Ni Digimon ni sus personajes son de mi propiedad, los utilizo sin ningún fin lucrativo… sólo para entretener a este maravilloso público.
Nota extra: Lo que se presenta a continuación son remakes de los capítulos anteriormente publicados. Disfrútenlos y léanlos todo, pues he agregado nuevas cosas y cambiado algunas.
.Casa Casa Mia.
Por Mizh-n-Rozh.
.Cambio Destinazione.
POV, Sora Takenouchi.
Durante los últimos días me había dado la tarea de pensar lo que significaba tener un día común cuando alguien más afirma tenerlo: Los días normales deben ocurrir grises, deben avanzar rápido porque se supone que son repetitivos o por lo menos predecibles. Predecir mi futuro sonaba como a tontería pero una parte de mí sentía que podía hacerlo a medias porque los malos presentimientos iniciaron desde muy temprano en la mañana.
Mientras me tallaba los dientes sin ganas en el baño recordaba mis días pasados.
Todos los días, mientras vivía en Odaiba, me levantaba temprano, mi madre ya tenía mi desayuno preparado, sólo era cuestión de arreglarme a mí misma (lo menos posible) tomar la comida y marcharme. Esos años quedaron muy, muy atrás, ya no era una niña ni mucho menos… ¿acaso una mujer de veintiún años se llevaría el desayuno en una lonchera rosadita? Lo dudaba extremadamente, pero tenía claro que en el mundo existían mujeres muy valientes y bastante trastornadas.
Lo cierto es que ya estaba bastante grande. Tenía la mayoría de edad sobrepasada y estaba en todo mi derecho de tener mi propia casa, vale, que la compartiera con mis dos mejores amigas no hacía mucha diferencia.
Vivir en Hikarigaoka era toda una aventura, debía levantarme mucho más temprano y preparar todo porque ninguna de las tres estaría en casa hasta más de las siete de la noche.
Hikari era la encargada de la lavandería, a veces rezaba por su alma para que no se confundiera y dañara alguna prenda de Mimi; ésta se encargaba de cocinar… cocinaba lo que fuera, a la hora que sea y nadie… cuando decía nadie era nadie podía tocar su loza de porcelana romana porque entonces el futuro de esa persona sería incierto. Yo, por mi parte, limpiaba… porque era la tarea menos tediosa, según yo. Pierdo la paciencia muy rápido esperando la lavadora y la cocina no es mi especialidad, a menos que deseen comer imitaciones de piedras bañadas en mantequilla.
Hace ocho meses nos mudamos con la esperanza de crecer como profesionales dependientes. Mimi tenía veinte años y Kari dieciocho por lo que me hacía la mayor y la que cargaría con la responsabilidad de sus acciones; por suerte, ninguna de las dos era demasiado calmada o lo suficientemente lunática como para preocuparme todos los días.
Nuestro departamento era grande, con un enorme recibidor decorado con piedras talladas y barniz color caramelo que hacía lucir al espacio bastante cálido, también tenía unas bancas para sentarse y charlar un rato. La sala era enorme con muebles finos comprados en Italia por Mimi —más bien por su papá—; la cocina era como sacada de un programa de televisión, todo estaba pulcramente limpio gracias a la combinación de limón y bicarbonato que me enseñó mi madre. Todo color metalizado y altamente ecológico.
Contamos con la suerte de que nuestro departamento fuera en el último piso del enorme edificio, así que teníamos dos plantas: una donde estaban las áreas de estudio, la biblioteca, la cocina, la sala, los baños y el recibidor, y la otra, donde se suponía debía haber un salón de fiesta, lo reemplazamos por nuestra habitación, dos camas Matrimoniales pertenecientes a Hikari y a mí y otra estilo Queen para Mimi.
Quizás estaba loca, pero jamás pensé en vivir así… como una reina con mis mejores amigas. Pero esta era la cruda verdad: las tres habíamos juntado suficiente dinero como para comprarnos una casa que compartiríamos. Era sumamente genial.
