazo en el cerebro y sus ojos se pusieron en blanco casi por completo, aflojando todos los músculos y derrumbándose sobre el Dragón Tuerto. La mano de Motochika seguía en el pene del Dragón, y éste sufría intensamente por estar a punto de alcanzar su segundo orgasmo.

–Your hand... –murmuró Masamune, temblando sin control–. Mueve esa mano, maldito...

–Oh... Lo siento –soltó Chousokabe en un suspiro, mientras se incorporaba y llevaba esta vez ambas manos a la entrepierna de Date, todo ello sin retirar su miembro del interior del muchacho.

Cuando Date estuvo a punto de perder la consciencia, Chousokabe salió de él rápidamente, lo volteó con brusquedad y devoró prácticamente el miembro del Dragón, acariciándolo con su lengua y raspándolo suavemente con sus prominentes colmillos. Date no lo resistió. Incapaz de contener su descargo, vació todo su contenido en la boca del pirata.

Para su sorpresa, Motochika no se quejó ni intentó retirarse; ya fuera por accidente o por voluntad, se tragó todo lo que había en su boca.

Al incorporarse y limpiar lo que había escurrido por sus labios, se tomó unos momentos para grabar a fuego en su memoria lo que tenía ante sus ojos. El Dokuganryu cubría su ojo con el brazo izquierdo, luchando por recobrar el aliento tirado entre el pasto. La escasa luz apenas dejaba admirar las marcas que el pirata había dejado sobre su cuerpo, acompañadas de sudor y tierra. Esbozó una sonrisa de satisfacción y se permitió un momento de descanso, apoyándose en el tronco del árbol más cercano.

Masamune, por su parte, tomó conciencia de lo que había sucedido unos segundos después de que Motochika se alejara de él. En ese instante se coloreó como una peonía y sintió un calor insoportable recorriendo su cara, sintiéndose ahogado por su propia vergüenza.

Incorporándose lentamente, agradeció a toda deidad conocida el hecho de que era de noche y estaba oscuro.

–Well... –murmuró, buscando a tientas su ropa–. Creo que debería regresar, Kojuurou debe estar preguntando dónde estoy.

–¿Cuál es la prisa, Dragón? Deja que tu niñera disfrute un poco la fiesta... –dijo con sorna el Demonio del Mar, tendido el suelo, en busca de su ropa también. Lo primero que sus dedos tocaron fue el pantalón del otro. Hizo una bola con ellos y la lanzó a la cara del muchacho castaño.

–¡Pero qué...! –exclamo Date, manoteando la prenda.

–No creo que quieras andar por ahí sin esos puestos... –se carcajeó Motochika.

Date se coloreó hasta la frente y sólo hizo un puchero silencioso mientras encontraba sus sandalias y se las ponía. De alguna manera ambos acabaron de vestirse y regresaron lentamente a la casa de Takeda. Para que no lo vieran llegar junto a Chousokabe, el Dragón dio un gran rodeo e ingresó por uno de los accesos laterales de la mansión, dejando solo al pirata en la parte trasera del gran patio.

El de cabello cano aún se sentía adolorido. Asegurándose mentalmente que había sido la primera vez del chico, no pudo evitar sentirse orgulloso del algún modo.

Recorriendo uno de los muchos pasillos de la casona, el joven Dragón se topó con su nana; quien, borracho como una cuba, hablaba con lengua pastosa e insistía en que Date tenía que irse a dormir.

–Eres tú el que tiene que descansar esa borrachera. ¿Qué rayos bebiste? Tú nunca te embriagas.

–Shingen servía y servía y servía... –repetía Kojuurou–. Le debió... echar algo al sake.

A la fuerza logró el joven llevar a su criado hasta uno de los cuartos que habían puesto a su disposición; y cuando al fin Katakura se durmió pesadamente, pidió permiso a uno de los sirvientes de Kai para darse un baño. Necesitaba lavarse con urgencia y ver si de alguna forma lograba aliviar el dolor que invadía su trasero.

Cuando Motochika al fin entró al cuarto donde se había hecho la cena, sólo pudo encontrar a Kenshin hablando con Takeda de cosas que realmente no lograba entender. Se excusó con ambos y se dirigió al cuarto que le habían designado, antes pasando a ver a sus hombres... Que estaban inconscientes por el alcohol algunos, abrazados con lagrimas en los ojos a los hombres de Oshuu otros, y los que seguían de pie lo saludaron animadamente entre balbuceos que no tenían sentido.

