OBSCURIDAD

Una vez más estaba en el cuarto obscuro en el que a su madre le gustaba encerrarla, una vez más Ragnarok la estaba golpeando por lo inútil que era… una vez más la obscuridad la acompañaba

Por más que lloraba, por más que pedía a su compañero que se detuviera, por más que implorara que abrieran la puerta nada pasaba, nada cambiaba, todo era dolor y obscuridad.

En su desesperación comenzó a sentir los golpes como tiernas caricias, la obscuridad como una retorcida claridad, el dolor algo normal, y la soledad una irrefutable realidad a la que tenía que acostumbrarse.

¿Era de día o era de noche? No lo sabía porque todo estaba negro, incluso su sangre era negra, todo en ella era negro… se preguntaba si la muerte era negra también.

Un pequeño hilo de luz se dejó ver, su madre había abierto la puerta, ella salía con las lagrimas secas en sus mejillas, Medusa le dio la misma orden… ella volvió a rechazarla. Otra semana en la obscuridad

Los puños de Ragnarok sobre su cuerpo casi no se sentían, el vacio en su pecho se estaba llevando todo menos la obscuridad, un lugar tan común en su triste rutina.

¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía y para ser sincera tampoco le importaba, tal vez la próxima vez que abrieran la puerta haría lo que su madre le pedía… matar al pequeño renacuajo… el también era negro, seguramente su sangre era del mismo color como la suya.

Y así fue, abrieron la puerta, salió con una sonrisa extraña en su rostro ¿Por qué sonreía? ¿Por no estar en el cuarto obscuro? Pero si ya no estaba ahí ¿Por qué todo seguía sin luz para sus ojos? Ragnarok sonreía, entonces ella también seguiría haciéndolo, incluso después de matar al pequeño renacuajo.

Que decepción su sangre no era negra… era roja, que color tan extraño, tan brillante, tan contrario a su eterna obscuridad…

No sentía culpas ni remordimientos las personas eran como ese pequeño renacuajo, todas con el mismo color en su sangre: roja ¿Por qué ella era la única con sangre negra? ¿Por qué era la única que ya no podía ver la luz?

Sin darse cuenta la noche y el día se volvieron uno mismo, ni la luna ni el sol la sacaban de esa continua negrura.

Qué envidia… cuanta envidia sentía por todos los demás que podían ver la luz en el cielo o en cualquier otro lado… que envidia poder sangrar de color rojo, que envidia poder ser libre de su propio temor, que envidia no conocer la obscuridad.

Otra noche, otro día de trabajo, otro intento de escapar del miedo y de la obscuridad, eso hasta que esa chica se apareció… la chica que solo vivía en la luz… la chica a la que debía matar… la chica a la que comenzó a aborrecer tanto y a la que terminó queriendo tanto… la chica que se convirtió en la luz para su obscuridad.