Mimi y yo nos habíamos conocido en la secundaria del Instituto de Odaiba, y desde ahí fuimos inseparables aunque nosotras éramos 100% incompatibles, nadie sabía cómo carajo nos dignamos a hablarnos pero de eso se trataba el destino, de sorpresas. Allí mismo, conocí a mi mejor amigo, el hermano de Hikari, y él fue el vinculo que nos unió, a pesar de la notoria diferencia de edades entre las dos nos llevábamos súper bien, al punto de que nadie, ni las peleas entre su hermano y yo, fueron capaces de alejarnos.
Después de ahogarme en ese charco de recuerdos tan lejanos, decidí detenerme en lo que había ocurrido durando los últimos tres agotadores meses… trabajaba arduamente hasta la madrugada ideando propuestas y proyectos, dependía muchísimo de mi imaginación además que crear diseños era bastante estresante bajo presión. Mis estudios de arquitectura en la universidad me mataban al punto que estuve una semana soñando con láminas de papel vegetal y rápido grafos.
Mimi estudiaba muchísimo en su curso de actuación por lo que muy poco tiempo pasábamos juntas, y Hikari había comenzado la universidad estudiando Educación y eso le ponía la cabeza de arco iris, además que tampoco me podía quedar de brazos cruzados y dejarlas hacer todo el trabajo solas. Las amigas estaban ahí para eso ¿no?
Me sentía como una madre, soltera, por supuesto, porque si tuviera esposo la vida se me hiciera cuadritos 1x1 y mi cabeza se pondría aún más roja.
Esa mañana bajé a comer, y como saldría temprano de clases podía pasar buscando a Hikari, las dos llegaríamos a casa temprano, por lo que nos daría tiempo para limpiar y lavar la ropa antes que llegara Mimi.
—Y tenías que ver la casa de Jerry cuando Hanny se comió la dona de un mordisco, y él que se creía el rey de la competencia. ¿Me estás oyendo Sora?
—¿Sora? ¿Escuchas? Hola…
—¡Aterriza mujer! —entonces aterricé con el estruendoso ruido que hizo Mimi al estrellar los puños contra la mesa de madera contrachapada.
De todos modos tardé en mover mis labios, y tampoco tenía alguna frase sarcástica que decir.
—Lo siento, aún tengo mucho sueño… —dije soltando un bostezo en lugar de una mirada furtiva.
La noche anterior había estudiado para un examen de geometría, ya no veía los fideos de mi sopa, en su lugar eran puras ecuaciones y notaciones algebraicas. Lo único en lo que me podía centrar intentando no olvidar nada.
—¿De nuevo el profesor Wallace les tiró el muerto encima?
—Sí… y como no tienes idea. ¿Tres guías en una noche…? Ya tuve suficientes números por todo el semestre.
—¡Te comprendo! Pero agradezco que en mi curso sólo deba leer, si dictaran matemáticas preferiría ser prostituta —Hikari la mató con la mirada luego de este comentario.
—Lo siento chicas, las dejo… no quiero llegar demasiado tarde —anuncié tranquilamente y salté de la silla para lavar mi plato con extremo cuidado.
A pesar que la sopa estaba exquisita pero no pude degustarla como deseaba, sentía al profesor pisándome los talones desde mi departamento, y si no fuera un superior juro que le patearía las bolas sin compasión.
Me coloqué un jean verde limón que encajaba en mi cuerpo a la perfección, agradeciéndole a Dios no haber subido o bajado de talla, y una franela blanca muy fresca y mis converse. No me vestía como una mujer de veintiún años, pero ¿qué podía hacer? La verdad era bastante bipolar en ese sentido, y me daba mucho miedo ser llamada 'señora' por algún extraño.
Tomé las llaves de mi auto y salí como una bala de cañón. Como si no era suficiente para mí tener un departamento hermoso compartido con mis amigas, mi auto daba un poco más de lo necesario. Amaba mi Mazda6 era la cosa elegante y refinada que mis ojos hubieran visto, era de color negro y con los vidrios muy ahumados, como si dentro manejara un asesino en serie.
Para mi facilidad, normalmente estaba vacío por el hecho de que cada una tenía su propio automóvil: Mimi un lindísimo Volkswagen rojo que nunca pasaba desapercibido, y a Hikari le habían regalado en sus dieciséis una Tucson plateada que apenas empezaba a usar pero ya había terminado en el mecánico.
Repito: Jamás pensé en vivir así.