–Creo que hice bien en no probar el sake de Takeda –oyó una voz a sus espaldas–. Es impresionante lo rápido que se embriaga el que lo bebe.

Aquella tonada suave lo tomó por sorpresa y volteó con una expresión de susto en la cara. Motonari sonrió levemente, como entre cansado y resignado.

–¿Dónde estabas? Te perdiste el brindis –le dijo Mouri en tono más amistoso, luego de ver que no había nadie cerca de ellos.

El corazón del Demonio del Mar latía acelerado, como a un ladrón al que han atrapado huyendo con la mercancía.

–Buscaba algo interesante para hacer, dicen que la casa del Tigre de Kai tiene muchos misterios... –respondió distante, casi con miedo, pero tenía fe en que el otro no lo notaría por su cansancio.

–¿Te pasó algo? –inquirió Mouri, dando un paso indeciso–. Lamento haberte dejado así. Me presionaste mucho allá afuera...

–No, sólo estoy cansado, iba a dormir pero tenía que ver qué era de estos rufianes… –sonrió nervioso, señalando a sus hombres.

–Oh... –el de verde lo miró perplejo–. Es que... tienes algo en el cabello.

Llevó su mano enguantada y retiró una ramita, minúscula, con una hoja aún prendida a ella.

–Discúlpame por lo que te dije –susurró, bajando la cabeza–. Debí pensar mejor antes de hablar. No te... No te odio.

El pirata abrió amplio su ojo. Si bien ya no eran lo que se podía llamar como "amantes" y nunca había sido exactamente fiel, justo en ese momento aún se sentía lleno del aroma del señor de Oshuu, y tener tan cerca a Mouri le hacía pensar que él también lo percibiría.

–No importa eso... No debí forzarte –dijo al fin, alejándose con la torpe excusa de robar una botella de sake a alguno de sus vasallos.

El líder de Aki apretó los labios temblorosos y sintió que algo en su nariz comenzaba a picar. Se sintió estúpido, se sintió débil, no podía creer lo que le pasaba... pero no podía resistirlo. A pesar de las traiciones, a pesar de las mentiras y las excusas, del dolor que le había provocado al abandonarlo y de las reiteradas actitudes de no–compromiso de Motochika, había llegado a amarlo con dulzura, con su delicadeza natural.

Y por eso mismo, aunque se sintió completamente estúpido y fuera de lugar, no se esforzó por ocultar cuánto necesitaba estar a su lado.

–Déjame dormir contigo hoy –pidió, tras sujetar a Chousokabe por la muñeca–. No haremos nada si no quieres... pero déjame estar contigo, por favor.

–Ah... –el pecho le punzaba y le era difícil responder, o más bien no sabía qué responder–. Sabes que por la mañana ya no estaré...

Jamás había sentido culpa por sus acciones. Si bien le dolía saber que hería a Motonari, no sentía nada en particular por sus aventuras. Pero la esencia del Dragón se negaba a dejar su cuerpo, y eso le provocaba sensaciones que no entendía.

–Estás lleno de tierra –observó Motonari, señalando las rodillas, donde los pantalones estaban sucios–. ¿Quieres bañarte?

–Si, creo que eso serviría... –hizo que Mouri lo soltara. Recogió una botella y tras un sorbo pequeño hizo un ademán indicándole al otro que lo guiara.

Mouri caminó muy derecho aunque muy lentamente. En el trayecto encontró a un sirviente que supo indicarle el camino.

Una vez solos en el recinto, el de verde comenzó a desvestirse sin prisa, despacio. Tenía la vista baja y el cabello le caía sobre la cara.

Motochika, al contrario, se desvistió rápido, sin ceremonias, quería quitarse de encima toda la evidencia de lo que había pasado. Antes de que el otro siquiera lo notara, entró a la enorme tina que emanaba un agradable vapor perfumado.

El menudo Hijo del Sol lo observó con una mirada llena de aprensión.

Apretando de nuevo los suaves labios, dejó caer el resto de su ropa y se sumergió en la bañera, en el lado opuesto a Motochika.

–¿Te molesta que esté aquí? –susurró, descendiendo hasta que el agua llegó a su boca.

–Sabes que no... –retomó su botella de sake y dio un trago grande, sintiéndose más relajado en el agua tibia, limpiando todo rastro. Miró fijamente al otro que seguía sumergido–. Estás raro.

–Dije mucho que no quería que me tocaras, pero no es cierto –murmuró Motonari, sacando apenas los labios del agua.

–No te preocupes. Aunque las cosas no salieron bien, el tiempo me enseñó a creer más lo que dice tu cuerpo que lo que sale de tu boca –declaró, riendo, notando que su botella estaba por terminarse.

Mouri no pudo contener una carcajada suave al escuchar aquello. Sus cabellos lacios flotaban en el agua y le daban un aspecto juguetón a su rostro sonrosado.

Sin decir nada más, el de ojos pardos se movió lentamente hacia el otro extremo de la tina, hasta que estuvo al lado de Chousokabe y apoyó la cabeza mojada en su hombro poderoso.

–¿Por qué...? –preguntó en voz baja–. ¿Por qué no podemos ser felices, Motochika?

La pregunta lo tomó completamente por sorpresa y trajo de golpe recuerdos amargos de cada una de sus despedidas. No pudo darle una respuesta, sólo levantó su brazo para rodear la larga figura de Mouri y ofrecerle el final de lo que quedaba en la botella.

–No, gracias –susurró él, declinando la oferta.

El pirata bebió otro trago y entonces Mouri levantó el brazo muy despacio hasta que su mano llegó al parche que cubría el ojo izquierdo de su compañero. Estaba húmedo por los vapores del baño.

El señor de Aki lo levantó con suavidad mientras el de cabellos canos movía la cabeza para ayudarle a quitarlo. Siempre de forma delicada, Mouri se movió hasta quedar frente a frente con el pirata, se sentó sobre sus piernas y besó dulcemente la rugosa cicatriz donde debía estar el ojo que el pirata había perdido hacía ya mucho.

La ausencia del parche le hacia sentirse un tanto vulnerable y era un privilegio que sólo le había permitido a él; pero pronto sintió como si, mágicamente, con eso el Hijo del Sol pudiera ver a través de él, de todos sus errores, y no pudo soportar la vergüenza. Se abrazó a su delgado cuerpo y escondió la cara en el espacio que le brindaba su cuello.

Motonari sintió los brazos de Motochika rodeando su espalda. Temblaban levemente por alguna razón. Movido por algo que no lograba comprender del todo, llevó los suyos alrededor del cuello y los hombros del pirata, y se aferró a él fuertemente.

Éste disfrutó del contacto por un largo rato. Cuando sintió que podría hablar sin que su voz temblara, susurró a su oído:

–Deberíamos ir a dormir ya, mañana partiré temprano y creo que tú tienes asuntos que atender con Kenshin –se separó lentamente del otro y buscó su parche para regresarlo a su lugar.

Mouri se quedó muy quieto donde estaba, con el agua nuevamente llegándole a la nariz y los ojos llenos de angustia.

Motochika salió de la tina y se envolvió en una bata larga, miró fijamente a su compañero y la expresión de su cara le preocupó.

–Oye... ¿Te quedarás ahí? Te vas a arrugar como el viejo Takeda –forzó una risa torpe para levantarle el ánimo, ofreciéndole otra bata.

Mouri la aceptó con un gesto ausente y salió despacio de la bañera. Cuando hubo atado la prenda, se acercó al pirata y lo abrazó fuertemente desde atrás, apretando el rostro contra su espalda.

–Lo siento –dijo, comenzando a ruborizarse por vergüenza y ya no por el calor del agua–. No quiero incomodarte, pero... te necesito mucho...

El más alto soltó un suspiro resignado, realmente no podía resistirse a una petición así. Giró tratando de no romper el abrazo y lo tomó por los hombros con una sonrisa sincera.

–Estás cansado, vamos... Te acompañaré en tu sueño.

Saliendo de su habitación con una terrible jaqueca, Kojuurou se encontró con una escena que le hizo retroceder y llenarse de sorpresa. Justo en la puerta que daba a los baños, el señor de los piratas estaba besando apasionadamente a quien apenas pudo identificar como Mouri Motonari.

Perplejo, el estratega de Date sólo dio un paso hacia atrás y se escondió detrás de la puerta corrediza de su habitación.

Los daimyo a los que suponía enemigos pasaron entonces, dejando atrás su cuarto, caminando muy próximos... demasiado.

Al llegar a la habitación de Motonari, éste descorrió la puerta e ingresó pisando muy despacio. Ya le habían preparado su futón. Sentándose suavemente se dejó caer sobre el colchón.