El tráfico estaba suave, una cantidad bastante pobre de autos andaba por las calles. Llegué a la Facultad de Arquitectura y Diseño muy rápido, contando el hecho de que quedaba bastante apartada de la ciudad, muy cerca de Odaiba, mi antiguo hogar. Con maquillaje había cubierto mis ojeras que parecían moradas, me apliqué brillo labial y bajé de mi auto saludando a los conocidos que no dejaban de preguntarme por qué me había vestido como Hayley Williams aquella mañana.
Subí las escaleras para llegar a mi clase de geometría. Mientras subía sólo pensaba en el odio inmenso que sentía hacia el estúpido rostro del profesor Wallace riéndose cuando tenía razón o cuando nos punteaba un problema tan complicado que nos reventaría el cráneo, pero no, conmigo no podía y ambos lo sabíamos. El semestre apenas iba a la mitad y hasta los momentos el marcador iba 3-5, a mi favor.
Me senté sin saludar, intentaba recordar bien lo que había estudiado la noche pasada. No había señales de Wallace y no pude evitar pensar que faltaría, entonces lo ahorcaría en la noche siguiente por haberme hecho madrugar estudiando para su maldito examen.
Al poco tiempo medité como el aula se había llenado de todos los estudiantes, ¿pero entonces donde estaba Wallace? Como si leyeran mis pensamientos entró un muchacho joven, no llegaba a los 30… seguramente. Se acercó a la silla del profesor, tomó una tiza con sus dedos y escribió la palabra 'EXAMEN' tan grande como el ancho de la pizarra se lo permitió.
—Buenos días. Soy el Ing. Kido. Por favor saquen lápiz y borrador para iniciar el parcial del día de hoy.
No pude contener la mirada sobre él. El ingeniero era delicadamente simpático, de piel muy pálida, parecía muy firme pero sus ojos mostraban una maldad tremenda intentando esconderse tras sus anteojos usados por la miopía que padecía.
Wallace había faltado por una razón que todos desconocían y había mandado a un chivo expiatorio. Fuera cual fuera la razón me alegró que no estuviera, así no me colocaría el examen más complicado como siempre lo hacía.
Me sorprendió mucho la supuesta sonrisa macabra cuando el Profesor Kido se acercó a colocar mi hoja boca abajo. Seguro me estaba volviendo paranoica.
—¿Algún problema, joven? —se atrevió a decir al notar como fruncí el ceño ante su intolerante risa.
—Ninguno gasta ahora, profesor —contesté en automático.
La idea de que le habían indicado hacerme la vida mierda me golpeo fuertemente y a penas indicó que volteáramos las hojas lo confirmé: ecuaciones de 5º en adelante, fracciones exponenciales y todo tipo de locuras que solo tenían una explicación lógica.
Tomé una bocanada de aire y permanecí allí para resolver el jodido examen. Tardé más por que no lograba encontrar la función correspondiente por el método de Gauss y no pretendía darme por vencida, el marcador definitivamente iba a cambiar: 2-6 a mi favor, y un punto menos a Wallace por no presentarse. Mi risa interior era notablemente más atractiva que la de él y no evité que una sonrisa se dibujara en mi rostro al momento de entregar las hojas de papel.
—¿Sucede algo… —él ojeo mi examen y leyó mi nombre, aseguraría que tardó unos instantes en grabárselo, pero estaba segura que no se le olvidaría por el resto de su vida— Takenouchi Sora?
—Nada en especial, asuntos personales —respondí de con un mohín majadero.
—Le deseo suerte.
Entonces titubeé al preguntar, pero tenía derecho a saber el por qué mi rival hacía esto.
—¿Sabe usted algo del profesor Rushton?
—Ha faltado por asuntos personales —citó, imitando el mismo tono de mi voz.
¿Quién le había dado permiso de burlarse de mí? Lo ignoré completamente y me di media vuelta refutando, entonces lo oí susurrando algo que no supe si iba para mí o para la otra persona que también se diría a la puerta:
—Ve con mucho cuidado.
Salí queriendo tirar un portazo como de niña cuando no me dejaban cumplir un capricho. El examen había durado 3 horas nada más, todo pasó muy rápido y quedé libre por el resto del día.
Era viernes y el fin de semana me enfriaría la cabeza. Tecleé rápidamente el número de Hikari y la llamé preguntando si ella también había salido de clases. Contestó que aún debía esperar una hora y que si así lo deseaba, podía irme a casa. Me negué rotundamente y ni me preocupé por esperarla otros minutos, nuestras facultades no quedaban tan lejanas, a unos 10 o 15 minutos como máximo.
Caminé por el campus a paso lento para hacer más tiempo. Me sentía realmente sofocada, buscaba por lo menos la cara de alguien que me mirara para charlar un rato y ahí fue cuando lo vi, la cara de galán de mi profesor bajando las escaleras era inconfundible.
Corrí a su dirección, no pensaba lo que hacía… conté mentalmente hasta 10 y luego 15 y luego 20 pero antes de llegar al 17 él estaba delante de mí con algo para decirme:
—¿Cómo te fue en el examen? —me preguntó sin muchos ánimos. Llevaba en sus manos una carpeta marrón con varios papeles dentro, aunque él no tuviese ganas de molestarme yo tenía un ánimo de caballo para joderle la existencia una vez más.
—Como siempre, no te sorprendas por mis calificaciones.
Él sonrió sin dejar de mirarme, entonces acercó su mano y tocó uno de los mechones de pelo que tocaban mi frente, de pronto había olvidado que teníamos una guerra.
Wallace se veía más inocente que nunca, sus cabellos dorados brillaban como los de un ángel y sus ojos lucían demasiado cristalinos. Juré que en cualquier momento ese hombre desmoronaría a mis pies.
Él rió una vez más.
—Te tengo una excelente noticia —me alarmé—. Dejaré de dar clases aquí Sora, he decidido irme a los Estados Unidos, trabajaré en el extranjero.
—Genial…—escupí.
—¿Te ha caído bien el nuevo profesor?
—Igual que tú —no era cierto—. Creo que hasta mejor —eso tampoco era cierto.
Odiaba tremendamente a Wallace, era un profesor muy joven, apenas llegaba a los veintiocho y muchas veces me animaba a realizarle una broma de pre-escolar. Era justo que ese hombre se fuera porque su futuro dependía de un trabajo bien estable, pero una parte de mí gritaba que no se fuera. Intenté golpear a esa vocecita.
—Me alegro… hoy será mi último día aquí. ¿Hay algo que quieras decirme?
—Te odio, Wallace —respondí sin mirarlo a los ojos.
—Yo también.
No nos movimos, pero sentí que debí hacerlo porque entonces él colocó sus dos manos sobre mis hombros y mirándome fijamente lo más que pudo.
—Lo único que quería… eras tú, Sora... pero eso ya no es una posibilidad, simplemente me voy porque mis metas se disolvieron.
Me quedé callada intentando buscarle un significado lógico, sin evitar que por mi cabeza se colara la idea de una declaración amorosa ¿Mi profesor de geometría estaba diciendo qué cosa?
—No habrán más discusiones ni dolores de cabeza.
—Kido te hará rabear mucho, créeme.
Fue lo último que dijo, entonces me soltó y siguió su camino con la carta de renuncia en las manos.
Nunca entendí la extraña relación que tenía con él, nos odiábamos a muerte pero nos queríamos profundamente, éste no era el primer semestre donde veía su cara, en el segundo lo había conocido y como muy poco entendía berreaba en silencio y él siempre se daba cuenta de eso, torturándome hasta el punto que me harté y decidí dar más de mí misma. Tanto odio me había hecho cambiar para bien y siempre se lo agradecí —aunque era una teoría realmente boba.
Él se estaba marchando y me entristecía lo injusto que era, pero no había mucho que decir, sólo que me había dejado a mi suerte con un profesor con cuatro ojos.
No debía depender de alguien. Aprendí a ser autónoma por mí misma iniciativa, ahora debía ser autosuficiente a la fuerza. Otra cosa que Wallace me había enseñado antes de marcharse: Trabajar bajo presión.
El cielo esta como el Apocalipsis, tanto negro, gris, naranja, amarillo… esa combinación de tormenta con crepúsculo no era de mi agrado, respiré hondo y entré al auto. Encendí el aire acondicionado, era fanática del frío desde que tenía memoria, encendí el reproductor del auto e incliné el asiento hacía atrás lo suficiente como para estar cómoda y deje que la voz de un cantante al azar se convirtiera en susurro adormecedor, que finalmente me haría quedar dormida.