Motochika lo siguió, tendiéndose a su lado. Deshizo el nudo de la bata, que se abrió para dejar al descubierto la perfecta forma del Hijo del Sol. A los ojos del Pirata realmente era hermoso, pero algo en su pecho no le permitía abalanzarse sobre él como otras noches y hacerlo suyo. Sólo acaricio suavemente su piel para luego abrazarlo fuerte desde la espalda.

–Dulces sueños, Motonari.

El líder de Aki giró suavemente en la oscuridad hasta enfrentar nuevamente a su amado pirata.

–Tócame... –rogó, escondiendo el rostro en el cuello de Chousokabe y besando suavemente su piel, que olía a los sutiles perfumes del baño.

Sentía genuinas y sinceras ganas de llorar, aunque no entendía completamente el por qué. El otro sonrió y obedeció paseando las yemas de sus dedos por la figura de Mouri, dibujando todos sus contornos. Se incorporó un poco para quedar sobre él. Por la ventana apenas se filtraba un poco de luz, dándole un toque de belleza extra.

Mouri observó largamente el rostro de Motochika, con un gesto de entrega muy fuertemente dibujado en su rostro pálido. Éste se agachó a devorar sus labios una vez más, amaba esa deliciosa sensación de dulzura que quedaba en su boca cuando se separaban.

Cuando alejó de nuevo su rostro para quitarse la bata, las sombras le jugaron una broma de mal gusto. Vio en Mouri el rostro del Dragón y se detuvo en seco.

Tras unos segundos, Mouri lo miró, confundido.

–¿Sucede algo?

–No, sólo… creí ver algo diferente en ti –sonrió y continuó con lo que hacía.

Con una delicadeza pocas veces vista en él, el Demonio de los Mares se ocupó de Motonari como si se tratara de una dulce doncella. Lo acarició por todo el cuerpo con afecto, lo besó sin asfixiarlo, le hizo sentir más de una deliciosa sensación.

Sus labios ásperos recorrían el cuello del Hijo del Sol una y otra vez, besándolo suavemente y lamiendo su piel con tranquilidad, sin movimientos bruscos o dolorosos. Mouri se aferraba de su espalda y dejaba salir susurrados gemidos. La casi ternura con la que Motochika le hacía el amor era lo que siempre había deseado y pedido de él. No parecía tan difícil de conceder.

Motonari comenzó a jadear más sonoramente, apretando los dedos sobre la espalda del pirata, que comenzaba a perlarse de sudor.

–Motochika... –gimió el líder de Aki, cerrando fuertemente los ojos–. ¡Motochika...!

El pirata dio un ritmo apenas más rápido a sus caderas, tratando de lastimarlo lo menos posible.

–Ah... –hizo Mouri, abriendo los ojos de súbito.

–¿Te duele? –preguntó Chousokabe, agitado.

–No... Sigue... –pidió el otro–. Sigue... por favor...

El tuerto se entregó de lleno a su labor y sujetó fuertemente los muslos de Mouri mientras entraba y salía de él. Los gritos del Heredero del Sol ya eran difíciles de disimular, pero para suerte de ambos la mayoría de los ocupantes del castillo dormían profundamente gracias a la incipiente borrachera.

La desesperación de Motonari era franca. De sus ojos pardos se escapó un sinfín de lágrimas mientras sus uñas se clavaban en la piel del Demonio, mientras todo su cuerpo convulsionaba debido a la adrenalina y al placer que estaba experimentando.

Aunque ni él ni Chousokabe habían tocado su pene, el líder de Aki alcanzó un intenso y larguísimo orgasmo que hizo que su miembro eyaculara con fuerza sobre su estómago. Visiblemente excitado por todo aquello, Motochika sólo lo atacó con más fuerza, hasta que él mismo descargó en el interior de su presa.

Dejo caer su cuerpo sobre sus codos para no aplastar a su compañero y le dio un beso en la frente antes de salir de él, para rodar a su costado. Sentía que le faltaba el aire, pero el cansancio era mayor. Lo último que sintió antes de perder ante Morfeo fue una tela limpiando su estómago y el cosquilleo del cabello de Mouri al recostar la cabeza en su pecho.

Cuando Motonari despertó, se encontraba solo. En todo el tiempo que había pasado junto al pirata, ni una sola mañana después de haberse dormido con él logró encontrarlo a su lado, sin importar cuán temprano se despertara. Dejó escapar un suspiro hondo y doloroso, era hora de comenzar otro largo día.