Cuando desperté sentir la palanca sincrónica a mi derecha supe que estaba en el Mazda6, le baje el volumen al estéreo y miré mi celular con diez llamadas perdidas de Hikari, habían pasado casi dos horas y me puse en marcha sabiendo que la pequeña Yagami me mataría con toda la gama de miradas suspicaces que tenía para presumir.
El vidrio estaba totalmente empañado. Llovía a cántaros, las carreteras estaban resbalosas y muchas veces me desvié porque se había formado una laguna en el camino, por donde sabía que mi querido auto no pasaría ni de coña.
Al llegar vi la carita mojada de Hikari, inmóvil en la silla, supuse que se había mojado lo suficiente y que ya no le importaba más agua. Tenía un pantalón negro de bota ancha y una franela tipo polo azul turquesa, y los libros en una bolsa plástica.
—Lo siento, me quedé dormida.
—No importa —dijo—, ya llegaste —me respondió con una sonrisa inocente, pude dejar de contener el aire: Hikari no estaba molesta—. ¿Puedo…?
—Claro —respondí resignada viéndola mover la cabeza como un perrito recién bañado mojando el auto y mi ropa, lo único que quería era que tomara un poquito de la misma medicina… total, un poco de agua no podía ser tan dañina, ¿o sí?
Me anticipé a sus pedidos, apagué el aire frío y activé el calentador para evitarle un resfriado. Le subí a la música mientras platicábamos de nuestros días en la universidad, hasta que finalmente nos acercamos al estacionamiento del edificio Galileo, donde vivíamos.
Nos mojamos con la lluvia de camino al ascensor, mientras subíamos sentía el pisoteo en mis talones y la pulsación en la planta de mis pies. Deseé llegar, lanzarme sobre mi cama y no despertarme hasta mañana, pero recordé que debía limpiar y me resigné a no descansar en lo que quedaba de luz solar.
Un extraño presentimiento recorrió mi espina dorsal y atacó mi estómago como un disparo, así de rápido, volteé a ver a Hikari y ella descansaba la vista mientras seguíamos subiendo hasta el piso 21. Bajamos del monstruoso ascensor y ya en frente de la puerta mul-t-lock, introduje la llave cuidadosamente y luego abrí la de manera barnizada.
Juraba jamás haber visto a Kari tan… tan… ¿enojada? Ver nuestras caras cuando nuestras piernas se empapaban de agua hasta la mitad de las pantorrillas y al resto del líquido que continuaba el recorrido hasta rodar por las escaleras era todo un poema.
Todas las paredes estaban hechas mierda, eran de madera reforzada y estaban casi irreconocibles, como si el agua que hubiese entrado por la ventana abierta fuera de cloaca.
Entonces pensé en el baño, pero Hikari se me adelantó y cuando reaccioné ya estaba a medio camino, corrí tras de ella como pude mientras el agua seguía llegándome, ahora un poco más arriba de los talones. Ahogué el grito al cielo cuando entré y recordé que el baño era color lila, definitivamente eso ya no era lila, sino una especie de combinación asquerosa negra, marrón y verde que desprendía un olor nada agradable que casi me hizo regresar el desayuno.
Mi hermoso jean verde limón dejó de ser verde limón de las rodillas para abajo y me tragué una maldición al cielo.
Entré en la biblioteca y todo parecía en orden, menos una pequeña estantería que se había caído y mojado. La oficina, donde estaba mi computadora con todos mis trabajos estaba espantosamente empapada, incluso me dio miedo dar un paso más porque pensé que se quemaría todo.
De pronto me olvidé de la existencia de Kari y la nombre mentalmente cuando iba camino a la cocina para tropezarme con las baldosas superpuestas, ¡ni siquiera estaban en su lugar y no era el piso ajedreado que había diseñado! ¡Parecía obra de un niño necio disfrazado de Bob el Constructor!
—Sora, hagas lo que hagas, no subas las escaleras —escuché su voz como de muerta al principio de las escaleras y eso podía significar sólo una cosa.
Subí escalón por escalón, la alfombra que los cubría ya no era blanca y estaba totalmente mojada. Recé en silencio camino a nuestra habitación y Hikari tenía razón: Yo no debía subir.
La alfombra estaba desastrosa, mi cama parecía cama de león, porque la sábana estaba sucia y las plumas en ella revoloteaban por todo el suelo con el viento que seguía entrando por la ventana abierta. La de Hikari era un poquito más normal, supuse que si debíamos pasar la noche ahí las tres ocuparíamos su cama, lo único malo era que la colcha estaba mojada en las puntas y las almohadas habían desaparecido.
No quería ni imaginarme la cara de Mimi, sus afiches habían perdido tinte por el agua y había manchado la pared blanca donde se ubicaban, la estantería de perfumes y discos se había hecho añicos, la cama se transformó en cama de agua porque, por alguna extraña razón, estaba tirado en el suelo y el agua que nos llegaba a las pantorrillas había sido absorbida por el enorme colchón.
¿Faltaba algo por arruinarse? Sí, el seguro habitacional se había mojado y ahora no teníamos más que sentarnos y aprender brujería para hacer millones de dólares y así pagar la reconstrucción.
Escuchamos la puerta cerrarse, eso solamente significaba una cosa: La bestia estaba en casa.
Rememoré la enumeración de cosas que se habían dañado y había sacado mal la cuenta. Faltaba algo por arruinarse, y eran nuestros oídos.
Señor prepárame para quedarme sorda.
Hikari y yo cerramos la puerta de la habitación tras nosotras y dimos dos pasos abajo.
—¿Qué rayos pasó en esta casa? Parece como si Poseidón y Thor nos acabaran de hacer una visita… —al menos bromeaba, eso era una buena señal, pero no duraría lo suficiente.
—Mimi, querida… —la interrumpí arriesgando mi pellejo para salvar el de Hikari—. Si nos aprecias a las dos, y te importa tu salud mental, no entres a la habitación —lo dije con una advertencia bien clara y remarqué la frase con intensidad.
Mimi me miraba horrorizada con los ojos abiertos.
—¡Dame una explicación de lo que pasó aquí adentro!
—Si lo supiéramos no estuviéramos tan desesperadas —agregó Hikari en su defensa, su voz era mucho más calmada que la mía. Suerte la suya de no llevar la responsabilidad encima.
—¡Aléjate ya, Hikari Yagami!
Las dos nos echamos a los lados y dejamos pasar al cuerpo de Mimi hirviendo de rabia, nos cubrimos los oídos para lo que sería nuestro final.
Señor, o me matas a mí o la matas a ella.
Notas de Autora.
Como saben la historia no está del todo cambiada, sólo algunas circunstancias muy diminutas fueron arregladas. La redacción también fue mejorada, pues no estaba dispuesta a dejarlo así. No es que ahora decida ser una… ¿vieja amargada? Pero trataré de escribir cosas menos caprichosas en las Notas de Autora — seguro en unos cuantos capítulos me encontrarán diciendo pendejadas—, siento que es parte del proceso de maduración.
Lo cierto es que el viaje empezó el 24 de Marzo del 2010, y algunas cosas vale renovarlas. La idea de ser sólo una historia corta, más oportuna que dramática que convirtió en una idea canónica de mi día a día.
Otra cosa que no podía faltar aquí es el nombre.
¿Por qué Casa Casa Mia?
Los antiguos lectores ya lo saben, este es el nombre de una canción de uno de mis grupos italianos favoritos: dARI; la canción siempre me pone de buen ánimo y habla de ciertos puntos que tocaré a medida que la historia se desarrolle, aunque al final, realmente ya no tiene nada que ver.
¿Cómo surgió?
Sueños. Mis sueños son muy fritos y sin sentido… un poco de otros dramas y ¡listo! ¡Tienes a una jovencita de 16 años escribiendo como loca, ocho horas al día! Lamentablemente, en la actualidad, eso es una ilusión color gris.
Replantear estos capítulos es como un diario, es recordar qué mierda estaba pensando cuando comencé a escribir cada párrafo de cada capítulo, ¡deberían intentarlo!
No hay más nada por decir. Espero que estén bien… y gracias, una vez más, por los reviews hasta hoy día… en serio, mil gracias lectores.
Saludos.
Rose.
